Shaylim Valderrama 23 de abril de 2019
La
salida a un bar en Venezuela puede ser interrumpida por un corte eléctrico. Ir
a ver un partido de béisbol es prohibitivo. Visitar la playa representa ahorrar
con meses de antelación.
Pese a
una crisis económica que ha llevado a tres millones de habitantes a emigrar,
los venezolanos se esfuerzan por sonreír y divertirse desafiando la
hiperinflación, la escasez tanto de alimentos como de medicinas y las fallas en
servicios básicos como la luz y el agua corriente.
Venezuela
ocupó el lugar 108 en el reporte del 2019 de Felicidad Mundial que elabora
Naciones Unidas. En el hemisferio, sólo Haití estuvo por debajo de la nación
OPEP, con el puesto 147 de los 156 países estudiados por la ONU.
El
informe de felicidad -que en su primera edición de 2012 ubicaba a Venezuela en
el puesto 19- pondera indicadores como el producto interno bruto per cápita,
ayudas sociales, generosidad, expectativas de vida, libertad social y ausencia
de corrupción.
En busca
de distracción, en el estado de Vargas cercano a Caracas, venezolanos como Luis
Ramírez se reúnen con familiares y amigos a orillas del Caribe.
Sentado
en la arena, Ramírez, un militar de 26 años, abraza a su novia mientras los
sobrinos de la joven juegan a su alrededor.
“Por
la situación del país, no todo los días se puede” viajar, dice, confesando que
llevaba más de un año sin ir a la playa pese a que vive en Caracas, a sólo 40
kilómetros de allí.
En un
país con un sueldo mínimo de alrededor de 6 dólares, una salida a la playa
puede rondar los 15 o 20 dólares, según entrevistados por Reuters. Ese monto
implica que muchas familias deben organizar la visita con meses de
anticipación.
“Uno
pone su mente en otro lugar”, dice Ramírez sobre el escape para disfrutar el
mar. “Buscar la manera de pensar en otra cosa y no en lo que ocurre en el
país”.
Venezuela
quedó sumida en la oscuridad con dos masivos cortes eléctricos en marzo que
afectaron a todo el país, generando escasez de agua y la suspensión de jornadas
laborales y clases. El comercio se paralizó casi por completo.
A
principios de mes, el gobierno lanzó un plan de cortes programados de
electricidad, por lo que varias ciudades siguen presentando intermitencias en
el suministro eléctrico.
LA
LUCHA POR SONREÍR
Para
los venezolanos, hacer colas por alimentos es cosa de todos los días. También
están acostumbrados a recorrer farmacias y hospitales en búsqueda de medicinas
y más recientemente a recoger agua hasta de riachuelos.
Hay
quienes aprovechan las fiestas tradicionales como Semana Santa para recorrer
templos, una actividad sin costo para muchos.
“Hacemos
milagros para divertirnos”, comenta Joaquín Niño, de 35 años y padre de dos
pequeños, con quienes visitaba un parque en el sur de la capital donde niños,
jóvenes y adultos llegan todos los fines de semana.
En el
centro de Caracas, un grupo de hombres de todas la edades se reúne cada domingo
para jugar softball bajo la mirada de los pocos familiares que los acompañan.
La valla, que debería proteger el campo de tierra, fue robada. También los
cables de la luz, por lo que sólo se juega de día.
“Siempre
vengo porque mi esposo juega (...), nos divertimos y así nos quitamos el
estrés”, cuenta Delia Jiménez, una diseñadora industrial de 62 años que se
levanta de la tribuna y aplaude cada vez que su esposo sube al montículo o
batea.
A unas
cuadras de allí, grupos de jóvenes se dan cita para bailar “break dance”, un
género urbano en el que las vueltas sobre el piso marcan la pauta.
Para
ellos, el baile es una forma de desconectarse y olvidarse de lo que ocurre en
el país, aunque en ocasiones no consigan suficiente comida a fin de cubrir la
dieta necesaria para mover sus cuerpos por hasta 4 o 5 horas todos los días.
“Cuando
bailamos para nosotros no hay crisis, no hay situación país”, dijo Yeafersonth
Manrique, un joven de 24 años tras una larga práctica. “En este mundo no hay
crisis”.
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