Luis Carlos Díaz 29 de abril de 2019
Es la personalidad latinoamericana más
relevante de la actualidad. Enfrentado al gobierno venezolano y reconocido por
más de 50 países como el presidente encargado de Venezuela, nos recibe en
Caracas para explicarnos su visión sobre la situación humanitaria, económica y
política del país.
La
agenda de Juan Gerardo Guaidó es rígida. Hoy debe cumplir los itinerarios y las
presentaciones públicas que sirven para su estrategia de visibilidad política.
Sin embargo, el ingeniero busca tiempo y espacio, dentro del caos venezolano,
para atender obligaciones que van desde los compromisos con el Partido Voluntad
Popular, a las emergencias del día y hasta las cosas de casa. Y, por supuesto,
atender a los medios. Juan Guaidó es la persona más nombrada en Venezuela y la
personalidad latinoamericana más controvertida desde enero de 2019.
Pronto
cumplirá 36 años de edad. Su esposa Fabiana Rosales llega a 27 y Miranda, su
pequeña hija, pasará de 1 a 2 años en medio de cámaras, micrófonos y una
dinámica familiar que cambió por completo. El pasado mes de diciembre, no
aparecía en las encuestas ni estaba en la lista de fuentes prioritarias para
los periodistas. Sin embargo, tiene más de una década acompañando a los
principales líderes políticos del país desde que se integró al movimiento
universitario que, en 2007, le propinó una derrota electoral a Hugo Chávez.
Hoy se
presenta en público mientras la multitud grita su apellido. Al mismo tiempo, en
la escena pública, a los políticos más veteranos y golpeados por los años de
conflictividad, les toca asumir la segunda fila y darle paso. La tesis de
Guaidó y quienes le acompañan, incluida la Organización de Estados Americanos y
el Parlamento Europeo, es que Nicólas Maduro ejerce de manera ilegítima su
cargo desde que realizó unas elecciones sin reconocimiento internacional en
mayo de 2018. Por esa razón, el parlamento que preside Guaidó decretó un “vacío
de poder”, el cual es llenado de forma temporal por el diputado hasta que
puedan llevarse a cabo nuevamente elecciones libres, sin candidatos opositores
presos, exiliados, inhabilitados o asilados y sin la participación de partidos
ilegales, en una fecha concertada según indica la Constitución y con
autoridades electorales neutrales. Es decir: luego de desmontar el aparato que
instalaron Chávez y Maduro durante su paso por la presidencia.
Lo que
le toca no es fácil, sin embargo, sonríe e insiste. Su propuesta es quebrar la
base de apoyos que mantiene a Maduro en el poder; sobre todo el militar.
Recientemente, su jefe de despacho fue allanado y apresado por el mismo cuerpo
de seguridad que lo retuvo a él durante horas la mañana del domingo 13 de
enero: el Servicio Bolivariano de Inteligencia (SEBIN), la policía política.
Roberto Marrero fue enjuiciado por “terrorismo”, según el aparato de justicia
de Maduro, que amenaza con detener en cualquier momento a Guaidó, quien
mientras se mueve dentro y fuera del país para elevar el costo de esa jugada.
Nos
encontramos con él, en las oficinas en Caracas del partido Voluntad Popular, en
Altamira. El político que ha sido reconocido por más de 50 países como
“presidente encargado” de Venezuela mientras Nicolás Maduro se mantiene
gobernando desde el Palacio de Miraflores y el Fuerte militar Tiuna, en la
ciudad capital.
GQ-
Fuera del país, me preguntan quién eres. Vienes de un partido cuyo líder,
Leopoldo López, está preso, desde 2014, mientras otros están en el exilio o
como el caso del diputado Freddy Guevara, asilado en la embajada de Chile desde
2017. Ahora estás al frente. ¿Cómo haces para liderar sin estar preso también
de esos líderes y sus agendas personales?
JG- Lo
primero es la conciencia de la necesidad de gobernabilidad para ejercer mandato
y brindar estabilidad a Venezuela para reinstitucionalizar. Por eso, no estamos
subyugados, sino en una “sociedad política”. Eso lo aprendí en el Parlamento
donde debía generar consensos. Fui presidente de una comisión, jefe de fracción
del partido y luego de la unidad. Pensarán que un día aparecí, aunque en
realidad siempre estuve ahí. No era el que daba el discurso, pero organizaba y
formaba. Ahora articulamos la fuerza política necesaria para generar cambios y
quiebres. Antes nos enfrentábamos a un muro levantado con petróleo,
narcotráfico, grupos armados y persecución.
