Ismael Pérez Vigil 25 de agosto de 2018
Las
medidas, como tal, no pretendo analizarlas; sobre eso ya ha habido muchos
análisis de economistas y expertos con los que no pretendo competir. Aparte de
que, hasta el momento de escribir estas líneas, es todavía muy poco lo que se
conoce de las mismas, pues muchas continúan en el aire y aún no se sabe cómo
serán implementadas.
Apenas
se ha ratificado –verbalmente– el incremento del salario mínimo y las
pensiones, pero aún no se publican en gaceta, donde si se publicó el incremento
del IVA, se anunció el incremento de la Unidad Tributaria, se fijó
unilateralmente un listado de precios de 25 productos, también publicado en
Gaceta, y se han realizado un par de subastas Dicom, con montos muy exiguos.
Por lo que no es difícil suponer –además de por la falta de credibilidad en el
régimen y en su incapacidad administrativa y gerencial– que este “ajuste” está
llamado a fracasar, a incrementar la hiperinflación y sumir a la economía en un
caos mayor que en el que ahora se encuentra.
En
todo caso, me interesa más el análisis de algunos elementos más políticos,
alrededor de la situación creada por las medidas económicas.
Lo
primero, ojo, es que no subestimemos el impacto político de las medidas; no
hagamos lecturas precipitadas de la realidad. La mayoría de la población no ve
el “paquete” y sus consecuencias. El árbol no los deja ver el bosque. Para una
inmensa cantidad de venezolanos, el aumento de salarios que se anunció genera
enormes expectativas. Basta conversar en la calle con personas de bajos
ingresos, que son millones en el país, y nos encontraremos con la sorpresa de
que dicen: “…ahora como que sí vamos a ver luz…”.
Para
mucha gente humilde, pensionados, perceptores de salario mínimo, –y repito, son
millones en el país– un aumento salarial como el anunciado significa un rayo de
esperanza; dado el sentido práctico del necesitado, que solo ve el pan para
hoy, nadie ve el hambre para mañana; la gente en la calle se queda en esa
cifra, no hace los complicados cálculos que hacemos los analistas políticos y
económicos, que vemos quiebres de empresas, despidos, desempleo masivo, más
inflación, etc.; ellos, los más humildes, vulnerables y desprotegidos, esperan
recibir ese aumento –y muchos lo recibirán– aunque después se convierta en sal
y agua, tras los aumentos de precios e hiperinflación que vendrá; pero eso será
después, de momento, sienten o piensan que tienen más dinero en el bolsillo; ya
no es solo un monto con lo que no podían comprar ni un cartón de huevos o
apenas alcanzaba para un kilo de arroz, ahora son “cientos” de millones. Por lo
tanto, no hagamos una lectura equivocada o será a nosotros a quienes las medidas
nos exploten en la cara.
Pero
lo más lamentable es la situación política que vive la oposición; desde que
concluyó la cadena y el anuncio de las medidas el pasado viernes —que no fue un
hecho casual— a través de videos, audios y todo tipo de mensajes, la rabia que
tenemos la descargamos contra nosotros mismos. Los peores insultos, los más
agresivos, que he escuchado y leído no han sido contra la dictadura, sino
contra dirigentes de oposición y partidos (desde luego de la MUD, que sigue
siendo el blanco favorito) o contra la Asamblea Nacional, porque no toma
acciones que no son de su competencia y para las cuales no tiene facultades.
Esto
no es nuevo; lo vivimos en los años 80 y 90 del pasado siglo cuando las
posiciones de antipolítica y anti partidos nos trajeron de la mano –por estas
calles– a Chávez Frías; así que ahora solo actuamos en consecuencia y vamos a
arrasar con lo que queda de institucionalidad partidista. Es curioso que todos,
por nuestra tradición cristiana, hablamos del cambio personal, del cambio
interior, etc. pero a nadie se le ocurre que a lo mejor eso es lo que hay que
hacer también en política, involucrarnos activamente en la actividad o en los
partidos, para hacer que cambien desde adentro. No, es más fácil disparar desde
la cintura –a través de redes sociales, por la prensa, en programas radiales de
opinión– y acabar con todo, arrasando con la credibilidad de partidos,
dirigentes, ideas y esperanzas de futuro.
Tenemos
que rescatar, reemprender la batalla de la educación política del pueblo
venezolano, que es una tarea primordial de los partidos políticos; pero los
partidos están diezmados, han perdido “capas” completas de dirigentes que se
han ido como exilados o se han visto forzados a vivir afuera, algunos están
presos o perseguidos; los partidos no tienen recursos para mantenerlos, no
tienen gobernaciones, ni alcaldías –donde emplearlos o donde demostrar de que
son capaces–, les quedan pocos concejales y los que les quedan, probablemente
los perderán ahora, debido a las poco reflexivas políticas de no participación
en procesos electorales.
Con la
anti política, no queda títere con cabeza, el que la asoma, le dan; y no la
dictadura, ésta solo la remata; los mismos opositores nos estamos encargando de
destruirnos unos a otros. Ahora algunos ven por allí a una heroína, pero en la
medida que pasa el tiempo y no ocurra lo que ella dice desde hace un par de
años, que: “Maduro sale ¡Ya!, que ¡falta poco!”, arremeterán también contra
ella, porque la rabia y la irracionalidad no tienen límites, cosa que sabe el
régimen y se encarga muy bien de estimularla, administrarla y exacerbarla.
Verdaderamente
estamos en nuestra hora más oscura. ¿Cuándo nos atreveremos a encender una
nueva luz, confiar, creer y continuar la lucha por restablecer la democracia?
Esperemos que pronto.
Ismael
Pérez Vigil
Politólogo
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