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martes, 30 de abril de 2019

Díaz Rangel en dos tiempos por @goyosalazar


Por Gregorio Salazar


Fue en los primeros años del primer mandato de Chávez en plena escalada de la confrontación entre el gobierno y los principales medios de comunicación del sector privado cuando Eleazar Díaz Rangel afirmó, palabras más, palabras menos, que “cada vez será más difícil saber dónde va a estar la verdad”.

No tuvo que pasar mucho tiempo, luego de los drásticos cambios que sobrevinieron en el esquema mediático y comunicacional del país, para que se confirmara con creces aquel vaticinio y un lapso más para que el profesor Díaz Rangel viera arder su enorme prestigio, periodístico, docente y gremial en la hoguera del debate sobre la libertad de expresión en Venezuela, de cuya defensa había sido una de las figuras más emblemática si acaso no la más sobresaliente.

Eso lo avalaba no solamente su obra escrita, sus reclamantes discursos y sus lecciones desde la cátedra, su intensa y brillante trayectoria gremial dentro y fuera del país y por añadidura uno de esos episodios que sólo son posibles en democracia, por imperfecta que sea, e impensables hoy en día: un debate televisado, un tet a tet con ribetes de espectacularidad boxística entre Díaz Rangel, Director del diario “Punto”, propiedad del MAS,  en la esquina de la izquierda, y el editor-director de la revista “Resumen”, Jorge Olavarría, en la de la derecha.

Como si eso fuera poco, la Federación Latinoamericana de Periodistas (Felap), de cuya fundación (México, 1976) fue uno de los principales actores, lo designó como primer presidente de la Comisión Investigadora de Atentados contra Periodistas (CIAP) en una época en que la muerte, la desaparición de trabajadores de los medios y otros alevosos ataques a manos de las dictaduras militares de derecha en el continente estaban a la orden del día.  Fue principalmente esa labor la que lo hizo merecedor de una distinción inédita: Periodista Emérito de las Américas, otorgado por la propia Felap.

Presidente de la Asociación Venezolana de Periodistas (1966-76); primer Secretario General del Colegio Nacional de Periodistas (CNP) al no poder ganarle la presidencia a Héctor Mujica y uno de los principales impulsores de la primera ley para el ejercicio de la profesión, Díaz Rangel fue por décadas obligada referencia gremial, sobre todo en el ámbito del CNP que tenía como cantera de su liderazgo histórico la docencia universitaria.  


Aunada a su labor reporteril, docente y gremial (Director de la Escuela de Comunicación Social UCV 1983-86) desarrolló casi sin interrupción y con ahínco la investigación histórica y periodística en varios campos, incluido el deportivo, y lo plasmó en una valiosa obra impresa. Labor que finalmente enfocó como cronista y entrevistador sobre Hugo Chávez, el fenómeno que le ocasionó el mayor deslumbramiento político de su vida y para más señas su coterráneo de Sabaneta de Barinas. Todavía le quedaban largos 27 años por delante.   

La política fue la actividad que aunque ejercida a sobresaltos orientó y al final subordinó las otras facetas del quehacer de Díaz Rangel, quien muy joven adscribió al PCV. Un hecho marca su vida: un carcelazo de dos años y medio en el Cuartel San Carlos a partir de 1962, el año de las sangrientas intentonas golpistas de El Carupanazo y El Porteñazo. Tenía apenas 30 años. Menos de una década después sería el primer senador  electo por el MAS.  

Con semejantes ejecutorias, con su fecunda capacidad de trabajo y su liderazgo, no es aventurado ni exagerado decir que un estudiante de periodismo que para aquellos años tan marcados en el ámbito universitario por la impronta de la izquierda no admirara al profesor Díaz Rangel no tenía sangre en las venas. Era, sencillamente, un paradigma.   

Curioso que desde aquel tiempo tuviera dos apodos: “Lulo”, para los íntimos y el ámbito de la fraternidad gremial. Y “Beria”, el nombre del terrible jefe de la KGB, para quienes se quejaban de sus severos procederes de comisario político. 

En el año 2001, en plena efervescencia chavista y la polarización política tensando los extremos de la sociedad venezolana, asumió Díaz Rangel la dirección de Ultimas Noticias.  Y para ser justos hay que apreciar allí dos tiempos: uno, el que transcurrió bajo la propiedad de la familia Capriles, donde el popular tabloide a pesar del entendimiento en lo informativo y lo económico con el Gobierno mantuvo su equilibrio informativo. Potenció su lectoría y llegó a tirajes dominicales de más de 400 mil ejemplares.

El segundo tiempo es la etapa sombría de esta historia. En medio de una debacle económica previsible, grandes diarios como El Universal y el propio Ultimas Noticias son vendidos y éste último pasa a ser controlado directamente por el régimen. Se desdibuja su línea informativa, se vacía su redacción, los periodistas que tuvieron la mejor contratación colectiva del ramo pasan a ganar salarios mínimos. La paginación se torna famélica como el cuerpo de los venezolanos y el tiraje ínfimo. La empresa está en quiebra económica y en su prestigio.

Díaz Rangel pasó a ser director general del Grupo Ultimas Noticias. Mientras, aquel diario tan popular siguió languideciendo, de espaldas al país, en medio de cierres de empresas periodísticas, censura e intimidación, discriminación publicitaria, agresiones de toda índole a los trabajadores de la prensa. Los titulares de primera calcan mediocremente las consignas del régimen. Y en todo ese trayecto el viejo luchador por la libertad de expresión se mostró inconmovible, imperturbable, desentendido de su entorno como las páginas del propio diario.  

Ahora que se ha producido su deceso la mañana del miércoles 24 de abril en el Hospital Militar,  el suceso convirtió de nuevo a las redes sociales en escenario de esas desenfrenadas tormentas  emocionales donde aflora la acre división del país. El oficialismo y sus parciales lo exaltan como figura periodística emblemática del régimen. Del otro lado, y de manera destacada sus colegas, quienes trabajaron bajo su égida y sus ex alumnos, no le perdonan lo que consideran su apostasía de los valores de la profesión y la traición a su hoja de vida.

Revanchismo o resentimientos, ataduras si no ideológicas al menos salidas de su identificación con el caudillismo mesiánico de Chávez, cualquiera de esas causas impidieron al final de la vida del profesor Díaz Rangel la coherencia con su propia historia. Comprender su trágica contradicción en función de encontrar datos para resolver la división que vive el país es tal vez lo más útil y necesario.  

Sin embargo, las viejas y buenas lecciones no se olvidan y  las llevan consigo varias generaciones de periodistas. Válido y suficiente para decirle en su hora final descansa en paz a un viejo y gran maestro.   

28-04-19

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