Por Margarita López Maya
El pasado 17 de agosto
presenciamos en cadena nacional a Nicolás Maduro dirigiéndose al país para
informarnos sobre su propuesta para enfrentar, ahora si con definitivo
éxito, la guerra económica, el imperialismo y DolarToday. Se trata, como
nuevamente nos repitió, de los archienemigos de la patria, que han venido
desarrollando sin cuartel, acciones criminales sin precedentes sobre la
revolución socialista chavista, que él preside. Ya entrada la
noche y rodeado de un gabinete, que seguramente pasará a la historia nacional
por su mezcla de hipocresía, cinismo e ignorancia, Maduro puso en escena un
acto extraño, estrafalario.
Mientras desarrollaba con
aparente coherencia una argumentación totalmente absurda y fantasiosa, no pude
menos de recordar el Estado Mágico, obra con que Fernando Coronil logró de la
mejor manera caracterizar los delirios, unos tras otros, de nuestros actores
políticos en la era de la economía rentística petrolera. Pero con Maduro no se
trata ya de un Petroestado en su apoteosis, como les correspondió a los
gobiernos de Carlos Andrés Pérez 1 y Hugo Chávez 1 y 2, sino de un patético
declive del Petroestado, presidido por unos sucesores del comandante
eterno, que pasean sin control ni rubor, y sin asidero en la realidad, un
pensamiento mágico, desde el cual prometen, ahora sí, llevarnos a la
felicidad revolucionaria y socialista. Este plan que dibujó será un ejemplo
para el mundo, eso dijo y no lo dudo, pero no como él piensa, sino por lo
contrario.
En uso de una gestualidad
ridícula, con la que pretendió demostrar su absoluta convicción sobre el plan
que presentó, así como la energía con la que lo desarrollará en los próximos
días, Maduro reiteró una y otra vez la idea fija de que todo se debe a la
guerra económica, las fuerzas del mal representadas en el imperialismo, el
gobierno de Colombia, y el criminal DolarToday, para finalmente arrodillarse a
escondidas al tan criminalizado mercado y a la tasa del dólar negro que él
sostiene es fijado en Cúcuta. Quitando tanto matorral en la verborrea, el plan
se reduce principalmente a poner a flotar el bolívar, comenzando por la tasa de
ese día en el mercado negro, 6 millones de bolívares fuertes por dólar, y crear
un sistema monetario anclado en el inefable Petro, una moneda fantasma
inventada por los asesores de Maduro, supuestamente sostenida por el precio del
barril petrolero venezolano -cuya producción está en caída libre- y, lo peor,
por la inexistente credibilidad del gobierno, o de la economía venezolana.
Saquen la cuenta del pronóstico de este nuevo plan. Como compensación, entre
otras promesas, Maduro se comprometió personalmente -el yo fue siempre su
manera de encarar la acción de gobierno- a subir en más de treinta veces el
salario mínimo, pagar por tres meses la nómina de la pequeña y mediana
industria y otras dádivas que nadie sabe de dónde va a sacar el dinero, cuando
exoneró en días pasados a PDVSA y a las empresas mixtas de pagar el ISLR, lo
que ni remotamente será compensado por el incremento del IVA y otros inventos.
Los economistas entre la noche del 17 y los días siguientes dieron un buen
resumen de los deslates del plan en el terreno económico.
Detona el malestar popular
en un vacío de liderazgo político
En las horas siguientes al
anuncio el país pareció moverse entre la perplejidad, el temor y la
indignación. Ávidos de comprensión después del catinflérico discurso, la gente
se apresuraba a entrar en redes sociales, al mundo virtual, buscando claves
para saber a qué atenerse, los que no podían, discutían en la calle, llamaban a
amigos y familiares, y casi todos los que podían se dispusieron a hacer compras
nerviosas de productos necesarios para aguantar la suspensión de actividades
económicas y laborales ordenado por el gobierno para proceder a la
convertibilidad monetaria decretada para el día 20.
Percibí que a medida que
pasaban las horas, una ola de indignación moral se fue adueñando de la
atmósfera virtual y real del país. Actores sociales y políticos de vocación
democrática, de manera individual y sin coordinación entre ellos, fueron dando
declaraciones, algunas bastante acertadas. Sin embargo, en su fragmentación,
reflejaron una vez más su debilidad de respuesta ante acciones que se veían
venir, dejando en orfandad política a la población.
En estas horas donde se
asoma una oportunidad política favorable al cambio pacífico, los partidos y sus
dirigentes parecieran no lograr ponerse de acuerdo en qué hacer.
De acuerdo con las noticias
más recientes, la Mesa de Unidad Democrática ha desaparecido. Acción
Democrática se retiró y los partidos de mayor caudal electoral restante,
reducidos a un G3, se reúnen, pero sólo logran consensos de poca importancia
ante la gravedad de la situación actual. Los pequeños partidos nunca tuvieron
demasiada voz y voto ahí. Mucho se argumenta que fue la MUD una plataforma con
propósitos electorales y al ser esta herramienta democrática, las elecciones,
bloqueada por la dictadura, no han podido los partidos encontrar consensos para
crear una nueva estrategia compartida. Menos aún han podido acordar un liderazgo
individual o colegiado, que sirva de conducción política a la más compleja y
difícil lucha contra el régimen, que ya se quitó el maquillaje de autoritarismo
competitivo que tuvo en sus primeros años de gobierno. Un gobierno como el de
Maduro no es derrotable sin una coalición política robusta, firme e inteligente
en sus estrategias y tácticas.
