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lunes, 28 de septiembre de 2015

“Ernesto Villegas: El bachaquerismo es el libre mercado en su peor faceta”


Por: Hernán Carrera



El ex ministro y hoy candidato ve la próxima AN como un lugar de confrontación, y no cree que la viabilidad política se juegue en el debate con una oposición determinada a acabar con el proyecto de Chávez


Su rostro, como producto de la exposición mediática, es uno de los más conocidos del chavismo. No obstante, más allá de esas filas son relativamente pocos los que saben que este periodista, aún no hace mucho absorbido por la gestión gubernamental, está lejos de ser un advenedizo en la política y, sobre todo, en el ejercicio de sus convicciones ideológicas.

A Ernesto Villegas Poljak, o a su trayectoria, se le puede sintetizar con menciones a su condición de dirigente nacional del Psuv, ex jefe de Gobierno del Distrito Capital, ex ministro de Comunicación e Información, ex ancla de la estatal Venezolana de Televisión (VTV) y ex periodista de larga data en el diario El Universal. Pero quizá sea más certero decir, para retratarlo, que es el hijo menor de Cruz Villegas y Maja Poljak. Cruz, campesino del Tuy, hombre humilde a cuya proverbial sapiencia muchos doctos concurrían, fue un dirigente sindical y comunista que vivió y murió con una bandera roja en una mano y la honradez en la otra. Maja, judía croata, fue compañera y también protagonista de idéntica aventura vital. No es entonces del todo metáfora añadir que Ernesto, el hoy figura principalísima entre las candidaturas del chavismo a la Asamblea Nacional, fue amamantado en las ideas del marxismo, de la revolución proletaria, del bolivarianismo y de la preeminencia de la clase trabajadora. Como también, sin duda, de la jovialidad y la sencillez.

Como a un puñado de otros altos funcionarios del Estado, la próxima elección de una nueva Asamblea Nacional (AN) lo sacó de los trajines propios de la gestión administrativa para lanzarlo de lleno al candelero: al escenario donde, previsiblemente, se jugará el chavismo la continuidad de sus idearios.

Desde esa perspectiva, habla aquí sobre lo que ha de ser el venidero parlamento, sobre la viabilidad política del proyecto de Chávez, sobre hegemonías y contra-hegemonías. También, sobre fronteras, OLP, bachaquerismo, derechos humanos, denuncias, atropellos y hasta el ciclo de la caraota.

Sin que pueda faltar, obvio, el papel del periodismo. Su oficio.
  
La única opción es ganar

—Ud. ha hablado de “viabilidad política”, un concepto que sin duda será crucial en los venideros tiempos para Venezuela. ¿Cómo se relaciona eso con el hecho de que el chavismo haya sacado algunas de sus piezas claves del Ejecutivo para lanzarlas a la AN? ¿Es sólo una estrategia electoral, vamos a tener “caras conocidas” que luego vuelven al Gobierno, o están previendo una Asamblea de nuevo tipo, diferente en algo a las anteriores?

—Bueno, yo estimo que esta es la Asamblea de la trascendencia. Es la primera que ha de ser electa sin la presencia física del Comandante Chávez. Es un desafío, que ésta pueda trascender o, mejor dicho, que el proyecto de Chávez pueda trascender con esa Asamblea. No es que si este o aquel, aquellas o estas, resultan electos diputados o diputadas; es el hecho de que se logre la viabilidad política para que, con esa Asamblea Nacional, el proyecto de Chávez pueda abrirse camino, pueda avanzar.

Yo creo que, además, el cuadro político va digamos a renovar el interés del país por el escenario parlamentario, porque después de estos años, de esta última Asamblea –electa con el comandante Chávez vivo–, viene una nueva con una renovación del 80% de los candidatos del chavismo. Y el ingreso de figuras también de otras proveniencias. Así que veremos una renovación del interés político del país en torno a la Asamblea Nacional. Yo me adelanto a felicitarme por poder estar allí. Todavía nos falta concretar una victoria, que tiene que construirse día a día. No me la doy de sobrado, ni me voy a sentar a esperar que me llegue la victoria a tocar la puerta de la casa. Hay que ir a construirla día a día, y allí estamos.

—Pero digamos: un parlamento es, por definición, el espacio de la viabilización política, el lugar donde se confrontan y discuten visiones. Venezuela tiene mucho tiempo sin un parlamento de ese tipo: en la llamada cuarta república, dos partidos se ponían de acuerdo para todo; después, el chavismo ha contado siempre con una mayoría cómoda. Ahora, más allá de las encuestas –que las hay para todos los gustos–, se percibe cierta paridad de fuerzas, ausencia de mayorías abrumadoras. ¿La próxima AN no está llamada a producir, a aportar viabilidad para el futuro de Venezuela, sea cual fuere?

