Aníbal Romero 22 de abril de 2019
El
régimen chavista está en guerra contra los venezolanos. Ahora bien, si es una
guerra, ¿de qué tipo de guerra hablamos? Aclarar este punto es importante. De
un lado para evaluar adecuadamente en qué circunstancias nos hallamos, quién
está avanzando y quién retrocediendo; de otro lado para diseñar y ejecutar una
estrategia viable en función del contexto de la lucha.
El
régimen chavista está en guerra contra los venezolanos. Ello se mide no sólo
por el número de muertes violentas que ocurren a diario en el país, o por las
desgarradoras penurias que acosan la existencia de nuestra gente. Lo más
relevante se refiere al empeño del régimen por sostenerse en el poder a toda
costa, sin admitir la opción de su reemplazo. Esto último es clave. Se trata de
un régimen que no puede arriesgarse a perder el control de los mecanismos que
le afianzan. De allí la cada día más generalizada convicción, interna e
internacional, acerca de la naturaleza implacable de la tiranía.
Ahora
bien, si es una guerra, ¿de qué tipo de guerra hablamos? Aclarar este punto es
importante. De un lado para evaluar adecuadamente en qué circunstancias nos
hallamos, quién está avanzando y quién retrocediendo; de otro lado para diseñar
y ejecutar una estrategia viable en función del contexto de la lucha.
La
guerra del régimen contra los venezolanos
Consideraré
dos tipos de guerra, la de desgaste y la de decisión rápida. Hallamos ejemplos
en el terreno militar y también en el de las confrontaciones políticas, siempre
recordando con Clausewitz que “la guerra es la continuación de
la política por otros medios”. La Primera Guerra Mundial, para
citar un caso, fue una guerra de desgaste, y la guerra entre Israel y
varios países árabes en 1967, o “guerra de los seis días”, fue de
decisión rápida. La confrontación entre los pueblos y los regímenes comunistas
de Europa Oriental fue una guerra de desgaste, y la respuesta
de Boris Yeltsin contra el golpe de los comunistas rezagados
una especie de operación para la decisión rápida.
La
guerra del régimen chavista contra los venezolanos es de manera evidente una
guerra de desgaste, y ello tiene una serie de implicaciones que intentaré
desglosar.
¿Cómo
evaluar la marcha de una guerra de desgaste?
Por su
naturaleza propia y el curso gradual de los eventos, resulta más complicado
estimar la correlación de fuerzas en guerra de desgaste que de decisión rápida.
Es necesario por tanto utilizar ciertos criterios específicos para estudiarlas.
Los tres principales, me parece, son: tiempo, espacio, e intensidad del
compromiso de cada bando en pugna.
En
este orden de ideas, creo que en enero de este año comenzó una fase muy
distinta en la guerra que tiene lugar en Venezuela y en torno
a Venezuela. A partir de ese momento se inició un cambio fundamental en la
correlación de fuerzas a favor del sector democrático. Tal realidad se palpa en
los tres ámbitos indicados:
1) Se
han acelerado los tiempos del enfrentamiento, que amenazaba con estancarse
antes de los eventos de enero.
2) Se
ha ampliado de forma extraordinaria el espacio de la guerra a favor de las
fuerzas de liberación, con la adición de numerosos aliados.
3) También
se ha transformado la intensidad del compromiso de los sectores en pugna. El
sector democrático es ahora abrumadoramente mayoritario, y su compromiso de
libertad se ha intensificado con una nueva esperanza. En cambio, el régimen ha
descendido al pantano de la criminalidad sistemática y su desgaste es evidente.
Las
guerras de desgaste, por definición, experimentan su desenlace en función del
debilitamiento mayor o menor de los bandos en pugna. La Primera Guerra Mundial
culminó luego de casi cuatro años de erosión mutua; no obstante, la entrada de
las tropas americanas en combate en 1917 y de nuevas armas como el tanque,
contribuyeron a que los poderes centrales (Alemania, Austria-Hungría y
Turquía) colapsasen psicológicamente en 1918, con su frente interno a punto
de estallar en una insurrección. En el caso de la Guerra de Troya,
otra guerra de desgaste, el final lo produjo el uso de una treta o estratagema,
el famoso Caballo de Troya, que generó una sorpresa estratégica y
la ruptura del precario equilibrio bélico, luego de diez años de combates.
En mi
opinión, insisto, en la guerra venezolana el régimen está sufriendo un desgaste
rápido y profundo; en cambio el sector democrático se ha venido fortaleciendo
de manera palpable. Para captarlo es necesario realizar un viaje con la
imaginación y trasladarse a principios de enero pasado, cuando el panorama
lucía muy distinto y la desilusión se propagaba entre la gente.
Lo más
significativo a partir de entonces ha sido y es el férreo compromiso del
Gobierno de los Estados Unidos con la libertad de Venezuela.
