Redacción ACI Prensa 25 de agosto de 2018
El
Papa Francisco dirigió un especial discurso a los miles de asistentes a la
Fiesta de las Familias en el Croke Park en Dublín, Irlanda, en el marco del
Encuentro Mundial de las Familias que se realiza hasta el domingo 26 de agosto.
A
continuación el texto completo de su intervención:
Hermanos
y hermanas, ¡buenas noches!
Gracias
por vuestra cálida bienvenida. Qué bello es estar aquí. Es hermoso celebrar,
porque nos hace más humanos y más cristianos. También nos ayuda a compartir la
alegría de saber que Jesús nos ama, nos acompaña en el camino de la vida y nos
atrae cada día más a él.
En
cualquier celebración familiar se siente la presencia de todos: padres, madres,
abuelos, nietos, tíos, tías, primos, de quien no pudo venir, y de quien vive
demasiado lejos. Hoy en Dublín nos reunimos para una celebración familiar de
acción de gracias a Dios por lo que somos: una sola familia en Cristo,
extendida por toda la tierra. La Iglesia es la familia de los hijos de Dios.
Una familia en la que nos alegramos con los que están alegres y lloramos con
los que sufren o se sienten abatidos por la vida. Una familia en la que
cuidamos de cada uno, porque Dios nuestro Padre nos ha hecho a todos hijos
suyos en el bautismo. Por eso sigo alentando a los padres a que bauticen a sus
hijos lo antes posible, para que puedan formar parte de la gran familia de
Dios. Es necesario invitar a todos a la fiesta. También al niño pequeño. Por
eso se bautiza rápido. Si el niño es bautizado de niño entra en su corazón el
Espíritu Santo. Hagamos una comparación: un niño sin bautismo, los padres dicen
no cuando sea grande. Y un niño con el bautismo, con el Espíritu Santo en el
corazón
Vosotras,
queridas familias, sois la gran mayoría del Pueblo de Dios. ¿Qué aspecto
tendría la Iglesia sin vosotras? Una iglesia de estatuas. Escribí la
Exhortación Amoris laetitia sobre la alegría del amor para ayudarnos a
reconocer la belleza y la importancia de la familia, con sus luces y sus
sombras, y he querido que el tema de este Encuentro Mundial de las Familias
fuera «El Evangelio de la familia, alegría para el mundo». Dios quiere que cada
familia sea un faro que irradie la alegría de su amor en el mundo. ¿Qué
significa esto? Significa que una familia sea un faro que irradia la alegría.
Significa
que, después de haber encontrado el amor de Dios que salva, intentemos, con
palabras o sin ellas, manifestarlo a través de pequeños gestos de bondad en la
rutina cotidiana y en los momentos más sencillos del día.
¿Y
esto cómo se llama? Esto se llama santidad. Me gusta hablar de los santos «de
la puerta de al lado», de todas esas personas comunes que reflejan la presencia
de Dios en la vida y en la historia del mundo (cf. Exhort. ap. Gaudete et
exsultate, 6-7). La vocación al amor y a la santidad no es algo reservado a
unos pocos privilegiados. No. Incluso ahora, si tenemos ojos para ver, podemos
vislumbrarla a nuestro alrededor. Está silenciosamente presente en los
corazones de todas aquellas familias que ofrecen amor, perdón y misericordia
cuando ven que es necesario, y lo hacen en silencio, sin tocar la trompeta. El
Evangelio de la familia es verdaderamente alegría para el mundo, ya que allí,
en nuestras familias, Jesús siempre puede ser encontrado; él vive allí, en
simplicidad y pobreza, como lo hizo en la casa de la Sagrada Familia de
Nazaret.
El
matrimonio cristiano y la vida familiar manifiestan toda su belleza y atractivo
si están anclados en el amor de Dios, que nos creó a su imagen, para que
podamos darle gloria como iconos de su amor y de su santidad en el mundo.
Padres y madres, abuelos y abuelas, hijos y nietos: todos llamados a encontrar
la plenitud del amor en la familia. La gracia de Dios nos ayuda todos los días
a vivir con un solo corazón y una sola alma. ¡También las suegras y las nueras!
Nadie dice que sea fácil. Ustedes lo saben mejor que yo. Es como preparar un
té: es fácil hervir el agua, pero una buena taza de té requiere tiempo y
paciencia; hay que dejarlo reposar. Así, día tras día, Jesús nos envuelve con
su amor, asegurándose de que penetre todo nuestro ser. Del tesoro de su sagrado
Corazón, derrama sobre nosotros la gracia que necesitamos para sanar nuestras
enfermedades y abrir nuestra mente y corazón para escucharnos, entendernos y
perdonarnos mutuamente.
