Por: Hernán Carrera
El ex ministro y hoy
candidato ve la próxima AN como un lugar de confrontación, y no cree que la
viabilidad política se juegue en el debate con una oposición determinada a
acabar con el proyecto de Chávez
Su rostro, como producto de
la exposición mediática, es uno de los más conocidos del chavismo. No obstante,
más allá de esas filas son relativamente pocos los que saben que este
periodista, aún no hace mucho absorbido por la gestión gubernamental, está
lejos de ser un advenedizo en la política y, sobre todo, en el ejercicio de sus
convicciones ideológicas.
A Ernesto Villegas Poljak, o
a su trayectoria, se le puede sintetizar con menciones a su condición de
dirigente nacional del Psuv, ex jefe de Gobierno del Distrito Capital, ex
ministro de Comunicación e Información, ex ancla de la estatal Venezolana de
Televisión (VTV) y ex periodista de larga data en el diario El Universal.
Pero quizá sea más certero decir, para retratarlo, que es el hijo menor de Cruz
Villegas y Maja Poljak. Cruz, campesino del Tuy, hombre humilde a cuya
proverbial sapiencia muchos doctos concurrían, fue un dirigente sindical y
comunista que vivió y murió con una bandera roja en una mano y la honradez en
la otra. Maja, judía croata, fue compañera y también protagonista de idéntica
aventura vital. No es entonces del todo metáfora añadir que Ernesto, el hoy
figura principalísima entre las candidaturas del chavismo a la Asamblea
Nacional, fue amamantado en las ideas del marxismo, de la revolución
proletaria, del bolivarianismo y de la preeminencia de la clase trabajadora.
Como también, sin duda, de la jovialidad y la sencillez.
Como a un puñado de otros
altos funcionarios del Estado, la próxima elección de una nueva Asamblea
Nacional (AN) lo sacó de los trajines propios de la gestión administrativa para
lanzarlo de lleno al candelero: al escenario donde, previsiblemente, se jugará
el chavismo la continuidad de sus idearios.
Desde esa perspectiva, habla
aquí sobre lo que ha de ser el venidero parlamento, sobre la viabilidad
política del proyecto de Chávez, sobre hegemonías y contra-hegemonías. También,
sobre fronteras, OLP, bachaquerismo, derechos humanos, denuncias, atropellos y
hasta el ciclo de la caraota.
Sin que pueda faltar, obvio,
el papel del periodismo. Su oficio.
La única opción es ganar
—Ud. ha hablado de
“viabilidad política”, un concepto que sin duda será crucial en los venideros
tiempos para Venezuela. ¿Cómo se relaciona eso con el hecho de que el chavismo
haya sacado algunas de sus piezas claves del Ejecutivo para lanzarlas a la AN?
¿Es sólo una estrategia electoral, vamos a tener “caras conocidas” que luego
vuelven al Gobierno, o están previendo una Asamblea de nuevo tipo, diferente en
algo a las anteriores?
—Bueno, yo estimo que esta
es la Asamblea de la trascendencia. Es la primera que ha de ser electa sin la
presencia física del Comandante Chávez. Es un desafío, que ésta pueda
trascender o, mejor dicho, que el proyecto de Chávez pueda trascender con esa
Asamblea. No es que si este o aquel, aquellas o estas, resultan electos
diputados o diputadas; es el hecho de que se logre la viabilidad política para
que, con esa Asamblea Nacional, el proyecto de Chávez pueda abrirse camino,
pueda avanzar.
Yo creo que, además, el
cuadro político va digamos a renovar el interés del país por el escenario
parlamentario, porque después de estos años, de esta última Asamblea –electa
con el comandante Chávez vivo–, viene una nueva con una renovación del 80% de
los candidatos del chavismo. Y el ingreso de figuras también de otras
proveniencias. Así que veremos una renovación del interés político del país en
torno a la Asamblea Nacional. Yo me adelanto a felicitarme por poder estar
allí. Todavía nos falta concretar una victoria, que tiene que construirse día a
día. No me la doy de sobrado, ni me voy a sentar a esperar que me llegue la
victoria a tocar la puerta de la casa. Hay que ir a construirla día a día, y
allí estamos.
