Por Gioconda Cunto de San
Blas
Mi amigo João era niño
cuando vino con sus padres de Portugal en busca de un mejor destino. Al llegar
a Venezuela se prometió a sí mismo aprovechar las oportunidades de estudio que
este país le ofrecía y así, con 11 años y sin el respaldo paterno que lo quería
en casa para trabajar, logró ser aceptado en la escuela cercana a su casa.
Comenzó sus estudios cuando todavía no dominaba el español y no se detuvo hasta
culminar al cabo de los años un doctorado en una prestigiosa universidad
europea, con una beca de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho, luego
retribuida a la nación con servicios de alto nivel en la industria petrolera.
Traigo esta historia a
colación para destacar el contraste de oportunidades de ascenso social hace
medio siglo entre una Venezuela que se abría paso hacia el desarrollo en
democracia y Portugal, entonces una nación bajo la férrea dictadura de António
de Oliveira Salazar, un país subdesarrollado y depauperado, con el mayor
analfabetismo de Europa a mediados del siglo XX.
Cincuenta años más tarde, la
situación ha revertido. La calidad de la educación en Venezuela ha ido
disminuyendo ostensiblemente, en paralelo con la crisis general del país, al
tiempo que los niños portugueses reciben ahora una educación de alta factura,
comparable a la de los países más adelantados de Europa, tanto que ese país tan
cercano cultural y afectivamente a nosotros se ha convertido en un referente
mundial en mejora educativa y pedagogías
innovadoras.
A lo largo de los últimos 15
años, con gobiernos de diferentes corrientes políticas e ideológicas, se ha
respetado la decisión del ministerio de educación portugués de dar continuidad
a las políticas concebidas para aumentar la exigencia y el rigor en
establecer objetivos, metas curriculares, programas bien fundamentados
científicamente, mayor exigencia hacia alumnos y profesores en los distintos
cursos escolares.
La evolución entre 2000 y
2015 es significativa: la renta económica y el estatus socioeconómico y
cultural de las familias aumentaron en este periodo. Portugal ha tenido
una mejora
continua en las pruebas PISA (pruebas trienales,
respaldadas por la OECD,
que se hacen desde el año 2000 a jóvenes de 15 años en muchos países; la última
publicada en 2015 contó con la participación de 70 países), situándose en todas
las pruebas por encima de la media OECD. En el año 2000 la brecha entre
Finlandia y Portugal era de 76 puntos, reducida a 25 en las pruebas de 2015 (ya
se hizo otra prueba PISA en 2018; resultados todavía inéditos), un rendimiento
que se ha traducido en millones
de euros sumados al crecimiento económico, lo cual ha incidido
en una mejora de la percepción actual de las familias sobre la importancia de
una buena educación.
Al igual que en otros países
exitosos en materia educativa, uno de los factores de superación del sistema
portugués es
la formación docente. Los educadores portugueses han visto
cómo las condiciones de acceso a la docencia se hacen más estrictas: ahora
tienen una formación inicial de cinco años, formación continua obligatoria,
refuerzo específico en los currículos de ciencias y formación específica en
metodologías de carácter innovador. Recientemente se han introducido diferentes
formas progresivas de evaluación del profesorado, evaluaciones externas y
autoevaluaciones.
Se ha creado el programa de
Territorios Educativos de Intervención Prioritaria que busca mejorar los
modelos de aprendizaje, paliar el abandono y el ausentismo, fomentar la
disciplina o facilitar la transición al mercado laboral. En 2008 la tasa de
abandono era del 34%, en 2016 era del 14%, acercándose así a la meta del 10%
para 2020, propuesta por la ONU en sus objetivos del desarrollo sostenible.
Liderando todo este proceso
está la figura del Ministro
de Educación, Tiago Brandão Rodrigues, de 38 años,
doctorado en Bioquímica, quien renunció a su cargo de investigador científico
en oncología en Cambridge para asumir el reto de elevar la calidad del sistema
educativo de su país a niveles competitivos con los de los países europeos de
mayor exigencia. Y lo está logrando.
Este ejemplo, cercano a
nosotros culturalmente, debemos tenerlo presente mientras elaboramos los
temas educativos en el Plan País bajo criterios de
excelencia propios del siglo XXI, a ser aplicados cuando en un futuro, ojalá
próximo, emprendamos el camino de la civilidad y el desarrollo que nos ha
negado el régimen a lo largo de dos décadas.
25-04-19
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