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martes, 23 de abril de 2019

El caso Venezuela: ¿guerra de desgaste o decisión rápida?, por Aníbal Romero




Aníbal Romero 22 de abril de 2019

El régimen chavista está en guerra contra los venezolanos. Ahora bien, si es una guerra, ¿de qué tipo de guerra hablamos? Aclarar este punto es importante. De un lado para evaluar adecuadamente en qué circunstancias nos hallamos, quién está avanzando y quién retrocediendo; de otro lado para diseñar y ejecutar una estrategia viable en función del contexto de la lucha.

El régimen chavista está en guerra contra los venezolanos. Ello se mide no sólo por el número de muertes violentas que ocurren a diario en el país, o por las desgarradoras penurias que acosan la existencia de nuestra gente. Lo más relevante se refiere al empeño del régimen por sostenerse en el poder a toda costa, sin admitir la opción de su reemplazo. Esto último es clave. Se trata de un régimen que no puede arriesgarse a perder el control de los mecanismos que le afianzan. De allí la cada día más generalizada convicción, interna e internacional, acerca de la naturaleza implacable de la tiranía.

Ahora bien, si es una guerra, ¿de qué tipo de guerra hablamos? Aclarar este punto es importante. De un lado para evaluar adecuadamente en qué circunstancias nos hallamos, quién está avanzando y quién retrocediendo; de otro lado para diseñar y ejecutar una estrategia viable en función del contexto de la lucha.

La guerra del régimen contra los venezolanos

Consideraré dos tipos de guerra, la de desgaste y la de decisión rápida. Hallamos ejemplos en el terreno militar y también en el de las confrontaciones políticas, siempre recordando con Clausewitz que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. La Primera Guerra Mundial, para citar un caso, fue una guerra de desgaste, y la guerra entre Israel y varios países árabes en 1967, o “guerra de los seis días”, fue de decisión rápida. La confrontación entre los pueblos y los regímenes comunistas de Europa Oriental fue una guerra de desgaste, y la respuesta de Boris Yeltsin contra el golpe de los comunistas rezagados una especie de operación para la decisión rápida.

La guerra del régimen chavista contra los venezolanos es de manera evidente una guerra de desgaste, y ello tiene una serie de implicaciones que intentaré desglosar.

¿Cómo evaluar la marcha de una guerra de desgaste?

Por su naturaleza propia y el curso gradual de los eventos, resulta más complicado estimar la correlación de fuerzas en guerra de desgaste que de decisión rápida. Es necesario por tanto utilizar ciertos criterios específicos para estudiarlas. Los tres principales, me parece, son: tiempo, espacio, e intensidad del compromiso de cada bando en pugna.

En este orden de ideas, creo que en enero de este año comenzó una fase muy distinta en la guerra que tiene lugar en Venezuela y en torno a Venezuela. A partir de ese momento se inició un cambio fundamental en la correlación de fuerzas a favor del sector democrático. Tal realidad se palpa en los tres ámbitos indicados:

1) Se han acelerado los tiempos del enfrentamiento, que amenazaba con estancarse antes de los eventos de enero.

2) Se ha ampliado de forma extraordinaria el espacio de la guerra a favor de las fuerzas de liberación, con la adición de numerosos aliados.

3) También se ha transformado la intensidad del compromiso de los sectores en pugna. El sector democrático es ahora abrumadoramente mayoritario, y su compromiso de libertad se ha intensificado con una nueva esperanza. En cambio, el régimen ha descendido al pantano de la criminalidad sistemática y su desgaste es evidente.

Las guerras de desgaste, por definición, experimentan su desenlace en función del debilitamiento mayor o menor de los bandos en pugna. La Primera Guerra Mundial culminó luego de casi cuatro años de erosión mutua; no obstante, la entrada de las tropas americanas en combate en 1917 y de nuevas armas como el tanque, contribuyeron a que los poderes centrales (Alemania, Austria-Hungría y Turquía) colapsasen psicológicamente en 1918, con su frente interno a punto de estallar en una insurrección. En el caso de la Guerra de Troya, otra guerra de desgaste, el final lo produjo el uso de una treta o estratagema, el famoso Caballo de Troya, que generó una sorpresa estratégica y la ruptura del precario equilibrio bélico, luego de diez años de combates.

En mi opinión, insisto, en la guerra venezolana el régimen está sufriendo un desgaste rápido y profundo; en cambio el sector democrático se ha venido fortaleciendo de manera palpable. Para captarlo es necesario realizar un viaje con la imaginación y trasladarse a principios de enero pasado, cuando el panorama lucía muy distinto y la desilusión se propagaba entre la gente.

