Niños venezolanos en Santa Elena, en la frontera con Pacaraima |
Paula Adamo Idoeta 21 de agosto de 2018
Hace
casi un año y medio, el sacerdote Jesús, de la parroquia de Pacaraima, Brasil,
servía unos 80 cafés al día para los venezolanos que cruzaban la frontera en
busca de mejores condiciones de vida.
Hoy,
la parroquia se ve forzada a ofrecer 1.700 cafés con leche y un
pan diariamente, ante la intensificación de la crisis migratoria en la
frontera entre Roraima y Venezuela.
"Y
muchas personas dicen que ese es el único alimento que se llevan a la boca
durante todo el día", le cuenta Jesús a la BBC por teléfono.
De
origen español, Jesús Lopez Fernández de Bobadilla dirige desde hace 9 años la
parroquia local y dice que Pacaraima, de unos 10.000 habitantes, "era
una ciudad pacífica que sufrió una metamorfosis".
La
ciudad ha recibido un flujo enorme de personas, se calcula unos 500 migrantes
por día, que tratan de escapar de la pobreza y de la escasez extrema de víveres
en Venezuela.
Sin
embargo, ante la falta de estructura para albergar a los recién llegados y la
dificultad de las autoridades para lidiar con la crisis, entre la
población local se crea un resentimiento hacia los
venezolanos y un temor a que surjan hechos de violencia, según afirman
el sacerdote y otros residentes locales.
"Esto
era un volcán que no aguantaba más y entró en erupción", dice
el padre Jesús sobre las protestas del pasado sábado.
Según
las autoridades brasileñas, hubo ataques y quema de campamentos de inmigrantes,
después de que un comerciante brasileño fuera asaltado y golpeado por
venezolanos.
"Son
entre 3.000 a 4.000 personas (migrantes) viviendo en las calles de una ciudad
de 10.000 habitantes, sin baño, sin empleo, estamos hace 2 años alertando a las
autoridades y buscando aliviar el drama del pueblo venezolano", señala el
sacerdote.
"No
justifico la reacción de los brasileños, la xenofobia fue creciendo, pero hay
mucho miedo a la violencia y al temor a ser robado. El pueblo está
resentido".
"Incógnita"
Después
de los enfrentamientos del sábado, 1.200 migrantes volvieron a cruzar la
frontera a Venezuela, y Pacaraima amaneció tanto el domingo como el lunes en
calma, según los residentes consultados.
Pero
otros vecinos y personas cercanas al gobierno estatal dicen que la tensión es
creciente en el estado de Roraima (al que pertenece Pacaraima) y temen
que los episodios de violencia se repitan.
"La
ciudad vive un colapso, hay un ambiente tenso, es una incógnita lo que va a
suceder ahora. Con la difícil situación de Venezuela, con certeza la gente va a
seguir viniendo (a Brasil)", dice Jesús.
"La
primera lava del volcán salió, pero va a venir más",
añade.
"Hay
un gran temor a la violencia", cuenta Lourival Ferreira, presidente del
Sindicato de los Trabajadores de la Construcción Civil en Boa Vista, que dice
haber sido objeto de amenazas de brasileños en las redes sociales por haber
ayudado a un grupo de unos 100 venezolanos a formar una asociación de inmigrantes
en la capital de Roraima.
"El
gran problema es el empleo, que no hay ni para brasileños, ni para
venezolanos", opina Ferreira.
"La
gente llega (de Venezuela) y se queda deambulando. El hambre duele y tienen que
salir a pedir dinero. Pero solo un pequeño grupo comete delitos para conseguir
qué comer. Con lo que ocurrió, claro que se crea confusión".
Venezolanos en Pacaraima |
Ferreira
cuenta que vio a mujeres venezolanas salir de la maternidad en Boa Vista poco
después de dar a luz e ir directamente a los semáforos de las calles de la
ciudad para pedir dinero para comer.
"Y
aquellos que se quedan en Pacaraima son de la clase más precarizada de
venezolanos, que ni siquiera consiguen dinero para venir a Boa Vista (a 230 km
de distancia)".
