Leandro Area 10 de junio de 2015
El título pareciera repetir la consigna
más subversiva de los años de la dictadura en Venezuela. Al expresarla, en
forma de grafiti, un muchacho de la época se jugaba la vida al ser calificado
de enemigo del régimen. Ay de aquel que osara ventilar en las paredes de lo
público lo que todo el mundo murmuraba en privado. Los medios de comunicación,
ni pío. La clandestinidad estaba de moda para la libertad. Hoy estas exigencias
de respeto político siguen vigentes. No sería malo volver a la calle con este
inocente reclamo.
Más aún cuando se presume que viviendo
en un sistema democrático, donde debieran cumplirse Constitución, leyes y
procedimientos que obligan, por plazo vencido, a la elección de los miembros de
una nueva Asamblea Nacional, el Consejo Nacional Electoral, responsable
administrativo de esa contienda, guarde silencio mudo jugando con el ya
deteriorado equilibrio mental del país. Con su actitud no hace sino abrir paso
a todo tipo de conjeturas, ninguna de ellas sacada del sombrero de un mago ni
de un plan conspirador.
O será que quiere que le remachen
aquello de impostor, y entonces salir, bajando despacito por la rampa, con el país en vilo y en cadena
nacional, a dar declaraciones, encrispando más aún los resortes emocionales del
país que no están para tejemanejes ni empastelamientos, a menos que lo que se
esté buscando sea precisamente eso.
Y menos todavía si le suponemos garante
de las cuentas de la voluntad popular, no he dicho fraudulento, el banquero, si
se me permite la torpe alusión, de nuestros capitales ciudadanos, que nos
impone un hasta que a él le provoque, cuando el cuento es que nosotros lo que
queremos es, y ya, invertir en democracia.
Pero nada, que lo que hacen es que
dilatan y retrasan, se hacen de alguna otitis, culipandean, no responden,
haciendo sospechar, hasta a las más inocentes palomas, que se trata de un plan,
de una fragua con la que se intenta crear confusión, desesperación, desasosiego
en la oposición, que viene navegando y administrando con claridad de horizonte,
polo a tierra, sus demonios internos.
Y este retraso del período es más grave
aún cuando la realidad, que es la mejor de las encuestas existentes, enseña un
índice de mayúscula desaprobación de la ciudadanía a la gestión del gobierno en
cualquier materia bajo su responsabilidad. El hambre, la enfermedad, la muerte,
la corrupción, el robo, la represión y los presos políticos, la indolencia, el
irrespeto y el embuste contumaz son las evidencias más claras, patéticas, que
no se pueden tapar ni con todos los dedos de ambas manos.
El ciudadano aspira a decir, es su
derecho, lo que opina sobre los candidatos de la oposición y del gobierno a la
Asamblea Nacional, a través de elecciones libres bajo el resguardo de observadores
internacionales independientes, capaces, honrados y respetados. Que las
opciones políticas midan sus fuerzas, su popularidad en todos los rincones del
país. Que no se quede un venezolano sin la posibilidad de votar. Que cese el
manguareo con la fecha electoral que hace enardecer los ánimos.
La oposición está cumpliendo con su
cronograma de actividades y no hay trampa que pueda frente a una mayoría
aplastante. Ojo con la abstención fruto de la desesperanza que es a lo que
juega este retraso maquinado por el gobierno a través de uno de sus músculos
más sumisos y sombríos: el Consejo Nacional Electoral.
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