Acabamos
de escuchar el testimonio de Felicité, Isaac y Ghislain, que vienen de Burkina
Faso. Nos han contado una conmovedora historia de perdón en familia. El poeta
decía que «errar es humano, perdonar es divino». Y es verdad: el perdón es un
regalo especial de Dios que cura nuestras heridas y nos acerca a los demás y a
él. Gestos pequeños y sencillos de perdón, renovados cada día, son la base
sobre la que se construye una sólida vida familiar cristiana. Nos obligan a
superar el orgullo, el desapego y la vergüenza, y a hacer las paces. Muchas
veces nos molestamos y queremos hacer las paces pero no sabemos cómo hacerlo.
No es difícil, es fácil, da una caricia y ya está la paz. Es cierto, me gusta
decir que en las familias necesitamos aprender tres palabras: “perdón”, “por
favor” y “gracias”. ¿Cómo son las tres palabras? Todos digamos las tres
palabras. No escucho (las personas repiten “perdón, por favor, gracias”). Muchas
gracias. Cuando discutas en casa, asegúrate de pedir disculpas y decir que lo
sientes antes de irte a la cama. Antes de que termine el día hagan las paces.
¿Saben por qué se debe hacer las paces antes de terminar el día? Porque si no
se hace la paz la guerra fría del día siguiente es muy peligrosa. Estén atentos
a la guerra fría. Incluso si tienes la tentación de irte a dormir a otra
habitación, solo y aislado, simplemente llama a la puerta y di: “Por favor,
¿puedo pasar?”. Lo que se necesita es una mirada, un beso, una palabra
afectuosa... y todo vuelve a ser como antes. Digo esto porque, cuando las
familias lo hacen, sobreviven. No hay familia perfecta. Sin el hábito de
perdonar, la familia se enferma y se desmorona gradualmente.
Perdonar
significa dar algo de sí mismo. Jesús nos perdona siempre. Con la fuerza de su
perdón, también nosotros podemos perdonar a los demás, si realmente lo
queremos. ¿No es lo que pedimos cuando rezamos el Padrenuestro? Los niños
aprenden a perdonar cuando ven que sus padres se perdonan recíprocamente. Si
entendemos esto, podemos apreciar la grandeza de la enseñanza de Jesús sobre la
fidelidad en el matrimonio. En lugar de ser una fría obligación legal, es sobre
todo una poderosa promesa de la fidelidad de Dios mismo a su palabra y a su
gracia sin límites. Cristo murió por nosotros para que nosotros, a su vez,
podamos perdonarnos y reconciliarnos unos con otros. De esta manera, como
personas y como familias, empezamos a comprender la verdad de las palabras de
san Pablo: mientras todo pasa, «el amor no pasa nunca» (1 Co 13,8).
Gracias,
Nisha y Ted, por vuestro testimonio de la India, donde estáis enseñando a
vuestros hijos a ser una verdadera familia. Nos habéis ayudado también a
comprender que las redes sociales no son necesariamente un problema para las
familias, sino que pueden ayudar a construir una «red» de amistades,
solidaridad y apoyo mutuo. Las familias pueden conectarse a través de Internet
y beneficiarse de ello. Las redes sociales pueden ser beneficiosas si se usan con
moderación y prudencia. Por ejemplo, vosotros, que participáis en este
Encuentro Mundial de las Familias, formáis una “red” espiritual y de amistad, y
las redes sociales os pueden ayudar a mantener este vínculo y extenderlo a
otras familias en muchas partes del mundo. Es importante, sin embargo, que
estos medios no se conviertan en una amenaza para la verdadera red de
relaciones de carne y hueso, aprisionándonos en una realidad virtual y
aislándonos de las relaciones auténticas que nos estimulan a dar lo mejor de
nosotros mismos en comunión con los demás. Quizás la historia de Ted y Nisha
puede ayudar a todas las familias a que se pregunten sobre la necesidad de
reducir el tiempo que se dedica a estos medios tecnológicos, y de pasar más
tiempo de calidad entre ellos y con Dios. Cuando las redes sociales entran en
órbita, cuando en la mesa en vez de hablar en familia, cada uno está con el
teléfono y se conecta afuera, está en órbita; esto es peligroso, porque te saca
de lo concreto de la familia y te lleva a una vida gaseosa, abstracta, sin
consistencia. Estén atentos a esto. Recuerden la historia de Ted y Nisha que
nos enseñan a usar bien las redes sociales.
