Steven Levitsky 07
de abril de 2015
Ante
los graves problemas que enfrentan los gobiernos de Bachelet, Kirchner, Maduro,
y Rousseff, muchos comentaristas prevén el fin del giro a la izquierda
latinoamericano. La ola sin precedentes
de triunfos izquierdistas que empezó con la elección de Hugo Chávez en 1998 se
agota.
No
todos los gobiernos de izquierda están en crisis. Siguen más o menos fuertes en
Bolivia, Ecuador, El Salvador, Uruguay, y Nicaragua. Sin embargo, es probable que la izquierda
sufra una serie de derrotas electorales en los años que vienen. Se iría primero en Argentina, donde ninguno
de los candidatos presidenciales serios es kirchnerista (Macri, Massa, y Scioli
son pragmáticos del centro o centro-derecha). Aunque no haya elecciones presidenciales
cercanas en Brasil y Venezuela, Dilma Rousseff ha sufrido una fuerte caída de
popularidad y podría enfrentar un juicio político. Y el gobierno de Nicolás Maduro está atrapado
en un callejón sin salida.
Después
de una década de triunfos sin precedentes, entonces, parece que la izquierda
latinoamericana está perdiendo fuerza.
La ola empieza a retroceder.
El
retroceso de la izquierda tiene dos causas principales. El primero es el
desgaste natural después de haber gobernado por tres o cuatro periodos
presidenciales. Pocos partidos ganan más de tres elecciones presidenciales
consecutivas (en EEUU, la última vez fue hace casi 70 años), y en democracia,
casi ninguno gana más de cuatro. Después
de tres periodos, los gobiernos pierden los reflejos políticos; se distancian
de la gente, y muchas veces, crece la corrupción. Aun cuando no son muy corruptos (como en el
caso de la Concertación en Chile), la gente se cansa. Tarde o temprano, el desgaste afecta a todos
los gobiernos. Doce años (Argentina) o 13 años (Brasil) en el poder es mucho. Nada es permanente en la democracia. Nadie gobierna para siempre.
El
segundo factor que debilita a la
izquierda latinoamericana es el fin del boom de las materias primas. El tremendo éxito electoral de la izquierda
en Brasil (reelecto en 2006 y 2010), Chile (reelecto en 2006), Venezuela
(reelecto en 2006 y 2012), Argentina (reelecto en 2007 y 2011), Bolivia
(re-electo en 2009 y 2014), Ecuador, (re-electo en 2009 y 2013), y Uruguay
(re-electo en 2009 y 2014) fue facilitado por el boom económico que empezó en
el 2002. El boom se acaba, y algunas economías han caído en recesión. Las crisis económicas –serias en Brasil y
Argentina, infernal en Venezuela–generan descontento. Y los electores
descontentos no suelen reelegir a sus gobiernos.
Es
probable, entonces, que el desgaste natural y el fin del boom económico pongan
fin al giro a la izquierda. El proceso ya está en marcha en Argentina y Brasil,
pero llegará también a países como Bolivia y Ecuador. En política nada dura
para siempre.
Pero
la década izquierdista ha sido un tremendo éxito para las fuerzas progresistas
latinoamericanas. Con la excepción del chavismo venezolano (que dejará el país
en ruinas), los gobiernos de izquierda latinoamericanos dejarán dos legados
positivos.
Primero,
demostraron que la izquierda puede gobernar. La imagen de una izquierda incapaz
de gobernar había estado ampliamente difundida en América Latina. Debido a los fracasos de Allende en Chile,
Siles Suazo en Bolivia, el sandinismo en Nicaragua, y Alan García en el Perú,
la izquierda regional estaba asociada con crisis fiscal, hiper- inflación y
desgobierno.
Esa
imagen cambió en los 2000. En Chile,
Ricardo Lagos y Michelle Bachelet gobernaron bien, espantando el fantasma de
Allende. Lula gobernó bien en Brasil.
Tabaré Vázquez y Pepe Mujica gobernaron bien en Uruguay. El FMLN ha gobernado bien en El Salvador.
En Bolivia, las políticas macroeconómicas del gobierno de Morales han sido
bastante responsables –y bastante
exitosas.
Los
gobiernos de Lagos y Bachelet, Lula, Funes, y Vázquez y Mujica destrozaron la
imagen de una izquierda incapaz. En Brasil, Chile, y Uruguay, la tasa de
crecimiento económico aumentó con los gobiernos de izquierda. Y según los
Indicadores de Gobernancia del Banco Mundial, los tres países mejoraron en
términos de rendición de cuentas, estado de derecho, y corrupción:
El
segundo legado de los gobiernos de izquierda son las políticas redistributivas.
La redistribución desapareció de la agenda pública en América Latina en los
años ochenta y noventa. Quedó fuera del Consenso de Washington. Los viejos
estados de bienestar –casi todos disfuncionales– fueron desmantelados pero no
reconstruido, y la política social se limitó a las políticas antipobreza
focalizadas.
La
izquierda colocó el tema de la redistribución en la agenda. En Argentina,
Brasil, Chile, y Uruguay, gobiernos izquierdistas aumentaron el salario mínimo,
expandieron los sistemas salud y seguridad social, ofreciendo pensiones y
seguro médico a millones de personas –informales, desempleados, y pobres
rurales– que jamás los habían recibido, y mejoraron los ingresos de millones de
familias a través de programas de transferencias condicionales. Las consecuencias de estos programas han sido
enormes. En Brasil, 20 millones de
personas salieron de la pobreza bajo el gobierno de Lula. Y el nivel de
desigualdad cayó.
Aunque
la pobreza disminuyó en toda America Latina, la economista Nora Lustig y sus
colegas muestran que los gobiernos social democráticos en Brasil, Chile, y
Uruguay lograron reducir la pobreza y la desigualdad más que en otros países.
El
buen rendimiento de los gobiernos de izquierda se ve en los resultados
electorales: entre 2000 y 2014, los gobiernos de izquierda fueron reelectos en
19 de 20 oportunidades (la única derrota fue en Chile en 2010, donde el
candidato, Eduardo Frei, no era de izquierda). La izquierda ganó cuatro veces
consecutivas en Brasil, tres veces en Argentina, Bolivia, Ecuador, y Uruguay, y
dos veces en El Salvador.
Estos
triunfos se deben, en parte, al boom económico. Pero también se deben a la
democracia. Por la primera vez en la
historia, la izquierda latinoamericana puede ganar y gobernar hoy sin golpes de
Estado.
La
izquierda no debe olvidar esta lección.El giro a la izquierda fue posible
porque la consolidación de las instituciones democráticas abrió caminos al
poder que no existían antes. Para la izquierda, apoyar a gobiernos (como el
venezolano) que pisotean a estas instituciones sería sabotear a su propio
futuro”.
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