Trino Márquez 04 de julio de 2018
@trinomarquezc
La
crisis global que afecta a Venezuela forma parte de las conversaciones
cotidianas de los venezolanos. Hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, hablan
del drama que viven, en el Metro, en las paradas de autobuses y busetas, en las
colas de los supermercados. En todos los espacios donde tienen oportunidad.
Algunos circuitos y emisoras radiales,
se convirtieron en altavoces de los
millones de venezolanos que padecen la hiperinflación en los alimentos, la
escases y los precios de vértigo de las medicinas, la pulverización de los
salarios, el deterioro de los servicios públicos y el empobrecimiento
generalizado. La ruina provocada por el
régimen ha sido ampliamente documentada
por distintas instituciones nacionales e investigadores particulares. The New
York Times en español y otros medios internacionales dedican amplios y detallados
reportajes a examinar aspectos particulares de la tragedia. La Academia de
Ciencias Económicas elabora informes trimestrales. El más reciente documento de
Cáritas constituye un libelo con denuncias inapelables acerca de la condición
miserable de los venezolanos. El ciudadano normal siente y habla del castigo
que los académicos y los medios de comunicación radiografían todos los días.
Ese
cuadro -que ha provocado la estampida más grande que se conozca de venezolanos
hacia el exterior y afecta seriamente a los países vecinos- no ha variado ni un
milímetro, a pesar de las sanciones y la enorme presión diplomática
internacional, y de las numerosas protestas internas. Durante lo que va de 2018, el Observatorio Venezolano de
Conflictividad Social ha contabilizado más de 5.500 manifestaciones en todo el país. Cada día registra los
reclamos en las calles por algún producto que escasea, por un precio que resulta inaccesible o
porque falta la electricidad, el transporte colectivo, la recolección de la
basura o el agua.
Según
algunos dirigentes políticos y analistas, el colapso generalizado es inducido
por Nicolás Maduro, quien lo estimula. Lo multiplica y profundiza porque a
medida que las penurias se ahondan, su poder se fortalece. La gente pasa a
depender cada vez más de las migajas que concede el gobierno a través de los
Clap, de los bonos que ocasionalmente reparte o de las distintas misiones que
operan. Al individuo aislado, debilitado y abatido resulta más fácil someter.
El gobierno luce invencible frente al ciudadano que lucha por sobrevivir en un
medio donde no hay posibilidades de emplearse, ganar un sueldo suficiente para
vivir con dignidad e independizarse. La descomposición generalizada, entonces,
seria producto de una siniestra conspiración preconcebida para dominar a los
venezolanos y convertirlos en esclavos de una banda de facinerosos, cuya única
meta consiste en mantenerse en el poder a toda costa.
No
tengo dudas de que, siguiendo las enseñanzas de sus maestros cubanos y rusos,
algo de esto resulta cierto. Tanta estulticia no puede ser obra del azar. Los
maduristas no quieren aprender ni siquiera de Evo Morales, quien conserva la
presidencia gracias a que su liderazgo caudillista, se levanta sobre una sólida
plataforma de éxitos económicos. Incluso los cubanos muestran mejores resultados
en educación, salud y seguridad pública. La destrucción sistemática del país se
debe a la telaraña ideológica en la que vive ese sector de la izquierda
militarista. A su atraso teórico. A su infinita ignorancia. Y, desde luego, a
su psicopatía. Son misántropos: figuras que por alguna razón recóndita odian a
la humanidad. Es el caso de Delcy Rodríguez, quien convirtió sus deseos de
venganza en la llama incandescente que la motoriza.
Sin
embargo, el veneno que despiden esos seres sería menos letal si el costo
político de incurrir en tantos desaciertos fuera mayor. Si destruir la nación,
como están haciéndolo, les significara que podrían salir eyectados de
Miraflores, seguramente se cuidarían más. Serían más comedidos en sus acciones.
Reflexionarían antes de cometer las barbaridades y excesos que cometen.
Los
responsables fundamentales de la demolición del país, no hay duda, son Nicolás
Maduro y sus colaboradores. Los militares constituyen una pieza clave en ese
entramado. Pero, sin la colaboración tácita, por omisión, de la dirigencia
opositora, esa labor de exterminio no podría llevarse a cabo. Habría un
contrapeso.
Nos
corresponde tomar plena conciencia de que para detener esa fuerza destructora
que día tras día acaba con la democracia y con
cada empleo, cada empresa, cada servicio público, cada institución
educativa u hospitalaria, hay que contar con una dirección política que
aparezca como opción de triunfo frente a la barbarie. Mientras la dirigencia
aparezca atomizada y confundida, el madurismo seguirá devastando a la nación y no servirán de nada ni la presión interna,
ni la internacional.
Constituir
esa dirección unitaria y esclarecida constituye una responsabilidad exclusiva
nuestra. A ningún agente externo se le puede atribuir la culpa de que no
exista.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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