Luis Ugalde SJ 15 de junio de 2019
La Buena Nueva de Jesús
Jesús en su ser, actuar y enseñanza nos revela a
Dios-Amor en contradicción al dios-poder reinante en muchas religiones y
soporte de los poderes de este mundo. Dios-Amor cuyos profetas del antiguo
testamento ya enfrentaron la absolutización del poder político, del dinero y
del templo.
Específicamente Jesús nos dice que estas
absolutizaciones son contrarias y rivalizan con Dios-Amor:
-No es el hombre para el sábado, sino el sábado para
el hombre (Mc2, 27).
-Nadie puede servir a dos señores, a Dios y al dinero
(Mt.6, 24).
-Los señores de este mundo dominan y esclavizan a sus
súbditos. No sea así entre ustedes, sino que el mayor se haga servidor (Mat.20,
26-28).
Jesús no rechaza maniqueamente esas realidades (poder,
dinero, razón y religión) que son necesarias como medios para que las personas
vivan, se expresen y se vayan realizando. Lo que rechaza como contrario a
Dios-Amor es la absolutización y endiosamiento de los mismos.
La religión, el poder político y los bienes de la
tierra son medios importantísimos para la realización humana. Pero son
esclavizadores cuando se absolutizan y reducen a los demás a simples medios,
negándoles su propio fin y sentido trascendente. Niegan y explotan al pobre
para incrementar el propio poder y riqueza. Normalmente el poder político y la
riqueza económica van juntos y confundidos o aliados estrechamente.
El poder político absolutizado se opone a Dios-Amor
porque esclaviza a los súbditos, por lo cual Jesús dice a sus discípulos: entre
ustedes no sea así, más bien quien quiera ser el mayor se haga servidor, como
el Hijo del Hombre que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar la vida
por muchos (Mateo 20,26-28).
Jesús dice que la búsqueda de ser como dioses es
propia de la condición humana; no es sólo una tentación, sino una liberación en
la medida en que encontremos que el dios que buscamos es Dios-Amor que afirma
gratuita y radicalmente a todo ser humano, especialmente al pobre, al que no se
le reconoce. Recibir a ese Dios es amarlo y amar al prójimo como a nosotros
mismos por encima de todas las cosas y poderes. Esta vivencia transforma la
política, la economía y la religión. Jesús reconoce la ley judía y la cumple,
pero la relativiza (el sábado es para el hombre), igual que el poder y la
riqueza son convertidos en medios para servir a fin de que el amor y la vida
sean posibles y se hagan realidad para los excluidos y para todos. Como se
expresa en la fuerte diatriba de Jesús contra los escribas y fariseos (Mat.23,
13-26), en la parábola de la oración del publicano humilde (Luc.18, 9-14) y del
fariseo, el Dios-Amor no es producto de nuestras buenas obras, sino totalmente
gratuito y ofrecido para que lo encuentre quien así lo busca. Realidades
terrenas que son necesarias y muy buenas como medios, se transforman en males
cuando se absolutizan, mientras los humanos-fines son reducidos a simples
medios.
No hago el bien que quiero (Romanos 7,19)
También en política es verdad lo que dice Pablo ”no
hago el bien que quiero, sino que practico el mal que no quiero” (Rom. 7,19).
Proclamo el bien de los súbditos, el bien común y mi vocación de servicio. Pero
una vez en el poder hay la tendencia a que éste se convierta en absoluto en mí.
Para librarnos del ídolo del poder absolutizado y reducir al dios-poder a medio
humanizador, es necesario un Dios-Amor mayor. El Espíritu de Jesús nos lo da.
El hombre sólo no es capaz de librarse de sus ídolos, pero con el Espíritu de
Jesús afirma radicalmente al pobre y convierte el poder, la riqueza, y la razón
instrumental en medios de vida muy valiosos. La ley del Espíritu es vida y paz,
libertad y amor, confianza de hijos que sin temor le dicen Abba frente a los
“bajos instintos” de “muerte y guerra, dominación, odio, temor y esclavitud”.
