Por Henrique Capriles
Una de las responsabilidades
más grandes del liderazgo del país en este momento histórico radica en decirle
a la gente lo que se debe decir y no sólo lo que un grupo grande o pequeño -sin
descalificar su alcance- quiere escuchar.
Así como es importante
acompañar a nuestra gente en cada una de sus luchas, también es necesario
orientar de manera responsable y realista la lectura del contexto político. No
hacerlo sería dejarse secuestrar por la falsedad y sus consecuencias nefastas.
Y en nuestra Venezuela debemos terminar de aprender de cuanto hemos vivido
durante estas últimas dos décadas.
Entendido esto, hablemos de
lo que significará este 10 de enero para el régimen de Nicolás Maduro y cuán
importante es para nosotros, las fuerzas democráticas. Eso sí, pensemos juntos
y desde la estrategia política, pero sin aspavientos ni exageraciones.
Ante los totalitarismos, no
existen fechas ni fórmulas mágicas. Sin embargo, cada momento político de la
Historia que ha tenido importancia se debe a que las acciones que se tomaron
dependieron de la manera de leer el contexto, la responsabilidad a la hora de
medir las consecuencias y la fuerza invertida en articular la mayor cantidad de
apoyo político posible. Todo esto se aplica en el presente, en
la búsqueda de una solución, porque el juego sigue trancado con las
consecuencias y sufrimiento para el venezolano de a pie.
Y eso es el 10 de enero de
2019: un momento político sin precedentes que debemos saber leer para actuar en
consecuencia y avanzar en la lucha por devolver la democracia y la libertad a
nuestra amada patria Venezuela.
Empecemos por preguntarnos
qué significa el 10 de enero para el gobierno de Nicolás Maduro.
El pasado viernes 4 enero de
2019 los gobiernos de los países que conforman el Grupo de Lima hicieron saber
de manera oficial que no reconocerán el nuevo período presidencial de Nicolás
Maduro en Venezuela.
Aunque a algunos pueda
parecerle poca cosa, se trata de una declaración muy delicada e importante.
Incluso representantes como Néstor Popolizio, Canciller de Perú, definieron la
farsa electoral del 20 de mayo de 2018 como ilegítima, añadiendo que durante
ese proceso no se cumplió con ninguno de los estándares democráticos mínimos ni
se permitió la participación de todas las fuerzas políticas.
Ya no se trata de un
liderazgo político local gritando en el desierto, confrontando a una
petrochequera que iba por el continente comprando apoyo. Hoy existe un grupo de
naciones cuyos gobiernos, constitucionales y electos democráticamente,
entienden que el régimen que se ha implantado en Venezuela significa un peligro
para la democracia de toda la América.
Y es importante que ese
grupo de gobiernos sientan que tienen un interlocutor válido en la coalición
opositora. Pónganle el nombre que quiera a esa coalición, pero debemos estar a
la altura del Pueblo venezolano y de los gobiernos democráticos de Argentina,
Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá,
Paraguay, Perú, Santa Lucía, entre otros. En especial a la altura del apoyo que
han brindado a la lucha democrática en Venezuela.
De modo que sería una
equivocación imperdonable permitir que un hecho político con las dimensiones de
este último pronunciamiento del Grupo de Lima se desperdicie y quede en un
limbo porque las fuerzas de oposición no seamos capaces de articular una
dinámica eficaz para corresponder a este tipo de acciones, hacer el acuse de
recibo y emprender nuevas acciones, fortalecidos y con nuevos argumentos.
Y estamos a punto de cometer
ese error una vez más.
En esta lectura del contexto
político, no debemos dejar pasar por debajo de la mesa que México se negó a
suscribir la solicitud del Grupo de Lima. Sin embargo, para entender esto
políticamente no podemos quedarnos tan solo con ese hecho. Es necesario también
entender que México ha admitido que pretende mantener relaciones diplomáticas
con Venezuela después del 10 de enero, pero también que permanecerá como
miembro del Grupo de Lima. Aunque en mayo de 2018 el gobierno de Peña Nieto
desconoció los resultados electorales, la administración de López Obrador
todavía no ha asumido el completo control de las relaciones bilaterales, algo
que incluye las relaciones comerciales.
