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miércoles, 11 de abril de 2018

Se vende hija por 10 kilos de arroz por @MHerreradeF



Por Marianella Herrera Cuenca


“Se vende hija por diez kilos de arroz”. Este es el título de uno de los capítulos del libro “Cisnes Salvajes” escrito por Jung Chang. Relata la autora, que durante los años 1947-48, en la China transicional desde el Kuomintang al comunismo, la corrupción, las ansias de poder, el miedo de padecer y morir a manos del Kuomintang desataron el lado oscuro de las fuerzas policiales, de los oficiales de gobierno, pero también las esperanzas de la población que en la promesa de una nueva China existía en las manos del comunismo.

Ese sistema que daría por ejemplo un cambio en esas tradiciones chinas tan descalificadoras hacia la mujer, los comportamientos de maltrato y darían un impulso a la golpeada economía China de aquel momento. En aquellos tiempos, hubo cambio de moneda, protestas y violencia por escasez de alimentos y control excesivo de los mismos por los altos funcionarios de gobierno. El gobierno del Kuomingtang, era incapaz de detener la inflación, y la pobreza hacía estragos en la población china. La transición entonces hacia otro sistema, parecía apetecible, en medio de una gran anarquía reinante donde muchas veces no se sabía quién era quien, a cual bando pertenecía y cuáles eran sus intenciones. ¿Suena conocido? ¿Casualidad?

Lo cierto es que en esos años, terminada la ocupación japonesa en China, con el país verdaderamente empobrecido, y con el Kuomintang atornillado en el poder por un lado, aun cuando cada vez más débil, y un movimiento comunista liderado por Mao Zedong por el otro, que asesinaba terratenientes, expropiaba tierras y amenazaba de muerte, el caos y la anarquía reinaban en el país.

Además, con unas tradiciones culturales que no favorecían jamás a las niñas y a las mujeres en general, las cargas familiares en general se disminuían deshaciéndose de las niñas, despreciando a las mujeres e incluso, quitándoles la vida. En estos años, la escasez de alimentos, la hiperinflación y el hambre azotaron a la población China convirtiéndola en una población vulnerable, donde la gente era capaz de cualquier cosa por un tazón de arroz, alimento idiosincrático en el Asia y por supuesto de China.


A las afueras del colegio donde la madre de la escritora Jung Chang trabajaba, una vez una madre con apariencia de desnutrida, se sentó con su hija de diez años con un cartel en su pecho que decía: “Se vende hija por 10 kilos de arroz” esto, da cuenta de la desesperación de la madre. Una madre que ya no es capaz de pensar, que está obnubilada quizás por los estragos de un ayuno prolongado y forzado que tiene consecuencias bioquímicas en el cuerpo de los humanos.  Sabemos que el metabolismo de los alimentos una vez que ingresan al cuerpo se derivan mediante complicados procesos enzimáticos y bioquímicos hacia la producción de energía y el exceso (si es que existe) debe almacenarse como grasa, este es el resumen mínimo de un proceso complejo que ocurre a nivel celular y mitocondrial para producir energía, esa energía que nos permite funcionar de una manera adecuada y estar en nuestros cabales. De esa energía dependen las funciones corporales, el desarrollo cerebral, el funcionamiento del cerebro entre otros.

Cuando una madre debe decidir quién come en el hogar, si hoy come su hijo mayor, el del medio o el menor, se establece una trama metabólica y de déficit bioquímico en el cuerpo de los niños y de ella misma.  Se establece el drama de la violencia intrafamiliar por la obtención del alimento y que traspasa las paredes del hogar para acompañar los miles de estallidos de violencia registrados en el mundo a causa del hambre

Conocí China antes de su apertura económica en el año 1976, yo era una niña de 10 años, nunca olvidaré los rostros del hambre, eran rostros de dolor. Los rostros del engaño a través de dos tazones de arroz al día, tal y como lo decía la línea del presidente Mao Zedong en la época.  Pregunto: ¿Quién cubre todos sus requerimientos nutricionales diarios con dos tazones de arroz? Nadie.

En un mundo del avance tecnológico actual, donde la opulencia de algunos contrasta con la carencia de otros, donde es posible ver en tiempo real la muerte de un niño por la causa más inmoral que existe: por desnutrición, hay que rescatar los preceptos de libertades, de agencias individuales, de desarrollo de capacidades, es la única manera superar el abismo de las deprivaciones y de la opresión, de las manipulaciones y del dejarse manipular por un plato de arroz o por una caja de clap que llega cada 3 semanas, si es que llega. El reconocimiento del marco de derecho a la alimentación comienza con la libertad de ejercerlo, con las capacidades desarrolladas, con el cerebro claro para enfrentar los retos de la vida. Queda mucho por trabajar, mucho por avanzar, pero como dijo el cantante: se hace camino al andar, los países no se acaban, continúan, se fortalecen en la adversidad, la sabiduría de los venezolanos de a pie hoy es inmensa, seguimos haciendo camino al andar.

10-04-18




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