“Cristo nos rescató de la maldición de la ley” (Gálatas 3,13).
La ley es buena en lo que nos manda, pero sin Espíritu
se convierte en maldición, pues no da fuerza para hacer el bien, aunque
tengamos entendimiento para conocerlo. Así “el precepto destinado a darme vida
me llevó a la muerte” (Rom. 7, 10) “La ley es santa, el precepto es santo,
justo y bueno”, pero en mí, sin Espíritu llega a la plenitud de la malicia”
(Rom.7, 10-13) En términos paulinos la ley es espiritual pero yo soy carnal.
“La ley es excelente”, pero en mí sin Espíritu es imposible y se convierte en condena.
Esto es válido para el Poder y su uso sin Espíritu y también para la Riqueza y
la Razón y su uso sin Espíritu. No soy libre frente a ellos, sino que los
convierto en dioses y esclavizo a los demás. Mientras que con el Espíritu
afirmo radicalmente al pobre y convierto el poder, la riqueza, la razón en
instrumentos y medios de vida.
La ambivalencia del poder
El poder es dominación y
también capacidad de hacer algo. En el reino de este
mundo quien tiene el poder oprime con él y esclaviza a los súbditos y por otra
parte la impotencia de las personas para realizarse es reductora de humanidad.
Además de dominación, el poder es capacidad para hacer algo, capacidad para
humanizar y desarrollar a la persona que la posee. Por eso el poder es
necesario, el poder es vida y liberación y el modo de impedir el poder que
domina y abusa es la generalización-distribución social del poder-capacidades.
La generalización y distribución social del
poder-capacidades es el modo de controlar y reducir el poder-dominación de uno
o de varios. De tal manera que
si la soberanía y el poder pasan a manos de la mayoría, el poder absoluto del
rey y del dictador se convierte en medio subordinado a los súbditos. Este es un
horizonte de la ética política, nunca logrado a plenitud. En la práctica los
humanos tendemos a convertir el poder en absoluto y lo absoluto no se somete a
ninguna consideración ética. Más bien se convierte en rector superior de la
ética: es bueno lo que fortalece, conserva y aumenta el poder y malo lo que lo
debilita. El poder es un dios demoníaco y el hombre no puede librarse de él a
no ser que reciba un Dios superior, Dios-Amor capaz de relativizar el poder y
convertirlo en servicio y amor.
La Esperanza cristiana y la Utopía. La esperanza nos confirma en nuestra plenitud
ausente y buscada de la que estamos distantes y alejados. No es algo que
tuvimos, sino algo que intuimos que es nuestro, pero no lo poseemos, sino en
promesa y anticipo. La esperanza cristiana que brota de la Resurrección de
Cristo, nos transforma y nos lleva a transformar el mundo; actuamos en el reino
de este mundo con la semilla del Reino de Dios que lo transforma y lo
trasciende.
Esta esperanza la vivimos de manera ambigua en las
realidades de este mundo: La podemos vivir como evasión de un mundo que nos
puede parecer pasajero, irremediable y desdeñable desde la perspectiva de la
plenitud duradera e inmortal. Va unida a la resignación y descompromiso. Así se
ha vivido en muchos momentos de la historia del cristianismo.
Al mismo tiempo la esperanza en nosotros es una fuerza
transformadora que actúa como vida y amor en este mundo donde el odio y la
muerte también son realidades permanentes. La fuerza transformadora de la
esperanza se nutre de Dios-Amor cuyo hijo Jesús da la vida y por ello es puesto
por el Padre como salvador de todos. La búsqueda de la felicidad y de la
plenitud no es una ilusión, sino tienen sentido y respuesta.
La esperanza en nosotros se encuentra con la utopía, cuya plenitud no tiene lugar en la historia.
Cuando la utopía asume la historia en su concreta realidad, actúa en ella como
inspiración, como estrella en el horizonte y fuerza interior transformadora que
va concretando proyectos históricos realizables. Por el contrario, la utopía
queda en mera ilusión cuando no es capaz de asumir la realidad en toda su
limitación y transformarla, sabiendo que la plenitud utópica nunca se alcanza
en la historia.
