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domingo, 16 de junio de 2019

Esperanza cristiana, utopía y ética política, por Luis Ugalde SJ



Luis Ugalde SJ 15 de junio de 2019

La Buena Nueva de Jesús

Jesús en su ser, actuar y enseñanza nos revela a Dios-Amor en contradicción al dios-poder reinante en muchas religiones y soporte de los poderes de este mundo. Dios-Amor cuyos profetas del antiguo testamento ya enfrentaron la absolutización del poder político, del dinero y del templo.

Específicamente Jesús nos dice que estas absolutizaciones son contrarias y rivalizan con Dios-Amor:

-No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre (Mc2, 27).

-Nadie puede servir a dos señores, a Dios y al dinero (Mt.6, 24).

-Los señores de este mundo dominan y esclavizan a sus súbditos. No sea así entre ustedes, sino que el mayor se haga servidor (Mat.20, 26-28).

Jesús no rechaza maniqueamente esas realidades (poder, dinero, razón y religión) que son necesarias como medios para que las personas vivan, se expresen y se vayan realizando. Lo que rechaza como contrario a Dios-Amor es la absolutización y endiosamiento de los mismos.

La religión, el poder político y los bienes de la tierra son medios importantísimos para la realización humana. Pero son esclavizadores cuando se absolutizan y reducen a los demás a simples medios, negándoles su propio fin y sentido trascendente. Niegan y explotan al pobre para incrementar el propio poder y riqueza. Normalmente el poder político y la riqueza económica van juntos y confundidos o aliados estrechamente.

El poder político absolutizado se opone a Dios-Amor porque esclaviza a los súbditos, por lo cual Jesús dice a sus discípulos: entre ustedes no sea así, más bien quien quiera ser el mayor se haga servidor, como el Hijo del Hombre que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar la vida por muchos (Mateo 20,26-28).

Jesús dice que la búsqueda de ser como dioses es propia de la condición humana; no es sólo una tentación, sino una liberación en la medida en que encontremos que el dios que buscamos es Dios-Amor que afirma gratuita y radicalmente a todo ser humano, especialmente al pobre, al que no se le reconoce. Recibir a ese Dios es amarlo y amar al prójimo como a nosotros mismos por encima de todas las cosas y poderes. Esta vivencia transforma la política, la economía y la religión. Jesús reconoce la ley judía y la cumple, pero la relativiza (el sábado es para el hombre), igual que el poder y la riqueza son convertidos en medios para servir a fin de que el amor y la vida sean posibles y se hagan realidad para los excluidos y para todos. Como se expresa en la fuerte diatriba de Jesús contra los escribas y fariseos (Mat.23, 13-26), en la parábola de la oración del publicano humilde (Luc.18, 9-14) y del fariseo, el Dios-Amor no es producto de nuestras buenas obras, sino totalmente gratuito y ofrecido para que lo encuentre quien así lo busca. Realidades terrenas que son necesarias y muy buenas como medios, se transforman en males cuando se absolutizan, mientras los humanos-fines son reducidos a simples medios.

No hago el bien que quiero (Romanos 7,19)

También en política es verdad lo que dice Pablo ”no hago el bien que quiero, sino que practico el mal que no quiero” (Rom. 7,19). Proclamo el bien de los súbditos, el bien común y mi vocación de servicio. Pero una vez en el poder hay la tendencia a que éste se convierta en absoluto en mí. Para librarnos del ídolo del poder absolutizado y reducir al dios-poder a medio humanizador, es necesario un Dios-Amor mayor. El Espíritu de Jesús nos lo da. El hombre sólo no es capaz de librarse de sus ídolos, pero con el Espíritu de Jesús afirma radicalmente al pobre y convierte el poder, la riqueza, y la razón instrumental en medios de vida muy valiosos. La ley del Espíritu es vida y paz, libertad y amor, confianza de hijos que sin temor le dicen Abba frente a los “bajos instintos” de “muerte y guerra, dominación, odio, temor y esclavitud”. “Cristo nos rescató de la maldición de la ley” (Gálatas 3,13).

