Por Fernando Mires
La abstención es y será
acompañante en todos los países donde tienen lugar elecciones. Más todavía hoy,
cuando los “partidos históricos” -conservadores, liberales y socialistas- ya no
son portadores de los ideales e intereses que llegaron a representar a lo largo
del siglo XX. No obstante, cuando aparece uno de esos momentos en los cuales en
un proceso electoral se juega el destino de una nación -elegir entre un
candidato fascista y otro democrático, por ejemplo- las fuerzas políticas se
tensan y la abstención tiende a disminuir. Lo hemos visto recientemente en las
segundas vueltas de las elecciones europeas. Podríamos decir entonces
que en situaciones de débil polarización la abstención aumenta y en
situaciones de fuerte polarización (cuando las opciones no dejan lugar a ningún
tercero) la abstención disminuye. No es el caso de Venezuela.
Venezuela parece ser una
excepción a la regla. En pocos países del mundo existe una polarización
política tan extrema como la que se da bajo el régimen de Maduro. Pero a la
vez, en pocos la abstención juega un papel tan decisivo. Mas todavía: a
diferencia de la abstención marcada por el desinterés o desidia, la venezolana
es militante. La dictadura lo sabe. Sabe también que en esa abstención reside
una de las razones de su supervivencia y por eso mismo la fomenta y la impulsa.
Desde el comienzo del chavismo
existe, se quiera o no, una sincronía objetiva entre el abstencionismo y el
régimen. Esa es y ha sido la razón principal de la larga existencia del
chavismo. El mismo Chávez fue hijo putativo de la abstención.
El abstencionismo venezolano
es estructural. En su interior existe, como en toda estructura, un núcleo duro
formado por ideólogos y militantes. Se trata de un patriciado sociocultural de
remoto (y dudoso) pasado aristocrático. Para ese núcleo la política no es el
lugar del compromiso ni de la negociación sino de los símbolos. El ideal de
gobierno al que aspira podrá ser republicano, más nunca democrático. El pueblo
es para ellos una masa a disposición de grandes líderes, carece de racionalidad
y está destinado a seguir consignas luminosas.
El discurso autoritario y
anti-electoral de María Corina Machado es prototípico. No las estrategias sino
la pureza de la moral decidirá el curso de la historia. No los argumentos, sino
el grito o la pose heroica serán decisivos. No los diálogos, no la polémica, no
el debate y por lo mismo, no las elecciones, son para ellos los ejes de la
política. De hecho desprecian a las elecciones porque como las minorías
elitarias que son, desprecian a las mayorías. Esos sectores existen a lo largo
y ancho de todo el continente, pero en Venezuela, de modo exacerbado.
El problema más grave es que,
siendo los miembros de la abstención militante una extrema minoría, logran cada
cierto tiempo ejercer hegemonía sobre todo el campo de la oposición. Se
comprueba así una vez más que las ideas, costumbres y modas de los grupos
socialmente (ojo: no económicamente) dominantes operan con efecto transmisor
sobre todo el contexto social de una nación, hasta el punto que, algunos por
arribismo, otros por sumisión, o como un simple reflejo, terminan sometidos a
los dictados de esas minorías. Esos grupos hegemonizaron a la oposición hasta
la capitulación electoral impulsada el año 2005. Pero a partir del 2006 -con la
candidatura de Rosales, el triunfo en el plebiscito del 2007, la campaña
electoral de Capriles del 2013, y el magnífico triunfo del 6D en el
2015- la hegemonía antipolítica fue sustituida por una conducción
política representada por los partidos de la MUD. Desde ese momento la
oposición emprendió un curso políticamente ascendente y en medio de fragosas
batallas electorales consagró sus cuatro puntos cardinales: electoral,
constitucional, pacífica y democrática.
No obstante, los grupos
elitarios unificados hoy en SoyVenezuela nunca se han dado por vencidos. De
hecho intentaron retomar la conducción mediante la llamada Salida del 2014.
