Juan Guerrero 19 de abril de 2019
@camilodeasis
A
principios del 2000 me invitaron a participar en un foro sobre Lectura
y ciudadanía en una escuela de San Félix, en el estado Bolívar.
Eran los días de la apoteosis y celebración chavista y de una descomunal
propaganda de la riqueza del “mejor país del mundo” donde la revolución
iniciaba su tránsito en la construcción del nuevo hombre.
Los
invitados que me antecedieron resaltaban las enormes y casi inacabadas riquezas
materiales del país, que junto con sus bellezas de todo tipo, hacían de este
territorio el moderno Paraíso donde finalmente nacería la sociedad socialista.
La directora de la escuela me presentó y de seguidas
intervine. Mis primeras palabras fueron sentenciosas: -¡Venezuela es un pobre
país! Afirmé. La directora, los expositores y hasta mi fiel amigo, Carlos
Yusti, pintor y ensayista de fino humor negro, se estremecieron.
A la directora se le borró la sonrisa de
azafata mientras el público enmudecía y todos fijaron sus rostros en mí. –Sí.
La principal riqueza de una sociedad reside en su población. –Argumenté. Si
esta no está educada, tiene bajos índices de lecturabilidad y para colmo, los
procesos de lectura y escritura y su promoción, son bajos o no están
respaldados ni asesorados por especialistas, es poco lo que se puede hacer para
alcanzar niveles altos de progreso social y económico.
Mi
amigo Carlos era el único que, con su sarcástica sonrisa, asentía y me
respaldaba. Al final, la ruidosa y distraída audiencia se esfumó en la noche
guayanesa mientras los directivos de la escuela daban media vuelta y se perdían
entre el tumulto.
Ciertamente. Existe en el común de las
personas una equivocada manera de referirse a Venezuela como “el mejor país del
mundo” y como un “país rico” vinculado, obviamente, a su numerosa variedad de
fauna, flora y demás bienes materiales.
El país es un territorio solamente poblado en
la zona costera y parte de la andina. De resto, no creo que llegue al habitante
por kilómetro cuadrado, del sur del Orinoco hacia abajo. Además, la población
venezolana actual se encuentra, según datos de algunas universidades,
fundaciones privadas y agencias internacionales, en situación de absoluta y
total pobreza. No solo desde lo económico-financiero, sino desde lo más
terrible y delicado: una población física, psicológica e intelectualmente
empobrecida.
Solo para indicar algunos datos afirmamos que
el venezolano actual ha perdido, entre 15-18 kilos de peso corporal. La
desnutrición infantil severa, supera el 10%, mientras los docentes
universitarios (un 15%) no pueden acceder a comer carne y tienen (el 72%) entre
1-2 años que no pueden comprar zapatos ni ropa para ir como dios manda a su
centro académico.
Por lo demás, las enfermedades propias del
hambre y la miseria, tuberculosis, sarna, sarampión, paludismo se han
multiplicado y son parte del paisaje hospitalario de emergencia, tanto en
ciudades como en barrios y caseríos.
Ningún país del mundo se puede llamar rico ni
ser el mejor con semejantes estadísticas. No existe ni la más remota
posibilidad de ser el mejor país del mundo con un Estado dirigido por
pandilleros, totalitario y abiertamente transgresor de los derechos humanos: sociales,
comunicacionales, médico-asistenciales, políticos, educativos y hasta
religiosos.
La Venezuela actual es una sociedad
absolutamente empobrecida, entristecida y sometida al más dantesco proceso de
deshumanización. Por lo tanto, no puede existir riqueza alguna en medio de
semejantes privaciones.
Un país donde 4 de 5 personas que usted
observa en cualquier ciudad o pueblo, lleva siempre entre sus manos “un
bojote”, una bolsa, un morral, algo donde pueda conservar alimentos, no puede
ser un país rico. Ahora se agrega a semejante escasez una botella de plástico,
un botellón, un bidón, donde pueda conservar agua potable.
Venezuela no es ni el mejor país del mundo ni
tampoco es rico. Semejante absurdo es un invento malintencionado y bien
diseñado para hacer caer a incautos que repiten el estribillo de promociones
turísticas oficiales, adornando paisajes paradisíacos.
La fuente primaria de riqueza verdadera de
una nación está en su gente. Instruida y con principios y valores donde la
actividad laboral enriquece y fortalece la identidad cultural. Mientras el
Estado y su gobierno atienden, promueven y protegen a las personas construyendo
ciudadanía. Individuos sanos, aptos para vivir y convivir en una verdadera
sociedad republicana y democrática.
Este será el verdadero desafío para quienes
deseen un cambio radical en la reinstitucionalización del Estado. Construir un
país de riqueza integral. Que tenga el perfil de una sociedad donde el
ciudadano sea el centro del hacer institucional.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
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