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viernes, 31 de agosto de 2018

Creciendo sin aire y sin luz por @CECODAP @FERNANPEREIRAV



Por Fernando Pereira


En estos días me tocó hacer una diligencia en La Candelaria por lo que decidí tomar el Metro. Cuando llegué a la estación de Chacaíto vi una señora embarazada que llevaba de la mano un niño de unos 3 años de edad. Fui testigo del esfuerzo que debió hacer para bajar por la escalera con su barriga a cuestas y el hijo pequeño pues la escalera mecánica permanece dañada desde hace tiempo.

Atravesamos los torniquetes liberados y volví a ser testigo de la nueva travesía bajando las escaleras a trompicones. El andén estaba colapsado fruto de un retraso en la frecuencia de los trenes. Me ubiqué detrás de ellos en una de las colas menos largas. Presencié los primeros indicios del cansancio del pequeño.

Llegó el tren, se abrió el vagón, se formó un remolino de quienes salían y quienes trataban de entrar primero. Sin tomar consciencia estábamos dentro. Los hombres que venían detrás nos empujaron con tal fuerza que nos fuimos a estrellar contra las espaldas de quienes estaban delante. El aire se llenó de quejas de improperios. El llanto del niño brotó incontenible. “Cuidado que hay un niño pequeño”, la solidaridad se hizo voz de mujer.

“¿Quién los manda agarrar el metro?”, rezongó un hombre con cara de pocos amigos y con aire de sentirse dueño de ese territorio. El niño apretujado y sofocado seguía llorando y manoteando. La madre le dio una palmadita mientras le increpaba. El llanto subió los decibeles. La gente alrededor fruncía el ceño en señal de una molestia que se vuelve una aspereza convertida en una segunda piel que se arrastra desde la casa, la calle, el trabajo con forma de escasez, reconversión, falta de efectivo…


Vagones convertidos en trampas de erizos humanos llenos de pinchos prestos a atacar. Solo algunas abuelas y madres alrededor mostraban su preocupación. “Abanícalo” “¿No hay un caballero que le de el puesto a una señora embarazada con un niño pequeño?” Mientras hombres jóvenes en sus asientos miraban a otro lado o se hacían los dormidos.

Pensé qué pasaría si se presenta una emergencia de las que se han hecho más frecuentes por desperfectos, fallas eléctricas o un apagón. ¿Cómo se protege la vida de los niños y embarazadas en esos momentos? y ¿cómo se prioriza su atención en una evacuación? No he encontrado la respuesta a las interrogantes sino más episodios que aumentan el tenor de la preocupación al poder leer las informaciones de niños de distintas edades que han sido desalojados de las distintas líneas del Metro en los últimos meses.

Quienes conocemos el Metro desde su fundación recordamos las campañas por parlantes, las informaciones sobre cómo entrar, salir, caminar por las estaciones, ceder el puesto a embarazadas, adultos mayores… ¿Coexistir pasó de moda?, ¿hay que esperar que ocurra una tragedia para comenzar una investigación y comenzar a tomar medidas?

Sabemos que el Metro de hoy está colapsado, funciona con déficit de personal, fallas en su mantenimiento; pero es fundamental proteger a quienes lo necesitan. Es su derecho ciudadano a no transitar en “una jungla donde impera la ley del más fuerte”.

“A lo mejor esto cambia, ¿verdad? Esa es una expresión de Sofía (8 años de edad) que vive en Maracaibo. Por la intermitencia con la que se presta el servicio eléctrico allí, tuvo que recibir a oscuras los regalos de Navidad. Otro bajón le arruinó su fiesta de fin de año escolar en julio. Harta, voluntariamente decidió hacer un video para contarle —y mostrarle— al mundo qué significa no tener luz en una ciudad que hierve.

La periodista Sheyla Urdaneta se vuelve cómplice de Sofía para compartir las vicisitudes de una niña 8 años de edad. ¿Es qué los niños no se dan cuenta de lo que pasa?, ¿es que nos los afecta la crisis de los servicios públicos de agua, luz, transporte, gas, Internet?

La Vida de Nos y Cecodap se han aliado para desarrollar la serie Los hijos de la crisis documentando cómo los niños crecen viendo mermadas sus posibilidades en la Venezuela de hoy.

“—Nunca pensé que se iba a ir a la luz. ¿Quién puede pensar en eso? Quiero que todo vuelva a ser como antes. Que mi mamá y yo volvamos al cine, que podamos pasar el tiempo juntas. Hacer compras, ver películas, reírnos, hacer chistes. Muchas cosas. Pero hay tantas cosas que han cambiado. ¿A lo mejor esto cambia, verdad? Yo quiero que todo cambie hoy, ya, rápido, rapidísimo. Yo quiero dormirme y despertarme, y que ya todo haya cambiado”.

Sofía es niña y los niños, siempre, tienen esperanza. Es nuestro deber devolverles a los niños de Venezuela el aire, la luz y la esperanza.

Invito a leer la historia completa en www.lavidadenos.com

30-08-18




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