Por eso me voy a permitir
una sugerencia, como parte del liderazgo democrático: es necesario que desde
nuestra coalición opositora se tenga una comisión especialmente dedicada a
hacer que el nuevo gobierno de México entienda los riesgos económicos y
políticos que implica mantener esa tibieza diplomática, amparada en un frágil
aparataje ideológico que se desmoronaría si se hace un buen trabajo de política
de Alto Nivel.
México no necesita de ese
petróleo venezolano que ya PDVSA ni siquiera alcanza a producir en las
cantidades que le permitían al oficialismo comprar votos y complicidades, de
modo que ha llegado el momento de ejercer la real politik desde
nuestra alternativa y empezar a armar el tablero que deseamos tener para el
momento en que seamos gobierno.
Y eso incluye prestarle
atención al contexto político de países como Panamá y Argentina. Aunque
parezcan políticamente distantes, ambos tienen elecciones presidenciales este
nuevo año y resultarán unos aliados comerciales importantes cuando seamos
gobierno. En especial cuando aún no se sabe el comportamiento que tendrá el
nuevo gobierno de Brasil con respecto al Mercosur y todo lo que eso implica.
Además, tanto Argentina como Panamá son tierras que se han convertido en el
nuevo hogar de muchos venezolanos, de modo que es importante interesarnos en el
destino de esos países y en las esperanzadoras alianzas que resulten de ahí.
De modo que así como hay que
articular una dinámica para responder a gestos como el del Grupo de Lima,
también es necesario tener representaciones oficiales en esos nuevos contextos
políticos de la región.
Otro de los elementos que
hay que entender del espaldarazo brindado por el Grupo de Lima es que esos
mismos gobiernos reconocen a la Asamblea Nacional electa en diciembre de 2015
como un poder constituido de manera democrática. Y eso es un elemento
fundamental, porque articula de una manera clara que el Pueblo sí ha elegido
autoridades, pero sobre todo al Poder Legislativo, el más representativo de
todos los poderes, donde cada región y cada fuerza política tiene un espacio de
participación legitimado por el voto de los ciudadanos.
Y ese espacio fue abandonado
por los diputados electos por parte del PSUV, irrespetando la confianza que
millones de ciudadanos puso en ellos. Negados a asumir que habían perdido el
respaldo popular, no se atrevieron a quedarse en el Parlamento a intentar
construir una mayoría, sino que se dedicaron a sabotear el trabajo legislativo.
Al punto de crear y pretender mantener una ilegítima e inconstitucional
asamblea constituyente como un parapeto que les permita violar la Constitución
una y otra vez y no aceptar el mandato que el Pueblo venezolano le dio a la
única Asamblea Nacional.
Llama la atención que, luego
del pronunciamiento del Grupo de Lima, el oficialismo respondiera con un
cinismo evidente que Nicolás Maduro y la Asamblea Nacional cuentan con la misma
legitimidad. Su argumento fue decir que las garantías durante el proceso de
diciembre de 2015 y la payasada que armaron en mayo de 2018 fueron las mismas,
cuando el planeta entero se escandalizó al ver cómo inhabilitaron e
ilegalizaron candidatos y los principales partidos políticos, manipularon las
circunscripciones electorales y utilizaron toda la estructura del Estado para
corromper los comicios y asesinar el voto libre en Venezuela.
No les extrañe que en esta
coyuntura quieran usar el supuesto desacato de la AN y el no reconocimiento del
20 de mayo para disolver la legítima Asamblea Nacional y convocar a unas nuevas
elecciones, como una manera de distraer y así ocultar la crisis política y
humanitaria, el poderío militar, la corrupción, la represión, la censura, el
fracaso económico, los presos políticos y los asesinatos que a diario ponen en
evidencia su ilegítimo y desastroso ejercicio.
