Por Carolina Gómez-Ávila
De lo que nos dicen los
expertos en transiciones democráticas, el objetivo de cualquier estrategia
opositora es lograr el quiebre de la cúpula dictatorial. Intentar que algunos
miembros de ella se rebelen y obliguen al resto a ceder el poder a través de
unas “elecciones libres y justas”, cuyas características están claramente
definidas por la Organización de las Naciones Unidas (y no incluyen partidos
políticos proscritos ni aspirantes inhabilitados).
Si se lograra la cesión del
poder “por la fuerza” o si se hiciera por medio de unas elecciones que no sean
libres y justas, no habrá habido una transición a la democracia sino un cambio
de mando de la dictadura
Por eso, como las convocadas
para el 20 de mayo no cumplen las condiciones establecidas por la ONU, el 21
estaremos en dictadura. Y si el 10 de enero de 2019 hubiera un traspaso de
banda presidencial, también. En cualquier caso, estaríamos ante un mandatario
sin legitimidad de origen; algo que la comunidad internacional valora más que
la legitimidad de ejercicio, por cierto.
Regresando a la aspiración de
una transición democrática, en septiembre pasado el experto politólogo John
Magdaleno explicó que, para lograrla, “la
oposición tiene que jugar una simultánea de ajedrez, en la que el tema
electoral es uno de 10 tableros” que deben atenderse “simultáneamente” y
“en sucesivas rondas”. Los enumeró como: opinión pública nacional, movilización
social, opinión pública internacional, organismos multilaterales, presidencias
y parlamentos de otros países, conversaciones entre empresarios opositores y
empresarios que se asocian a la coalición dominante, diálogo con chavismo
descontento y moderado, Iglesias, militares y procesos electorales. Me detengo
en esa suerte de ajedrez multinivel, porque las relecturas dan perspectiva y
pueden explicar o pedir algunos cambios de posición.
Parto de la conjetura de que
las sucesivas rondas permiten introducir o ajustar procedimientos utilizados en
las anteriores, siempre que sea posible y se juzgue conveniente. Cada nueva
oportunidad cobra sentido si se puede corregir la táctica de modo que aumenten
las opciones de éxito.
De los diez tableros
presentados por Magdaleno, tres estarían en el escenario internacional: uno
tiene que ver con los medios de comunicación extranjeros, otro con los
organismos multilaterales y un tercero con gobiernos de países específicos. Las
gestiones estarían dirigidas a sensibilizar sobre el caso venezolano de modo
que se produzcan nuevos respaldos y estos devengan en acciones que presionen a
los miembros de la cúpula para provocar el quiebre. Vale acotar que muchas de
estas acciones pueden no ser comprendidas por la población; la verdad es que
desconocemos la mayoría de los intereses y puntos débiles de los miembros de la
cúpula y podrían estar siendo atacados de maneras que parezcan descolgadas o
anodinas.
En estos escenarios se han
movido con especial énfasis los diputados de la Asamblea Nacional, pero en 2018
se han colado algunos extremistas para enturbiarlos pidiendo “injerencia
humanitaria” (expresión que no debe ser disimulada como “intervención humanitaria”,
“intervención internacional” para esconder que lo que se pide es una acción
armada en territorio nacional). Quienes piden esto, no advierten que la
“injerencia humanitaria” no derrocará al dictador, no promete solucionar la
situación de la población civil (sólo “aliviarla”) y no pone límites de tiempo
a la operación armada, por lo que podría durar muchos años.
Los otros ocho tableros que
plantea Magdaleno están dentro de nuestras fronteras y cuatro de ellos implican
a los Poderes Fácticos. Son los que atañen a la opinión pública nacional
(orientada por los medios de comunicación social), a los empresarios asociados
al Gobierno, a los militares y a las Iglesias. Pienso que no hemos logrado
nuestro objetivo porque ninguno de ellos está ayudando sino interfiriendo y
sugiero que no quieren transición a una democracia que no puedan controlar o
que quieren, ellos mismos, ser (o seguir siendo) Gobierno.
Un tablero que obtuvo mucha
atención en 2017 fue el del diálogo con la disidencia chavista. Hoy me parece
que los desmarcados de entonces no tenían ascendencia alguna sobre los miembros
de la cúpula ni liderazgo entre la población que la apoya. Lo peor es que han
servido para escarmiento puertas adentro. Sin capacidad de quebrar ni de
movilizar, es posible que lo que nos haya parecido disidencia apenas haya sido
parte de la clientela descontenta.
Los dos últimos están más
cercanos a la población: movilización social y procesos electorales. Esta
coincidencia me recuerda aquello de “calle y voto, voto y calle”. La
movilización social debe robustecer las nóminas de los partidos políticos, por
lo que también debería afianzar su compromiso con los métodos democráticos.
Pero en esta ronda se creó el Frente Amplio que abraza a los extremistas que
enturbiaron las manifestaciones de 2017, generando rechazo de un segmento
opositor. Tenemos muy fresca la historia, aún está llena de lágrimas y miedo
que “enfriaron la calle”, que empacaron unos pocos enseres personales con
destino incierto o se convirtieron en negativas a volver a manifestar. En
función del objetivo, contabilizo aquí a cantidad de militantes que perdieron
los partidos con más arraigo entre los jóvenes.
Cerrando la lista de esta
ronda nos enfrentamos a la huelga electoral; es decir, al abandono de uno de
los diez tableros citados por Magdaleno. Lo considero un error. Uno tan
peligroso que sólo por sorpresa podría ofrecer un beneficio a la causa que nos
une. Pero gracias a Magdaleno lo he puesto en perspectiva: es uno de diez, ni
más ni menos.
Durante la revisión, cada
quien habrá hecho su propio listado de errores y aciertos cometidos por la
Unidad en cada tablero y seguramente los ha acompañado de reproches de
distintos tonos. Mi lista está encabezada por la convicción de que, de entre
todos los errores que pueda cometer una coalición que se enfrenta a una
dictadura, el mayor y más grave es no permanecer monolítica.
Se acude a la convocatoria
electoral en unidad o se abandona en unidad. Si la Mesa de la Unidad
Democrática cometió un error atroz decidiendo hacer huelga electoral, Henri
Falcón ha cometido uno muchísimo peor y de más serias consecuencias decidiendo
ser un esquirol. Y a los rompehuelgas, es imposible apoyarlos.
12-05-18
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