Revista Semana 26 de agosto de 2018
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Las carreteras de Colombia se han llenado
de emigrantes venezolanos que huyen de la tragedia de su país. SEMANA acompañó
a varios de ellos en este inhumano recorrido en el que con niños padecen
hambre, sed, insultos y temperaturas de cero grados.
No
había pasado ni un día después de haberlo dejado todo en Venezuela y Marielis
Montero ya se enfrentaba a la peor adversidad del camino. Tomada de la mano de
sus dos hijitas de 1 y 4 años, sintió que el mundo se le venía encima cuando un
hombre armado que dijo ser del ELN le informó que para poder pasar la frontera
debía pagar 20.000 pesos por cabeza.
Para
ella, que sobrevivía en su país a punta de harina y huevos, 20.000 pesos
colombianos eran toda una fortuna. Esta joven madre estaba ahí parada en esa
trocha ilegal con sus niñas, su mamá, su papá, su esposo, un hermano con
autismo que hace tres meses no se toma su medicamento y algunos amigos. Ninguno
de ellos traía un centavo en el bolsillo.
Marielis,
en un acto tal vez inocente, le rogó al guerrillero que si le podía pagar con
artesanías. La oferta resultaba absurda en medio de un escenario tan hostil.
Pero tal vez el llanto de las niñas hizo que el hombre se conmoviera. Los dejó
pasar. Les dijo que corrieran y que no se les ocurriera mirar atrás. Dar vuelta
ya no era una opción. Era jugarse la vida mirando al frente.
Así
comenzó una travesía infame de 195 kilómetros a pie, un recorrido al que se
lanzan diariamente cientos de venezolanos de bajos recursos que huyen del
hambre que allá ya no da tregua. Se cree que unos 500 comienzan todos los días
a esta caminata que entre Cúcuta y Bucaramanga puede durar entre seis y siete
días. Muchos tienen su destino final en Bogotá, otros en Perú o Ecuador.
Algunos no saben ni para dónde van. El bus nunca es una opción porque los
pasajes resultan demasiado costosos. Algunos conductores les cobran más de lo
normal por ser ilegales o se abstienen de recogerlos para no tener problemas
con la Policía.
Los
migrantes que deciden hacer el recorrido no saben a lo que se enfrentan. El
trayecto, al principio afectado por un rayo de sol asfixiante, se va tornando
insufrible por las bajas temperaturas que aparecen en la alta montaña. Y nadie
va preparado para el frío. Hombres, mujeres y niños suben los cerros en fila
india, con cobijas en la cabeza y chanclas de caucho como si acabaran de
despertar y salir al patio de la casa.
La
peor parte aparece en Pamplona. Allí comienza el ascenso al páramo de Berlín,
una cadena montañosa perteneciente a Santurbán, cuyo pico más alto puede
alcanzar los 3.300 metros sobre el nivel del mar. Ni Marielis ni sus dos
pequeñas hijas jamás habían estado a cero grados centígrados. Ni mucho menos
conocían la neblina.
La
situación interna de Venezuela hace rato tocó fondo. Aunque por años se ha
hablado de crisis, no es posible cuantificar la situación actual. En los
últimos meses decidieron huir del país aquellos que jamás pensaron en hacerlo,
esto es, los venezolanos más pobres que en su momento recibían los mayores
beneficios de la revolución de Hugo Chávez.
Antes,
dice Christian Krüger, director de Migración Colombia, partían los que tenían
algún recurso para viajar. Hoy salen los que se ven obligados a cambiar la
nevera por una caja de huevos, como le pasó a la mamá de Juan Alberto Mendoza,
un migrante que llegó a Bucaramanga a dormir en las calles porque no ha
encontrado ningún modo de ganarse la vida.
En
Caracas comienza a notarse el vacío dejado por los millones de ciudadanos que
en los últimos años han abandonado Venezuela. Nadie sabe la cifra exacta de
cuántas personas han salido a buscar un mejor futuro en otros países. Esta
semana, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Refugiados (Acnur) emitió un comunicado en el que decía que 2,3 millones de
ciudadanos de ese país viven en el extranjero y que más de 1,6 millones
partieron desde 2015. Migración Colombia estima que al finalizar agosto casi un
millón ya estarán en Colombia. Sin embargo, en el aire siempre quedará la duda
de si son muchos más, pues incontables migrantes deambulan por el continente
sin dejar huella.
