Demetrio Boersner 08 de junio de 2015
En el transcurso del pasado año se ha
intensificado tanto el autoritarismo represor del régimen venezolano, que éste
ha perdido aceleradamente los apoyos que aún le quedaban en el seno del
socialismo democrático internacional. Durante los años de vida y de gobierno de
Hugo Chávez éste logró, con su innegable carisma y su capacidad de mezclar la
agresividad con algo de buen humor, ganarse la simpatía de un importante sector
internacional ingenuo y siempre dispuesto a entusiasmarse con caudillos
tercermundistas que hablen contra el “imperio” y aboguen por algún novedoso
tipo de “socialismo”. Esa simpatía era particularmente notable entre
socialdemócratas europeos y norteamericanos que en sus propios países extreman
la prudencia y la moderación, y luego desahogan frustradas ansias radicales
atávicas por el coqueteo con “buenos revolucionarios” de países exóticos.
Sin embargo, debe reconocerse que los
dirigentes más relevantes de la socialdemocracia mundial no cayeron en esa
trampa. Hombres como Felipe González y otros, que demostraron su capacidad de
gobernar eficazmente defendiendo valores progresistas, descubrieron y
denunciaron el carácter antidemocrático del chavismo desde sus comienzos. En
esa posición les siguieron las mayorías responsables y serias de los organismos
de dirección de los partidos socialdemócratas, y su representación mundial, la
Internacional Socialista, siempre se ha negado a reconocerle un carácter
socialista democrático al movimiento chavista y a admitirlo a su seno.
Los sucesores de Hugo Chávez en el gobierno
del país --más rudos y represivos que él, y carentes de carisma-- han perdido
casi totalmente las simpatías que, pese a todo, el régimen aun conservaba en
sectores de la socialdemocracia internacional. Quienes todavía tienden a
defender al chavismo en la izquierda democrática exterior son sobre todo los
propensos a creer en una “conspiración” global de los grandes medios de
información y a aceptar la noción, propagada por el presidente Maduro, de una
“guerra” económica e informativa urdida por el “imperio”. Pero el número de
estos voceros exageradamente suspicaces tiende a disminuir ante las cotidianas
evidencias de nuevas abusos y desastres achacables a esta dictadura con disfraz
constitucional.
En el ámbito iberoamericano, la firme
posición crítica adoptada por destacados socialistas democráticos como Felipe
González, Ricardo Lagos y la senadora Isabel Allende ha contribuido a que
también se distancien del régimen chavista aquellos socialdemócratas que hasta
hace poco callaban, o extremaban la discreción, por razones de interés
pragmático.
El presidente Tabaré Vázquez ha sido
claro en su posición, y se le ha unido la presidenta Dilma Rousseff. Ante el
deterioro político y económico venezolano, estos izquierdistas democráticos
deben haber descubierto que cometieron un gran error cuando, hace ya más de
diez años, decidieron aliarse con el seudo-socialismo chavista y del ALBA en
una pretendida “nueva izquierda” única. De hecho, siempre se ha tratado de dos
izquierdas distintas e incompatibles –la una, socialdemócrata, la otra,
socialdictatorial—y aquella ha sido contaminada y perjudicada por su interesada
asociación con ésta.
Pese a ello, la socialdemocracia
venezolana, que hoy lucha en unión con las demás corrientes democráticas por la
liberación política del país, tiene interés doctrinario y práctico en dar la
bienvenida sin reservas a todos los socialistas democráticos del continente y
del mundo en su posición anti-autoritaria ya aclarada, y alentarlos en que
precisen cada vez más su deslinde frente a las fuerzas socialistas
dictatoriales que persisten en soñar con modelos fallidos y dividen a los
pueblos.
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