Fernando Mires 08 de junio de 2015
La mayoría de las autocracias del mundo
no desean ser visitadas por personalidades críticas. Pero en tanto firmantes de
convenciones internacionales no tienen más alternativa que dejarlas entrar, no
sin antes poner todo tipo de inconvenientes.
Durante el periodo de la Guerra Fría no
dejar entrar a políticos sin invitación oficial era regla y no excepción. Esa
es la razón por la cual en círculos políticos occidentales la negativa del
gobierno de Putin a permitir la entrada de algunos políticos y militares
europeos ha causado gran indignación. Más grande todavía si se suma el hecho de
que Putin ha confeccionado una “lista negra” enviada a diversas embajadas en
Bruselas, con nombres de políticos -algunos de alto rango como el presidente de
la unidad parlamentaria CDU/CSU alemana Michael Fuchs - y expertos militares.
La mayoría de los censurados ha emitido
opiniones en contra de la invasión a Crimea. Otros solo han ejercido su derecho
a crítica frente a las violaciones a los derechos humanos cometidas en Rusia.
Están también los “sancionados” por emitir opiniones que no son del gusto del
autócrata ruso.
En general a todo político que haya
exigido alguna vez que a las sanciones de la EU sea agregada la de despojar a
Rusia del mundial de fútbol de 2018 –una “generosa donación” de Blatter a
Putin- le será prohibida la entrada. Se
esperan nuevos nombres en la lista. Ya los hay de todos los partidos, desde
socialcristianos, pasando por socialdemócratas y liberales, hasta militantes de
los “Verdes”. En la lista –interesante- no figura ningún miembro de la
ultraderecha europea.
Desde el punto de vista formal, la
extremista reacción rusa ha sido interpretada como respuesta a las sanciones
impuestas por la UE. Pero hay, evidentemente, algo más. Al parecer Putin no
solo intenta restaurar el poderío de la “Antigua Rusia” sino también las
tensiones que en el pasado mantuvo Rusia con Europa. Ello cumple evidentemente
un rol en la política interna. Gracias a la nueva tensión, Putin intentará
estrechar aún más el espacio político de su país. Así, cada vez que algún
opositor levante su voz, será acusado de colaborar con el “enemigo”.
El hecho de que todos los miembros de la
lista sean reconocidos representantes de la democracia liberal no deja de ser
significante. Sin caer en suspicacias parece obvio que Putin intenta alejarse
cada vez más del formato político democrático y erigirse como portador de un
modelo de dominación autoritaria que rinda tributo a los valores patrios, a la
religión, al “alma nacional” y a la virilidad amenazada por la “Europa
decadente”.
La amistad que une a Putin con los
gobernantes y partidos más ultraderechistas de Europa muestra de que manera se
encuentra interesado en formar un bloque anti-occidental, una suerte de
“internacional de dictaduras y autocracias”, bastarda sucesora de la
Internacional Comunista. Percibiendo esa amenaza, el parlamentario “verde” en
la UE, Daniel Cohn-Bendit, al recibir la noticia de que había sido “sancionado”
por Putin, declaró sentirse honrado si “un sistema político totalitario como el
de Rusia me estigmatiza como enemigo”. Exageró un poco. Rusia no posee todavía
un sistema totalitario, aunque sí, avanza en esa dirección.
El proyecto Putin cuenta con grandes
admiradores en América Latina, sobre todo en las naciones del ALBA. No
extrañará entonces si un día, un tal Nicolás Maduro, imitando al “hermano
mayor”, extienda una lista prohibiendo la entrada de personalidades
internacionales a su país. Declarar a Felipe González como persona non grata e
intentar boicotear su visita, sometiéndolo a todo tipo de agresiones verbales y
acusándolo de intervencionista - precisamente desde un gobierno quien tiene a
su país repleto de funcionarios cubanos y no ha dejado país latinoamericano sin
intervenir- fue, de por sí, una actitud
muy putinesca.
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