RAFAEL LUCIANI sábado 11 de abril de 2015
El
ambiente cotidiano transpira una cierta condición de infelicidad. A pesar de la
lucha diaria por no caer en la desesperanza, la gran mayoría del país ha sido
llevado a tener que vivir desde una lógica cotidiana de la sobrevivencia. No es
algo casual, sino impuesto por los que no quieren un cambio y sostenido por la
indolencia de quienes no reconocen lo mal que estamos.
Jacoby
sostenía, a principios de este siglo, que resultaba obvio que no era posible
abrigar ninguna esperanza seria por hacer de nuestra sociedad un mejor lugar
donde vivir, si no se creaban «condiciones de posibilidades». La cultura
política dominante pareciera que poco tiene que ver con la realidad cotidiana
que vive la gran mayoría. Su fin ya no es el de ofrecer posibilidades de bienestar
para todos, sino el de ideologizar con el único fin de mantenerse en el poder.
La mediatización de la política oficial ha permitido que se genere una falsa
ilusión de poder vivir de un futuro que no ha llegado, pero que supuestamente
se encuentra en construcción desde hace 15 años.
Esta
falsa ilusión está acompañada de políticas públicas que han ido convirtiendo a
la vida cotidiana en una constante y pesada lucha por sobrevivir, exigiendo
nuestra completa atención cada día, porque de ello depende la propia vida. En
el fondo se nos ha llevado a lo más terrible del capitalismo salvaje, eso que
el socialismo tanto critica, como es el tener que entregarnos, de forma
absoluta, a la sola búsqueda de productos que escasean por doquier. Con el
tiempo, la esperanza parece morir mientras la política mediática gana terreno
al haber alcanzado su fin último, como es la resignación ante el cambio, o la
destrucción de las esperanzas personales y colectivas. Así se acaba con lo más
preciado del potencial humano, el ser «sujeto de posibilidades», el poder
construir imaginarios sociales y políticos alternativos.
Pero,
¿se puede perder la esperanza? En palabras de Entralgo, «por el hecho de ser
como es, el hombre tiene que esperar, no puede no esperar». Esto es «trascender
a la propia situación». Y el modo que tiene a su alcance para ello, es el de
reconocer la situación en la que se encuentra y aceptar que necesita ser
transformada. Que no puede seguir viviendo así. De este modo podrá crear
condiciones que le permitan ver nuevas posibilidades.
La
esperanza es una «inquietud radical» albergada en cada sujeto. No sólo nos
ayuda a imaginar un futuro mejor, sino que también nos estimula a criticar el
estado presente de deterioro. La esperanza es liberadora o no es esperanza. No
puede ser reducida a la simple espera de quien se ha resignado. Ella genera un
auténtico «conflicto con la realidad», a todo nivel, porque nos hace descubrir
nuevas posibilidades que pueden ser alcanzadas, cuando se da la graciosa
convergencia entre las posibilidades ilimitadas que ofrece el mundo y la
aspiración ilimitada del ser humano. Ella estimula nuestra capacidad de atraer
a otros y convencerlos para transformar juntos lo que vivimos. Como sostenía
Bloch, «vivimos rodeados de posibilidades». Queda de nuestra parte creer en
ellas y promoverlas.
Doctor en Teología
@rafluciani
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