Entiendo que el largo combate, las penalidades diarias y las frustraciones
acumuladas generan a veces desaliento, pero hay que examinar con objetividad
las situaciones. El gobierno de Donald Trump respalda con
inflexible constancia la lucha por la liberación de Venezuela. Les mueven,
desde luego, motivaciones geopolíticas, pero con base en una estrategia muy
diferente a la miope y deleznable actitud de Barack Obama con
relación a Venezuela y Cuba. Percibo en Donald Trump, John
Bolton, Mike Pompeo, Marco Rubio, Elliott Abrams y otros un sentido de
obligación moral, de deber, de responsabilidad sólidamente asumidos frente a la
tragedia venezolana.
A
principios de 2019, Nicolás Maduro y sus secuaces y aliados
podían vislumbrar un panorama que les complicaba los planos económico y social,
pero que no mostraba grietas graves y apremiantes en los planos político
interno y geopolítico internacional. Esto ha cambiado sustancialmente. Entramos
a otro tiempo, a otro espacio y a otra definición del compromiso.
¿Y
ahora qué?
La
impaciencia es natural entre los que ansiamos la liberación del país, pero ello
no significa que la impaciencia sea buena consejera. De hecho no lo es. Las
guerras de desgaste exigen un análisis ponderado de las variaciones en la
correlación de fuerzas, y una estrategia ajustada a ese análisis.
Es
cierto que las expectativas que se cifraron el pasado 23 de enero no tuvieron
las consecuencias deseables, en el corto plazo. Tal vez quisimos transformar
como por arte de magia una guerra de desgaste en otra de decisión rápida, sin
haber entendido que la nueva fase estaba empezando, y no a punto de concluir de
inmediato. Sin embargo, ese revés táctico no fue en modo alguno una derrota
estratégica. Por el contrario, a partir de esa coyuntura la lucha democrática
ha estado navegando con el viento a favor.
Mi
impresión es que Washington ha ajustado sus percepciones
acerca de cuál es y dónde yace el centro de gravedad de la tiranía chavista.
Ese centro de gravedad no se encuentra en el sector militar tradicional. Las
expectativas acerca de un quiebre interno de la institución armada tradicional
en Venezuela no son lo decisivo. Ese quiebre, a mi modo de ver, puede ocurrir y
seguramente ocurrirá, pero será otro factor entre varios, un punto culminante
adicional en un proceso de desgaste del régimen, que está teniendo lugar en
diversos terrenos al mismo tiempo.
El
centro de gravedad del régimen es el lazo que le ata a Cuba, y de allí la
importancia de la expansión geopolítica del conflicto, por parte de Estados
Unidos, contra la Cuba castrista y sus aliados. Rusia y China seguirán
realizando gestos de apoyo hacia Maduro, pero su nivel de compromiso, para no
hablar de sus verdaderas capacidades económicas y militares con incidencia en
Venezuela, son muy inferiores a los de los Estados Unidos. El ajedrez
estratégico se juega principalmente en la Oficina Oval de
la Casa Blanca; el resto de factores, si bien no deben
subestimarse, tienen menos peso.
La
misión de la oposición es consolidar el frente interno, transmitir confianza a
nuestros aliados y en especial a Washington, y seguir resistiendo y desgastando
al régimen. No propongo hacer de la unidad opositora un fetiche; sólo quiero
enfatizar que la prioridad número uno, básica e irrenunciable, es poner fin a
la tiranía y no andar dirimiendo diferencias secundarias, o decantando
ambiciones entre figuras individuales, partidos y movimientos de oposición.
Entendamos
de una vez por todas que los europeos, canadienses y latinoamericanos no van a
apoyar jamás una intervención armada en Venezuela. Los únicos que pueden
hacerlo en esta guerra, llegando finalmente a una confrontación militar, son
los estadounidenses y cubanos. Los rusos y chinos no pasarán de símbolos y
fuegos de artificio. Por ello es imperativo que la oposición no juegue
adelantado con relación a Washington. Es inútil insistir con fórmulas de tipo
jurídico, solicitando soluciones militares externas que no se darán en función
de temas constitucionales internos. Es igualmente condenable seguir con las
rencillas entre diversos grupos de oposición. Eso debería quedar atrás, en aras
del respaldo que requiere Juan Guaidó como vértice de los
apoyos internacionales a la causa democrática.
La
impaciencia y pérdida del sentido de las prioridades sólo nos acarrearán
sinsabores y fracasos. No soy ciego ni sordo ante el sufrimiento de nuestra
gente, y entiendo la impaciencia de muchos, pero insisto: la lucidez y realismo
político en el análisis, la constancia, la coherencia estratégica, la solidez
del compromiso y la unidad en torno a Guaidó son fundamentales. Ha cambiado la
correlación de fuerzas y se colocó a nuestro favor. No desperdiciemos lo ya
conquistado.
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