—Mira, fíjate que yo recuerdo una Asamblea donde la mayoría parlamentaria se lograba por dos o tres votos, y hasta por uno. El diputado que hacia la mayoría era sometido a tal cantidad de presiones que tenía que ir a dormir a la casa de Nicolás Maduro, que era entonces el presidente del parlamento. Esa era una inestabilidad potencial muy grande. En esta otra Asamblea (la actual) se ha dado un cuadro diferente y ha tenido entonces más viabilidad política, digamos de entrada, para las iniciativas que ahí se han planteado.

Sin embargo, fíjate que yo creo que la oposición está contando los pollos antes de nacer. Y bien bueno que lo hagan, bien bueno que se den por ganadores. Pero ha habido una variación en el discurso que a mí me llama mucho la atención: que si el cuadro va doce a dos, siete a tres… Y resulta que si revisas las posturas públicas de los voceros de la oposición, te encontrarás con que siempre les ha costado mucho reconocer, antes y después, cada triunfo electoral del chavismo.

Por ahí leí a alguien, a uno de esos tantos escribidores: ”Por primera vez hay miedo en el chavismo”. Entonces, yo digo, tenemos 16 años leyendo que “Chávez esta cagao”. Y después de que se registraba la victoria, se escuchaba: “No, que hubo fraude”. No hubo nunca reconocimiento de la mayoría chavista, y ahora tampoco la hay. Ahora, todavía están haciendo los mismos pronósticos, de mayoría antichavista. Y creo que podemos ver repetirse otra vez el mismo expediente. Es probable que haya voces que “canten fraude”, que se resistan a reconocer…

—Tras la única elección que llegó a perder Chávez –la de la reforma constitucional–, Fidel Castro le dijo: “Chávez, no puede ser que en Venezuela haya cuatro millones de fascistas”…

—De fascistas no, de oligarcas, dijo.

—De oligarcas, cierto. El punto es que hoy se ve crecer un descontento que por entonces no había. ¿La viabilidad no pasa por ver cómo con esos cuatro o equis millones de “oligarcas” –que no todos lo son ni lo serán, decía Fidel– se logra crear un espacio común?

—Bueno, vale, yo te digo: cuando yo estoy en los recorridos por las zonas populares, que es fundamentalmente donde me la paso, yo converso con la gente y me consigo con electores que son de oposición y que, estoy seguro, van a votar por mí. Porque perciben una cercanía que no tienen con sus dirigentes. Hay un cuadro real, y es que, habiendo malestar, disgusto, irritación, por el golpe económico cotidiano, la dirigencia opositora, sin embargo, no logra capitalizar eso a su favor, en términos propositivos, pues.

No ha surgido en el campo de la oposición un liderazgo que, en forma positiva y propositiva, recoja eso. Entonces, tú ves que los seguidores de la oposición prácticamente se avergüenzan de sus dirigentes. No hay nadie que se corte las venas, ni que dé la vida por ninguno del elenco que presentan. Por supuesto, habrá unos pocos muy apasionados, pero no hay un liderazgo que esté suficientemente arraigado. Y estoy seguro de que en muchas circunscripciones la gente de oposición va a terminar votando por el candidato chavista. En el caso nuestro, percibo que es así.


Entiendo que sucedió ya en las elecciones internas del PSUV: que hubo gente de oposición que, como estaba abierto el registro, votó por mí en las elecciones internas. Y estoy seguro de que en el circuito tres de Caracas, si pones a escoger entre Ramos Allup y un joven como Daniel Aponte, van a haber muchos opositores que van a votar por Daniel Aponte.

—Pero a la mayoría de la oposición lo que la mueve es el antichavismo. Al opositor de a pie no pareciera importarle mucho quién lo haga, con tal de salir del Gobierno.

—Esa es su fortaleza y, a la vez, su debilidad. Porque tú estás escogiendo parlamentarios. Entonces yo digo: vamos a confrontar, a comparar gramo a gramo nuestras propuestas. La gente al final tiene que votar por un nombre, e imaginarse quién será el que lo represente: ¿lo representa Ramos Allup? ¿Ese es el cambio? ¿El cambio lo representa Ramos Allup?

Por ejemplo, aquí en Caracas, el que encabeza la lista de la Mesa de la Unidad es un señor al que tú lo paras en Pinto Salinas y no sabe cómo llegar a la avenida Andrés Bello, porque viene de Maracaibo: el señor Guanipa. Es decir, no hay en Caracas un cuadro de la oposición que haya podido encabezar su lista. Se traen a un señor importado del Zulia. Tú a ese señor lo sueltas, lo dejas en el bulevar de Sabana Grande y le dices: “Váyase para Caricuao”, y no sabe cómo. Ese es el drama de la oposición.
  
