ELÍAS PINO ITURRIETA 4 DE MAYO 2014
La comunicación de la oposición con el
gobierno se ha considerado como un acto de complicidad. Cuando un vocero de la
MUD se acerca a los representantes del oficialismo para tratar asuntos
relativos al bien común, no tardan las acusaciones de colaboracionismo y
acuerdo turbio. No hay reputación que valga ante la arremetida de los impacientes,
no hay intentos honorables frente al reproche súbito de los talibanes. Y, como
hacen mucho ruido, especialmente en la trinchera de las redes sociales, o
porque tampoco conviene echarle más leña a la candela a través de debates
internos, los ataques más aventurados ganan espacio en el seno de la opinión
pública.
¿Qué proponen a cambio? Una batalla
campal, un combate cruento que no debe considerar treguas hasta desalojar al
gobierno de sus posiciones. Han abundado los campeadores que enarbolan la
bandera de la Guerra a Muerte proclamada en mala hora por Bolívar, como si no
fuera suficiente la memoria de un genocidio sin paliativos para que a alguien
en sano juicio se le ocurriera resucitarlo en la actualidad. Pero el sano
juicio es lo que menos abunda cuando las pasiones de la sociedad se encrespan.
Es reemplazado por los cálculos que consideran hacedero e inmediato lo que es
complicado en esencia y renuente a convertirse en realidad debido a sus espinas
intrínsecas. Siempre alguno las quiere afilar, mientras otros pocos se empeñan
en podarlas sin tener la tijera adecuada. Siempre ha sucedido así, desde el
principio de los tiempos, a menos que los extremistas y los acelerados salgan
ahora con una novedosa historia de hazañas fantásticas.
Tienen un argumento que parece
imbatible: no se debe dialogar con un régimen represivo que no cesa en sus
ataques contra la ciudadanía protestante mientras simula conversaciones con el
enemigo. Precisamente los ataques contra la ciudadanía son los que deben
provocar las conversaciones y, ojalá, acuerdos inmediatos a través de los cuales
se alivie la suerte de los perseguidos. De lo contrario, continuarían los
desmanes sin que nadie se los restregara en la cara a los responsables. El
régimen no puede ahora negar la existencia de unos insistentes procuradores de
benevolencia que no se cansan de abogar por los oprimidos, ni dejar de
atenderlos sin que su credibilidad, cada vez más arrinconada, desaparezca del
todo. La oposición está ensayando el camino de los remiendos sin mirar hacia
los problemas de fondo, también dicen porque apenas se detiene en casos
inmediatos, pero no hay otra forma de buscar avenimientos si se considera la
fortaleza que todavía mantiene el régimen y el convencimiento de verdad única
que acompaña sus pasos. Lidiar con la esquizofrenia de un autoritarismo
desenfrenado no es trabajo sencillo, a menos que uno se conforme con llevarla a
cabo en la jaula abierta de los tuiteros.
El otro derrotero sería el de la
hostilidad generalizada, el ataque frontal de los cuarteles del oficialismo
hasta sofocarlo en sus posiciones. No sé cómo se puede pensar en semejante
desafío cuando la hegemonía reinante cuenta con gentes, armas y bagajes de
sobra para repeler la acometida del adversario transformado en manejable
enemigo; cuando ha jugado a su antojo con guarimbas y barricadas, o cuando
sigue pistas suficientes para prever los pasos adivinables que le depare el
futuro pensado por estrategas de maletín. Curiosos estrategas, por cierto, no
solo por sus insistentes llamados a una guerra sin destino, sino también por la
ubicuidad de sus bélicas trompetas. Parecen música paga, debido a la
persistencia y a la heterogénea aparición de unos ejecutantes no identificados
cuyo objetivo no es otro que una fraternal escabechina tipo 1813.
Ejecutantes no identificados, se
supone, pero solo porque parece aconsejable quedarse en la superficie que
ponerse a buscar, en la cúpula de las organizaciones políticas, a quienes no
solo quieren una conflagración de difícil pronóstico sino también el fracaso de
la unión partidista. Pudiera ser una búsqueda provechosa, si lo que conviene es
toparse con la verdad que hace falta para el encuentro de la clave de muchos
entuertos encubiertos, pero también un espeluznante hallazgo que dejaría a
muchos títeres sin cabeza. Los que hablan de deshonor y complicidad se solazarían
ante su abundancia. En consecuencia, de momento prefiero a los dirigentes
sometidos al escarnio público cuando acuden sin careta a la incomodidad de una
mesa de diálogo con el madurismo.
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