En Miraflores insisten en
sostener el Poder en un país en ruinas. Muestran ser capaces de gobernar en un
desierto, con tal de no soltar el Poder. Pero hay que insistir en hacerle saber
a todos los actores políticos involucrados, nacionales e internacionales, cuál
será el costo de mantener esta situación. Ha llegado la hora de accionar y de
hacerle saber al mundo que tiene lo más pronto que se pueda que haber cambio
político y para eso es necesario fracturar lo que sucede de aquel lado, donde
más de uno se debe estar preguntando cómo salir del infierno en que están
metidos, porque saben que en esa dirección no tienen chance de nada.
Eso sí: Cuando uno estudia
sobre las transiciones democráticas en la historia contemporánea se da cuenta
de que ninguno de los procesos exitosos fue sencillo.
Sin embargo, aunque cada
caso ha sido distinto, hay una variante que permanece constante: la
participación de todos los sectores de la sociedad, desde los partidos
políticos hasta el pueblo sin organización, pasando por organizaciones,
sindicatos, la iglesia y, entre todos esos factores vitales para la transición,
el liderazgo político.
A mí siempre me gusta
recordar que cuando en Europa se acabó la Segunda Guerra Mundial, aunque la
opinión pública le hizo ver al mundo que el fascismo había sido derrotado, hubo
dos países donde esa cruel manera de ejercer el Poder se mantuvo durante
décadas: España y Portugal. Aun así, cada uno de esos países, con mucho
sufrimiento de por medio y mediante vías muy distintas, recuperó su libertad.
Fue la Revolución de los
Claveles un momento político que supieron leer todos los involucrados en el
deseo de darle a Portugal la oportunidad de la democracia. Fue la muerte de
Francisco Franco un momento político que todas las fuerzas políticas decidieron
leer en conjunto, a pesar de sus visiones ideológicas y estratégicas distintas
y, en muchos casos, hasta contradictorias con las decisiones tomadas. Fue
un momento político el debilitamiento político de uno de los dictadores más
cruentos de América Latina, Augusto Pinochet, lo que supo leer la coalición
opositora que lo sacó del Poder. Y así las dictaduras militares de Brasil,
Argentina, Uruguay.
A mí me cuesta creer que el
aparato político que ahora sostiene de manera tan endeble a Nicolás Maduro en
el Poder sea más robusto que el de tantos ejemplos que podría citar, uno por
uno, de transiciones hacia la democracia. Y es necesario que demos desde ya,
unidos, con esa idea de transición que genere esperanza en la gente. Es
urgente: debemos accionar en sintonía, porque si no lo hacemos pasaremos a la historia
de la política como una generación pusilánime que fue incapaz de articularse en
contra de uno de los peores gobiernos que ha vivido la historia republicana de
América Latina.
Aun así, cuidado con las
expectativas que generamos: aquí no hay fechas mágicas. Nuestra Asamblea
Nacional debe insistir, desde esa fuerza legítima que le da el voto de los
venezolanos, y articularse como una de los pilares principales durante este
momento político.
Hay que insistir en la
unidad y en la estrategia común. Una idea que pueda aglutinarnos y ser eficaces
en acciones como la del Grupo de Lima, así como en participaciones activas en
la vida política de la región, como lo que se vivirá este año en los países
donde habrá elecciones significativas.
Si no logramos eso, olvidémonos
del resto. Nada va a cambiar en Venezuela hasta que no se concrete una solución
política. Y eso es una responsabilidad nuestra. No va a haber recuperación
económica ni salida a la crisis humanitaria hasta que no consigamos ese
elemento de cohesión que sea capaz de responder con rotundidad a lo que la
comunidad internacional y los venezolanos mayoritariamente demandamos: que
vuelva la democracia, que se respete la Constitución y que en algún momento
cercano el Pueblo elija de verdad su destino.
¡Qué Dios bendiga y acompañe
a nuestra Venezuela este 2019! ¡Es la hora de que
todos unidos busquemos la solución política para el renacer del país!
06-01-19
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