La ley es buena en lo que nos manda, pero sin Espíritu se convierte en maldición, pues no da fuerza para hacer el bien, aunque tengamos entendimiento para conocerlo. Así “el precepto destinado a darme vida me llevó a la muerte” (Rom. 7, 10) “La ley es santa, el precepto es santo, justo y bueno”, pero en mí, sin Espíritu llega a la plenitud de la malicia” (Rom.7, 10-13) En términos paulinos la ley es espiritual pero yo soy carnal. “La ley es excelente”, pero en mí sin Espíritu es imposible y se convierte en condena. Esto es válido para el Poder y su uso sin Espíritu y también para la Riqueza y la Razón y su uso sin Espíritu. No soy libre frente a ellos, sino que los convierto en dioses y esclavizo a los demás. Mientras que con el Espíritu afirmo radicalmente al pobre y convierto el poder, la riqueza, la razón en instrumentos y medios de vida.

La ambivalencia del poder

El poder es dominación y también capacidad de hacer algo. En el reino de este mundo quien tiene el poder oprime con él y esclaviza a los súbditos y por otra parte la impotencia de las personas para realizarse es reductora de humanidad. Además de dominación, el poder es capacidad para hacer algo, capacidad para humanizar y desarrollar a la persona que la posee. Por eso el poder es necesario, el poder es vida y liberación y el modo de impedir el poder que domina y abusa es la generalización-distribución social del poder-capacidades.

La generalización y distribución social del poder-capacidades es el modo de controlar y reducir el poder-dominación de uno o de varios. De tal manera que si la soberanía y el poder pasan a manos de la mayoría, el poder absoluto del rey y del dictador se convierte en medio subordinado a los súbditos. Este es un horizonte de la ética política, nunca logrado a plenitud. En la práctica los humanos tendemos a convertir el poder en absoluto y lo absoluto no se somete a ninguna consideración ética. Más bien se convierte en rector superior de la ética: es bueno lo que fortalece, conserva y aumenta el poder y malo lo que lo debilita. El poder es un dios demoníaco y el hombre no puede librarse de él a no ser que reciba un Dios superior, Dios-Amor capaz de relativizar el poder y convertirlo en servicio y amor.

La Esperanza cristiana y la Utopía. La esperanza nos confirma en nuestra plenitud ausente y buscada de la que estamos distantes y alejados. No es algo que tuvimos, sino algo que intuimos que es nuestro, pero no lo poseemos, sino en promesa y anticipo. La esperanza cristiana que brota de la Resurrección de Cristo, nos transforma y nos lleva a transformar el mundo; actuamos en el reino de este mundo con la semilla del Reino de Dios que lo transforma y lo trasciende.

Esta esperanza la vivimos de manera ambigua en las realidades de este mundo: La podemos vivir como evasión de un mundo que nos puede parecer pasajero, irremediable y desdeñable desde la perspectiva de la plenitud duradera e inmortal. Va unida a la resignación y descompromiso. Así se ha vivido en muchos momentos de la historia del cristianismo.

Al mismo tiempo la esperanza en nosotros es una fuerza transformadora que actúa como vida y amor en este mundo donde el odio y la muerte también son realidades permanentes. La fuerza transformadora de la esperanza se nutre de Dios-Amor cuyo hijo Jesús da la vida y por ello es puesto por el Padre como salvador de todos. La búsqueda de la felicidad y de la plenitud no es una ilusión, sino tienen sentido y respuesta.

La esperanza en nosotros se encuentra con la utopía, cuya plenitud no tiene lugar en la historia. Cuando la utopía asume la historia en su concreta realidad, actúa en ella como inspiración, como estrella en el horizonte y fuerza interior transformadora que va concretando proyectos históricos realizables. Por el contrario, la utopía queda en mera ilusión cuando no es capaz de asumir la realidad en toda su limitación y transformarla, sabiendo que la plenitud utópica nunca se alcanza en la historia.

