Miguel Méndez Rodulfo 05 de junio de 2015
Aunque hay que reconocer que en su gran
mayoría los estudiosos nacionales de la economía, reconocen las bondades de la
dolarización para acabar con la emisión de dinero inorgánico, la devaluación y
la inflación; sin embargo, esto no les vale para apoyarla, de manera que por
cuestiones dogmáticas, terminan adversándola. Durante 50 años los diferentes
gobiernos que hemos tenido en Venezuela, han recurrido sistemáticamente a la
salida, aparentemente sin costos y prometedoramente fácil, de la devaluación de
la moneda. Pero, los hechos históricos evidencian lo contrario. Exhiben el
estado de ruina económica y social a donde hemos llegado, lo que comprueba que
la devaluación sí tiene graves consecuencias para el país. Los economistas que
en una tribuna argumentan, con sobrada razón contra el rentismo, cuando se
ubican frente a la dolarización declaran a los medios contra ella y a favor de
la devaluación. Argumentan que devaluar es el mecanismo idóneo para afrontar
las oscilaciones a la baja del precio del petróleo, como si ello no fuera una
manera de seguir enredados en el populismo rentista. En vez de pensar en la
diversificación de la economía, el fomento del sector exportador y el
desarrollo de las tecnologías de la comunicación e información, como los medios
que nos harán inmunes a los vaivenes petroleros, tienen en mente devaluar, cosa
que implica una tremenda contradicción. La mayoría de los economistas manejan
la devaluación como un monstruo domesticable, cuando la experiencia indica que
éste termina devorando a sus manejadores y que se escapa irremediablemente al
control de quienes pretenden sujetarlo.
Con respecto al otro argumento de peso,
referido a que el BCV no podría auxiliar al sistema financiero en caso de una
crisis, porque se renunciaría al rol de prestamista de último recurso, esto
tampoco es un argumento para invalidar la dolarización, ya que lo que debe
buscarse a través de un efectivo control bancario, es que las instituciones
financieras, públicas y privadas, tengan sus cuentas y balances saneados, haya
una política que impida el endeudamiento más allá de los limites prudentes, que
haya unos tipos de interés que estimulen el crédito y que el encaje legal sirva
para controlar la liquidez. Lo que hay que evitar a toda costa es una crisis en
la cual el BCV tenga que poner a funcionar la maquinita de hacer dinero, ya la
crisis bancaria del año 96 y la operación de salvataje que se hizo entonces de
la banca, supuso una inflación cuyas consecuencias se sentieron en la economía
más allá de los siguientes 10 años.
Algunos opinadores que rechazan la
dolarización porque implica un salto brusco que ciertamente perjudicaría a la
gente (aunque las personas saben que curarse implica tragarse un purgante, algo
menos malo que continuar al infinito con las devaluaciones, cada vez más
pronunciadas), nada dijeron cuando el régimen devaluó de US$/Bs. 2,15 a 4,30;
de este umbral a 6,30; de este nivel a 12; de allí a 49 y luego a 200, para
hablar sólo de Simadi. Si se observa en cada caso, hay una devaluación
implícita en muchos casos de 100% o mucho más. La realidad es que al dolarizar
el costo de la moneda americana bajaría a la mitad en el mercado paralelo.
La devaluación es un mecanismo perverso
por el cual los gobiernos consiguen dinero fácil, mientras arruinan, vía
inflación, al ciudadano. Es cierto que la dolarización no es una panacea; ella
no impide que los gobiernos gasten más dinero del que reciben, hasta que la
fiesta fiscal acabe en una crisis fiscal. Tampoco resuelve el problema del
despilfarro, ya que no puede evitar que el gasto público se destine a programas
ineficientes o de baja rentabilidad social. Lo cierto es que los extranjeros
pagarán al gobierno en dólares el registro de marcas comerciales en el país,
Consecomercio propone un “dólar aduanero” para importaciones y los fletes
agrícolas pretenden dolarizarse. Así estamos.
Caracas, 05/06/2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico