Por Gregorio Salazar
Fue en los primeros años del
primer mandato de Chávez en plena escalada de la confrontación entre el
gobierno y los principales medios de comunicación del sector privado cuando
Eleazar Díaz Rangel afirmó, palabras más, palabras menos, que “cada vez será
más difícil saber dónde va a estar la verdad”.
No tuvo que pasar mucho
tiempo, luego de los drásticos cambios que sobrevinieron en el esquema
mediático y comunicacional del país, para que se confirmara con creces aquel
vaticinio y un lapso más para que el profesor Díaz Rangel viera arder su enorme
prestigio, periodístico, docente y gremial en la hoguera del debate sobre la
libertad de expresión en Venezuela, de cuya defensa había sido una de las
figuras más emblemática si acaso no la más sobresaliente.
Eso lo avalaba no solamente
su obra escrita, sus reclamantes discursos y sus lecciones desde la cátedra, su
intensa y brillante trayectoria gremial dentro y fuera del país y por añadidura
uno de esos episodios que sólo son posibles en democracia, por imperfecta que
sea, e impensables hoy en día: un debate televisado, un tet a tet con
ribetes de espectacularidad boxística entre Díaz Rangel, Director del diario
“Punto”, propiedad del MAS, en la esquina de la izquierda, y el
editor-director de la revista “Resumen”, Jorge Olavarría, en la de la derecha.
Como si eso fuera poco, la
Federación Latinoamericana de Periodistas (Felap), de cuya fundación (México,
1976) fue uno de los principales actores, lo designó como primer presidente de
la Comisión Investigadora de Atentados contra Periodistas (CIAP) en una época
en que la muerte, la desaparición de trabajadores de los medios y otros
alevosos ataques a manos de las dictaduras militares de derecha en el continente
estaban a la orden del día. Fue principalmente esa labor la que lo
hizo merecedor de una distinción inédita: Periodista Emérito de las Américas,
otorgado por la propia Felap.
Presidente de la Asociación
Venezolana de Periodistas (1966-76); primer Secretario General del Colegio
Nacional de Periodistas (CNP) al no poder ganarle la presidencia a Héctor
Mujica y uno de los principales impulsores de la primera ley para el ejercicio
de la profesión, Díaz Rangel fue por décadas obligada referencia gremial, sobre
todo en el ámbito del CNP que tenía como cantera de su liderazgo histórico la
docencia universitaria.
Aunada a su labor
reporteril, docente y gremial (Director de la Escuela de Comunicación Social
UCV 1983-86) desarrolló casi sin interrupción y con ahínco la investigación
histórica y periodística en varios campos, incluido el deportivo, y lo plasmó
en una valiosa obra impresa. Labor que finalmente enfocó como cronista y
entrevistador sobre Hugo Chávez, el fenómeno que le ocasionó el mayor deslumbramiento
político de su vida y para más señas su coterráneo de Sabaneta de Barinas.
Todavía le quedaban largos 27 años por delante.
La política fue la actividad
que aunque ejercida a sobresaltos orientó y al final subordinó las otras
facetas del quehacer de Díaz Rangel, quien muy joven adscribió al PCV. Un hecho
marca su vida: un carcelazo de dos años y medio en el Cuartel San Carlos a
partir de 1962, el año de las sangrientas intentonas golpistas de El Carupanazo
y El Porteñazo. Tenía apenas 30 años. Menos de una década después sería el
primer senador electo por el MAS.
Con semejantes ejecutorias,
con su fecunda capacidad de trabajo y su liderazgo, no es aventurado ni
exagerado decir que un estudiante de periodismo que para aquellos años tan
marcados en el ámbito universitario por la impronta de la izquierda no admirara
al profesor Díaz Rangel no tenía sangre en las venas. Era, sencillamente, un
paradigma.
Curioso que desde aquel
tiempo tuviera dos apodos: “Lulo”, para los íntimos y el ámbito de la fraternidad
gremial. Y “Beria”, el nombre del terrible jefe de la KGB, para quienes se
quejaban de sus severos procederes de comisario político.
En el año 2001, en plena
efervescencia chavista y la polarización política tensando los extremos de la
sociedad venezolana, asumió Díaz Rangel la dirección de Ultimas
Noticias. Y para ser justos hay que apreciar allí dos tiempos: uno,
el que transcurrió bajo la propiedad de la familia Capriles, donde el popular
tabloide a pesar del entendimiento en lo informativo y lo económico con el
Gobierno mantuvo su equilibrio informativo. Potenció su lectoría y llegó a
tirajes dominicales de más de 400 mil ejemplares.
El segundo tiempo es la
etapa sombría de esta historia. En medio de una debacle económica previsible,
grandes diarios como El Universal y el propio Ultimas Noticias son vendidos y
éste último pasa a ser controlado directamente por el régimen. Se desdibuja su
línea informativa, se vacía su redacción, los periodistas que tuvieron la mejor
contratación colectiva del ramo pasan a ganar salarios mínimos. La paginación
se torna famélica como el cuerpo de los venezolanos y el tiraje ínfimo. La
empresa está en quiebra económica y en su prestigio.
Díaz Rangel pasó a ser
director general del Grupo Ultimas Noticias. Mientras, aquel diario tan popular
siguió languideciendo, de espaldas al país, en medio de cierres de empresas
periodísticas, censura e intimidación, discriminación publicitaria, agresiones
de toda índole a los trabajadores de la prensa. Los titulares de primera calcan
mediocremente las consignas del régimen. Y en todo ese trayecto el viejo
luchador por la libertad de expresión se mostró inconmovible, imperturbable,
desentendido de su entorno como las páginas del propio diario.
Ahora que se ha producido su
deceso la mañana del miércoles 24 de abril en el Hospital
Militar, el suceso convirtió de nuevo a las redes sociales en
escenario de esas desenfrenadas tormentas emocionales donde aflora
la acre división del país. El oficialismo y sus parciales lo exaltan como
figura periodística emblemática del régimen. Del otro lado, y de manera
destacada sus colegas, quienes trabajaron bajo su égida y sus ex alumnos, no le
perdonan lo que consideran su apostasía de los valores de la profesión y la
traición a su hoja de vida.
Revanchismo o
resentimientos, ataduras si no ideológicas al menos salidas de su
identificación con el caudillismo mesiánico de Chávez, cualquiera de esas
causas impidieron al final de la vida del profesor Díaz Rangel la coherencia
con su propia historia. Comprender su trágica contradicción en función de
encontrar datos para resolver la división que vive el país es tal vez lo más
útil y necesario.
Sin embargo, las viejas y
buenas lecciones no se olvidan y las llevan consigo varias
generaciones de periodistas. Válido y suficiente para decirle en su hora final
descansa en paz a un viejo y gran maestro.
28-04-19
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