Francisco Fernández-Carvajal 07 de mayo de 2019
—
Espíritu apostólico de los primeros cristianos en medio de la persecución.
Frutos de la tribulación y de las dificultades.
—
Fortaleza ante circunstancias difíciles.
— La
unión con Dios en los momentos más costosos.
I. Después
del martirio de San Esteban se originó una persecución contra los cristianos de
Jerusalén, lo que dio lugar a que se dispersaran por otras regiones1.
La Providencia se sirvió de esta circunstancia para llevar la semilla de la fe
a otros lugares que de otro modo hubieran tardado más en conocer a
Cristo. Los que se habían dispersado iban de un lugar a otro anunciando
la palabra del Evangelio2.
«Observad –hace notar San Juan Crisóstomo– cómo, en medio del infortunio, los
cristianos continúan la predicación, en vez de descuidarla»3.
El
Señor tiene planes más altos, y lo que parecía el fin de la Iglesia primitiva
sirvió para su fortalecimiento y expansión. Los mismos perseguidores, que
pretendían ahogar la semilla de la fe apenas nacida, fueron la causa indirecta
de que muchos otros, a los que hubiera sido difícil llegar por vivir en lugares
apartados, conocieran la doctrina de Jesucristo. El espíritu apostólico de los
cristianos se pone de manifiesto tanto en las épocas de paz (que fueron la
mayoría) como en tiempos de calumnias y de persecución. Jamás cesaron de
pregonar la buena nueva que llevaban en el corazón, convencidos de que la doctrina
de Jesucristo da la salvación eterna y, además, es la única que puede hacer
este mundo más justo y más humano.
El
fervor, la firmeza, la coherencia de su fe, su hombría de bien, el trato amable
con el que aquellos cristianos de la primera hora trataban a cuantos se
relacionaban con ellos, fueron, en incontables ocasiones, el primer impulso
para que muchos se sintieran atraídos a la fe.
Aquellos
primeros fieles recordarían sin duda –quizá oído de labios de los mismos
Apóstoles– lo que el Señor había repetido en distintas ocasiones y de formas
diferentes: si el mundo os aborrece, sabed que antes me aborreció a mí4.
Y se llenarían de optimismo al saberse con más gracia para afrontar aquellas
dificultades y tribulaciones, y con la seguridad de que Dios dispone todas las
cosas para el bien de los que le aman5.
Los
mismos Apóstoles, junto a las numerosas conversiones, encontraron desde un
primer momento oposición y resistencia, pero no les importaba demasiado el
ambiente, porque buscaban ante todo la salvación de las almas.
No
tienen que sorprender las dificultades, de un signo u otro: Carísimos –nos
advierte San Pedro–, cuando Dios os pruebe con el fuego de la
tribulación, no os extrañéis, como si os aconteciese una cosa muy
extraordinaria6.
Y el Apóstol Santiago nos dice: Tened, hermanos míos, por sumo gozo
veros rodeados de diversas pruebas7.
Son algo de lo que podemos sacar mucho bien. Estas pruebas y contradicciones
pueden ser muy diferentes: unas provienen de un ambiente materialista y
anticristiano que se opone a que Cristo reine en el mundo (calumnias,
discriminación profesional, ambiente sectario anticristiano...); en otras
ocasiones el Señor puede permitir enfermedades, un desastre económico,
fracasos, falta de frutos en la tarea apostólica después de muchos esfuerzos,
incomprensiones...
En
cualquier caso, debemos entender en lo más íntimo de nuestra alma que el Señor
está muy cerca de nosotros para ayudarnos, con más gracias, a madurar en las
virtudes, y para que el apostolado dé su fruto. En esas ocasiones, Dios desea
purificarnos como al oro en el crisol, de la misma manera que el fuego lo limpia
de su escoria, haciéndolo más auténtico y preciado.
II. Todos
los días, en el Templo y en las casas, no cesaban de enseñar y de anunciar el
Evangelio de Cristo Jesús8.
En esas circunstancias, cuando el ambiente se vuelve más sectario o se aleja
más de Dios, deberemos sentir como una llamada del Señor a manifestar con
nuestra palabra y con el ejemplo de nuestra vida que Cristo resucitado está
entre nosotros, y que sin Él se desquician el mundo y el hombre. Cuando mayor
sea la oscuridad, mayor es la urgencia de la luz. Deberemos luchar entonces
contra corriente, apoyados en una viva oración personal, fortalecidos por la
presencia de Jesucristo en el sagrario. Nuestra lucha interior por alejarnos de
todo aburguesamiento debe ser más firme. Es uno de los frutos más grandes que
debemos sacar de las contradicciones, sean las que fueren: la necesidad de
estar más pendientes del Señor, de ser más generosos en la oración y en el
espíritu de sacrificio.
La
contradicción nos lleva a purificar bien la intención, realizando las cosas por
Dios, sin buscar recompensas humanas.
Si por
cobardía, por falta de fortaleza, por no pedir ayuda al Señor, se cediera ante
la dificultad, el alma iría retrocediendo en su unión con Dios, se llenaría de
tristeza y pondría de manifiesto una vida interior superficial y de poco amor a
Dios. El demonio suele aprovechar esas ocasiones para redoblar sus ataques, y
el alma puede entonces acercarse más a Dios –uniéndose a la Cruz– o separarse
de Él, cayendo en un estado de tibieza, falto de amor y de vibración. Una misma
dificultad –una enfermedad, una calumnia, un ambiente adverso...– tiene
distinto efecto según las disposiciones del alma. No podemos olvidar que el
bien sobrenatural que hemos de alcanzar es un bien arduo, difícil, que exige de
nuestra parte una correspondencia decidida, llena de fortaleza. Fortaleza, que
es virtud cardinal, angular, que aparta los obstáculos, los temores que podrían
retraer la voluntad del seguimiento firme del Señor9.
