Por Simón García
A veces no se puede ser tan
crítico como se desea, porque momentáneamente es más decisivo preservar la
unidad. Pero no siempre se debe callar, porque la unidad se fortalece cuando
sintetiza una pluralidad y se nutre del disentimiento. Dos reglas
contrarias a las hegemonías excluyentes impuestas en base a que el único camino
es mi camino y quien no lo siga es enemigo, traidor o redomado
colaboracionista. Brotes de hegemonía extremista existen tanto en la oposición
como en el gobierno, ambos perniciosos, pero los últimos más destructivos
porque aplican la violencia de Estado.
Desde mi observación el 30
de abril fue un traspié. Reconocerlo es más sano que esconderlo. Puede
argumentarse su legitimidad ética y su fundamento en el 333 constitucional, sin
dejar de registrar que repitió el cálculo voluntarista del si o si y apostó por
un vuelco en la conducta militar mediante un amago de violencia y
tentando una confrontación que ni civiles ni militares desean.
En el acto, visto
políticamente, se evidencia una equivocada puesta en escena para usar un
pequeño apoyo militar como detonante, sin gente en la calle, de una rebelión mayor;
la interrupción de un acuerdo para un cese inminente de la usurpación
según voceros de EEUU; el opacamiento del rol de Leopoldo López;
restricciones a la actividad de varios dirigentes principales y un intento
fallido de involucrar a la institución legislativa. Afortunadamente la
toxina extremista sucumbió victima de su propio inmediatismo.
Aunque el régimen intente
magnificar el episodio para proyectar una imagen de fortaleza, el 30 de abril
no es un acontecimiento omnímodo que impregne el curso de la contradicción
principal: la demanda de cambio del 90% de la sociedad seguirá. Un día después
el país volvió a la calle para reclamar su derecho a vivir, el primero de
todos, ante un Gobierno y un sistema que, además de quitarle comida, alimentos,
hospitales o escuelas, confisca su libertad.
Lo que seguramente esté
ocupando ahora a quienes dirigen fuerzas de cambio es cómo luchar mejor y
agotar todas las oportunidades, estén arriba o debajo de la mesa, de lograr un
cambio en paz. La esperanza de que Guaidó pueda aún pasar de ser un dirigente
de la oposición a líder de la nación es un desafió actual, pese a las
complicaciones del 30. Todos debemos elevar la presión interna, no tanto con
esféricas como con hemisferios. Es hora de pensar en el país y en la gente sin
empantanarse en una oscura pugna de poder.
Seguramente el liderazgo
activo en la Asamblea Nacional, en los partidos y organizaciones de la sociedad
civil reorientará sus planes, llenará los vacíos y decidirá los correctivos que
la práctica le ha marcado a la estrategia. Se requiere la exposición pública de
una política transicional que incluya un gran entendimiento nacional cuyo eje
sea el Parlamento, partidos, la FAN y organizaciones sociales para definir los
términos de un gobierno de unidad nacional, comenzar la reconstrucción del país
y asegurar la realización del diseño de elecciones presentado por Stalin
González.
Se ha abierto la opción del
cese democrático de la usurpación y hay que ponerla en manos de la gente para
que las minorías extremistas dejen de bloquearla.
05-05-19
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