Por Andrés Cañizález
Tenía algún tiempo pensando
en escribir sobre los desafíos del periodismo venezolano en cómo contar lo que
ocurre en Venezuela. Nuestro país sufre, de lejos, la peor crisis
económica del planeta (y sin haber sufrido una guerra convencional), las
tragedias están a flor de piel y la población padece calamidades diversas en su
vida cotidiana.
No basta sólo con tener
cifras o citar a los actores públicos conocidos (políticos, empresarios, analistas).
Es importante tener los datos que permitan visualizar el problema en
su conjunto, pero sobre todo es un momento para el periodismo patee las calles,
vea y oiga lo que ocurre y finalmente lo cuente.
Estaba dándole vueltas a
este desafío, cuando me topé en los días de semana santa con un texto del
gran Martín Caparros, uno de los referentes del periodismo narrativo en
América Latina. Se trata de algo que escribió en 2015, pero por esos azares se
posó ante mis ojos recientemente.
El texto de Caparrós,
titulado Contra
el Público puede leerse en la web de El País de España. Vale la pena
adentrarse en aquella historia. Yo sólo tomaré el ejemplo de cómo Gareth Jones,
un galés, se adentró en Ucrania en los años 30 del siglo pasado: “He caminado a
través de pueblos y granjas colectivas. Por todos lados oí el mismo grito. No
hay pan”.
Jones siendo testigo directo
puso en sus crónicas lo que en aquel momento la gran prensa se negaba a ver, ya
que las simpatías de izquierda le perdonaron a Stalin sus desmanes en la ahora
extinta Unión Soviética.
En la Venezuela de hoy el
periodismo debe recorrer las calles para captar y transmitir el clamor
popular. Las colas por más cotidianas que sean, siguen siendo una anomalía que
debe contarse. ¿Qué llegó o que no ha llegado de alimentos? ¿La gente que hace
una cola pudo desayunar? ¿Y los pensionados que duermen ante los bancos?
La cotidianidad destruida
La tendencia periodística es
asumir que una vez que hablé de colas, ya es no es noticia. Y la crisis
venezolana, que se vive fundamentalmente en la destrucción de la
cotidianidad, debe ser contada desde allí. Desde el pan que no se tiene en la
mesa, desde la luz que sólo está 4 horas al día en muchas regiones de
Venezuela, desde los niños que sólo van a la escuela 3 horas al día.
Ese colapso que nos afecta a
todos, pero que no termina de ser total, pero que paulatinamente va apagando
ámbitos de la cotidianidad dentro de Venezuela. Eso, sin duda alguna, debe ser
contado por el periodismo venezolano.
La fotografía que acompaña
hoy a este texto la tomé de la cuenta en Twitter del profesor Ronald Ugel, en
Barquisimeto. La pongo como ejemplo no sólo de la creatividad y adaptación del
venezolano ante la crisis, sino de las paradojas que entraña lo que vivimos
hoy.
Se vende leña para cocinar,
cosa que nos coloca en la vida del siglo XIX, pero esa leña se puede comprar
con una tarjeta de débito, un recurso de la modernidad bancaria.
Además comenta Ugel de cómo
se han multiplicado las ventas de molinos portátiles para el maíz, la yuca o el
café, o incluso ya hay negocios en los que se colocan en venta fogones a leña.
Otra paradoja, todos esos utensilios premodernos –por decirlo de algún modo- se
tasan en dólares, moneda ícono del capitalismo moderno.
Lo cuenta este profesor en
sus redes sociales. Esas son las historias que debería estar contando el
periodismo. De cómo aquel país rico, país potencia, que le llamó Nicolás
Maduro, ha terminado sumido en un brutal retroceso.
23-04-19
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