Ismael Pérez Vigil 28 de abril de 2019
La
semana pasada inicié esta reflexión analizando el tema de la negociación del
fin de la dictadura y la transición a una democracia y caractericé algunos de
los actores, particularmente los ligados con la dictadura. Prosigo ahora con
los obstáculos que creo que se confrontarán en Venezuela en cualquier proceso
de negociación política.
El
primer obstáculo para cualquier negociación lo constituye la debilidad de la
unidad opositora por la multiplicidad de grupos, la gran dispersión y visiones
diferentes acerca de cómo superar la crisis que vivimos. Comenzando por
aquellos cuyos “principios” les impiden negociar con delincuentes hasta con los
que tengan secuestrados a sus familiares; a algunos de éstos ni siquiera se les
puede mencionar el término negociación porque la rechazan de inmediato y aunque
ese grupo es muy pequeño, algunos son muy beligerantes, desmoralizantes y
ruidosos. Pero el problema más grave de la falta de unión se refiere a qué la
oposición la conforman: numerosos grupos no gubernamentales, muy dispersos y
atomizados, de pocos miembros; grupos gremiales, de docentes y de
profesionales, que han perdido algo de la beligerancia y representatividad que
tuvieron años atrás, probablemente porque la emigración de muchos de sus
integrantes los ha debilitado; grupos empresariales de diversa índole,
diezmados, poco organizados desde el punto de vista político y con poca
experiencia de actividad en ese ámbito; grupos sindicales, de escasa
representación y que han sido muy golpeados, perseguidos y disueltos en estos
20 años; numerosas organizaciones o partidos políticos, de diferentes
ideologías y prácticamente exterminados por el régimen, inhabilitados
políticamente, sus dirigentes perseguidos, encarcelados y en el exilio y con
pocos recursos para actuar; grupos y organizaciones estudiantiles, donde los
universitarios son los más movilizados y activos contra la dictadura, pero los
de educación técnica y media apenas se sienten; seguidores de diversas
confesiones religiosas e iglesias y un sin número más de grupos de la llamada
sociedad civil y que todos pretenden una cuota de poder y peso en las
decisiones.
Resulta
paradójico que partidos políticos, sindicatos, asociaciones de productores,
agricultores, ganaderos e industriales, gremios docentes y profesionales,
universidades, medios de comunicación, organizaciones diversas de la sociedad
civil, incluso iglesias, que constituyen casi un 80% o más del país, rechazan a
la dictadura y quieren una salida de esta situación política en la que mal
vivimos y sin embargo ningún grupo organizado, partido político o líder,
opositor, logra aglomerar una representación o una popularidad individual mayor
al 10%. La organización de la oposición para enfrentarse y luchar contra la
dictadura resulta así ser débil y muy escasa.
Creo
que hemos llegado al convencimiento de que no basta realizar grandes
manifestaciones, grandes movilizaciones populares, sino que es necesario llegar
a un proceso mucho más amplio de organización popular, pero es una tarea que no
ha resultado fácil. Recientemente el presidente Juan Guaidó ha comenzado a
organizar los llamados Comités de Ayuda y Libertad a partir de los Voluntarios
por Venezuela, tanto en el país como en el exterior, que es una buena
iniciativa, pues parte de organizar a la población en sus lugares de trabajo o
vivienda, sin sacarlos artificialmente del contexto en el que desempeñan sus
actividades; pero no se debe caer en la desviación de organizar
“gerencialmente” a la oposición; esto no basta, hay que darle a esta
organización, además de tareas y citarlos a marchas y eventos, un contenido
ideológico, una finalidad, motivos, metas, aspiraciones, donde la gente se sienta
expresada e identificada con una causa, posible, alcanzable. Amalgamar toda esa
posible fuerza es un reto para poder conducirla a cualquier proceso negociador.
Otro
obstáculo importante es la presencia de diversos actores internacionales; y no
me refiero a los que nos apoyan y que sin embargo no tienen una posición
unánime acerca de cuál es la mejor manera de hacerlo; me refiero como obstáculo
— y ya los hemos visto actuar—- a los que apoyan a la dictadura: Cuba,
principalmente, cuyo destino propio depende en buena medida del suministro
petrolero y de dólares en efectivo que obtiene en Venezuela y que hará lo que
crea necesario por mantener esa fuente de subsistencia; pero también Rusia y
China, que tienen importantes intereses económicos en el país, sin hablar de
los geopolíticos, como es el caso de Rusia; y otros menores, menos
determinantes, pero que tienen su peso específico en ciertas áreas y
actividades económicas en donde tienen importantes intereses, como Turquía,
Irán, India, Sud África, etc.; en menor grado, pero también con intereses
ideológicos y políticos específicos: Bolivia, Nicaragua, Uruguay y
recientemente México y por último la corte de países caribeños, cultivados en
una relación clientelar con petróleo regalado o barato del cual depende en gran
medida su estabilidad económica.
Todos
estos países dan aliento a la dictadura, ayudan en la práctica a sostenerla y
serán un serio obstáculo para cualquier proceso de acuerdo, aun cuando digan lo
contrario, pues querrán participar o presionaran en el proceso negociador para
que prevalezcan sus intereses económicos, comerciales, ideológicos o políticos,
antes que los intereses del pueblo venezolano de librarse de una cruenta
dictadura.
Pero
el mayor obstáculo para cualquier negociación lo constituye la dispersión o
fragmentación del sector que apoya a la dictadura, aun cuando su división
interna no sea muy clara, muy patente, ya que aparentemente forman una unidad
monolítica, o se ven obligados a formarla bajo diversas amenazas. No hay duda
que algunos sectores civiles y militares –y fundamentalmente entre los llamados
“enchufados”– estarán dispuestos a alguna negociación que les permita su
supervivencia; algunos para que se les garantice que podrán seguir actuando
políticamente, a otros que podrán seguir con sus negocios y actividades
económicas en el país o disfrutar de la fortuna que acaudalaron en estos 20
años; y otros, los más comprometidos políticamente con el régimen, para que se
les garantice algún tipo de inmunidad, a cambio de dejar el gobierno, que les
permita exilarse con algún tipo de seguridad en algún país occidental.
Pero a
ese deseo de la negociación de un acuerdo, que les permita una salida, se
opondrán aquellos que son o pueden ser reos de delitos de corrupción o que han
cometido delitos contra los derechos humanos o de lesa humanidad o los que
están vinculados al narcotráfico nacional e internacional, o a actividades
terroristas; a éstos seguramente no les será fácil obtener algún tipo de
inmunidad en un proceso de negociación y por eso serán los principales
opositores a una negociación que busque una salida para una transición, un
regreso a la democracia. Su mejor opción es seguir en el poder e incluso
eliminar todo tipo de resistencia. Además, es obvio que cualquier negociación
que se intente contará con la resistencia de los radicales de ambos grupos –del
régimen y de la oposición– y con la de aquellos que no tienen futuro, que no
tienen perspectivas en un país democrático, donde impere el orden y la justicia
y donde su mejor apuesta es la impunidad y por eso serán el obstáculo principal
de cualquier negociación y no olvidemos que, en ese grupo del lado del régimen,
o en buena parte de él, está el sustento armado de la dictadura.
No
obstante, no hay posibilidad de regreso; el país no volverá a ser igual tras la
usurpación, este es un país en quiebra y corroído hasta sus cimientos y esa es
la mejor razón de lucha por el cese de la misma, un gobierno de transición y
unas elecciones libres, lucha que debe continuar y continuará sin descanso, a
pesar de las aparentes dificultades y contra vientos.
Ismael
Pérez Vigil
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