Los grandes movimientos utópicos -sean religiosos o seculares- con su mesianismos movilizadores cuando llegan al poder tienden a convertirse en sistemas opresivos al traducirse en regímenes políticos que pretenden encarnar ya la plenitud(o el camino inexorable a ella), la encarnación del hombre nuevo y la realización de una naturaleza y sociedad humana sin alienación. Necesariamente se convierten en tiranía contra todo el que se opone a esa perfección definitiva y absoluta. Así la utopía de la Revolución Francesa (libertad, igualdad y fraternidad) al transformarse en poder político se convirtió en tiranía y justificó la guillotina contra los desviados como medio necesario para el fin de la liberación total… De manera similar el asesinato de decenas de millones de soviéticos y chinos sacrificados por las respectivas revoluciones era justificado como precio insignificante para lograr el definitivo e irreversible paraíso en la tierra con el hombre sin mal y sin privaciones. Según ellos, quien se opone a este bien total es necesariamente un delincuente enemigo de la humanidad que no merece vivir.

También los movimientos cristianos si pretenden alcanzar la plenitud del Reino de Dios en este mundo terminan en monstruosas imposiciones, como lo demuestra la historia.
  
Ética y Política

Cuando una realidad terrena se convierte en absoluto, ya no admite ser juzgada por la ética, sino que ella pretende ser la fuente de la ética. Esto es válido para el Poder, para el Dinero y también para la Razón. Según eso, en cuanto al poder político, una cosa es la ética que se exige a los súbditos y a los particulares y otra la que pretende ser ética del poder. La ética del poder dice que es bueno aquello que sirve para conservar e incrementar el poder y malo lo que lleva a perderlo. Dicho así suena como una barbaridad, por eso no debe ser proclamado pero sí practicado, como bien lo expresó y analizó Maquiavelo. Por supuesto antes de alcanzar el poder, e incluso una vez logrado, el poder es proclamado como medio para el bien, el poder es presentado como servicio y el poderoso como servidor; pero una vez alcanzado el poder es vivido por el poderoso como fin absoluto y señor que justifica esclavitudes. Se puede aplicar lo de S. Pablo “no hago el bien” que proclamo, sino el mal que afirmo detestar. Y todos los medios serán considerados como buenos si contribuyen para lograr ese fin absoluto del poder.

La legitimación de la absolutización del Estado o del Príncipe tiene dos expresiones magistrales. Hobbes justifica el poder absoluto del Estado como medio indispensable para evitar mayores males, para evitar que los hombres se maten entre sí como lobos. Normalmente así se auto justifican numerosas dictaduras latinoamericanas que toman el poder para impedir gravísimos males que amenazan a la sociedad; mucho más graves que las represiones que traerá la dictadura. La otra justificación del poder absoluto es que se presenta como medio indispensable para lograr, de una vez por todas, una nueva humanidad y su felicidad sin mal alguno. Tanto paraíso bien vale una opresión transitoria…

Evidentemente no podemos aceptar este proceder como algo ético, pero sí debemos entender que se trata de una pretensión y práctica normal y corriente. Maquiavelo expresa en toda su crudeza la necesidad de que el Príncipe no se someta a la ética, sino que su poder sea la fuente cambiante de toda ética para los súbditos:

“Supuesto que un príncipe que en todo quiere hacer profesión de ser bueno, cuando en el hecho está rodeado de gentes que no lo son. No puede menos de caminar hacia su ruina. Es, pues necesario que un príncipe que desea mantenerse aprenda a poder ser no bueno, y a servirse o no servirse de esta facultad según que las circunstancias lo exijan” (Maquiavelo, El Príncipe Cap. XV pp. 76-77 de la edición Austral).

