Francisco Fernández-Carvajal 23 de agosto de 2018
— El
encuentro con Jesús.
— El
elogio del Señor. La virtud de la sinceridad.
—
Sinceridad con Dios, en la dirección espiritual, en la convivencia con los
demás. La virtud de la sencillez.
I. Al
Apóstol Bartolomé lo identifica la tradición con Natanael, aquel amigo de
Felipe a quien este comunicó lleno de gozo su encuentro con Jesús, con estas
palabras: Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés en la
Ley, y los Profetas: Jesús de Nazareth, el hijo de José1.
Natanael, como todo buen israelita, sabía que el Mesías debía venir de Belén,
del pueblo de David2.
Así lo había anunciado el Profeta Miqueas: Y tú, Belén, no eres
ciertamente la menor entre las principales ciudades de judá; pues de ti saldrá
un jefe que apacentará a mi pueblo, Israel3.
Por eso quizá contesta con cierto tono despectivo: ¿Acaso puede salir
algo bueno de Nazareth? Y Felipe, sin confiar demasiado en sus propias
explicaciones, le invitó a acercarse personalmente al Maestro: Ven y
verás, le dice. Felipe sabía bien, como nosotros, que Cristo no defrauda a
nadie. Jesús mismo «llamó a Natanael por medio de Felipe, como llamó a Pedro
por medio de su hermano Andrés. Esta es la manera de obrar de la divina
Providencia, que nos llama y nos conduce por medio de otros. Dios no quiere
trabajar solo; su sabiduría y bondad quieren que también nosotros participemos
en la creación y orden de las cosas»4.
¡Cuántas veces nosotros mismos vamos a ser instrumentos para que nuestros
amigos o familiares reciban la llamada del Señor! ¡A cuántos, como Felipe, les
hemos dicho ven y verás!
Natanael,
hombre sincero, acompañó a Felipe hasta Jesús... y quedó deslumbrado. El
Maestro ganó su fidelidad para siempre. Al verlo llegar acompañado de Felipe,
le dijo: ¡He aquí un verdadero israelita en quien no hay doblez ni
engaño! ¡Qué gran elogio! Natanael quedó sorprendido, y
preguntó: ¿De qué me conoces? Y el Señor le responde con unas
palabras misteriosas para nosotros, pero que debieron ser muy claras y
luminosas para él: Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas
debajo de la higuera, yo te vi.
Al oír
a Jesús, Natanael entendió con claridad. Las palabras del Señor le recordaron
algún suceso íntimo, tal vez la resolución de un propósito decidido, y le
hicieron pronunciar una emocionada confesión explícita de fe en Jesús como
Mesías y como Hijo de Dios: Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el
Rey de Israel. Y el Señor le dice y le promete: ¿Porque te he dicho
que te vi bajo la higuera crees? Cosas mayores verás. Y evocó Jesús con
cierta solemnidad un texto del Profeta Daniel5 para
confirmar y dar mayor hondura a las palabras que terminaba de pronunciar el
nuevo discípulo: En verdad, en verdad os digo que veréis el cielo
abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar en torno al Hijo del Hombre.
II. En
el elogio de Jesús a Natanael se descubre la atracción que una persona sincera
produce en el Corazón de Cristo. El Maestro dice del nuevo discípulo que en
él no hay doblez ni engaño: es un hombre sin falsía. No tiene «como
dos corazones y dos dobleces en el corazón, uno para las verdades y otro para
las mentiras»6. Esto mismo se ha de decir de cada uno de nosotros, porque
seamos hombres y mujeres íntegros, que procuran vivir con coherencia la fe que
profesamos. El mentiroso, el que tiene un ánimo doble, el que actúa con poca
claridad, suena siempre a campana rota: «Leías en aquel diccionario los
sinónimos de insincero: “ambiguo, ladino, disimulado, taimado, astuto”...
Cerraste el libro, mientras pedías al Señor que nunca pudiesen aplicarte esos
calificativos, y te propusiste afinar aún más en esta virtud sobrenatural y
humana de la sinceridad»7.
Esta
virtud es fundamental para seguir a Cristo, pues Él es la Verdad divina8 y
aborrece todo engaño. Hasta sus mismos enemigos tendrán que reconocer el amor
de Cristo por la verdad: Maestro le dirán en una ocasión, sabemos
que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que
te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias9.
Y nos enseña que las manifestaciones de las propias ideas o pensamientos han de
hacerse según verdad: Sea, pues, vuestro modo de hablar: sí, sí, o no,
no; que lo que pasa de esto, de mal principio proviene10.
El demonio, por el contrario, es el padre de la mentira11,
pues intenta siempre llevar a los hombres al mayor engaño, que es el pecado. El
mismo Jesús, que se muestra siempre comprensivo y misericordioso con todas las
flaquezas humanas, lanza durísimas condenas contra la hipocresía de los
fariseos. Por eso nos imaginamos también la alegría que le produjo el encuentro
con Natanael.
La
verdad nos da la auténtica libertad. Esta frase evangélica establece una
estrecha relación entre la verdad y la libertad12.
«Jesucristo sale al encuentro del hombre de toda época, también de la nuestra,
con las mismas palabras: Conoceréis la verdad, y la verdad os hará
libres(Jn 8, 32). Estas palabras encierran una verdad
fundamental y al mismo tiempo una advertencia: la exigencia de una relación
honesta con respecto a la verdad, como una condición de auténtica libertad»13.
