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domingo, 7 de enero de 2018

Educar en la confianza, por @gabcapriles



Gabriel Capriles 06 de enero de 2018
@gabcapriles

I. En la familia

La biología afirma con razón que el hombre es un ser fisiológicamente limitado. En comparación con los demás animales, parecería que tuviera pocas probabilidades de sobrevivir. Sin embargo, el ser humano ha construido grandes civilizaciones, ha transformado la naturaleza... Frente a esta dualidad inferioridad-superioridad, ¿cómo consigo que el hombre se crea capaz de alcanzar grandes cosas?

Cuando nacemos todos nosotros somos totalmente dependientes de nuestros padres. Experimentamos nuestras limitaciones y poco a poco nos percatamos que necesitamos de los demás.

El hombre, como ser libre, podrá vivir cada vez con más independencia, pero primero necesitará que le enseñen a andar con libertad, a confiar en sus capacidades, a creer que él es capaz. Será un proceso de maduración en el que el niño irá adquiriendo confianza en sí mismo y formando su personalidad.

La primera comunidad donde el niño comienza a adquirir su “autoestima” (confianza en sí mismo) es en la familia. Esta comunidad se caracteriza porque cada uno de sus miembros reconocen la dignidad de las personas con las que conviven (reconocen sus derechos), y también sienten y practican la obligación (el deber) de contribuir a su desarrollo personal. Es un espacio donde se comienzan a adquirir los primeros hábitos con los que el niño se irá independizando. Y esto se hará con mayor eficacia en un espacio de confianza: donde haya comprensión, amor, afecto y seguridad.

Crear un ambiente de confianza en la familia es un aspecto clave para el desarrollo del niño. Si él no se siente seguro en su hogar, acudirá a otro grupo donde él sienta la seguridad de desarrollarse, donde perciba más posibilidades de crecimiento.

La confianza en la familia, originada por este espacio de afecto, primero desarrolla en el niño una valoración subjetiva de la realidad: “si yo quiero a mi mamá yo querré y veré como buenas las cosas que hace y me enseña”. Y, en segundo lugar, si eso que le enseña la madre es objetivamente bueno (como suele suceder, porque quiere su bien), el niño irá formando una valoración objetiva de la realidad que le irá permitiendo a ir por su cuenta con más seguridad, sin cometer tantos errores: “esto está bien no sólo porque mi mamá lo hace sino porque a mí, como ser humano, me conviene y me hace feliz”

Enseñar en un ambiente de confianza no es tarea fácil pues, además de comprensión, la confianza requiere que los padres que enseñan estén muy sujetos a la sinceridad. Por experiencia podemos decir que el niño desea que los padres les enseñen a través del ejemplo, sin que sus acciones contradigan sus palabras. El niño también desea afecto y comprensión, para expresarse por sí mismo, con espontaneidad; y en el camino podrá aprender y corregir lo que le haga falta para vivir con libertad.

Podemos decir entonces que es en la familia donde el niño comienza a adquirir confianza en sí mismo. Y es también donde adquiere los cimientos (la empatía, la comprensión por el otro, la fe, el trato con Dios) para abrirse al horizonte de su libertad, que se amplía, como ya veremos, confiando en los demás y en Dios.

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