—Pero digamos: un parlamento
es, por definición, el espacio de la viabilización política, el lugar donde se
confrontan y discuten visiones. Venezuela tiene mucho tiempo sin un parlamento
de ese tipo: en la llamada cuarta república, dos partidos se ponían de acuerdo
para todo; después, el chavismo ha contado siempre con una mayoría cómoda.
Ahora, más allá de las encuestas –que las hay para todos los gustos–, se
percibe cierta paridad de fuerzas, ausencia de mayorías abrumadoras. ¿La
próxima AN no está llamada a producir, a aportar viabilidad para el futuro de
Venezuela, sea cual fuere?
—Mira, fíjate que yo
recuerdo una Asamblea donde la mayoría parlamentaria se lograba por dos o tres
votos, y hasta por uno. El diputado que hacia la mayoría era sometido a tal
cantidad de presiones que tenía que ir a dormir a la casa de Nicolás Maduro,
que era entonces el presidente del parlamento. Esa era una inestabilidad
potencial muy grande. En esta otra Asamblea (la actual) se ha dado un cuadro
diferente y ha tenido entonces más viabilidad política, digamos de entrada,
para las iniciativas que ahí se han planteado.
Sin embargo, fíjate que yo
creo que la oposición está contando los pollos antes de nacer. Y bien bueno que
lo hagan, bien bueno que se den por ganadores. Pero ha habido una variación en
el discurso que a mí me llama mucho la atención: que si el cuadro va doce a
dos, siete a tres… Y resulta que si revisas las posturas públicas de los
voceros de la oposición, te encontrarás con que siempre les ha costado mucho
reconocer, antes y después, cada triunfo electoral del chavismo.
Por ahí leí a alguien, a uno
de esos tantos escribidores: ”Por primera vez hay miedo en el chavismo”.
Entonces, yo digo, tenemos 16 años leyendo que “Chávez esta cagao”. Y después
de que se registraba la victoria, se escuchaba: “No, que hubo fraude”. No hubo
nunca reconocimiento de la mayoría chavista, y ahora tampoco la hay. Ahora,
todavía están haciendo los mismos pronósticos, de mayoría antichavista. Y creo
que podemos ver repetirse otra vez el mismo expediente. Es probable que haya
voces que “canten fraude”, que se resistan a reconocer…
—Tras la única elección que
llegó a perder Chávez –la de la reforma constitucional–, Fidel Castro le dijo:
“Chávez, no puede ser que en Venezuela haya cuatro millones de fascistas”…
—De fascistas no, de
oligarcas, dijo.
—De oligarcas, cierto. El
punto es que hoy se ve crecer un descontento que por entonces no había. ¿La
viabilidad no pasa por ver cómo con esos cuatro o equis millones de “oligarcas”
–que no todos lo son ni lo serán, decía Fidel– se logra crear un espacio común?
—Bueno, vale, yo te digo:
cuando yo estoy en los recorridos por las zonas populares, que es
fundamentalmente donde me la paso, yo converso con la gente y me consigo con
electores que son de oposición y que, estoy seguro, van a votar por mí. Porque
perciben una cercanía que no tienen con sus dirigentes. Hay un cuadro real, y
es que, habiendo malestar, disgusto, irritación, por el golpe económico
cotidiano, la dirigencia opositora, sin embargo, no logra capitalizar eso a su
favor, en términos propositivos, pues.
No ha surgido en el campo de
la oposición un liderazgo que, en forma positiva y propositiva, recoja eso.
Entonces, tú ves que los seguidores de la oposición prácticamente se
avergüenzan de sus dirigentes. No hay nadie que se corte las venas, ni que dé
la vida por ninguno del elenco que presentan. Por supuesto, habrá unos pocos
muy apasionados, pero no hay un liderazgo que esté suficientemente arraigado. Y
estoy seguro de que en muchas circunscripciones la gente de oposición va a
terminar votando por el candidato chavista. En el caso nuestro, percibo que es
así.
