Américo Martín 21 de abril de 2019
@AmericoMartin
Incapaz
ya de resistir las humillaciones a que durante años fue sometido, Alan García,
hijo político del gran líder peruano y americano Víctor Raúl Haya de la Torre,
esperó en su hogar la comisión de la Policía Nacional encargada de detenerlo en
ejecución de una orden judicial solicitada por el Fiscal José Domingo Pérez.
El ex
presidente peruano y ex secretario general del APRA había declarado que ni se
asilaría ni se escondería. Se propuso esperar la formalización de la acusación
por el Ministerio Público, para conocer oficialmente el contenido de la
imputación. Y así fue, solo que el desenlace fatal parece descuadrar la
intención de presentarlo como un hombre vencido moralmente.
De
hecho, el lamentable suicidio de un líder de larga trayectoria democrática, fue
como el colofón de su decisión de afrontar con serenidad y valor un juicio del
cual sentiría que no podía esperar una equilibrada decisión absolutoria. El
clima era de justa indignación pero no necesariamente de objetividad e
imparcialidad. No era para menos. Se trataba del célebre Lava Jato brasileño,
que convirtió a Odebrecht en el emblema trágico de la corrupción.
La
causa del juicio se basaría en un supuesto soborno recibido para otorgar a la
empresa brasileña la construcción de la Línea 1 del Metro de Lima. Pero las
circunstancias y duros enfrentamientos que sacudían la vida política de la
pujante República peruana, hicieron que el expresidente se sintiera acorralado
e indefenso.
- Soy un perseguido político, declaró
Esperó
tranquilo a la Policía con total dominio de sí, se llevó la pistola a la sien y
disparó. Tuvo una trayectoria intensa. Amado como digno seguidor del fundador,
ha tenido la muerte que no esperaba ni merecía.
Estoy
en Los Teques tomando cerveza con mis hermanos Luis Antonio y José. Yo,
disfrutando de mi reciente libertad, rodeado de afectos fraternales. Corre el
año 1970. No sé por qué nuestra conversación nos conduce al suicidio de
Alirio, ocurrido unos cuatro años atrás. Lo recordamos con personal afecto por
sus habituales visitas al callejón de nuestra infancia en el barrio El Conde,
en las alegres veladas de fin de semana, organizadas con trasfondo musical por
Julián y Lucho Martín. Alirio recita versos que iluminan su presencia. Es buen
lector y conversador. Adversario de AD, logra atraer independientes de distinta
procedencia que con los años lo proyectan y rodean de atractivo misterio. Su
olfato lo conducirá a Jóvito Villalba, tal vez por aquello de “Quien a buen
árbol se arrima….”
Es una
decisión inteligente la de apalancarse con líderes rivales de la invencible
organización de Rómulo Betancourt, en lugar de permanecer al margen del cauce
democrático, tan marcado por la personalidad de Betancourt, Jóvito y Caldera.
Se
desmarca del izquierdismo de JV Rangel, Herrera Oropeza y Ochoa convirtiéndose
en el factor de contención para evitar la repetición en URD de la absurda
división de AD. Villalba comprende la importancia de un aliado que no cede a
presiones maximalistas, pero respetables seguidores suyos subrayan diferencias
entre el Maestro indiscutido y el líder emergente. Su tenacidad impacienta a
Alirio, quien les responde con inmerecido desprecio. ¿Cómo entender su trágica
determinación?
Aquel
día había convocado a sus seguidores. Era alta la expectativa despertada por
sus próximos anuncios… pero en lugar de concretarlos, Alirio extrae una
pistola, chequea la recámara, se apunta -quizá ceremoniosamente- a la sien y
aprieta el gatillo.
Su
recuerdo se difumina. Reviso enciclopedias y no encuentro su nombre. Mucho
desearía que estas líneas ayudaran a no olvidar su rutilante paso por la vida
Américo
Martín
@AmericoMartin
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