El
Consejo Noruego para los Refugiados (NRC) y varias organizaciones venezolanas
hablan de 4 millones de personas. Esto representa el 12,5 por ciento del total
de la población. Es un éxodo solo comparable con las migraciones de Europa tras
la Segunda Guerra Mundial o con desplazamientos masivos en África o Medio
Oriente.
Daniel
Lozano, un periodista español que lleva varios años de cubrir la situación del
país desde la capital, ha presenciado cómo se ha venido desocupando la ciudad.
Tan es así que últimamente es difícil ver trancones en el tráfico de Caracas.
“Por un lado, no hay repuestos para los automóviles y, por otro, ya se nota la
ausencia de la gente que se ha escapado. Cuando hay luz (no siempre) también se
pueden ver los huecos y vacíos en los edificios. Esas personas ya no están. No
es exagerado decir que en todas las familias de Venezuela se ha ido alguien”,
dice.
La
fuga de personas en Caracas ha disminuido incluso los homicidios. Esta urbe,
que hace un par de años estaba entre las tres ciudades con mayor tasa de
asesinatos en el mundo, por primera vez ha visto reducir ese índice. En los
primeros seis meses de este año, en Caracas se cometieron 2.430 homicidios
menos que en el mismo periodo de 2017. El robo de vehículos, según la Policía,
también cayó en un 30 por ciento como consecuencia de la disminución del parque
automotor. Como cada vez hay menos repuestos e importarlos resulta
económicamente inviable, muchos han vendido sus carros o los conservan varados
en sus casas. Por eso se los roban menos.
En los
centros comerciales es común ver letreros que indican que se necesita personal.
Y es que miles han abandonado sus puestos de trabajo. En mayo pasado, la
Universidad de Carabobo reconoció que el 40 por ciento de los estudiantes
desertaron de sus carreras; de ellos, el 25 por ciento salieron del país. El director
Krüger asegura que toda esta desbandada responde también a una estrategia del
gobierno de Nicolás Maduro de expulsar a sus propios ciudadanos con medidas
económicas asfixiantes, dado que la revolución ya no cuenta con el músculo
financiero para sostener al pueblo.
En
esto coinciden varios analistas consultados por SEMANA. “El gobierno quiere
disminuir la masa humana y así contentar con lo mínimo a los que se quedan”,
dice uno de ellos. En Venezuela hay un sentimiento de derrota. Eso se nota en
las caras de quienes, sin nada, marchan con ampollas en los pies por las
carreteras de Colombia.
A eso
de las nueve de la noche y con la lluvia amenazando, Eliana, de 19 años, estaba
sentada al borde de la carretera cargando un bebé. Viajaba con un grupo de 11
personas que venían de Guanare (estado Portuguesa) y esperaban a que un camión
se compadeciera de ellos y los llevara al menos una parte del camino.
Eliana
no sabía dónde se encontraba. Y el niño, Tiago David, dormía profundamente. Los
hombres llevaban letreros que decían: “Amigo colombiano, colabóranos”. Estos
venezolanos ignoraban que estaban a punto de subir una cordillera en la que
cualquiera sin suficiente abrigo podría morir de hipotermia. Solo lo supieron
cuando pasaron por allí dos colombianos repartiendo chocolate caliente y
sándwiches. Daniel Rico y su hermana Juana se acercaron para darles comida y de
paso advertirles de los peligros que conllevaba para el bebé que emprendieran
camino a esa hora.
Voluntarios
como Daniel y Juana luchan para que los migrantes que andan por la carretera
sobrevivan. Ellos y muchos otros espontáneos dedican fines de semana a
auxiliarlos con dotaciones de emergencia. Más que un sándwich, les dan un
abrazo e información vital. Desde algunos carros caen a veces monedas, billetes
o un simple gesto de “buen viaje”. Pero ninguna institución auxilia a los bebés
con ayudas humanitarias mínimas. En el recorrido que hizo SEMANA solo
apareció en el camino un puesto de la Cruz Roja en el que los migrantes toman
agua, pueden llamar a sus familiares en Venezuela y acceden a un chequeo básico
de salud. Sin embargo, en el trayecto de Pamplona a Bucaramanga todos los días
hacen falta medicinas para la fiebre de los niños, comida, teteros, leche,
pañales, toallas higiénicas y artículos de aseo para los cientos y cientos de
venezolanos que sin un peso pasan todos los días por allí.