Durante las luchas revocatorias del 2015, originariamente surgidas en defensa
de la AN, hicieron desaparecer la alternativa electoral de la cual
el revocatorio debía ser su impulsor. Las grandes movilizaciones del 2017,
también surgidas en defensa de la AN -originariamente democráticas y
populares, masivas y festivas- fueron usurpadas por comandos
juveniles luchando con escudos de cartón en contra de fuerzas entrenadas como
bestias para el ejercicio de la represión. En todos esas situaciones Maduro
logró imponer la línea militar –incluso a sangre y fuego- por sobre la línea
política. En todas ellas, también, la línea insurreccional de la oposición
abstencionista secundó –objetivamente- los propósitos del madurismo.
La historia de la oposición,
desde 2006 hasta ahora, ha estado marcada por dos luchas. Una
externa en contra del régimen y otra interna por la hegemonía y conducción.
Durante el primer trimestre del 2018 el capitulacionismo abstencionista ha
conquistado nuevamente la hegemonía y la conducción de la oposición.
Precisamente en los momentos en los cuales el régimen ha llegado a sus puntos
más bajos de aprobación, en medio de la crisis económica más catastrófica que
haya padecido algún país latinoamericano, cuando había llegado la hora para
aplicar el golpe electoral decisivo, el del jaquemate, la oposición ha
retrocedido a los momentos más antipolíticos de su historia. ¿Cómo pudo
llegarse a esta situación?
Mibelis Acevedo ha descrito en
un magistral artículo como las fuerzas de la inercia (Thanatos) pueden lograr
vencer a las de la existencia (Eros) De acuerdo a la metapsicología de Freud -
quién explicó por qué hay seres humanos que no pueden alcanzar la felicidad y
mucho menos el éxito cuando están a punto de lograrlo- ese parece ser un hecho
evidente. Desde el punto de vista historiográfico, debemos, sin embargo,
remitirnos a los antecedentes más cercanos. Ellos tuvieron lugar en las
fracasadas conversaciones de República Dominicana cuando, como era de
esperarse (repito, como era de esperarse) el régimen no aceptó las condiciones
solicitadas por la MUD. La MUD se vio así enfrentada a dos alternativas: o
no presentarse a elecciones (era precisamente la que buscaba Maduro) o
presentarse levantado una candidatura única para denunciar ante la ciudadanía y
el mundo los fraudes cometidos y por cometer.
¿Por qué la MUD eligió la
alternativa más deseada por Maduro? Hay dos posibilidades. La primera,
porque subordinó la política nacional a una mítica “comunidad internacional”
representada por el Grupo de Lima que, en su intento por apoyar a la oposición,
declaró que no iban a reconocer los resultados de las elecciones. La segunda –
parece ser la más evidente- fue que los partidos de la MUD no estaban en
condiciones de lograr consenso en torno a un candidato único. Pues si lo
hubiera tenido –como clamó con insistencia Capriles- habrían asistido a Santo
Domingo en nombre de una candidatura ya configurada. En ese sentido la
declaración del Grupo de Lima no habría sido más que una coartada que permitió
a la MUD disimular su falta de cohesión interna. Si esa fue la razón –y al
parecer, esa fue- la MUD ha cometido un acto de enorme irresponsabilidad, a
saber, el de subordinar la suerte de toda una nación a sus intereses
partidarios.
No hay en efecto ninguna
contradicción entre participar en elecciones y solicitar y recibir apoyo
externo. Todo lo contrario, sin elecciones la comunidad internacional no
tiene a nada que apoyar.
Lo cierto fue que al
decidir no acudir a las elecciones, la MUD rompió con su línea electoral sin
ofrecer ninguna otra alternativa. Los resultados de esa ruptura los tenemos a
la vista. Después de la fundación de un Frente Amplio cuyo sentido solo podía
ser actuar en el marco de una estrategia electoral, la oposición no electoral se
encuentra paralizada, sin alternativa, librada a su propia anomia: una
verdadera catástrofe. Para repetir una opinión ya vertida, entre las
elecciones y la nada, la MUD eligió a la nada.
