Trino Márquez 10 de enero de 2018
@trinomarquezc
El terrorismo
de Estado aplicado por el régimen durante años, desde hace cierto tiempo se
combina con el vandalismo de Estado, novedosa fórmula aplicada para “empoderar”
al pueblo llevándolo al pantanoso
terreno del delito. El asalto a los supermercados constituye una pieza
más de ese mecano, cuya composición final será, si se les deja, la demolición
material y moral del país. Ya no es posible pensar que los saqueos son obra
solamente de gentes acorraladas por el hambre. Detrás de estas expresiones de
desesperación está un gobierno que quiere devastar al país, para que todo el
mundo pase a depender de los favores y privilegios que el gobierno quiera
conceder a través de los Clap y el Carné de la Patria.
El
gobierno intenta ocultar sus graves y persistentes errores económicos
responsabilizando de la hiperinflación a los dueños de los supermercados. Esos
empresarios son también víctimas de un régimen que destruyó la agricultura, la
industria y la agroindustria, con su política de controles absurdos,
confiscaciones, expropiaciones y estatizaciones. Además, debido a que
despilfarró la inmensa riqueza petrolera en regalos a países como Cuba y
Nicaragua, y contrajo deudas millonarias y sin control de ningún tipo con
China, ahora no cuenta con divisas para importar en los volúmenes que Venezuela
necesita para su normal funcionamiento. La verdad es que el país carece de
insumos, materias primas y maquinarias para impulsar la producción y abastecer
la demanda interna. Tampoco posee dólares para importar. El socialismo del siglo
XXI fracasó de forma estruendosa y el país sufre las consecuencias de ese
descalabro.
Mientras
el gobierno siga pensando que la raíz de la inflación se ubica en el
acaparamiento y la especulación, y no en la falta de producción interna por el
aniquilamiento de la economía nacional, los problemas se mantendrán y
profundizarán. Mientras el principal consejero económico del régimen sea un
dinosauro como Alfredo Serrano Mancilla, los problemas se agudizarán. Ese
señor, que dice ser economista, es uno de los personajes más nefastos que ha
pasado por estas tierras. Su ignorancia y pedantería causan ruina.
La
respuesta de la gente durante estos episodios fue lamentable, aunque
comprensible. El régimen a lo largo de dos décadas ha clientelizado a un
inmenso sector de la población. Esta forma brutal de populismo y demagogia ha
deteriorado la fibra moral de numerosos venezolanos. En la actitud de la gente
vemos el fracaso del sistema educativo socialista y del intento por construir
el “hombre nuevo” y el reino de la felicidad prometidos en el Primer Plan
Socialista (2007-201) y en el Plan de la Patria (2013-2019).
Resulta
deplorable ver la eclosión de grupos empobrecidos violentos, que luchan por la
sobrevivencia. Sin embargo, no hay que
ser duro con la gente que se mueve impulsada por instintos y pulsiones
atávicas, que la llevan a saquear y aprovecharse de bienes que no les
pertenecen. Contra quien hay que cargar la mano es contra el régimen, conducido
por un grupo de dirigentes sin escrúpulos, de una ignorancia supina y de un
nivel de maldad pocas veces visto en la historia nacional. Es a esos
destructores a quienes hay que condenar sin atenuantes. Representan lo peor del
populismo autoritario latinoamericano. Desprecian la propiedad privada y la
libre iniciativa con el único fin de mantener sometida a la gente más humilde.
No
tengo dudas de que esas acciones traerán mayor inflación, mayor escasez y ruina
para la población. En el mundo globalizado de hoy, la seguridad jurídica
constituye uno de los criterios fundamentales a partir de los cuales una
corporación o un inversionista particular deciden invertir en un país.
Prefieren, incluso, la seguridad jurídica sobre el volumen de ganancia. Lo que
hace Nicolás Maduro todos los días es socavar la confianza en el Estado de
Derecho. Los empresarios afectados por esas medidas arbitrarias e
irresponsables no tienen ningún tribunal independiente donde acudir para
reclamar sus derechos vulnerados.
Las
decisiones del régimen debilitan aún más a una nación que requiere con urgencia
que fluyan inversiones masivas para crear nuevos empleos y animar la producción
interna, de modo que se satisfaga la demanda creciente. Esa política caprichosa
hay que repudiarla porque en vez de resolver los graves problemas existentes,
lo que hace es convertirlos en insoportables. El gobierno no se ocupa de
controlar la inflación y la escasez que su política producen, sino que los fomenta. Ahora costará más
abastecer los mercados con abundantes productos baratos y de buena calidad. La
vida de los venezolanos será aún más difícil. El venezolano promedio tendrá que
obtener el Carné de la Patria y refugiarse en los Clap. Dependerá más de las
migajas que le entregue el Gobierno a través de esos instrumentos perverso.
Maduro destruye a la nación para someterla a los intereses de su burocracia
inepta y corrompida.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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