Entiendo que sucedió ya en
las elecciones internas del PSUV: que hubo gente de oposición que, como estaba
abierto el registro, votó por mí en las elecciones internas. Y estoy seguro de
que en el circuito tres de Caracas, si pones a escoger entre Ramos Allup y un
joven como Daniel Aponte, van a haber muchos opositores que van a votar por
Daniel Aponte.
—Pero a la mayoría de la
oposición lo que la mueve es el antichavismo. Al opositor de a pie no pareciera
importarle mucho quién lo haga, con tal de salir del Gobierno.
—Esa es su fortaleza y, a la
vez, su debilidad. Porque tú estás escogiendo parlamentarios. Entonces yo digo:
vamos a confrontar, a comparar gramo a gramo nuestras propuestas. La gente al
final tiene que votar por un nombre, e imaginarse quién será el que lo
represente: ¿lo representa Ramos Allup? ¿Ese es el cambio? ¿El cambio lo
representa Ramos Allup?
Por ejemplo, aquí en
Caracas, el que encabeza la lista de la Mesa de la Unidad es un señor al que tú
lo paras en Pinto Salinas y no sabe cómo llegar a la avenida Andrés Bello,
porque viene de Maracaibo: el señor Guanipa. Es decir, no hay en Caracas un
cuadro de la oposición que haya podido encabezar su lista. Se traen a un señor
importado del Zulia. Tú a ese señor lo sueltas, lo dejas en el bulevar de
Sabana Grande y le dices: “Váyase para Caricuao”, y no sabe cómo. Ese es el
drama de la oposición.
La hegemonía la tiene el
bachaquerismo
—Veámoslo entonces en
términos de hegemonía política: tienen ustedes un proyecto sumamente grande,
que necesita esfuerzo, impulso de todo tipo, para poder ser llevado a cabo. Los
recursos materiales, económicos, empiezan a menguar, se hace más difícil mover
la sola conciencia política. ¿Cómo se hace entonces para lograr una hegemonía
en términos de pensamiento, en términos de convicciones, en términos de
compartir un proyecto, en una situación que no es la misma de tres, cinco años
atrás?
—Tú sabes que yo siempre he
preferido hablar de una contra-hegemonía. Porque la hegemonía realmente
existente es una hegemonía capitalista, consumista… Esas son las verdaderas
hegemonías en el mundo de hoy y en nuestras sociedades: una hegemonía
capitalista, egoísta, individualista, mercantil, que se expresa a través de ese
fenómeno del bachaquerismo, y que es la conversión de cualquier cosa en
mercancía y la obtención de una ganancia fácil –y si posible sideral–, por
encima de una cultura del trabajo.
Yo creo que ese es el
desafío: una contra-hegemonía que derrote esa visión bachaquera de la vida. Y
que nosotros podamos, por ejemplo, en ese terreno, impulsar la cultura del
trabajo. Si algo bueno tiene la disminución de los bienes materiales por la vía
de los precios del petróleo, es que entonces las cosas que aquí solemos
importar, definitivamente las tenemos que empezar a producir. Fíjate tú, las
caraotas…
—Novecientos ochenta
bolívares, un kilo de caraotas. Hoy, en este momento, cuando hablamos.
—¿Cómo es posible que, por
una parte, haya unas caraotas a mil bolívares el kilo, pero que además aquí no
las sembremos? Las carotas que nos comemos… Eso no tiene sentido.
