Por Sergio Arancibia
Cuando a un drogadicto se le
quita la cantidad de droga que consume habitualmente, los sufrimientos de éste
suelen ser mayúsculos. Pero si se le da su cuota habitual de droga –o un poco
más, en el caso que la necesidad vaya en aumento– el cuadro se repetirá al cabo
de unos pocos días: necesitará nuevamente de la droga, quizás incluso en mayor
cantidad, pues si no, su vida misma estará en peligro. El darle la droga no
soluciona desde luego su problema, sino que lo que hace es meramente ayudar a
generar un nuevo eslabón de una cadena que no tiene fin: la droga calma
–por lo menos parcialmente– los sufrimientos del momento, pero reedita y
se refuerza la necesidad de la misma al día siguiente.
Algo parecido sucede con
los aumentos de salarios decretados periódicamente por el gobierno actual. Se
necesita ese aumento pues la gente está desesperada, está pasando hambre pura y
dura; todo sube de precios día a día; tenemos la mayor inflación de la historia
de Venezuela y casi del mundo entero; el salario disminuye permanentemente su
valor real, es decir, su capacidad adquisitiva; la cesantía aumenta y la
producción cae. En esas condiciones, entre recibir ese aumento y no recibirlo
es mejor recibirlo. Si no, los sufrimientos de los sectores más pobres de la
población serían más altos todavía. Y mientras más elevado sea ese aumento,
mejor y más grato será su efecto en el momento en que se recibe. Pero por obra
y gracia de ese aumento de salarios, la inflación será más elevada en el futuro
cercano y más aumentos de salarios se necesitarán en las semanas o meses
venideros.
Se está en un círculo
vicioso: el gobierno lanza plata a la calle, sin ton ni son, por la vía de
nuevos aumentos salariales para la inmensa masa de funcionarios públicos –y por
muchas otras vías también– todo lo cual se financia por la vía de la pura y
simple emisión monetaria. El gobierno funciona con un presupuesto deficitario
que se financia directamente por la vía del Banco Central, el cual, además,
facilita a Pdvsa una cantidad grande de liquidez monetaria, mes a mes, para que
esa empresa pueda financiar todo o parte de sus gastos operativos. Esa política
genera inflación. Una altísima inflación. De pasada, una cantidad importante de
empresas medianas y pequeñas no puede financiar los aumentos salariales y se ve
obligada a cerrar sus puertas, con lo cual la producción baja, disminuye la
cantidad de salarios que se pagan en el seno de la economía, y el problema se
agrava por todos lados. Frente a ello, la solución gubernamental es sencilla:
decretar periódicamente aumentos salariales, de modo que se calme el desespero
del momento, aun a costa de asegurar la repetición de todo este drama dentro de
uno o dos meses, o incluso de períodos de tiempo cada vez más breves.
Si no se puede, por alguna
razón, someter al drogadicto a una política seria de sanación, lo mejor es
darle su cuota de droga cada vez que la necesite. Si no es posible llevar
adelante una política global de contención de la inflación, es mejor dar y
recibir periódicamente los aumentos de salarios. Pero, ni en un caso ni en
otro, se soluciona el problema de fondo, sino que meramente se salva la
coyuntura, asegurando al mismo tiempo que ella se repetirá en iguales o mayores
dimensiones cuantitativas en plazos cada vez más breves.
La única solución definitiva
es llevar adelante una política antiinflacionaria que pase por eliminar el
déficit fiscal, impedir las emisiones alegres por parte del Banco Central y
unificar el mercado cambiario a una tasa realista y sostenible. Lo demás es
permanecer y sostener un círculo vicioso en que cada eslabón condiciona al
siguiente y éste a su vez, genera la reedición del eslabón primero
30-04-18
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