Desde el momento en que la MUD
eligió a la inacción como política. aparecieron en Venezuela dos
abstencionismos: el originario, representado por la señora Machado -quien, sin
darse cuenta ha logrado hegemonizar al conjunto político opositor- y el de los
más fieles seguidores de la MUD quienes sin argumentos atinan solo a repetir
casi textualmente las palabras de la líder extremista. No se trata, claro está,
que el propósito de la MUD haya sido convertir a sus seguidores en
abstencionistas radicales. Pero sí fue la ausencia política de la MUD la razón
que permitió que en los terrenos abandonados por ella penetrara el
abstencionismo maricorinista.
La diferencia entre los
dos abstencionismos es que el primero siempre ha sido abstencionista y el
segundo lo será para siempre pues, si Maduro logra un triunfo el 20 de mayo, no
habrá más elecciones en Venezuela. La semejanza entre los dos
abstencionismos es que para ambos la candidatura de Falcón parece ser el
enemigo principal y la dictadura de Maduro el enemigo secundario. La
paradoja es que en estos momentos es Falcón y no la MUD quien representa
la línea política de la MUD.
La MUD ha roto la línea
electoral de la MUD y si sus representantes más esclarecidos no advierten el
peligro en cierne, la suerte está sellada, no solo para MUD/FA sino para toda
Venezuela. Esa es la tragedia. Esa es, también, la miseria del
abstencionismo venezolano.
Votar es colaborar, dicen los
machadistas. Votar es legitimar a la dictadura, repiten los abstencionistas de
segunda hora. Votar no es elegir, dicen los primeros. Votar no es elegir,
repiten los segundos (sin darse cuenta de que para elegir hay que votar) Hay
que pasar a la desobediencia civil, gritan los primeros. Hay que pasar a la
abstención activa (¡!) corean los segundos. Votaremos solo después de que caiga
Maduro, arguyen los primeros. Si Maduro no nos da las condiciones (para que
pierda Maduro) no votaremos, es la versión algo light de los segundos. La
dictadura no cae con votos, plantean los primeros. Estas no son elecciones,
sostienen los segundos. Solo una invasión puede salvarnos, dictaminan los
primeros. Solo la comunidad internacional nos dará elecciones libres, es la
versión de los segundos. Falcón es un títere de Maduro, señalan los primeros.
Falcón consolida a Maduro, completan los segundos. Las diferencias entre
los dos abstencionismos son cada vez más leves, más tenues, más próximas. Y eso
es solo culpa de la MUD. Nada más que de la MUD.
Es importante
repetir. Falcón no rompió con la MUD. Falcón solo rompió con una decisión
intempestiva de la MUD. La MUD rompió con la línea política de la MUD. Falcón
en cambio continúa la línea electoral de la MUD pues la MUD es electoral y no
puede ser más que electoral. No sabe, no puede y no debe hacer otra cosa que
participar en elecciones. La MUD es una coalición electoral y muy poco más.
La candidatura de Falcón y la
MUD, sin embargo, se necesitan mutuamente. Falcón necesita a la MUD para lograr
una mayoría y dar origen y forma a un gobierno de transición a la democracia.
La MUD, a su vez, necesita de Falcón para que la saque del marasmo a que la
condujo su aventurero viraje abstencionista. Eso lo saben los principales
dirigentes de la MUD, aunque no lo digan. Eso lo sabe también la candidatura de
Falcón.
Ha llegado la hora en la que
los políticos democráticos de Venezuela deberán saltar sobre sus propias
sombras. El muy lúcido Simón García lo ha dicho más claro que nadie. “El
régimen está acelerando su mutación del autoritarismo al totalitarismo. Es una
de las advertencias del Observatorio Electoral nacional: cada elección es más
restrictiva que la anterior. El gobierno se prepara, con un paso hacia atrás y
dos hacia adelante, para un período especial con relaciones comerciales
restringidas y la liquidación absoluta de las formalidades democráticas. Mayo
puede ser la última coyuntura electoral, antes de consolidar aquí el modelo
comunista cubano: con el hambre sofocando la lucha por la libertad“.
Faltan cinco minutos para las
12.
05-04-18
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