—Toquemos ese tema también,
el de la producción. Pero antes le pediría hablar de lo que está pasando ahora
mismo en las fronteras, con Colombia, con el contrabando de extracción. En
tiempos de la Guerra Fría se hablaba del “campo socialista” como “la Cortina de
Hierro”. Hoy, visto lo que aquí ocurre, se podría pensar que aquella cortina,
del lado de allá, era no sólo política, sino también una suerte de telón
económico, única y nefasta manera que hallaron para proteger una economía de
bajos precios. Hoy, ¿sería de verdad posible tener caraotas a 80 o 200
bolívares el kilo en San Cristóbal, y a 1.800 o 3.000 en Cúcuta? ¿Eso es
factible?
—Ese es el desafío. Que
nosotros no tiremos la toalla y digamos: “bueno, como tenemos una extensa
frontera con Colombia…”, y entonces renunciemos a nuestra capacidad de fijación
de precios en el mercado venezolano, y dejemos que sea la oligarquía bogotana
la que le fije los precios a los productos que consumen los venezolanos.
Yo sé que hay fuerzas
telúricas que son muy difíciles de controlar; un ejemplo fue cuando se dio la
prohibición del consumo y venta de bebidas alcohólicas en los Estados Unidos. O
cuando a alguien se le ha ocurrido prohibir la prostitución. Podrás poner en
juego todos tus recursos, y hacer todo lo posible por lograr aquello, pero....
Sin embargo, nosotros
tenemos como país que plantearnos el desafío, alcanzar la reivindicación
nacional que significa que podamos tener precios fijados por la realidad
venezolana, y no por la realidad económica extranjera, donde confluyen el tema
del narcotráfico, la rueda de blanqueamiento de dinero sucio en la frontera, a
través de las casas de cambio, amparada por el gobierno colombiano…
—¿Cómo se logra eso?
—Nosotros no podemos estar
dependiendo como país, en la fijación de nuestros precios, de los antojos y
caprichos de una oligarquía bogotana y de unos factores criminales que
conforman un para-Estado en Colombia. Porque nosotros nos relacionamos
formalmente con el Estado de Colombia, pero resulta que en Colombia hacen vida
otros Estados. En algunos territorios es el Estado guerrillero, o los Estados
que pretenden hacer, donde ejercen soberanía los grupos armados. Y
específicamente en la frontera con Venezuela, es un Estado paralelo criminal,
formado por mafias de narcotraficantes, de lavadores de dinero.
Aquí no vamos a renunciar a
que las cosas cuesten lo que tengan que costar. Yo no hago apología de precios
irreales; yo creo en la regulación de los precios, lo que no creo es en la
congelación eterna de los precios. Aquí debe haber una revisión periódica de
las regulaciones, para que los precios sean reales. El proceso de formación de
los precios es un proceso complejo. Pero el factor “Colombia” es un factor
distorsionante. El desafío es que nosotros podamos tener una frontera de paz
–como ha dicho el presidente Maduro–, productiva, y que nos respetemos.
Que la corrupción reciba
escarmiento
—Recuerdo una vez que
Chávez, en alguna de sus alocuciones, habló sobre unos pescadores a los que
había dado antes unas lanchas, unos motores. Chávez protestaba y decía: “Bueno,
ahora llegan y se llevan las langostas para venderlas en Aruba, ¿cómo es posible
eso?”. Obviamente, si eres pescador pero también eres parte convencida y
militante de un proyecto político, cómo es posible que te vayas a comportar
así. Pero como que hay algo en la naturaleza humana que lleva a eso, y de
últimas es un problema ético. ¿No es un poco peligroso supeditar el desarrollo
de un proyecto político, nacional, humano, nada más a la ética?
—Casualmente, yo le hacia
esa pregunta a Moisés Molero, en una entrevista. A Moisés le preguntaba
–palabras más, palabras menos– sobre eso: “Bueno, ¿pero el egoísmo no es parte
de la naturaleza humana?”. Y él decía: “Así como parte de la naturaleza humana
son otras perversiones: el sadismo, el masoquismo, y otras cosas, patologías al
fin; pero la diferencia entre los seres humanos y los animales es que el ser
humano es educable, puede discernir, formarse, tener valores, principios”. Por
eso es que nosotros proclamamos los valores de la solidaridad, de la
complementariedad, contra los antivalores del egoísmo, del individualismo, de
la competencia que hay entre los seres humanos.