Mientras el frío se hace más desesperante, por la carretera va apareciendo uno que otro ángel en el camino, como Pilar Figueroa. Todos los días, sin recibir pago alguno, esta mujer reparte unos 200 almuerzos a los viandantes que se asoman por La Laguna, un pequeño corregimiento brumoso de los municipios de Silos y Mutiscua (Norte de Santander).
En este caserío el frío se mete por los huesos: no valen los guantes ni los gorros. Pilar se llena de lágrimas cuando cuenta lo que ha tenido que ver. “Se le parte a uno el corazón de ver muchos niños y mujeres aguantando necesidades. Niños con fiebre, sin zapaticos. Y los presidentes de los países se hacen los de la oreja mocha. Una vez vi a un señor que llevaba tres días sin comer. A veces los montan en un bus y los devuelven, los tratan como animales. Uno se siente impotente ante tantos dramas, señor”, dice.
Mientras el frío se hace más desesperante, por la carretera va apareciendo uno que otro ángel en el camino, como Pilar Figueroa. Todos los días, sin recibir pago alguno, esta mujer reparte unos 200 almuerzos a los viandantes que se asoman por La Laguna, un pequeño corregimiento brumoso de los municipios de Silos y Mutiscua (Norte de Santander).
En este caserío el frío se mete por los huesos: no valen los guantes ni los gorros. Pilar se llena de lágrimas cuando cuenta lo que ha tenido que ver. “Se le parte a uno el corazón de ver muchos niños y mujeres aguantando necesidades. Niños con fiebre, sin zapaticos. Y los presidentes de los países se hacen los de la oreja mocha. Una vez vi a un señor que llevaba tres días sin comer. A veces los montan en un bus y los devuelven, los tratan como animales. Uno se siente impotente ante tantos dramas, señor”, dice.
Los
venezolanos de más bajos recursos se han visto obligados a dejar su tierra,
entre otras cosas, porque en el país vecino no circula dinero en efectivo para
comprar comida. Si algún familiar consigna plata desde el exterior, los bancos
solo permiten sacar 2.000 bolívares por día. Y eso solo alcanza para una caja
de huevos.
La
hiperinflación descontrolada (el FMI estima que la inflación cerrará en 2018
por encima de 1.000.000 por ciento) ha generado que aparezcan mafias del dinero
en efectivo. Hasta la semana pasada, si un venezolano quería adquirir 1.000.000
de bolívares en billetes, debía hacer una transferencia por 4.000.000 de
bolívares.
El
ciudadano de a pie no solo se ve obligado a generar ingresos, sino que para
poder gastar lo que se gana se ve obligado a perder porcentajes altos. Otra
opción es ir a la frontera a rebuscar canjes para finalmente poder comprar lo
básico para subsistir. La gente dice incluso que el secuestro va en caída
justamente porque ya muy pocos podrían pagar un rescate en efectivo. Así de
paradójica y delirante es la situación.
Lo más
complicado del asunto es que en los lugares a donde van los venezolanos no hay
oportunidades. Bucaramanga, por ejemplo, ya está al tope. Desde la Alcaldía
poco pueden hacer para atender a los cientos de migrantes que entran todos los
días. Luego de semejante travesía, los caminantes llegan a esta ciudad
generalmente a dormir en las calles.
Pocas personas como Alba Pereira intentan auxiliar en Bucaramanga a los extranjeros que como Marelis Montero, la madre de las dos niñas que pudo pasar por la trocha sin pagarle a los del ELN, anhelan llegar a la ciudad pensando que encontrarán oportunidades de empleo.
Alba dirige una fundación con recursos cada vez más escasos. “El Estado no hace nada. A nosotros como ONG nos han dejado esa responsabilidad. Estas personas no tienen cómo sobrevivir aquí. Trabajamos con las uñas. Pero ya no tenemos de tanto rasguñar recursos. No damos abasto. Ojalá todo el mundo pasara por aquí, por el parque del Agua, a donde llegan los migrantes. Y así sintieran a lo que huele la pobreza y el desarraigo”, dice.
