Por Fernando Pereira
En estos días me tocó hacer
una diligencia en La Candelaria por lo que decidí tomar el Metro. Cuando llegué
a la estación de Chacaíto vi una señora embarazada que llevaba de la mano
un niño de unos 3 años de edad. Fui testigo del esfuerzo que debió hacer
para bajar por la escalera con su barriga a cuestas y el hijo pequeño
pues la escalera mecánica permanece dañada desde hace tiempo.
Atravesamos los torniquetes
liberados y volví a ser testigo de la nueva travesía bajando las escaleras a
trompicones. El andén estaba colapsado fruto de un retraso en la frecuencia de
los trenes. Me ubiqué detrás de ellos en una de las colas menos largas. Presencié
los primeros indicios del cansancio del pequeño.
Llegó el tren, se abrió el
vagón, se formó un remolino de quienes salían y quienes trataban de entrar
primero. Sin tomar consciencia estábamos dentro. Los hombres que venían
detrás nos empujaron con tal fuerza que nos fuimos a estrellar contra las
espaldas de quienes estaban delante. El aire se llenó de quejas de
improperios. El llanto del niño brotó incontenible. “Cuidado que hay un niño
pequeño”, la solidaridad se hizo voz de mujer.
“¿Quién los manda agarrar el
metro?”, rezongó un hombre con cara de pocos amigos y con aire de sentirse
dueño de ese territorio. El niño apretujado y sofocado seguía llorando y
manoteando. La madre le dio una palmadita mientras le increpaba. El llanto
subió los decibeles. La gente alrededor fruncía el ceño en señal de una molestia
que se vuelve una aspereza convertida en una segunda piel que se arrastra desde
la casa, la calle, el trabajo con forma de escasez, reconversión, falta de
efectivo…
Vagones convertidos en
trampas de erizos humanos llenos de pinchos prestos a atacar. Solo algunas
abuelas y madres alrededor mostraban su preocupación. “Abanícalo” “¿No hay un
caballero que le de el puesto a una señora embarazada con un niño pequeño?”
Mientras hombres jóvenes en sus asientos miraban a otro lado o se hacían los
dormidos.
Pensé qué pasaría si se
presenta una emergencia de las que se han hecho más frecuentes por
desperfectos, fallas eléctricas o un apagón. ¿Cómo se protege la vida de los
niños y embarazadas en esos momentos? y ¿cómo se prioriza su atención en una
evacuación? No he encontrado la respuesta a las interrogantes sino más
episodios que aumentan el tenor de la preocupación al poder leer las
informaciones de niños de distintas edades que han sido desalojados de las
distintas líneas del Metro en los últimos meses.
Quienes conocemos el Metro
desde su fundación recordamos las campañas por parlantes, las
informaciones sobre cómo entrar, salir, caminar por las estaciones, ceder el
puesto a embarazadas, adultos mayores… ¿Coexistir pasó de moda?, ¿hay que
esperar que ocurra una tragedia para comenzar una investigación y comenzar a
tomar medidas?
Sabemos que el Metro de
hoy está colapsado, funciona con déficit de personal, fallas en su
mantenimiento; pero es fundamental proteger a quienes lo necesitan. Es su derecho
ciudadano a no transitar en “una jungla donde impera la ley del más fuerte”.
“A lo mejor esto cambia,
¿verdad? Esa es una expresión de Sofía (8 años de edad) que vive
en Maracaibo. Por la intermitencia con la que se presta el servicio eléctrico
allí, tuvo que recibir a oscuras los regalos de Navidad. Otro bajón le
arruinó su fiesta de fin de año escolar en julio. Harta, voluntariamente decidió
hacer un video para contarle —y mostrarle— al mundo qué significa no tener
luz en una ciudad que hierve.
La periodista Sheyla
Urdaneta se vuelve cómplice de Sofía para compartir las vicisitudes de una
niña 8 años de edad. ¿Es qué los niños no se dan cuenta de lo que pasa?, ¿es
que nos los afecta la crisis de los servicios públicos de agua, luz,
transporte, gas, Internet?
La Vida de Nos y Cecodap se
han aliado para desarrollar la serie Los hijos de la crisis documentando cómo
los niños crecen viendo mermadas sus posibilidades en la Venezuela de hoy.
“—Nunca pensé que se iba a
ir a la luz. ¿Quién puede pensar en eso? Quiero que todo vuelva a ser como
antes. Que mi mamá y yo volvamos al cine, que podamos pasar el tiempo juntas.
Hacer compras, ver películas, reírnos, hacer chistes. Muchas cosas. Pero hay
tantas cosas que han cambiado. ¿A lo mejor esto cambia, verdad? Yo quiero que
todo cambie hoy, ya, rápido, rapidísimo. Yo quiero dormirme y despertarme, y
que ya todo haya cambiado”.
Sofía es niña y los niños, siempre, tienen esperanza. Es nuestro deber devolverles a los niños de Venezuela el aire, la luz y la esperanza.
Invito a leer la historia completa en www.lavidadenos.com
30-08-18
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