Por Piero Trepiccione
La democracia siempre
ha sido un anhelo de las sociedades. En el imaginario colectivo, la noción de
democracia está asociada a derechos humanos, poder de decisión,
estado de derecho, estado de bienestar y desarrollo personal y familiar entre
muchos otros aspectos. No ha sido fácil establecer y consolidar sistemas
políticos soportados sobre el poder de la ciudadanía a lo largo de la historia.
Todo lo contrario, luchar
contra personalismos y regímenes tiránicos ha marcado pauta en la
historia de la humanidad. Desde siempre, la concepción del poder ha estado
asociada o bien a un individuo en particular o bien a grupos que lo detentan y
lo usan para fines particulares. Ha sido y es una batalla incesante, una
dialéctica que produce nuevas tesis constantemente, muchas veces, para mejorar
y otras, para retroceder o empeorar el sentido filosófico de lo que debe ser
una verdadera República.
Hoy en día, muchos estados
organizados sobre la base del concepto de la democracia, lucen extremadamente
debilitados en su funcionamiento y en la ejecución de políticas públicas con
sentido aglutinante. El narcotráfico, los grupos
corporativos, personalismos exacerbados, entre otros factores asociados al
interés real por el poder, usan las plataformas electorales con influencia
estratégica para controlar la autoridad y hacerse de beneficios particulares
para la consolidación de sus propios intereses.
Esta conducta, obviamente,
desarticula el interés general y crea un enorme caos en las
sociedades que se ven afectadas seriamente por el fenómeno de la corrupción y
la utilización del Estado para fines privados. En consecuencia, la calidad de
la democracia pareciera ir en retroceso en muchas regiones del mundo
afectando severamente la convivencia ciudadana no solo al interior de los
propios Estados sino en la interacción entre éstos.
Estamos en la obligación de
estar muy atentos a la construcción de narrativas asociadas a labúsqueda del
poder y su sostenimiento. En no pocas oportunidades se usa al “pueblo” como
centro de atención para el enamoramiento hacia el líder que al final solo está
comprometido consigo mismo o con grupos minúsculos.
Sobre este particular, hemos
visto la reaparición del denominado hiperliderazgo, que concentra el
carisma y el apoyo popular sobre un individuo que termina debilitando el
sistema de pesos y contrapesos que es un elemento clave para la consolidación
de la calidad de la democracia. Las sociedades que se dejan obnubilar por
discursos muy bien elaborados terminan cediendo espacios de control muy
necesarios para preservar la representatividad y la participación abierta.
Democracia en deterioro
creciente
El mayor de los desafíos
para la humanidad está abierto. El cambio climático, las migraciones, la
proliferación del narcotráfico, las teocracias, las desigualdades sociales, la
pobreza, el hambre, entre muchos fenómenos que afectan a la humanidad
actualmente, tienen su origen en el deterioro creciente de la calidad de la
democracia. No es algo aislado y por ello requiere nuestra atención permanente
y atenta. Venezuela, México, Honduras, Nicaragua y Cuba son ejemplos muy claros
de las consecuencias que se pueden generar cuando se debilita la
institucionalidad democrática y el personalismo se consolida.
Eso, si solo miramos este
lado del hemisferio, pero cuantos ejemplos más si recorriéramos el planeta de
cabo a rabo. Parece contradictorio lo que vivimos actualmente en pleno siglo
veintiuno cuando las ciencias y las artes han hecho eclosión sin precedentes en
la historia de la humanidad; sin embargo, retrocedemos a pasos agigantados
en conquistas democráticas que costaron enormes gotas de “sangre, sudor y
lágrimas” especialmente, durante los últimos siglos.
Es necesario llamar la
atención global a este problema que es desencadenante de muchos otros de mayor
envergadura. Sin democracias sólidas y consolidadas con sociedades políticas
formadas que permanentemente vigilen el funcionamiento de sus sistemas
políticos, difícilmente podremos superar el estadio actual de regímenes
personalistas y excluyentes. Los individuos debemos tener formación
política. Debemos tener claro que la democracia si no se cuida y se reinventa
permanentemente puede deteriorarse y resquebrajarse con consecuencias
terribles. Los errores no se pueden seguir repitiendo. Hay que reactivar la
dialéctica constructiva.
21-04-19
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