GQ-
Van más de tres meses de la consigna “vamos bien” y los quiebres del chavismo
no dependen de ti. ¿Cómo mantienes la iniciativa?
JG-
Los procesos en Venezuela han sido aluvionales. De altísima participación y
movilización en momentos importantes. El reto es mantener la movilización y la
esperanza. El régimen ha llegado a un nivel de desesperación en el que sólo
resiste. Por eso, persigue periodistas, sindicalistas y a cualquiera. El reto
es salir de esta zona gris inédita: un presidente encargado en disputa por
ejercer las funciones del ejecutivo, que busca superar la crisis, mientras hay
una dictadura en ejercicio, con todos los poderes secuestrados y que usa las
armas de la república para defenderse.
GQ- La
transición no empieza, pero tampoco la dictadura termina. ¿Qué haces para
lograr esa fractura?
JG-
Cuando definimos la estrategia, pensamos que era lineal, aunque no lo ha sido.
Es una transición sui generis en la que tomamos control de algunos bienes de la
nación en el exterior, nombramos a representantes diplomáticos y preparamos un
Plan País para atender la emergencia, pero también debemos luchar para que cese
la usurpación de Maduro. El cambio depende de su salida. Si evaluamos las
variables para construir esa transición, que es construcción de una mayoría, su
ejercicio, la ruptura de la coalición dominante y el apoyo internacional, pareciera
que lo tenemos todo. Pero hay que insistir en este camino que depende también
de las Fuerzas Armadas. Podemos tener una elección acordada, una transición sui
generis como la junta cívico-militar de 1958 que derivó en la democracia o a
una salida de fuerza local o con ayuda internacional. Eso puede ser un golpe de
estado o la presión de una coalición internacional. Todas debemos evaluarlas y
debemos controlar las variables, incluida la presión de la calle. Lo más
importante es que se vea hacia el futuro que podemos gobernar.
GQ- ¿Y
qué aprendiste de los líderes opositores que antes que tú, ya trabajaban contra
el chavismo?
JG-
Una vez me dijeron que el régimen era como un trapiche, una molienda de
políticos. A ellos les tocó una época muy difícil, de alta popularidad del
gobernante, con un gasto público exacerbado. Nunca antes visto en América
Latina. Era el tío millonario que llegaba con petróleo y maletines, misiones de
asistencialismo descomunal, y no era fácil enfrentarse a eso. Rescato que los
valores democráticos se conservaron. Por eso, le ganamos a Chávez en 2007. Fue
increíble hacerlo con todo en contra. Claro, después se cometieron errores como
no tener agendas comunes. Pero esa curva de aprendizaje la pagamos en conjunto.
GQ-
¿Qué aprendiste de tu carrera como ingeniero que te sirva hoy?
JG-
Soy ingeniero industrial. Mi rol fundamental es optimizar. Definir dónde están
los cuellos de botella, cómo mejorar procesos, cómo hacerlo más barato, rápido
y eficiente.
GQ-
Debes hacer tu trabajo en un país con menos medios. ¿Cómo lo planteas?
JG- No
es un problema nuevo. Sin embargo, como venimos de una tradición caudillista,
hay que aprender nuevas formas de comunicación, como diversificar vocerías. Las
redes sociales han sido nuestro medio principal. Allí hemos visto la
multiplicación de bots y campañas en contra. Nos bloquean también servicios de
telefonía. Hemos vuelto a cosas como los volantes, pero al mismo tiempo
alimentamos WhatsApp, que ha sido fundamental. Enfrentamos también noticias
falsas porque son fáciles de propagar al no haber información oficial ni
posibilidad de contrastar. Además, ocurre en un entorno que para la gente es de
alta incertidumbre y ansiedad. Eso ocurre ante un régimen que pareciera
inamovible, pero que no lo es. Apenas está en resistencia, atrincherado. Ellos
lo dicen. No lo ocultan.
Juan
Guaidó conversa con la misma flexibilidad de quien ha discutido sobre política
desde la juventud y en espacios desde comunales hasta diplomáticos. Mientras se
realiza esta entrevista, Fabiana Rosales, su esposa, está de gira por varios
países de América. En cada punto del mapa, se reúne con la diáspora venezolana,
que en 2019 podrá superar los 5 millones de migrantes (más de 16% de la
población) y con los presidentes que la reconocen como primera dama. Guaidó se
ríe de la buena fortuna, de las veces que ha salido bien librado, como la
pasada detención gubernamental, pero también recoge con serenidad y recupera la
pausa cuando borda los puntos críticos, como las amenazas que recibe, y que
debe tocar con cuidado para no hacer evidentes algunas estrategias por venir.