La conciencia de soberanía y
seguridad alimentaria te lleva a ti a que, por encima de la fuerza que
ciertamente significa la posibilidad de tú vender en una moneda extranjera el
producto de tu trabajo, también tengas conciencia de que tus hijos comen, y tus
hermanos, tus iguales, tus prójimos. Y no venderás entonces todo tu pescado en
dólares, para que te lo compren en Trinidad, sin antes guardar una parte para
venderlo aquí a precio accesible para los venezolanos.
—A los pocos días del cierre
de la frontera con Colombia dijo Maduro que el país se había ahorrado 500
millones de dólares con esa medida. Pero la lucha contra el contrabando tiene
meses, ocho, diez… y de pronto, 500 millones de ahorro. Hay muchas voces que
dicen que el problema no es el bachaquerito –el wayuu que pasa la pimpina–,
sino cosas más grandes, que ocurren bajo la mirada de agentes del Estado.
—El poder corruptor que
tiene esa cultura del bachaquerismo…
—Y la pregunta sería si
entonces no necesita esto una respuesta más allá de la lucha ética por los
valores; más allá, incluso, de lo represivo, sino medidas de otro tipo,
económicas.
—Sí, seguramente. Ahora,
como te digo: es una contra-hegemonía la que hay que construir. Porque cuando
hay una hegemonía bachaquera –de mentalidad bachaquera– que te inunda todos los
ámbitos de la sociedad, entonces, obviamente, la panacea para todos los
problemas es que todo el mundo bachaquee. Pero esa, éticamente, no es la
sociedad que queremos. Entonces, bien bueno que se hayan cerrado las fronteras
y que aquellos factores que se hayan podido corromper, o que se hayan podido
acomodar en la frontera o en cualquier parte, comiencen a sufrir el escarmiento
y que cobren conciencia. ¿De qué te vale a ti ganarte unos reales si tu familia
sufre las consecuencias de que tú te ganas los reales con la desaparición de
ciertos productos? Algo te debe hacer reflexionar: a funcionarios del Estado,
pimpineros, bachaqueros de toda laya…
—¿No hay algo de presentar o
visualizar al bachaquero como el enemigo?
—No, yo no digo que mi
enemigo es el bachaquero, sino la cultura bachaquera. Que, incluso, la podemos
tener nosotros dentro, o sea, los seres humanos. Por eso digo que hay una
hegemonía cultural, que es la misma hegemonía capitalista que resume todo a una
mercancía; esa es la hegemonía que hay que derrotar. Más allá de las
circunstancias.
Lo que estamos viviendo es
el libre mercado
—¿Hay conciencia del impacto
que ha tenido toda esta situación económica en el pueblo llano? Porque –y no
digamos ya en Caracas: en todo el interior– las colas son gigantescas,
brutales…
—A mí me preocupa la cola,
obviamente, pero me preocupa todavía más el tema del precio y el acceso al
producto. No es sólo la cola. Hay gente a la que sólo le preocupa la cola,
porque tiene capacidad… Hay sectores que, en los tiempos de la revolución
bolivariana, han logrado mejorar de tal manera su situación económica que están
en capacidad de absorber precios elevados; y hay sectores que, mediante su
propio bachaqueo, pueden trasladarle a otro el costo de esos precios elevados.
Aquel que a su vez bachaquea, puede entonces compensar el aumento de los
precios, porque a su vez él está aumentado los precios de otras cosas, está
trasladando el sobreprecio a un tercero.
Pero a mí me preocupa más el
trabajador, pobre, asalariado, que no tiene a quién bachaquear o que éticamente
no lo hace, y entonces no tiene a quién trasladarle el sobreprecio que le ponen
al producto que necesita comprar. Más allá de la cola. Con cola o sin cola. Eso
es mucho más grave.