Luego de dos días de camino, Marielis Montero logró que un carro le diera un empujón a ella, a sus dos bebés y a su padre. Pero el cupo no alcanzó para el resto de la familia. Los demás tuvieron que seguir el trayecto a pie. Marielis alcanzó a llegar hasta un punto cerca de Pamplona. Daniel Rico y su hermana la encontraron en el camino y reunieron dinero para pagarles a ella y a las niñas una noche de hotel. Sin embargo, cuando fueron a entregar el dinero el hombre que atendía el hospedaje dijo que tenía por política no arrendar piezas a ningún venezolano. Se excusó en decir que los migrantes olían mal y que solían dejar las habitaciones sucias. No reconsideró su negativa ni con el argumento de que dos niñas, de 1 y 4 años llamadas Abriany y Williany, necesitaban dónde pasar la noche. Así de complejo, así de duro, de inhumano es el viaje a pie de un venezolano que camina por una carretera de Colombia.
*Si desea ayudar a migrantes en el camino, puede hacerlo a través de las siguientes vías:
Ayudas para comida a migrantes que pasan por La Laguna, Santander:
Maria del pilar Figueroa Lizcano.
Consignaciones nacionales por Efecty.
Cédula: 60267795.
Ayudas para comida a migrantes en la carretera:
Juana Marcela Rico Valencia.
Cuenta de ahorros Colpatria: 0382046383
Consignaciones nacionales por Efecty. Cédula: 63526336.
Ayudas de emergencia a migrantes que llegan a Bucaramanga:
Fundación Entre dos Tierras.
Cuenta de ahorros Bancolombia
29186114823
Nit: 901105772-8
Presidenta: Alba Pereira.
Pocas personas como Alba Pereira intentan auxiliar en Bucaramanga a los extranjeros que como Marelis Montero, la madre de las dos niñas que pudo pasar por la trocha sin pagarle a los del ELN, anhelan llegar a la ciudad pensando que encontrarán oportunidades de empleo.
Alba dirige una fundación con recursos cada vez más escasos. “El Estado no hace nada. A nosotros como ONG nos han dejado esa responsabilidad. Estas personas no tienen cómo sobrevivir aquí. Trabajamos con las uñas. Pero ya no tenemos de tanto rasguñar recursos. No damos abasto. Ojalá todo el mundo pasara por aquí, por el parque del Agua, a donde llegan los migrantes. Y así sintieran a lo que huele la pobreza y el desarraigo”, dice.
Luego de dos días de camino, Marielis Montero logró que un carro le diera un empujón a ella, a sus dos bebés y a su padre. Pero el cupo no alcanzó para el resto de la familia. Los demás tuvieron que seguir el trayecto a pie. Marielis alcanzó a llegar hasta un punto cerca de Pamplona. Daniel Rico y su hermana la encontraron en el camino y reunieron dinero para pagarles a ella y a las niñas una noche de hotel. Sin embargo, cuando fueron a entregar el dinero el hombre que atendía el hospedaje dijo que tenía por política no arrendar piezas a ningún venezolano. Se excusó en decir que los migrantes olían mal y que solían dejar las habitaciones sucias. No reconsideró su negativa ni con el argumento de que dos niñas, de 1 y 4 años llamadas Abriany y Williany, necesitaban dónde pasar la noche. Así de complejo, así de duro, de inhumano es el viaje a pie de un venezolano que camina por una carretera de Colombia.
*Si desea ayudar a migrantes en el camino, puede hacerlo a través de las siguientes vías:
Ayudas para comida a migrantes que pasan por La Laguna, Santander:
Maria del pilar Figueroa Lizcano.
Consignaciones nacionales por Efecty.
Cédula: 60267795.
Ayudas para comida a migrantes en la carretera:
Juana Marcela Rico Valencia.
Cuenta de ahorros Colpatria: 0382046383
Consignaciones nacionales por Efecty. Cédula: 63526336.
Ayudas de emergencia a migrantes que llegan a Bucaramanga:
Fundación Entre dos Tierras.
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