Ciudad
de paso
Ferreira
cuenta que Pacaraima, una ciudad cuyo Índice de Desarrollo Humano (IDH) es peor
al de la media brasileña y semejante al de países como Irak, ya contaba con un
tránsito intenso de personas en la frontera.
"Era
una ciudad tranquila, pequeña, con gran flujo de personas, pero no era algo
fijo. Iban y volvían, tanto brasileños como venezolanos", dice el
sindicalista.
"Los
brasileños siempre iban a comprar productos baratos en Santa Elena (en el lado
venezolano) y, con la crisis, los venezolanos venían a comprar alimentos
aquí", cuenta Ricardo Baumgartner, miembro de la organización Fraternidad
Internacional que desde 2016 colabora en Roraima, en sociedad con Acnur
(agencia de la ONU para refugiados).
"También
hay mucha gente que vive en Santa Elena y pasa el día en Pacaraima
trabajando."
Ante
la poca actividad productiva, los residentes cuentan que en la región son comunes
el contrabando de combustible (vendido a centavos de real en
el lado venezolano), la prostitución y, ante la
intensificación de la llegada de migrantes pobres, el trabajo casi
esclavo.
Hay
informes de que los venezolanos reciben cantidades irrisorias de dinero (entre
20 y 30 reales -US$5 a US$7) por largas jornadas en la construcción o en el
transporte de cargas, para conseguir alimentarse.
Un
exfuncionario cercano a la cartera de Defensa Civil de Roraima que pidió
anonimato definió la situación como un "caldero hirviente", por
la alta concentración de inmigrantes en una ciudad sin infraestructura y por el
temor de represalia a brasileños que entran diariamente a Venezuela.
"Los
conflictos van a volverse más frecuentes porque poca gente está siendo
beneficiada (por la atención estatal) y el resto no hace nada", advierte.
El
gobierno federal puso en práctica en febrero en Roraima la "Operación Bienvenida",
para dar asistencia de emergencia a los migrantes en situación de
vulnerabilidad.
La
asistencia consiste en proveer alimentación, vacunación, vestimenta y
ayudar en el proceso de transporte de migrantes a otras partes del mismo
Brasil.
Hay 10
de estos grupos en el Estado, gestionados por Acnur y por ONG como la
Fraternidad Internacional.
Sin
embargo, los críticos dicen que esto es insuficiente para afrontar el enorme
flujo de personas.
"Parte
de la tensión es alimentada por la omisión del poder público", dice Camila
Asano, de la ONG de derechos humanos Conectas, que estuvo en Pacaraima en
junio.
"Es
necesario crear condiciones para que esas personas (venezolanos) puedan
integrarse, sentirse seguras y reconstruir sus vidas, incluso en
Roraima, porque muchas personas se quedan en el Estado para mandar medicinas a
sus parientes en Venezuela", dice.
Acnur
dice que el trabajo de acogida fue redimensionado a medida que la crisis
evoluciona, con atención en múltiples frentes, desde registro y documentación
hasta refugio y distribución de bienes no alimentarios.
La
asesoría de la Operación Bienvenida dice que dos nuevos centros de atención
están en fase de finalización, con capacidad de albergar temporalmente a 1.000
venezolanos, que dejarían así de quedarse en las calles.
A
pesar de la tensión y la falta de perspectivas, el sacerdote Jesús dice que
muchos venezolanos prefieren continuar en Brasil porque aún sienten que tienen
más oportunidades que si estuvieran en su país de origen.
"Ellos
me dicen: 'Estábamos en el infierno (en Venezuela) y ahora estamos en
el purgatorio, pero al menos en Brasil no morimos de hambre".
Para
Lourival Ferreira, del sindicato de los trabajadores de la construcción, la
decisión de ayudar a los venezolanos se dio "no para confrontar con los
brasileños, sino para organizar a los venezolanos, porque somos todos
trabajadores".
"A
nosotros nos falta comida, salud, empleo…, imagina lo que les falta a los que
viven en medio de la calle".
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