Se acomoda en el sofá y se mantiene atento, sin tomar café ni agua.
GQ-
Pocos sabían que te ibas a juramentar frente a la multitud como presidente
encargado el pasado 23 de enero. Y si alguien lo sabía, lo supo disimular muy
bien. ¿Puedes narrarnos, desde tu perspectiva, qué pasó allí?
JG-
Desde el 5 de enero, dijimos que había una posibilidad constitucional de llenar
el vacío en la presidencia. Es como la fábula del que le toca “reclamar el
trono”. Es una situación similar: un presidente encargado que reclama el
ejercicio pleno de las facultades del ejecutivo para solucionar los problemas
de los venezolanos. Podemos reclamarlo constitucionalmente, pero por la vía de
los hechos; es un tema de crisis política que hay que enfrentar y luchar.
Debemos construir esa capacidad, primero con la protesta ciudadana y después
con el anhelo de cambio.
GQ-
Sin embargo, la prensa internacional te sigue llamando “el autoproclamado”...
¿Por qué?
JG- Es
desinformación de la Constitución venezolana o del momento político que vive el
país. Porque este es otro falso dilema o una verdad a medias. Esto no arrancó
en 2019, sino desde nuestra victoria en las elecciones parlamentarias de 2015,
donde construimos mayoría. El año pasado quizá lo vemos como gris, aunque
logramos que el mundo entero desconociera el proceso fraudulento del 20 de
mayo. Eso nos permitió llegar a asumir la presidencia encargada el 23 de enero,
así que construimos ese momento, y para eso hubo comunicación con todos los
partidos políticos y el respaldo internacional.
GQ- A
Roberto Marrero, tu jefe de despacho, lo detuvieron y encarcelaron acusado de
terrorismo. No obstante, no has dejado tu gira de lado. ¿Cómo lo manejas?
JG- Es
un ataque directo a mí. El régimen saliva con detenerme. No sé si cuando salga
esta edición estaré preso también. Ahora mi hermano también está perseguido y
solicitado. Lo acusan de ayudarme. También encarcelaron al abogado y consultor
jurídico petrolero Juan Antonio Planchart, quien investigó para nosotros la
identificación de fondos del chavismo en el exterior, producto de la
corrupción. Esto es más que persecución. Aquí ya nadie es inocente, somos
culpables por querer un cambio en Venezuela.
GQ-
¿Qué haces para enfrentarlo?
JG- Lo
manejamos como hemos hecho desde hace años. En 2014, quedé encargado del
partido cuando apresaron a Leopoldo López y había una orden de captura contra
Carlos Vecchio, quien hoy es embajador encargado ante Estados Unidos. En ese
momento, los que quedamos nos amoldamos. La sede del partido fue allanada tres
veces. Yo fui apuntado en el rostro por los cuerpos de seguridad. Si algo he
sacado de mi proceso de vida es que soy un sobreviviente, y no queremos ser
víctimas, sino que queremos seguir. Sobrevivir y trascender a vivir dignamente.
No es fácil porque, al igual que todos, no tengo electricidad o agua en estos
momentos. No es populista decirlo, lo comparto: tengo que resolver también los
tratamientos médicos por el cáncer que sufre mi madre y la alimentación de mi
hija. Como todos.
GQ-
¿Por qué crees que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en México se ha
diferenciado de otros países de la región?
JG-
Hay un enfoque que se le ha querido dar al conflicto en Venezuela, que es
hacerlo parecer como un problema ideológico entre la izquierda y la derecha.
Esto no es así. Existen compromisos adquiridos desde hace mucho tiempo con
asociaciones y alianzas…
GQ-
¿Hablas de ti o de AMLO?
JG-
Hablo de la izquierda del continente, del Foro de Sao Paulo. Ellos, durante
años, trataron de imponer un modelo político financiado desde Brasil con el
dinero de la empresa privada Odebrecht y desde Venezuela con las ganancias de
la empresa petrolera estatal PDVSA; ambas con casos de corrupción. No quiero
decir que hay ese tipo de vínculos con López Obrador, pero sí hay vinculaciones
de tiempos. Su campaña se basó en denunciar la corrupción y las violaciones de
derechos humanos y en realidad tendría poco margen de maniobra para hablar de
esos temas en el caso de Venezuela.
GQ-
Pero ¿cómo te puede comprender la izquierda de América Latina si salen en tu
apoyo líderes como Trump, Bolsonaro o Duque?
