Laureano Márquez 18 de agosto de 2018
Quedará
para la historia como prueba cierta de la barbarie que vivimos: “si esta patria
no es nuestra, no será de nadie”. Sin duda es la confesión más clara que se ha
hecho de los propósitos verdaderos de quienes se han dado a la tarea de la
sistemática destrucción de Venezuela. Detrás de esta frase se aglutinan XX
siglos de las peores pulsiones del ser humano. Es, pues, como una síntesis
hegeliana en la que el chavismo se reconcilia con su verdad más contundente:
están aquí para ser los amos, los dueños, para esclavizarnos o para destruirnos
si nos resistimos. Pareciera que lo primero no lo han conseguido del todo y
están apostando a lo segundo.
La
frase da para un seminario en la Escuela de Estudios Políticos. Nos remite, por
una parte, a una idea muy antigua: la privatización de lo público, no ya
privatizaciones particulares y específicas, sino que todo lo público es
propiedad privada de una persona o grupo. En sus orígenes el poder era unipersonal
y absoluto. Quien lo detentaba era el amo y señor de los súbditos, dueño de sus
vidas y destino.
Estamos
hablando de lo que Weber llamaría forma tradicional del poder. No hay detrás de
la frase una reflexión racional, ni legal. No detentan el poder porque se
fundamentan en el derecho, ni mucho menos en la democracia. Son como el señor
feudal, dueños de sus siervos. Ejercen el poder porque el país les pertenece.
Todo el que no acepte este punto debe ser eliminado, sometido o expulsado. Como
en la doctrina del Derecho Divino de los Reyes, en la cual tal como proclamaba
Robert Filmer en su obra póstuma publicada en 1680:
El
poder es sagrado porque viene de Dios y no es creado por el hombre.
El
poder es absoluto, no puede ser limitado por nada ni por nadie.
En
definitiva pues, eso que suele denominarse “patria”, entendida como sinónimo
del lugar, el territorio o el país al que uno pertenece, es en el caso de
Venezuela, propiedad privada de quienes la manejan en este momento. Esto nos
lleva a otra reflexión: desde antiguo, el derecho a la propiedad, como bien lo
establece el Derecho Civil, abarca una serie de facultades sobre aquello que se
posee. Tal como señala el profesor Oscar Ochoa en su libro “Bienes y derechos
reales. Derecho Civil II (Ediciones de la UCAB, 2008):
“La
libre disposición de los bienes en manos de su propietario es un atributo
esencial del derecho de propiedad. El derecho de disponer, el derecho de libre
disposición de disposición plena y total se considera como el “derecho de
abusar”, material o jurídicamente.
El
abusus o Ius abutendi es el derecho del propietario de una cosa de conservarla
tal como ella es o modificarla, así como el derecho de destruirla
materialmente, consumiéndola haciendo de ella un uso o no repetible,
abandonarla o enajenarla. Se trata del atributo más completo del propietario,
puesto que en ejercicio del mismo puede llegar hasta la destrucción material de
la cosa objeto del derecho de propiedad.”
Es de
agradecer en todo caso la “honestidad” de la frase, desnuda de todo pudor
muestra al régimen tal cual realmente es, sin el maquillaje de la ideología.
Cierto es que la frase está hecha también para humillar y acobardar, pero eso
no le quita certidumbre.
Desde
el principio, desde aquella constituyente primera en la que gracias a las
peripecias matemáticas con un 52% de los votos obtuvieron el 98% de la
representación popular, este propósito de aniquilar la disidencia estaba en los
planes.
Pero,
por lo que parece, estamos llegando al llegadero: el aviso de la frase nos
concierne, si no detenemos el abusus, debemos prepararnos para aceptar con
resignación la aniquilación total.
Laureano
Márquez
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