Lo más significativo a partir de entonces ha sido y es el férreo compromiso del Gobierno de los Estados Unidos con la libertad de Venezuela. Entiendo que el largo combate, las penalidades diarias y las frustraciones acumuladas generan a veces desaliento, pero hay que examinar con objetividad las situaciones. El gobierno de Donald Trump respalda con inflexible constancia la lucha por la liberación de Venezuela. Les mueven, desde luego, motivaciones geopolíticas, pero con base en una estrategia muy diferente a la miope y deleznable actitud de Barack Obama con relación a Venezuela y Cuba. Percibo en Donald Trump, John Bolton, Mike Pompeo, Marco Rubio, Elliott Abrams y otros un sentido de obligación moral, de deber, de responsabilidad sólidamente asumidos frente a la tragedia venezolana.

A principios de 2019, Nicolás Maduro y sus secuaces y aliados podían vislumbrar un panorama que les complicaba los planos económico y social, pero que no mostraba grietas graves y apremiantes en los planos político interno y geopolítico internacional. Esto ha cambiado sustancialmente. Entramos a otro tiempo, a otro espacio y a otra definición del compromiso.

¿Y ahora qué?

La impaciencia es natural entre los que ansiamos la liberación del país, pero ello no significa que la impaciencia sea buena consejera. De hecho no lo es. Las guerras de desgaste exigen un análisis ponderado de las variaciones en la correlación de fuerzas, y una estrategia ajustada a ese análisis.

Es cierto que las expectativas que se cifraron el pasado 23 de enero no tuvieron las consecuencias deseables, en el corto plazo. Tal vez quisimos transformar como por arte de magia una guerra de desgaste en otra de decisión rápida, sin haber entendido que la nueva fase estaba empezando, y no a punto de concluir de inmediato. Sin embargo, ese revés táctico no fue en modo alguno una derrota estratégica. Por el contrario, a partir de esa coyuntura la lucha democrática ha estado navegando con el viento a favor.

Mi impresión es que Washington ha ajustado sus percepciones acerca de cuál es y dónde yace el centro de gravedad de la tiranía chavista. Ese centro de gravedad no se encuentra en el sector militar tradicional. Las expectativas acerca de un quiebre interno de la institución armada tradicional en Venezuela no son lo decisivo. Ese quiebre, a mi modo de ver, puede ocurrir y seguramente ocurrirá, pero será otro factor entre varios, un punto culminante adicional en un proceso de desgaste del régimen, que está teniendo lugar en diversos terrenos al mismo tiempo.

El centro de gravedad del régimen es el lazo que le ata a Cuba, y de allí la importancia de la expansión geopolítica del conflicto, por parte de Estados Unidos, contra la Cuba castrista y sus aliados. Rusia y China seguirán realizando gestos de apoyo hacia Maduro, pero su nivel de compromiso, para no hablar de sus verdaderas capacidades económicas y militares con incidencia en Venezuela, son muy inferiores a los de los Estados Unidos. El ajedrez estratégico se juega principalmente en la Oficina Oval de la Casa Blanca; el resto de factores, si bien no deben subestimarse, tienen menos peso.

La misión de la oposición es consolidar el frente interno, transmitir confianza a nuestros aliados y en especial a Washington, y seguir resistiendo y desgastando al régimen. No propongo hacer de la unidad opositora un fetiche; sólo quiero enfatizar que la prioridad número uno, básica e irrenunciable, es poner fin a la tiranía y no andar dirimiendo diferencias secundarias, o decantando ambiciones entre figuras individuales, partidos y movimientos de oposición.

Entendamos de una vez por todas que los europeos, canadienses y latinoamericanos no van a apoyar jamás una intervención armada en Venezuela. Los únicos que pueden hacerlo en esta guerra, llegando finalmente a una confrontación militar, son los estadounidenses y cubanos. Los rusos y chinos no pasarán de símbolos y fuegos de artificio. Por ello es imperativo que la oposición no juegue adelantado con relación a Washington. Es inútil insistir con fórmulas de tipo jurídico, solicitando soluciones militares externas que no se darán en función de temas constitucionales internos. Es igualmente condenable seguir con las rencillas entre diversos grupos de oposición. Eso debería quedar atrás, en aras del respaldo que requiere Juan Guaidó como vértice de los apoyos internacionales a la causa democrática.

La impaciencia y pérdida del sentido de las prioridades sólo nos acarrearán sinsabores y fracasos. No soy ciego ni sordo ante el sufrimiento de nuestra gente, y entiendo la impaciencia de muchos, pero insisto: la lucidez y realismo político en el análisis, la constancia, la coherencia estratégica, la solidez del compromiso y la unidad en torno a Guaidó son fundamentales. Ha cambiado la correlación de fuerzas y se colocó a nuestro favor. No desperdiciemos lo ya conquistado.


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