RAFAEL
LUCIANI sábado 10 de mayo de 2014
Doctor en
Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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@rafluciani
Discernir la realidad es un ejercicio
imperativo que debe ser aprendido y practicado no solo por las instituciones y
grupos que hacen vida en la sociedad, sino también por cada individuo en
particular y su núcleo familiar. Expresiones como «no sabía que eso era así»,
«nunca pensé que podía sucederme», «nunca creí que llegaríamos a tanto»,
«prefiero vivir tranquilo», y tantas otras, revelan cómo podemos estar viviendo
en un estado de indiferencia y acostumbramientoque
nos va convirtiendo, por acción u omisión, en seres indolentes. Una
sociedad o institución nunca será sana, mientras uno de sus miembros esté mal y
no encuentre espacio para realizarse.
El primer elemento para poder discernir es reconocer que lo que llamamos realidad no es un mero conjunto de variables socioeconómicas o espacios políticos, sino ante todo rostros y relaciones humanas, personas con una dignidad única. Para «conocer y comprender el mundo en que vivimos y sus esperanzas, sus aspiraciones, su modo de ser dramático» (Gaudium et Spes 4)hay que ser honrados con la realidad y reconocer que estamos mal, que vivimos un serio proceso de deshumanización generalizada y de pauperización selectiva, donde el cinismo, la mentira y el autoritarismo se han impuesto por encima de una ética del bien común y la defensa de los derechos humanos de «todos», por igual.
Un segundo elemento es sincerar en qué medida vivimos o no nuestras relaciones, solidaria y compasivamente. Para lograr esto, hay que desabsolutizar cualquier ideología totalitaria y cambiar las actitudes autoritarias. Es necesaria una auténtica conversión nacional que rechace el apartheid político, el odio social y la exclusión laboral, pues podemos «quedar encerrados en un sistema cuyos límites y totalitarismo corren el riesgo de aparecer demasiado tarde si no los percibimos en sus raíces» (Octogesima adveniens 36).
Un tercer elemento es la voluntad de sanar la realidad, construyendo relaciones de empatía y dolencia «con todos» y «sin distinción». Para un cristiano no se trata de hacer análisis social o beneficencia. «El gozo y la esperanza, las tristezas y angustias del hombre de nuestros días, sobre todo de los pobres y afligidos, son también gozo y esperanza, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo» (Gaudium et Spes 1). En esto nos estamos jugando el talante de nuestra propia humanidad y el carácter de nuestra fe.
Cuando la persona ya no es el centro y olvidamos el valor de su dignidad, indistintamente de su opción política o creencia religiosa, se puede llegar a ese punto de no retorno o inflexión moral. Ese que han vivido tantas sociedades donde la muerte, el apartheid político y la mentira pasan a ser el modo habitual de la convivencia social. ¿Será que hemos perdido, como sociedad, la capacidad de asombro y la actitud profética frente a lo dramático de los acontecimientos que estamos viviendo?
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/140510/ser-honestos-con-la-realidad
El primer elemento para poder discernir es reconocer que lo que llamamos realidad no es un mero conjunto de variables socioeconómicas o espacios políticos, sino ante todo rostros y relaciones humanas, personas con una dignidad única. Para «conocer y comprender el mundo en que vivimos y sus esperanzas, sus aspiraciones, su modo de ser dramático» (Gaudium et Spes 4)hay que ser honrados con la realidad y reconocer que estamos mal, que vivimos un serio proceso de deshumanización generalizada y de pauperización selectiva, donde el cinismo, la mentira y el autoritarismo se han impuesto por encima de una ética del bien común y la defensa de los derechos humanos de «todos», por igual.
Un segundo elemento es sincerar en qué medida vivimos o no nuestras relaciones, solidaria y compasivamente. Para lograr esto, hay que desabsolutizar cualquier ideología totalitaria y cambiar las actitudes autoritarias. Es necesaria una auténtica conversión nacional que rechace el apartheid político, el odio social y la exclusión laboral, pues podemos «quedar encerrados en un sistema cuyos límites y totalitarismo corren el riesgo de aparecer demasiado tarde si no los percibimos en sus raíces» (Octogesima adveniens 36).
Un tercer elemento es la voluntad de sanar la realidad, construyendo relaciones de empatía y dolencia «con todos» y «sin distinción». Para un cristiano no se trata de hacer análisis social o beneficencia. «El gozo y la esperanza, las tristezas y angustias del hombre de nuestros días, sobre todo de los pobres y afligidos, son también gozo y esperanza, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo» (Gaudium et Spes 1). En esto nos estamos jugando el talante de nuestra propia humanidad y el carácter de nuestra fe.
Cuando la persona ya no es el centro y olvidamos el valor de su dignidad, indistintamente de su opción política o creencia religiosa, se puede llegar a ese punto de no retorno o inflexión moral. Ese que han vivido tantas sociedades donde la muerte, el apartheid político y la mentira pasan a ser el modo habitual de la convivencia social. ¿Será que hemos perdido, como sociedad, la capacidad de asombro y la actitud profética frente a lo dramático de los acontecimientos que estamos viviendo?
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/140510/ser-honestos-con-la-realidad
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