Emilio Nouel V 30 de junio de 2018
Las
relaciones políticas y económicas de los países que integran el hemisferio
americano han estado marcadas por encuentros y desencuentros a lo largo de los
dos últimos siglos de vida independiente. Convergencias y pugnas, rivalidades y
alianzas, debates enconados y consensos, entendimientos e incomprensiones, han
caracterizado la dinámica de vínculos e intercambio en las Américas.
Los
intentos fallidos y/o incompletos de integración y cooperación, impulsados
durante ese largo recorrido, son la secuela, sobre todo, de las ideas que han
inspirado a los hombres públicos del continente, más allá de los factores
estructurales que condicionan nuestras sociedades.
La
influencia de las ideologías y creencias sobre quienes inducen el curso que
toman los acontecimientos sociales y generan los cambios políticos y
económicos, es una verdad incontestable en todo tiempo y lugar; no hacen falta
mayores demostraciones empíricas de ello.
Karl
Popper, en su libro Conjeturas y Refutaciones, escribió que el poder de las
ideas, en especial, las morales y religiosas, es tan importante como el de los
recursos materiales. En el siglo XIX, el escritor Víctor Hugo ya había afirmado
algo parecido: “más que las locomotoras, las ideas son las que llevan y
arrastran el mundo”.
Y en
el campo económico, John Maynard Keynes afirmó que las ideas de los economistas
y los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están
equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se piensa.
Así,
el hombre, en su afán de diseñar modelos de sociedades, imaginar utopías,
edificar estructuras políticas, ejecutar programas políticos o justificar
intereses colectivos, de grupos o individuales, provisto de diversas visiones
sobre la vida y el mundo, ha perseguido con pasión sus objetivos de
transformación de la realidad a lo largo de la historia.
Sabemos
que Platón fue un filósofo involucrado en los asuntos políticos de su tiempo;
no pudo evitar la tentación de llevar a la práctica su doctrina sobre el
gobierno. Lo testimonian los tres viajes que hizo a Siracusa con el propósito
de convertirse en consejero de reyes.
Las
ideologías y el cuerpo de creencias diversas surgidas en el devenir social
constituyen el acervo intelectual del que el hombre se ha nutrido para acometer
sus ejecutorias públicas o privadas. A los policy-makers aquellas le han
servido para delinear su hoja de ruta y estrategias hacia el objetivo fijado.
El
hemisferio americano no ha sido la excepción en tal sentido.
Desde
una perspectiva histórica, nuestro continente ha ofrecido un vasto espacio para
la promoción y concreción de las que provienen del mundo occidental al que
pertenece, pero también es vivero primigenio de algunas propias.
El
liberalismo, el positivismo, el marxismo, la socialdemocracia y la doctrina
social de la iglesia católica, en sus distintas versiones, son las doctrinas
que han tenido más adeptos entre nuestros políticos y pensadores.
Durante
las últimas centurias, estas grandes corrientes políticas, el pensamiento de
filósofos, escritores, científicos y hombres de acción, han servido de fuente
de inspiración. Desde el Siglo de las Luces, pasando por los convulsionados
siglos XIX y XX, hasta nuestros días, esa producción intelectual ha marcado el
comportamiento de los líderes al frente de los asuntos públicos, incluido el
que atañe a las relaciones internacionales.
De
modo que cuando analizamos los resultados, tanto los éxitos como los fracasos
que se han alcanzado en materia de integración y cooperación en nuestro
hemisferio, es forzoso remitirse a tal acervo ideológico.
Sólo
así comprenderemos lo que ha sucedido, porqué estamos donde estamos, y cómo
podremos enfrentar los desafíos del futuro.
Las
realidades de la actual interdependencia global, particularmente sus
complejidades, demandan de las sociedades modernas un esfuerzo en el sentido de
afinar con la mayor precisión posible los medios para alcanzar el éxito que los
ciudadanos están ávidos de lograr.
El
debate entre ideologías sigue presente. Incluso, ideologías que algunos llaman
mortíferas, pugnan por imponerse en el mundo de hoy. En la discusión sobre los
proyectos de integración hemisférica y global se sigue insistiendo en ideas que
han demostrado haber perdido vigencia, cuando no, su nocividad.
De
allí que los objetivos de amplio bienestar económico y plenitud y vigencia de
las libertades democráticas deberían ser los motores que impulsen el encuentro
integrador y vigoroso de los países de nuestro hemisferio.
EMILIO
NOUEL V.
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