JG-
Evidentemente, la política interna de cada país lo usará para su propia
campaña. Sin embargo, el caso venezolano tiene que ver con otras cosas: es un
tema de derechos fundamentales, de humanidad. Se trata del derecho a la vida, a
la salud, a pensar libremente. Estamos en un punto en el que pedimos agua, luz
y comida. ¿Estamos acaso en 1900? ¿En la Venezuela rural? Son más de 100 años
de retraso y eso no aguanta ningún tamiz ideológico ni de intereses
transnacionales. Ese cuento de que Estados Unidos quiere apropiarse del
petróleo venezolano es la falacia más grande que he escuchado en mi vida,
cuando ha sido el principal cliente de Venezuela en ese rubro porque tienen
refinerías que pueden procesar nuestro petróleo. Es pura retórica, es una
narrativa falsa que no se ajusta a lo que ocurre.
GQ-
¿Cómo vas a afrontar problemas clave como la pobreza o la hiperinflación?
JG- No
es mi estructuración, sino la de un gran equipo que hemos denominado Plan País
y que está dividido en 10 áreas, desde la energética hasta la económica. La
situación es tan crítica, que añoramos una inflación de 3 dígitos, cuando en
este momento estamos sobre 3.000.000% anualizada y podríamos terminar el año
con una hiperinflación de 8 dígitos. Ya no hay agujeros en el cinturón para
aplicar medidas. No puedes apretar más al venezolano. Por eso, hablamos de
ayuda humanitaria para contener la crisis mientras se resuelve el problema
estructural de recuperar la productividad.
GQ-
¿Por qué le pides un quiebre a los militares cuando parece que siguen apoyando
a Nicolás Maduro? ¿Hay algo que no sepamos?
JG-
También (risas). Pero la única posibilidad de una transición pacífica es esa.
Si no, sería una salida de fuerza muy compleja para nosotros, los venezolanos.
Tenemos que agotar lo más posible esa alternativa. ¿Hasta cuándo podemos
aguantar para saber si contamos con ellos o no? Existe información, tenemos
comunicación y también hay miedo porque para ellos, ha habido persecución y
torturas. No gratis; hoy ya hay más de 160 oficiales presos. El Alto Mando lo
que tiene son compromisos con ellos mismos. Siento, y es mi percepción, que lo
que no quieren es dar el paso y así prescindir de sus privilegios.
GQ- Tu
imagen ha sido importante. Muchos líderes políticos se disfrazaron de
deportistas. ¿Por qué escogiste el traje como vestimenta cotidiana si, además,
eres el más joven de todos?
JG-
Hablando de la imagen, hay símbolos importantes. Como político, tú representas
a una ciudadanía. ¡Ojo! Vengo de la costa Caribe de La Guaira. Me encanta andar
descalzo, era divertido cuando podía hacerlo. Pero el respeto a los electores
es importante. Los símbolos del poder tienen peso cuando los llevas y los
representas. Hoy, alguien usurpa la banda presidencial y eso no lo hace presidente.
Debemos representar a la ciudadanía dignamente. Hay quien cree que las formas
son distancia y en realidad son respeto. Durante mucho tiempo, nos pareció
simpático que un presidente rompiera el protocolo porque eso lo hacía ver más
cercano. Pero es mentira. No genera más empatía transgredir el espacio de los
demás y la forma establecida. Es muy importante en política y en la vida
guardar la forma y el fondo.
GQ-
¿Qué se siente perder intimidad?
JG- En
estos días, Fabiana, mi esposa, me decía: “¿Vamos a recuperar la normalidad?”.
Y pensé que ella hablaba del país; le dije que sí, que volveríamos a tener agua
y luz. Ésa la vamos a recuperar. Pero la normalidad personal, la íntima, no lo
sé. ¿Volver a ir al parque o al cine? Eso no lo sé. Asumimos la misión de ser
servidores públicos y eso tiene consecuencias. Sin embargo, en la intimidad de
la casa y tener gente allí permanentemente, me ayudó que mi familia siempre fue
así, en mi casa vivían mis tíos y mis primos, así que lo hemos sabido superar.
GQ- ¿Y
cuándo puedes ser papá? Porque tienes tres meses en otra lógica...
JG-
Ese es uno de los roles más importantes y, paradójicamente, me lleva a
arriesgar más porque sé que si no lo hago, mi hija no tendrá una vida digna. En
cada segundo que tengo chance, trato de estar con ella. No es fácil, pero es lo
mejor que tengo ahora como motivación.
GQ-
¿Temes por tu vida o la de tu familia?
JQ-
Siempre es un riesgo la libertad o la vida. Han existido amenazas directas de
muerte y persecución. Pero no temo. La verdad es que es un riesgo que asumimos
y sobrellevamos.
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