Los grandes movimientos utópicos -sean religiosos o
seculares- con su mesianismos movilizadores cuando llegan al poder tienden a
convertirse en sistemas opresivos al traducirse en regímenes políticos que
pretenden encarnar ya la plenitud(o el camino inexorable a ella), la
encarnación del hombre nuevo y la realización de una naturaleza y sociedad
humana sin alienación. Necesariamente se convierten en tiranía contra todo el
que se opone a esa perfección definitiva y absoluta. Así la utopía de la
Revolución Francesa (libertad, igualdad y fraternidad) al transformarse en
poder político se convirtió en tiranía y justificó la guillotina contra los
desviados como medio necesario para el fin de la liberación total… De manera
similar el asesinato de decenas de millones de soviéticos y chinos sacrificados
por las respectivas revoluciones era justificado como precio insignificante
para lograr el definitivo e irreversible paraíso en la tierra con el hombre sin
mal y sin privaciones. Según ellos, quien se opone a este bien total es
necesariamente un delincuente enemigo de la humanidad que no merece vivir.
También los movimientos cristianos si pretenden alcanzar
la plenitud del Reino de Dios en este mundo terminan en monstruosas
imposiciones, como lo demuestra la historia.
Ética y Política
Cuando una realidad terrena se convierte en absoluto,
ya no admite ser juzgada por la ética, sino que ella pretende ser la fuente de
la ética. Esto es válido para el Poder, para el Dinero y también para la Razón.
Según eso, en cuanto al poder político, una cosa es la ética que se exige a los
súbditos y a los particulares y otra la que pretende ser ética del poder. La ética
del poder dice que es bueno aquello que sirve para conservar e incrementar el
poder y malo lo que lleva a perderlo. Dicho así suena como una barbaridad, por
eso no debe ser proclamado pero sí practicado, como bien lo expresó y analizó
Maquiavelo. Por supuesto antes de alcanzar el poder, e incluso una vez logrado,
el poder es proclamado como medio para el bien, el poder es presentado como
servicio y el poderoso como servidor; pero una vez alcanzado el poder es vivido
por el poderoso como fin absoluto y señor que justifica esclavitudes. Se puede
aplicar lo de S. Pablo “no hago el bien” que proclamo, sino el mal que afirmo
detestar. Y todos los medios serán considerados como buenos si contribuyen para
lograr ese fin absoluto del poder.
La legitimación de la absolutización del Estado o del
Príncipe tiene dos expresiones magistrales. Hobbes justifica el poder absoluto
del Estado como medio indispensable para evitar mayores males, para evitar que
los hombres se maten entre sí como lobos. Normalmente así se auto justifican
numerosas dictaduras latinoamericanas que toman el poder para impedir
gravísimos males que amenazan a la sociedad; mucho más graves que las
represiones que traerá la dictadura. La otra justificación del poder absoluto
es que se presenta como medio indispensable para lograr, de una vez por todas,
una nueva humanidad y su felicidad sin mal alguno. Tanto paraíso bien vale una
opresión transitoria…
Evidentemente no podemos aceptar este proceder como
algo ético, pero sí debemos entender que se trata de una pretensión y práctica
normal y corriente. Maquiavelo expresa en toda su crudeza la necesidad de que
el Príncipe no se someta a la ética, sino que su poder sea la fuente cambiante
de toda ética para los súbditos:
“Supuesto que un príncipe que en todo quiere hacer
profesión de ser bueno, cuando en el hecho está rodeado de gentes que no lo
son. No puede menos de caminar hacia su ruina. Es, pues necesario que un
príncipe que desea mantenerse aprenda a poder ser no bueno, y a servirse o no
servirse de esta facultad según que las circunstancias lo exijan” (Maquiavelo, El Príncipe Cap.
XV pp. 76-77 de la edición Austral).