Él siempre da, en todo momento y en toda circunstancia, las gracias necesarias.
Ante
las contradicciones del ambiente debemos estar serenos y alegres. Es el mismo
gozo de los Apóstoles, que estaban llenos de alegría, porque habían
sido dignos de sufrir ultrajes por el nombre de Jesús10.
«No se dice que no sufrieron –señala San Juan Crisóstomo–, sino que el
sufrimiento les causó alegría. Lo podemos ver por la libertad que acto seguido
usaron: inmediatamente después de la flagelación se entregaron a la predicación
con admirable ardor»11.
«Te traen y te llevan... La fama, ¿qué importa?
»En
todo caso, no sientas vergüenza ni pena por ti, sino por ellos: por los que te
maltratan»12.
III.
Cuando sentimos el peso de la Cruz, el Señor nos invita a ir a Él. «Venid, no
para rendir cuentas... No temáis al oír hablar de yugo, porque es suave; no
temáis si hablo de carga, porque es ligera»13.
Y entonces, junto a Cristo, se vuelven amables todas las fatigas, todo lo que
puede haber de molesto y difícil en nuestras vidas. El sacrificio, el dolor
junto a Cristo no es áspero ni agobiante, sino gustoso. «Todo lo duro... lo
hace llevadero el amor (...). ¿Qué no hace el amor? Ved cómo trabajan los que
aman: no sienten lo que padecen, aumentan sus esfuerzos según aumentan las
dificultades»14.
La
unión con Dios a través de las adversidades, de cualquier género que sean, es
una gracia de Dios que está dispuesto a concedernos siempre; pero, como todas
las gracias, exige el ejercicio de la propia libertad, nuestra correspondencia,
el no desechar los medios que pone a nuestro alcance, de modo singular el saber
abrir el alma en la dirección espiritual si en alguna ocasión la Cruz nos
pareciera más pesada. «No es lo mismo un viento suave que el huracán. Con el
primero, cualquiera resiste: es juego de niños, parodia de lucha.
»—Pequeñas
contradicciones, escasez, apurillos... Los llevabas gustosamente, y vivías la
interior alegría de pensar: ¡ahora sí que trabajo por Dios, porque tenemos
Cruz!...
»Pero,
pobre hijo mío: llegó el huracán, y sientes un bamboleo, un golpear que
arrancaría árboles centenarios. Eso..., dentro y fuera. ¡Confía! No podrá
desarraigar tu Fe y tu Amor, ni sacarte de tu camino..., si tú no te apartas de
la “cabeza”, si sientes la unidad»15.
El
Señor nos espera en el sagrario para animarnos y alentarnos siempre... y para
decirnos que lo más pesado de la Cruz lo llevó Él, camino del Calvario. Junto a
Él aprendemos a llevar con paz y serenidad aquello que nos resulta más costoso
y difícil: «Aunque todo se hunda y se acabe, aunque los acontecimientos sucedan
al revés de lo previsto, con tremenda adversidad, nada se gana turbándose.
Además, recuerda la oración confiada del profeta: “el Señor es nuestro Juez, el
Señor es nuestro Legislador, el Señor es nuestro Rey, Él es quien nos ha de
salvar”.
»—Rézala
devotamente, a diario, para acomodar tu conducta a los designios de la Providencia,
que nos gobierna para nuestro bien»16.
De la
persecución que padecieron aquellos primeros fieles en la fe surgieron nuevas
conversiones en lugares inesperados. De las dificultades y contradicciones que
el Señor permitirá en nuestra vida nacerán incontables frutos de apostolado,
nuestro amor se hará fuerte y delicado, y nuestra alma saldrá más purificada de
esas pruebas, si las hemos sabido llevar con serenidad y cerca de Cristo. Al
terminar nuestra oración le decimos al Señor que queremos buscarle en todas las
circunstancias –profesionales, de edad, salud, ambiente...–, favorables unas y
otras adversas, y en medio de las dificultades interiores o exteriores que
tengamos.
«A la
hora del desprecio de la Cruz, la Virgen está allá, cerca de su Hijo, decidida
a correr su misma suerte. —Perdamos el miedo a conducirnos como cristianos
responsables, cuando no resulta cómodo en el ambiente donde nos desenvolvemos:
Ella nos ayudará»17.
1 Hech 8,
1-8. —
2 Hech 8,
4. —
3 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre los Hechos de los Apóstoles,
18. —
4 Jn 15,
18. —
5 Cfr. Rom 8, 28. —
6 1 Pdr 4, 12. —
7 Sant 1, 2. —
8 Hech 5, 42. —
9 Cfr. Santo
Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 122, a. 3. —
10 Hech 5,
41. —
11 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre los Hechos de los Apóstoles,
14. —
12 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 241. —
13 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 37, 2. —
14 San
Agustín, Sermón 96, 1. —
15 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 411. —
16 Ibídem,
n. 844. —
17 Ibidem,
n. 977.
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