domingo, 11 de febrero de 2018

La (verdadera) carta de Zapatero por @WillyMcKey



Por Willy McKey


Momento 1: “Muy señor mío”.

El eje central del análisis de cualquier carta reside en su destinatario. En este caso, las palabras van medidas por el mismo rasero, sin importar a quien vayan dirigidas. Así es como el remitente ha decidido renunciar a la enorme posibilidad diplomática que ofrece toda carta: hablarle individualmente al otro, persuadirlo a partir de sus intereses e incitarlo mediante incentivos singulares. No ha sido así: las mismas palabras para todos, los mismos argumentos para todos, la misma carta para todos. Una carta calcada y encabezada con un apelativo distante y la pesada carga del pronombre posesivo. De aquí en adelante, cualesquiera que sean los destinatarios, lo mejor será sospechar de cuanto venga luego.

Y lo que viene luego es sólo posible desde la asfixia: una oración eterna, inacabada e in finita que adquiere forma de párrafo imposible.

Aire caliente y retórica memoriosa.

La mitad de la carta está vacía, pero irremediablemente conduce hacia un exhorto.

Momento 2: “Tras un esfuerzo ingente de diálogo, auspiciado en los últimos meses por el esfuerzo ejemplar del presidente y el canciller de República Dominicana, con el acompañamiento de un grupo de países amigos, se culminó en un consenso básico”.

Aquel receso indefinido del diálogo comenzó cuando la comisión oficialista decidió levantarse de la mesa y volver a casa, sin revisar las modificaciones propuestas por la oposición al documento presentado por Zapatero bajo el título de Acuerdo para la Convivencia Democrática por Venezuela.

Aun así, a sabiendas de que la comisión oficialista ya había vuelto a casa para rendir cuentas a Miraflores, Zapatero decide emitir su carta a quienes horas antes habían decidido señalar correcciones posibles en un documento ajeno, con el apetito de lograr algún acuerdo.


El facilitador no le escribe a quienes abandonaron la negociación para que reconsideren la contraoferta opositora, sino a quienes mantuvieron los pies debajo de la mesa hasta el último momento, exhortándolos a firmar algo que no cumple con sus expectativas.

Momento 3: “Un gran acuerdo, que supone una esperanza real y valiente para Venezuela, concretado en un documento presentado a las partes que da respuesta a los planteamientos esenciales discutidos durante meses”

Hemos dicho que el documento presentado por Zapatero lleva el capcioso título de Acuerdo para la Convivencia Democrática por Venezuela. Por un momento, pensemos las bondades de este título desde las comunicaciones.

El título de este documento lo convierte en una herramienta útil para el aparato comunicacional del gobierno, que incluso funciona mejor cuando no ha sido firmado. Nadie puede quedar bien parado cuando se diga que se opuso a firmar un acuerdo para la convivencia democrática, ¿cierto? Dentro de la lógica del facilitador Zapatero, era mejor para la coalición opositora firmar un (mal) acuerdo antes que mantener sus exigencias.  

¿Quién podría oponerse a algo con un nombre tan bonito como Acuerdo para la Convivencia Democrática por Venezuela? Pues, al parecer, sólo alguien que lo haya leído por completo.

Momento 4. “De manera inesperada para mí, el documento no fue suscrito por la representación de la oposición”

La voz de la carta miente. No Zapatero, sino la representación que la carta hace de Zapatero y de su papel como mediador. Zapatero, más bien, sabe lo que dice.

Nunca pudo haber sido inesperado para el facilitador que la oposición no firmara el acuerdo porque en ninguna de las declaraciones públicas de los voceros, en especial las de Julio Borges, se dejó ver algo distinto a que no habría acuerdo hasta que todo estuviera acordado.

Y el innegable síntoma de que una de las partes se levante de la mesa sin atender las modificaciones al acuerdo que plantearía la otra parte de la negociación agrieta la frágil estructura argumentativa del expresidente español. Y en esa medida, la carta miente: el documento no fue suscrito porque estaba siendo revisado. Y aquí aparece otro elemento merecedor de suspicacias, en las palabras públicas de Danilo Medina: “La oposición no entendió que estaba obligada a firmar ese acuerdo el día de ayer y pidió tiempo para ver el documento”.

Una negociación en la que está prohibido revisar los acuerdos es víctima letal de la dictadura de lo inmóvil y pierde todo sentido.

Momento 5. “No valoro las circunstancias y los motivos, pero mi deber es defender la verdad”

Éste es el momento donde la retórica juega en contra del remitente. Tras todas las articulaciones que hace, ¿cómo es posible saber cuál es la verdad, sin antes valorar circunstancias y motivos?

La única manera posible es hacerlo desde la miopía de quien cree que sólo una de las partes tiene derecho a posicionar su verdad. Y ése es un lugar de enunciación que compromete la figura de cualquier facilitador, poniéndolo de inmediato del lado de una de las partes.

Si fuera necesaria una compilación, el facilitador ha decidido ignorar que una de las partes decidió obviar la contraoferta de la otra, exhortar a quienes se mantuvieron en la negociación a firmar un acuerdo contrario a sus intereses y desatender las opiniones emitidas sobre las condiciones del acuerdo mientras finge sorpresa.

Momento 6. “Le pido, pensando en la paz y en la democracia, que su organización suscriba formalmente el acuerdo que le remito, una vez que el gobierno se ha comprometido a respetar escrupulosamente lo acordado”

Este exhorto frontal es, quizás, el más opaco de todos los momentos que componen la última carta del facilitador Zapatero. En el lenguaje del envite, es jugarse el resto: ya no le interesan las versiones posibles, las correcciones, la igualdad de derechos de las partes. Ni siquiera que ya uno de los lados de la negociación abandonó la mesa está en Caracas, robándose una fecha que fue pensada en conjunto siempre que se cumplieran otras condiciones. Ni siquiera que el anuncio de esa fecha demostrara de manera fehaciente que el Consejo Nacional Electoral no decide de manera autónoma, sino que espera la orden directa de quienes eran la cara del gobierno apenas unos instantes antes de esta carta. Ni siquiera que ese mismo gobierno que, según él,  se había comprometido a cumplir escrupulosamente lo acordado ya estaba de nuevo en su palacio, con los restos de la mesa en las manos como excusas para su nueva falta de escrúpulos electorera.

Momento 7. “Espero su respuesta favorable”

No espera Zapatero la posibilidad de una negativa. No le da cabida a un desacuerdo más, a otra negociación, a un no por respuesta. Su única expectativa es no-dialogante, casi muda: un sí refrendado por la firma de un alguien que represente algo. Lo que sea. Alguna parte que se ponga a su favor, así sea producto del tedio.

Y en medio de este delirio, Zapatero se confiesa de un lado de la mesa.

Zapatero es la transcripción de una voz que se vanagloria de sí misma, con la única intención de que le crean esta última jugada. Pero el lugar de enunciación de Zapatero ya no es el de un mediador o de un facilitador. Exhorta y no aconseja. Obliga. Y mientras obliga, finge sorpresa. Atenta contra sus verdades aparentes e intenta venderse a sí mismo como alguien neutral, al mismo tiempo que envía la carta en todas direcciones, con el propósito de fracturar.

Porque esta carta pretende que desde la miriada opositora aparezca otra voz que pacte con su performance y firme.

Es su última carta: la verdadera.

08-02-18





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