Es importante que el Príncipe proclame la virtud ante
los súbditos, pero no debe tomar en serio más que las apariencias y hacerlo
contrario cuando sea conveniente para reforzar el poder: “Pero no tema
incurrir en la infamia ajena a ciertos vicios si no puede fácilmente sin ellos
conservar su estado; porque si se pesa bien todo, hay una cierta cosa que parecerá
ser una virtud, por ejemplo, la bondad, clemencia, y que si la observas,
formará tu ruina, mientras que otra cierta cosa que parecerá un vicio formará
tu seguridad y bienestar si la practicas” (Op.Cit. pp. 77-78).
Desde este punto de vista la virtud y el vicio son
relativos. La virtud cuya observancia lleva a perder el poder no debe
practicarse, por el contrario el vicio puede ser una necesidad virtuosa para
afianzar el poder.
“Un príncipe, y especialmente uno nuevo, que quiere
mantenerse, debe comprender bien que no le es posible observar en todo lo que
hace mirar como virtuosos a los hombres; supuesto que a menudo, para conservar
el orden de un estado, está en la precisión de obrar contra su fe, contra las
virtudes de humanidad, caridad, y aun contra la religión. Su espíritu debe
estar dispuesto a volverse según que los vientos y variaciones de la fortuna lo
exijan a él; y, como lo he dicho más arriba, a no apartarse del bien mientras
lo puede, sino a saber entrar en el mal cuando hay necesidad. Debe tener sumo
cuidado en ser circunspecto, para que cuantas palabras salgan de su boca lleven
impreso el sello de las cinco virtudes mencionadas; y para que, tanto viéndole
como oyéndole, le crean enteramente lleno de bondad, buen fe, integridad,
humanidad y religión. Entre estas prendas no hay ninguna más necesaria que la
última.” (El Príncipe Cap. XVIII pp.87-88) “…como lo he dicho más arriba, el
príncipe que quiere conservar sus dominios está precisado con frecuencia a no
ser bueno” (Op. Cit. p. 95)
Glosando a Pablo podemos decir con Maquiavelo que en
política con frecuencia es verdad que no hago el bien que proclamo y ofrezco,
sino que me veo obligado a hacer el mal que no quería, al menos cuando no era
dominado por la adoración del poder que ahora me posee y domina. Según
Maquiavelo es lo que hacen los príncipes para mantener y afianzar su poder. No
prometer algo éticamente impecable a los ojos de los súbditos sería un error y
-según él – tratar de cumplirlo sería otro error por renunciar a los medios adecuados
para alcanzar el fin absoluto de perpetuarse en el poder.
Así como la economía liberal rechaza como negativa la
ética y la imposición de la autoridad política en economía (pues impiden el
funcionamiento libre de las “leyes naturales” de la economía), también el poder
político pretende estar por encima de toda ética.
Reflexión final
Los hombres son lobos para los hombres- decimos con
Hobbes – y al mismo tiempo están llamados a ser hermanos. Jesús nos dice “no
sea así entre ustedes”, sino que el mayor se haga servidor de todos como el
hijo del Hombre que no vino a ser servido sino a servir y dar la vida. Darla
para que los que hoy carecen de ella la tengan. También en política.
El poder como tiranía y disposición de las vidas de
quienes no tienen poder sólo se derrota por la combinación de un elemento
espiritual interior el reconocimiento de la dignidad del otro y del bien común
como realización de la dignidad de todos y por el otro lado la creación de
poder en los que no lo tienen de manera que los aspirantes a dictadores tengan
menos poder que la sociedad en su conjunto y ésta tenga mecanismos para
controlarlos. Para ello hace falta combinar el espíritu de reconocimiento y
amor al otro y la creación de instituciones y de organización social para que
nadie tenga poder absoluto para oprimir. Socializar e institucionalizar el
poder para que no sea fin en sí y nadie tenga poder de convertir los
instrumentos en fines y a las personas oprimirlas y reducirlas a simples medios
de acumulación y perpetuación del poder. Pero quien adora al poder no puede
domesticarlo, sino que necesita ser liberado por un Dios mayor que es el
Dios-amor que se nos da e impide esclavizar a otros.
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