Porque, fíjate tú lo que ha
sucedido: con Chávez mucha gente comenzó a comer carne. Mucha gente no comía
carne, o comía muy poca. Con Chávez la gente comenzó a tener acceso a la carne,
y en hogares que antes no lo tenían. De hecho, buena parte de la demanda
eléctrica adicional vino porque antes había familias muy pobres que no tenían
nevera, y cuando en Mercal pasaron a conseguir carne, necesitaron neveras, y
por eso vino Mi Casa Bien Equipada.
Pero antes, esas familias,
históricamente, cuando no conseguían carne ni pollo, compensaban el componente
proteico con granos. Ahora, un golpe muy duro que está recibiendo la familia
venezolana hoy en día, es la caraota a mil bolos el kilo. En aquel entonces,
con un kilo de caraotas, le soltabas una chuleta ahumada y eso, con el arroz,
ya era un plato de comida. Esa es la preocupación, es algo que tenemos que
derrotar muy pronto. Gracias a dios, el ciclo de la caraota es breve, y ya
Maduro anunció el plan de siembra de 50.000 hectáreas. Para mí, es vital que
nosotros resolvamos pronto eso.
—Ojalá el bachaqueo no
agarre ahora la caraota nacional, también, y se la lleve. Pero para las
políticas sociales que impulsa el chavismo hay una especie de trampa mortal en
todo eso. Si regulas los precios por debajo del nivel internacional, el mercado
se traga los productos a través del bachaqueo y el contrabando y vienen la
carestía y la escasez. En la otra acera, el neoliberalismo te dice que elimines
los controles y se te acaba el problema.
¿Qué estrategias se plantean ustedes
para romper esa trampa y satisfacer las necesidades de la población?
—Yo creo que nosotros no
debemos renunciar al control, sino revisar los precios. El control no es
congelamiento eterno. O sea, si tú revisas realmente cuál es la estructura de
costos de un producto y lo regulas, e incluso apoyas al productor; si tú
agarras y apoyas toda la producción y estimas un costo, un precio que sea
atractivo para el productor, bueno, puedes convenir una regulación. Lo que está
demostrado que es insostenible es una regulación eterna, sin revisión de
precios; que entonces, además, después se convierte en desregulación por vía de
los hechos. Lo que hoy estamos viendo a precios exorbitantes es resultado del
libre mercado. Lo que nosotros vemos en el precio bachaquero, ese es el libre
mercado en su peor faceta.
—Bueno, eso es lo
paradójico: tanto esfuerzo, tanto discurso, y termina convirtiéndose en libre
mercado.
—A los partidarios del libre
mercado, miren lo que significa: el precio bachaquero.
Del control al atropello. ¿Y
la prensa qué?
—Hemos hablado de
desabastecimiento, de precios, de controles, de bachaquerismos. Ahora le
pediría dar una mirada a los pertrechos que utiliza el Gobierno nacional en la
llamada guerra económica, y también la otra, la de las OLP, por ejemplo. Los
medios, Contrapunto mismo, recibimos denuncias continuas de excesos, de
atropellos de distintos tipos. Como periodista que es usted, ¿cuál ha de ser el
papel de la prensa frente a esos hechos? ¿Las opciones se limitan a “cerremos
los ojos, apoyemos al gobierno” y “aprovechemos, esto sirve para tumbar al
gobierno”, o queda todavía algún espacio para el periodismo crítico, atento a
la verdad-verdadera de los hechos?
—Creo que sí lo hay. Y yo
todavía estoy a la espera de que ese periodismo se haga presente, por ejemplo,
en el tema de la torre Confinanzas. Fíjate tú: si todo estaba, digamos, servido
para que allí –en el tema de la torre Confinanzas– se diera un desenlace
violento, y no se dio, entonces la actitud del periodismo, de pretender que eso
formaba parte del paisaje, es una actitud miope.