Con la dispersa información
sobre el Frente Amplio Venezuela Libre (FAVL), la situación tampoco se ve
buena. Constituida en marzo por actores políticos y sociales, e instituciones
como la Conferencia Episcopal Venezolana y algunas universidades, levantó en
ese momento grandes expectativas. Pero muy pronto el optimismo se desinfló, al
parecer por la incapacidad de sus promotores de establecer unas reglas claras
de convivencia entre ellos para la toma de decisiones en cuanto a agenda,
estrategias y tácticas de acción. Tampoco, al igual que la MUD, logran resolver
un problema que hoy se ha convertido en central y clave para aprovechar la
coyuntura: ¿cómo se elige desde su seno una estructura de conducción política
que inspire honestidad, profesionalismo, instinto político y armonía entre
ellos? El FAVL no termina de tener una cabeza visible, prestándose a toda clase
de incertidumbres y, sobre todo, se convierte en algo irrelevante cuando más se
necesita. Al igual que la MUD promueve actividades, como la importante consulta
que se desarrolla desde hace semanas con relación a la viabilidad de una huelga
general, pero sin cabeza visible y reglas internas claras entre las diversas
fuerzas políticas y sociales que allí tienen un espacio de encuentro, no puede
serle útil a la muy necesitada de conducción población venezolana.
La coyuntura abierta por el
plan de Maduro
Desde hace ya semanas la
política de la calle se ha venido caldeando. No sólo porque las penurias
socioeconómicas producen diariamente protestas espontáneas y/o débilmente
conducidas, como porque a ellas se han venido agregando luchas organizadas y en
creciente articulación como las del sector salud, con la firme conducción de
las enfermeras, las cuales se vienen sincronizando con sectores petroleros
organizados, así como eléctricos. En el FAVL se dan cita también otros
sindicatos, que vienen fortaleciendo sus organizaciones y coordinándose para
una huelga general, a la cual, con acierto, no se la había puesto fecha,
esperando tener la organización y fuerza necesaria para acometerla con éxito.
Con el plan escalofriante
presentado por Maduro el 17A, se abre una ventana de oportunidades políticas,
que acelera los tiempos para la acción colectiva al crear más condiciones para
la movilización unitaria de todos los afectados por el supuesto plan
socialista. Con este plan subió a una nueva escala de destrucción del aparato
productivo y del tejido social el modelo revolucionario. Es fértil la
tierra ahora para encadenar los innumerables agravios de actores organizados y
de la ciudadanía en un sólido frente nacional, capaz de tener la fuerza
suficiente para obligar a un cambio de políticas, que sólo pareciera viable a
través de un cambio político.
Este frente nacional,
factible hoy a la luz del estrepitoso fracaso del proyecto socialista chavista
y madurista del siglo XXI, clama por una dirección política que aún se muestra
embrionaria. Lo que percibimos es un conjunto de partidos políticos diezmados y
debilitados, con dirigentes perseguidos, exiliados, encarcelados o simplemente
desorientados, poco capaces de evaluar la gravedad de la situación y deponer
los objetivos secundarios y/o particulares que tienen, para hacer fuerza en conjunto
y ponerse al frente de una estrategia de lucha sostenida y coherente.
En mi criterio, luce
improbable que surja un liderazgo individual del archipiélago político que hoy
constituye el sistema de partidos que dicen luchar por la democracia en Venezuela.
Tienen ya años sus líderes expresando diagnósticos y aspiraciones disímiles e
incompatibles, dándose codazos, leyendo encuestas para arrogarse una
popularidad que es escurridiza e inestable. Unas elecciones para escoger al tal
líder, luce poco viable por lo costoso en tiempo y dinero ante la urgencia de
la situación.
Una conducción política
colectiva, estrictamente de representantes de partidos, aunque más oportuna y
deseable, tampoco pareciera factible por las divisiones, fragmentaciones y
desconfianzas mutuas que hoy evidencian. Pero, también, porque como resultado
de un complejo de factores, no todos acarreables a ellos mismos, han perdido
mucho el favor y la confianza de la población.
Es nuestro actual desafío
como venezolanos, entonces, pensar en una conducción política colectiva de
manera más creativa y novedosa, que sea capaz de recuperar la confianza de la
población. Tendría que ser percibida como responsable, honesta y profesional,
que proyecte en su conducta y acción los primeros trazos de lo que imaginemos
debiera ser un gobierno de unidad nacional para salir de la crisis atroz.
Al país le urge una
conducción política unitaria, coherente, que proyecte respeto. Que pueda en su
seno representar los variados intereses políticos y sociales de la población,
hoy desasistida y enferma. Un interlocutor responsable ante el gobierno, y que
comprenda, sea sensible y ponga por delante en su discurso el sufrimiento de la
mayoría del país. Que quienes formen parte de ella se relacionen entre sí con
armonía, y que sean capaces de aceptar a uno de ellos, si fuese necesario, como
líder de la coyuntura.
Pienso que una conducción
política con estos rasgos debiera ser escogida entre figuras públicas y no como
representantes de organizaciones, si bien pueden provenir de ellas o ser
independientes. Necesariamente deben tener amplia experiencia política y
algunos también de gestión de gobierno. Lo principal, desde mi punto de vista
es que sus imágenes sirvan para despertar la confianza y esperanza de la
población de que un mejor futuro es posible bajo su conducción. Necesitarán
esos hombres y mujeres todo el respaldo de la sociedad civil y política. Y
asumirán sus cargos, con el convencimiento y compromiso de que son temporales.
Se trata de alcanzar mediante una estrategia unitaria, organizada, bien pensada
y mejor conducida, la puerta para una transición a la Venezuela democrática.
Sirvan estas ideas para
contribuir con el urgente debate que los partidos políticos, el FAVL,
instituciones, ONG y sociedad civil están obligados a hacer en esta hora tan
grave y difícil para el país.
20-08-18
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