Hemos
escuchado de Enass y Sarmaad cómo el amor y la fe en la familia pueden ser
fuentes de fortaleza y paz incluso en medio de la violencia y la destrucción
causada por la guerra y la persecución. Su historia nos lleva a las trágicas
situaciones que muchas familias sufren a diario, obligadas a abandonar sus
hogares en busca de seguridad y paz. Pero Enass y Sarmaad también nos han
mostrado cómo, a partir de la familia y gracias a la solidaridad manifestada
por muchas otras familias, la vida se puede reconstruir y renace la esperanza.
Hemos visto este apoyo en el vídeo de Rammy y su hermano Meelad, en el que
Rammy ha manifestado profunda gratitud por el ánimo y por la ayuda que su
familia ha recibido de muchas otras familias cristianas de todo el mundo, que
han hecho posible de regresar a sus pueblos. En toda sociedad, las familias
generan paz, porque enseñan el amor, la aceptación y el perdón, que son los
mejores antídotos contra el odio, los prejuicios y la venganza que envenenan la
vida de las personas y las comunidades.
Como
enseñaba un buen sacerdote irlandés, «la familia que reza unida permanece unida»
e irradia paz. Una familia así puede ser un apoyo especial para otras familias
que no viven en paz. Después de la muerte del padre Ganni, Enass, Sarmaad y sus
familias prefirieron el perdón y la reconciliación en lugar del odio y el
resentimiento. Vieron, a la luz de la Cruz, que el mal solo se puede vencer con
el bien, y que el odio solo puede superarse con el perdón. De manera casi
increíble, han podido encontrar la paz en el amor de Cristo, un amor que hace
nuevas todas las cosas. Esta noche comparten con nosotros esta paz. Han rezado,
la oración. Rezar juntos. Y mientras escuchaba el coro, he visto allí a una
madre que enseñaba al niño a hacer la señal de la cruz. Les pregunto. le
enseñan a los niños a hacer la señal de la cruz, sí o no’ o enseñan a hacer una
cosa así que no se entiende qué es. Es muy importante que los niños desde
pequeños aprendan a hacer bien la señal de la cruz. Es el primer credo que
aprenden: creo en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esta noche antes de
irse a dormir, pregúntense, si le enseñan bien a sus hijos a hacer la señal de
la cruz.
El
amor de Cristo, que renueva todo, es lo que hace posible el matrimonio y un
amor conyugal caracterizado por la fidelidad, la indisolubilidad, la unidad y
la apertura a la vida. Esto es lo que quería resaltar en el cuarto capítulo de
Amoris laetitia. Hemos visto este amor en Mary y Damián, y en su familia con
diez hijos. Les pregunto: ¿les hacen enojar los hijos? La vida es así. Pero es
bello tener diez hijos. Gracias. ¡Gracias por vuestras palabras y por vuestro
testimonio de amor y fe! Vosotros habéis experimentado la capacidad del amor de
Dios que ha transformado completamente vuestra vida y que os bendice con la
alegría de una hermosa familia. Nos habéis indicado que la clave de vuestra
vida familiar es la sinceridad. Entendemos por vuestro testimonio lo importante
que es continuar yendo a esa fuente de la verdad y del amor que puede
transformar nuestra vida: Jesús, que inauguró su ministerio público en una
fiesta de bodas. Allí, en Caná, cambió el agua en un vino nuevo y exquisito que
permitió continuar magníficamente con la alegre celebración. Han pensado ¿qué
cosa habría sucedido si Jesús no hacía eso? Han pensado ¿cuán feo es terminar
una fiesta de bodas solo con agua? Es malo. La Virgen comprendió esto y le dijo
al Hijo: No tienen vino. Y Jesús ha entendido que la fiesta terminaría mal solo
con agua.
Lo
mismo sucede con el amor conyugal. El vino nuevo comienza a fermentar durante
el tiempo del noviazgo, necesario aunque transitorio, y madura a lo largo de la
vida matrimonial en una entrega mutua, que hace a los esposos capaces de
convertirse, aún siendo dos, en «una sola carne». Y a su vez, de abrir sus
corazones al que necesita amor, especialmente al que está solo, abandonado, débil
y, en cuanto vulnerable, frecuentemente marginado por la cultura del descarte.