Porque más bien nosotros
debiéramos felicitarnos y decir: “coño, en Venezuela logramos una movilización
inédita, de gran cantidad de familias, sin una sola denuncia de atropello”. Lo
logramos en Venezuela. Coye, ¿cómo lo logramos, cómo lo hicimos? ¿Por qué no
preguntar, averiguar, cómo fue eso, y buscar los testimonios y ver cuáles son
los protagonistas, o incluso reportear a ver si es verdad lo que yo estoy
diciendo? ¿Me explico? Pero, no, no. El más absoluto pata’erolismo frente
a ese fenómeno.
—Me permito decirle algo que
antes escuchaba pero no podía repetir, porque no me constaba directamente, y
que ahora vivo en carne propia: la dificultad de acceso a la información
oficial es terrible. Llamar a organismos públicos es tarea cotidiana, pero también
absurda, inútil: nunca hay respuesta. Cualquier periodista serio daría lo que
fuere por conocer, por ejemplo, lo que se ha hecho y efectivamente sucede hoy
en nuestro sistema carcelario. Pero no hay manera.
—Bueno, yo te hago el
puente. Yo, cuando fui ministro de Comunicación e Información, y después que
salí de esa función, me convertí en productor de programas de entrevistas, de
enlace, de hacer puentes con todos. Cuando fui ministro, me reuní con
directores, jefes de redacción de periódicos, medios privados y públicos, y
siempre estoy a la disposición de hacer puentes entre el Gobierno y los
periodistas que quieran, de buena fe, indagar, investigar…
Pero en el caso de la torre
Confinanzas, no, hermano, yo me cansé, durante todo el período de la desocupación,
de hacer llamados. Yo decía: “mira, falta poco para que la desocupemos”, “vamos
a aprovechar para hacer los reportajes ahorita que todavía está habitada…”,
“¡vengan para acá!”… y eran los caballos detrás de la carreta. Porque debería
haber sido el periodismo el que dijera: “Coye, mira lo que está pasando en
España, con los desahucios y la gente en la calle, y aquí estamos sacándolos
con los Guardias Nacionales, pero que van no a atropellarlos, sino a ayudarlos
a cargar sus enseres”.
—Salió más gente, ahí, que
de asentamientos como La Invasión, en Táchira...
—Cuatro mil quinientas
ochenta y cinco personas. Y ni una denuncia, hermano.
—Bueno, uno se pregunta hoy,
frente a los hechos del Táchira, de la frontera, un problema que no es nuevo ni
repentino, que tiene años: ¿por qué no fue posible hacer algo así?
—¿Cómo así?
—Como lo que se hizo en la
torre Confinanzas.
—Bueno, las situaciones son
completamente diferentes. Esta era una torre en el centro de Caracas, ¿no?
Aquello es una realidad fronteriza, que es completamente diferente. Entonces,
yo no puedo, a la ligera, juzgar cómo se han hecho las cosas allá porque,
hermano, yo no he estado allí, no conozco esa realidad.
Te digo, sí, que yo estuve
un año –casi, menos de un año– metido en esa torre todas las semanas. Y fuimos
construyendo confianza con esas familias, hasta que la logramos desocupar.
Pongo a la disposición el método aplicado allí para otros casos complejos.
Ahora, no sé si en el caso
de la frontera era posible, con la gente que estaba allí… En los reportes del
canal 8 vimos cómo había unos huecos donde mantenían a los secuestrados. O
casas de prostitución. Y eso no lo conseguí en la torre Confinanzas.
—Ciertamente. Pero no
siempre se trata de lo mismo. Hace poco hubo unos desalojos en la carretera
Panamericana, por ejemplo, con motivo de la construcción del Parque Chávez.
Allí la gente salió con un procedimiento distinto. Se presentaron un día los
cuerpos de seguridad y “señores, agarren sus peroles”… y el tractor atrás.
