Por Simón García
Durante las últimas décadas
hemos tenido gobiernos dominados por el extremismo revolucionario. Se atribuyen
el lado correcto de la historia, proclamación que expulsa a todo lo que esté
fuera de su ámbito, en territorio del error. Esa supremacía, empaquetada en
falsos juicios morales, presupone que el resto de los mortales son
nematelmintos por aplastar.
Porque es verdad que los
extremos se empecinan en unirse, se proyectan en la oposición argumentos
extremistas que parecen eco de la lejana confusión caribe que gritaba ser los
únicos hombres, cuando comenzaba su exterminio a caballo y con espadas de dos
manos, trabucos, arcabuces, pólvora y caña.
Su mantra es rechazar el
diálogo, repudiar la negociación, criminalizar el voto y derivar hacia una
salida militar, el peor escenario para quien enfrente armas con curare.
La unidad, aún vista como
medio, es un recurso poderoso. Posee efectos multiplicadores de la moralización
y refuerza la voluntad de lucha. Además de acumular cantidad, adquiere más
relevancia, mientras más aproxima un consenso nacional. Por ello, debemos practicarla
tanto para unir políticamente a la oposición, como para unificar al país.
¿Hay puntos que brinden un
peldaño para superar el jaque continuado entre los dos polos antagónicos? Sin
indicar orden de precedencia, podría sugerir los siguientes: 1. Compartir el
convencimiento de que hay que detener la destrucción del país. 2. Considerar
urgente paliar los efectos de la crisis que inducen un genocidio entre sectores
vulnerables de la población. 3. Encontrar una forma pacífica y negociada para
sustituir al régimen de facto de Maduro por un gobierno de unidad nacional con
participación de todos los actores que aseguren cambios sustentables. 4. Un
acuerdo de convivencia, reconciliación y justicia transicional a mediano plazo.
5. Hacer útil la solidaridad determinante de los EEUU, la UE, el Grupo de Lima
y todos los países democráticos preservando la decisión de los venezolanos en
la solución del conflicto interno.
El desafío de toda fuerza de
cambio, en la oposición o en el gobierno, es pensar al país desde una visión de
Estado y actuar desde una atención prioritaria a su tragedia social. Tragedia
mayor mientras más perdure Maduro y mientras más se insista en sanciones que
afectan indirectamente a los responsables de la usurpación y que directamente
aumenta los daños que la imposición autocrática ocasiona desde hace años a la
mayoría.
En la oposición el consenso
parece inclinarse hacia: 1. Contribuir al éxito de una estrategia de cambio
democrática, pacífica, integradora y sustentable. 2. Fortalecer el liderazgo de
Guaidó, desde el deber de apoyarlo y el derecho a expresar diferencias que
aporten mejoras a su desempeño. 3. Construir una gran coalición alternativa,
sin exclusiones, cuyo eje inicial sea la AN y la alianza entre radicales
y moderados. 4. Mantener la movilización y presión interna, atada a la
organización y al ejercicio de una cultura cívica democrática. 5. Preservar el
vínculo entre política y crisis social. 6. Definir una oferta clara de
incentivos para el PSUV, la FAN y bases de sustentación del régimen.
Persisten temas polémicos
sobre los cuales hace falta método para estimular su deliberación interna y
pública. Entre ellos, el riesgo de recaer en el paso atrás de la óptica
extremista. Pero, son temas que aluden a formular un nuevo estadio en la política
transicional inicial, cuyos avances extraordinarios aún están a la vista. Un
giro que sólo pueden encabezar Guaidó y la AN.
21-04-19
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