Esta cultura que vivimos hoy que descarta todo. Descarta todo lo que no sirve.
Descarta a los niños porque molestan, a los viejos porque no sirven. Solo el
amor nos salva de esta cultura del descarte.
Las
familias están llamadas a continuar creciendo y avanzando en todos los sitios,
aun en medio de dificultades y limitaciones, tal como lo han hecho las
generaciones pasadas. Todos formamos parte de una gran cadena de familias, que
viene desde el inicio de los tiempos. Nuestras familias son tesoros vivos de
memoria, con los hijos que a su vez se convierten en padres y luego en abuelos.
De ellos recibimos la identidad, los valores y la fe. Lo hemos visto en Aldo y
Marisa, casados desde hace más de cincuenta años.
Su
matrimonio es un monumento al amor y a la fidelidad. Sus nietos los mantienen
jóvenes; su casa está llena de alegría de felicidad y de bailes. Es bello ver a
esta abuela enseñar a bailar a sus nietos. Su amor recíproco es un don de Dios,
un regalo que están transmitiendo con alegría a sus hijos y nietos.
Una
sociedad, escuchen bien esto, una sociedad que no valora a los abuelos es una
sociedad sin futuro. Una Iglesia que no se preocupa por la alianza entre
generaciones terminará careciendo de lo que realmente importa, el amor.
Nuestros abuelos nos enseñan el significado del amor conyugal y parental. Ellos
mismos crecieron en una familia y experimentaron el afecto de hijos e hijas, de
hermanos y hermanas. Por eso son un tesoro de experiencia y sabiduría para las
nuevas generaciones. Es un gran error no preguntarles a los ancianos sobre sus
experiencias o pensar que hablar con ellos sea una pérdida de tiempo. En este
sentido, quisiera agradecerle a Missy su testimonio. Ella nos ha dicho que la
familia ha sido siempre una fuente de fuerza y de solidaridad entre los
nómadas. Su testimonio nos recuerda que, en la casa de Dios, hay un lugar para
todos. Nadie debe ser excluido; nuestro amor y nuestra atención deben
extenderse a todos.
Ya es
tarde y estáis cansados. Yo también, pero permitidme que os diga una última
cosa. Vosotras, familias, sois la esperanza de la Iglesia y del mundo. Dios,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, crearon a la humanidad a su imagen para hacerla
partícipe de su amor, para que fuera una familia de familias y gozará de esa
paz que solo él puede dar. Con vuestro testimonio del Evangelio podéis ayudar a
Dios a realizar su sueño, podéis contribuir a acercar a todos los hijos de
Dios, para que crezcan en la unidad y aprendan qué significa para el mundo
entero vivir en paz como una gran familia. Por eso, he querido daros a cada uno
de vosotros una copia de Amoris laetitia, preparada en los dos sínodos de la
familia, que la escribí para que fuera una especie de guía para vivir con
alegría el evangelio de la familia. Que nuestra Madre, Reina de la familia y de
la paz, os sostenga en el camino de la vida, del amor y de la felicidad.
Y
ahora, al final de nuestra reunión, diremos la oración de este Encuentro de las
Familias.
Dios,
Padre nuestro,
Somos
hermanos y hermanas en Jesús, tu Hijo,
Una
familia, en el Espíritu de tu amor.
Bendícenos
con la alegría del amor.
Haznos
pacientes y bondadosos,
Amables
y generosos,
Acogedores
de aquellos que tienen necesidad.
Ayúdanos
a vivir tu perdón y tu paz.
Protege
a todas las familias con tu cuidado amoroso,
Especialmente
a aquellos por los que ahora te pedimos:
(“Pensemos
especialmente en todas las queridas familias”, pidió el Papa)
Incrementa
nuestra fe,
Fortalece
nuestra esperanza,
Protégenos
con tu amor,
Haz
que seamos siempre agradecidos por el regalo de la vida que compartimos.
Te lo
pedimos, por Jesucristo nuestro Señor,
Amén.
María,
madre y guía, ruega por nosotros.
San
José, padre y protector, ruega por nosotros.
San
Joaquín y Santa Ana, rueguen por nosotros.
San
Luis y Santa Celia Martin, rueguen por nosotros.
Los
bendiga Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Buenas noches, duerman bien y hasta
mañana.
Tomado
de: https://www.aciprensa.com/noticias/discurso-del-papa-en-la-fiesta-de-las-familias-en-irlanda-90343
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