Quisiera descontextualizar, salir de este punto o aquel otro. ¿La prensa no
está obligada a mirar eso? Es verdad, hay que mirar también lo otro, lo
positivo, pero estas cosas, si no las mira la prensa, ¿quién las mira? ¿Cómo
hacemos para evitar que se produzcan atropellos que, igual que el bachaqueo,
también existen? La sensación es que, desde todos los ángulos –oficialistas,
antichavistas–, se cierran los espacios para el periodismo crítico que no busca
hacer campaña sino indagar en la realidad.
—Bueno, no sé por qué lo
dices... Estamos aquí hablando para un medio que entiendo que lo hace…
—Sí, este medio lo hace.
Pero, sin ánimos de dictar lo que en el periodismo está bien y lo que está mal,
lo que se ha creado es una contienda de a dos: “yo defiendo el proceso,
entonces no pasa nada, todo está perfecto”, contra “yo soy enemigo de este
proceso, entonces absolutamente todo es malo”. Y el periodismo se va quedando
huérfano de mirada sencillamente crítica, ramplonamente honesta. ¿No le hace
eso daño al país, como un todo?
—Es verdad, es verdad. Allí
hay un proceso de identificación partidaria de los medios, que, bueno, más bien
abre campo, deja el campo más claro para aquellos que, haciendo uso de las
mejores prácticas del periodismo, pues pretendan dar muestra de amplitud y
rigor. Yo creo que aun en el campo del periodismo partidario se puede ser
riguroso. Y que a todo el periodismo le hace falta rigor, independientemente de
que tenga una determinada línea editorial: puedes tú compartirla o no
compartirla, pero si tiene rigor, es un periodismo respetable. Yo le pondría a
todo el periodismo venezolano unas tres goticas de rigor, y también tres
goticas de patriotismo, de ese que tenía el Correo del Orinoco que fundó el
Libertador: tres goticas más y tendríamos un periodismo mejor, en todos los
campos.
—En el 99, hace 16 años, cuando
el deslave de Vargas, Vanessa Davies hizo unos reportajes estremecedores…
—Sí, cómo no. Para El
Nacional.
—Estremecedores por la
denuncia de violaciones de derechos humanos, y también por su honestidad y
valentía: una partidaria convencida del chavismo, por entonces desconocida,
denunciaba lo que debía ser denunciado. Y fue citada a la Disip, predecesora
del Sebin, que en ese tiempo dirigía el comandante Urdaneta Hernández. Hoy día
no se ve, desde el campo del chavismo, una cosa así, ¿no?
—Bueno, gracias a Dios no
hay denuncias de eso que ocurrió en Vargas.
—Tal vez no esas, pero sí
hay otras. Por ejemplo, con las OLP, nosotros estamos recibiendo denuncias. No
hemos tenido manera de comprobarlas, pero hay denuncias: “Que no fue un
enfrentamiento, sino que lo sacaron de la casa y le pegaron los cuatro tiros”,
que al otro lo expulsaron del apartamento y lo dejaron en la calle. Y hay como
una criminalización del periodismo –a priori– cuando ve hacia esas denuncias.
—Bueno, yo no he percibido
esa criminalización del periodismo. Pero en todo caso, todas las denuncias
sobre cualquier abuso, exceso, desviación de poder –si son tratadas con rigor–,
tienen que ser respetadas, no deben ser criminalizadas. Lo que pasa es que
también sabemos que, desde el campo del periodismo, hay mucho zorro y camaleón
coleado –como lo dice la cultura popular– que no está buscando la verdad, sino
que ya tiene el prejuicio de que eso que tú estas describiendo fue un
atropello, fue una ejecución. Y lo veo, lamentablemente, también de parte de
algunos que se proclaman “defensores de los derechos humanos”, que también
andan permanentemente detrás de una agenda política. Es lamentable.
De verdad que yo creo en una
sociedad –la del socialismo bolivariano del siglo veintiuno, en esa es que
creo– en la que se pueda hacer un periodismo que indague en esas denuncias y
que haya donde ventilarlas, sin que el medio sea un partido político con una
antena. Yo creo que eso lo lograremos.
22-09-15
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