Esa libertad interior que nos permite movernos siempre con la soltura y la
alegría propias de los hijos de Dios. No tengamos nunca miedo a la verdad,
aunque parezca en alguna ocasión que el ser veraces nos acarrea un mal, que
podría evitarse con una mentira. De la verdad no puede nacer más que bien.
Nunca vale la pena mentir: ni por obtener un gran beneficio económico que dependiera
solo de una mentira pequeña, ni por librarnos de un castigo o de un mal rato.
III.
Hemos de ser veraces y sinceros en la vida corriente, en nuestras relaciones
con los demás: sin esta virtud, se hace difícil o imposible la convivencia14.
«Fuera de la verdad, la existencia humana acaba oscureciéndose y, casi
insensiblemente, se entenebrece en el error y puede llegar a falsearse a sí
mismo y su vida prefiriendo el mal al bien»15.
De modo particular hemos de ser veraces y sinceros en el trato con Dios, para
dirigirnos a Él «sin anonimato», sin querernos ocultar, con la alegría y la
confianza con que un buen hijo se conduce delante del mejor de los padres. Esta
virtud es particularmente necesaria en la dirección espiritual: hemos de
aprender a dar a conocer la intimidad del alma a quienes, en nombre del Señor,
nos ayudan a encaminar nuestros pasos hacia el Cielo. En la Confesión, la
sinceridad es tan importante que si el hombre no reconoce su culpa, no puede
recibir la gracia: no es, pues, solo la actitud ante una persona, el confesor,
sino ante el mismo Dios. La postura contraria el disimulo, el engaño, el callar
sería tan estéril en orden a los frutos que deseamos obtener, como la del que
«acudiendo a la consulta del médico para ser curado, perdiera el juicio y la
conciencia de a qué ha ido, y mostrase los miembros sanos ocultando los
enfermos. Dios sigue San Agustín es quien debe vendar las heridas, no tú;
porque si tú, por vergüenza, quieres ocultarlas con vendajes, no te curará el
médico. Has de dejar que sea el médico el que te cure y vende las heridas,
porque él las cubre con medicamento. Mientras que con el vendaje del médico las
llagas se curan, con el vendaje del enfermo se ocultan. ¿Y a quién pretendes
ocultarlas? Al que conoce todas las cosas»16.
Si somos sinceros, nuestros mismos pecados serán motivo para que nos unamos más
íntimamente a Dios.
Muy
relacionada con la sinceridad está otra virtud, que podemos admirar hoy en San
Bartolomé: la sencillez, que es consecuencia necesaria de un corazón que busca
a Dios. A esta virtud se oponen la afectación en el decir y en el obrar, el
deseo de llamar la atención, la pedantería, el aire de suficiencia, la
jactancia..., faltas que dificultan la unión con Cristo, el seguirle de cerca,
y que crea barreras, a veces insalvables, para ayudar a los demás a que se
acerquen a Jesús. El alma sencilla no se enreda ni se complica inútilmente por
dentro: se dirige derechamente a Dios, a través de todos los sucesos buenos o
malos que ocurren a su alrededor. Junto a la sinceridad, la naturalidad y la
sencillez constituyen otras «dos maravillosas virtudes humanas, que hacen al
hombre capaz de recibir el mensaje de Cristo. Y, al contrario, todo lo
enmarañado, lo complicado, las vueltas y revueltas en torno a uno mismo,
construyen un muro que impide con frecuencia oír la voz del Señor»17.
Pidamos
hoy a San Bartolomé que nos alcance del Señor esas virtudes, que tanto le
agradan a Él y que tan necesarias son para la oración, la amistad, la
convivencia y el apostolado. Pidamos a Nuestra Señora andar por la vida sin
dobleces, con sinceridad y sencillez: «“Tota pulchra es Maria, et macula
originalis non est in te!” ¡toda hermosa eres, María, y no hay en ti mancha
original!, canta la liturgia alborozada. No hay en Ella ni la menor sombra de
doblez: ¡a diario ruego a Nuestra Madre que sepamos abrir el alma en la
dirección espiritual, para que la luz de la gracia ilumine toda nuestra
conducta!
»María
nos obtendrá la valentía de la sinceridad, para que nos alleguemos más a la
Trinidad Beatísima, si así se lo suplicamos»18.
San Bartolomé será hoy nuestro principal intercesor ante Nuestra Señora.
1 Jn 1,
45. —
2 Cfr. San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Juan,
20, 1. —
3 Miq 5,
2. —
4 O.
Hophan, Los Apóstoles, p. 176. —
5 Dan 7,
13. —
6 San
Agustín Comentario al Evangelio de San Juan, 78, 7, 16.
—
7 San
Josemaría Escrivá Surco, n. 337. —
8 Cfr. Jn 14,
6. —
9 Mt 22,
16. —
12 Cfr. Conferencia
Episcopal Española, Instr. Past. La verdad os hará libres,
20-XI-1990, n. 38. —
13 Juan
Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 4-III-1979, 12. —
14 Cfr. Santo
Tomás, Sobre los Mandamientos, en Escritos de
catequesis, Rialp, Madrid 1975, p. 281. —
15 Conferencia
Episcopal Española, loc. cit., n. 37 —
16 San
Agustín, Comentario al Salmo 31. —
17 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 90. —
18 ídem, Surco,
n. 339.
*Bartolomé
-o Natanael, como le llama a veces el Santo Evangelio- fue uno de los Doce. Era
natural de Caná de Galilea y amigo del Apóstol Felipe, quien le llevó hasta
Jesús en la región del Jordán. De él hizo Jesús esta gran alabanza: He
aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño. Según la Tradición, predicó
la fe en Arabia y Armenia, donde murió mártir.
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