Es importante que el Príncipe proclame la virtud ante los súbditos, pero no debe tomar en serio más que las apariencias y hacerlo contrario cuando sea conveniente para reforzar el poder: “Pero no tema incurrir en la infamia ajena a ciertos vicios si no puede fácilmente sin ellos conservar su estado; porque si se pesa bien todo, hay una cierta cosa que parecerá ser una virtud, por ejemplo, la bondad, clemencia, y que si la observas, formará tu ruina, mientras que otra cierta cosa que parecerá un vicio formará tu seguridad y bienestar si la practicas” (Op.Cit. pp. 77-78).

Desde este punto de vista la virtud y el vicio son relativos. La virtud cuya observancia lleva a perder el poder no debe practicarse, por el contrario el vicio puede ser una necesidad virtuosa para afianzar el poder.

“Un príncipe, y especialmente uno nuevo, que quiere mantenerse, debe comprender bien que no le es posible observar en todo lo que hace mirar como virtuosos a los hombres; supuesto que a menudo, para conservar el orden de un estado, está en la precisión de obrar contra su fe, contra las virtudes de humanidad, caridad, y aun contra la religión. Su espíritu debe estar dispuesto a volverse según que los vientos y variaciones de la fortuna lo exijan a él; y, como lo he dicho más arriba, a no apartarse del bien mientras lo puede, sino a saber entrar en el mal cuando hay necesidad. Debe tener sumo cuidado en ser circunspecto, para que cuantas palabras salgan de su boca lleven impreso el sello de las cinco virtudes mencionadas; y para que, tanto viéndole como oyéndole, le crean enteramente lleno de bondad, buen fe, integridad, humanidad y religión. Entre estas prendas no hay ninguna más necesaria que la última.” (El Príncipe Cap. XVIII pp.87-88) “…como lo he dicho más arriba, el príncipe que quiere conservar sus dominios está precisado con frecuencia a no ser bueno” (Op. Cit. p. 95)

Glosando a Pablo podemos decir con Maquiavelo que en política con frecuencia es verdad que no hago el bien que proclamo y ofrezco, sino que me veo obligado a hacer el mal que no quería, al menos cuando no era dominado por la adoración del poder que ahora me posee y domina. Según Maquiavelo es lo que hacen los príncipes para mantener y afianzar su poder. No prometer algo éticamente impecable a los ojos de los súbditos sería un error y -según él – tratar de cumplirlo sería otro error por renunciar a los medios adecuados para alcanzar el fin absoluto de perpetuarse en el poder.

Así como la economía liberal rechaza como negativa la ética y la imposición de la autoridad política en economía (pues impiden el funcionamiento libre de las “leyes naturales” de la economía), también el poder político pretende estar por encima de toda ética.

Reflexión final

Los hombres son lobos para los hombres- decimos con Hobbes – y al mismo tiempo están llamados a ser hermanos. Jesús nos dice “no sea así entre ustedes”, sino que el mayor se haga servidor de todos como el hijo del Hombre que no vino a ser servido sino a servir y dar la vida. Darla para que los que hoy carecen de ella la tengan. También en política.

El poder como tiranía y disposición de las vidas de quienes no tienen poder sólo se derrota por la combinación de un elemento espiritual interior el reconocimiento de la dignidad del otro y del bien común como realización de la dignidad de todos y por el otro lado la creación de poder en los que no lo tienen de manera que los aspirantes a dictadores tengan menos poder que la sociedad en su conjunto y ésta tenga mecanismos para controlarlos. Para ello hace falta combinar el espíritu de reconocimiento y amor al otro y la creación de instituciones y de organización social para que nadie tenga poder absoluto para oprimir. Socializar e institucionalizar el poder para que no sea fin en sí y nadie tenga poder de convertir los instrumentos en fines y a las personas oprimirlas y reducirlas a simples medios de acumulación y perpetuación del poder. Pero quien adora al poder no puede domesticarlo, sino que necesita ser liberado por un Dios mayor que es el Dios-amor que se nos da e impide esclavizar a otros.

Tomado de: http://www.teologiahoy.com/secciones/teologia-y-politica/esperanza-cristiana-utopia-y-etica-politica

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