FERNANDO CASTRO AGUAYO 26 de abril de 2019
“Crecen los obstáculos,
verdaderas barreras de fuego, que impiden trabajar, adquirir bienes básicos,
moverse”.
Contemplamos
el pavoroso incendio que consumió la imponente catedral de Nuestra Señora de
París, en Francia. La reacción de los franceses en general, así como de
personas en todo el mundo ha sido de estupor y mucho dolor. Reflexionando sobre
el tema, contemplamos los millones de personas que cada año visitan la
catedral, y no solo turistas sino a hombres y mujeres atraídos por Dios y por
la trascendencia de una construcción en la que el arte gótico nos lleva a la
dimensión del gran horizonte de cada hombre que nos dignifica tanto.
Es muy
gratificante ver cómo todos los medios de comunicación sin excepción alguna,
mostraban sin reserva, la fe, la consternación por este trágico suceso, en una
Iglesia emblemática, dedicada a la Madre de Dios, joya de la arquitectura
mundial, expresión de la fe cristiana de nuestros antepasados.
Inmediatamente
los ciudadanos franceses y del mundo entero se comprometieron con la
reconstrucción de la catedral de Notre Dame. El fuego que devoró a la catedral,
es signo del fuego que tienen los creyentes y hombres de buena voluntad por
devolver al mundo ese icono religioso.
Este
trágico accidente lo he relacionado con lo que sucede en Venezuela. Un fuego
lento la ha consumido durante veinte años. Han quedado las cenizas de
muchísimas cosas: de la electricidad, del transporte público, de la educación,
de la producción, del emprendimiento. Crecen los obstáculos, y las mentiras,
verdaderas barreras de fuego que impiden trabajar, adquirir bienes básicos,
moverse.
Sin
embargo, hay muchos venezolanos dispuestos a reconstruir al país desde las
cenizas y el arrase que ha dejado un mal gobierno populista y castrante de
tantos años. En nombre de los pobres, se han hecho grandes negocios que
dificultan la posibilidad de estructurar un país.
Tenemos
hoy una ocasión de patriotismo. Notre Dame va a reconstruirse, Venezuela
también. Estoy seguro y esperanzado. París y Venezuela: hay paralelismo.
Fernando
Castro Aguayo
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