La hegemonía la tiene el bachaquerismo

—Veámoslo entonces en términos de hegemonía política: tienen ustedes un proyecto sumamente grande, que necesita esfuerzo, impulso de todo tipo, para poder ser llevado a cabo. Los recursos materiales, económicos, empiezan a menguar, se hace más difícil mover la sola conciencia política. ¿Cómo se hace entonces para lograr una hegemonía en términos de pensamiento, en términos de convicciones, en términos de compartir un proyecto, en una situación que no es la misma de tres, cinco años atrás?

—Tú sabes que yo siempre he preferido hablar de una contra-hegemonía. Porque la hegemonía realmente existente es una hegemonía capitalista, consumista… Esas son las verdaderas hegemonías en el mundo de hoy y en nuestras sociedades: una hegemonía capitalista, egoísta, individualista, mercantil, que se expresa a través de ese fenómeno del bachaquerismo, y que es la conversión de cualquier cosa en mercancía y la obtención de una ganancia fácil –y si posible sideral–, por encima de una cultura del trabajo.

Yo creo que ese es el desafío: una contra-hegemonía que derrote esa visión bachaquera de la vida. Y que nosotros podamos, por ejemplo, en ese terreno, impulsar la cultura del trabajo. Si algo bueno tiene la disminución de los bienes materiales por la vía de los precios del petróleo, es que entonces las cosas que aquí solemos importar, definitivamente las tenemos que empezar a producir. Fíjate tú, las caraotas…

—Novecientos ochenta bolívares, un kilo de caraotas. Hoy, en este momento, cuando hablamos.

—¿Cómo es posible que, por una parte, haya unas caraotas a mil bolívares el kilo, pero que además aquí no las sembremos? Las carotas que nos comemos… Eso no tiene sentido.

—Toquemos ese tema también, el de la producción. Pero antes le pediría hablar de lo que está pasando ahora mismo en las fronteras, con Colombia, con el contrabando de extracción. En tiempos de la Guerra Fría se hablaba del “campo socialista” como “la Cortina de Hierro”. Hoy, visto lo que aquí ocurre, se podría pensar que aquella cortina, del lado de allá, era no sólo política, sino también una suerte de telón económico, única y nefasta manera que hallaron para proteger una economía de bajos precios. Hoy, ¿sería de verdad posible tener caraotas a 80 o 200 bolívares el kilo en San Cristóbal, y a 1.800 o 3.000 en Cúcuta? ¿Eso es factible?



—Ese es el desafío. Que nosotros no tiremos la toalla y digamos: “bueno, como tenemos una extensa frontera con Colombia…”, y entonces renunciemos a nuestra capacidad de fijación de precios en el mercado venezolano, y dejemos que sea la oligarquía bogotana la que le fije los precios a los productos que consumen los venezolanos.

Yo sé que hay fuerzas telúricas que son muy difíciles de controlar; un ejemplo fue cuando se dio la prohibición del consumo y venta de bebidas alcohólicas en los Estados Unidos. O cuando a alguien se le ha ocurrido prohibir la prostitución. Podrás poner en juego todos tus recursos, y hacer todo lo posible por lograr aquello, pero....

Sin embargo, nosotros tenemos como país que plantearnos el desafío, alcanzar la reivindicación nacional que significa que podamos tener precios fijados por la realidad venezolana, y no por la realidad económica extranjera, donde confluyen el tema del narcotráfico, la rueda de blanqueamiento de dinero sucio en la frontera, a través de las casas de cambio, amparada por el gobierno colombiano…

—¿Cómo se logra eso?

—Nosotros no podemos estar dependiendo como país, en la fijación de nuestros precios, de los antojos y caprichos de una oligarquía bogotana y de unos factores criminales que conforman un para-Estado en Colombia. Porque nosotros nos relacionamos formalmente con el Estado de Colombia, pero resulta que en Colombia hacen vida otros Estados. En algunos territorios es el Estado guerrillero, o los Estados que pretenden hacer, donde ejercen soberanía los grupos armados. Y específicamente en la frontera con Venezuela, es un Estado paralelo criminal, formado por mafias de narcotraficantes, de lavadores de dinero.

Aquí no vamos a renunciar a que las cosas cuesten lo que tengan que costar. Yo no hago apología de precios irreales; yo creo en la regulación de los precios, lo que no creo es en la congelación eterna de los precios. Aquí debe haber una revisión periódica de las regulaciones, para que los precios sean reales. El proceso de formación de los precios es un proceso complejo. Pero el factor “Colombia” es un factor distorsionante. El desafío es que nosotros podamos tener una frontera de paz –como ha dicho el presidente Maduro–, productiva, y que nos respetemos.

Que la corrupción reciba escarmiento

—Recuerdo una vez que Chávez, en alguna de sus alocuciones, habló sobre unos pescadores a los que había dado antes unas lanchas, unos motores. Chávez protestaba y decía: “Bueno, ahora llegan y se llevan las langostas para venderlas en Aruba, ¿cómo es posible eso?”. Obviamente, si eres pescador pero también eres parte convencida y militante de un proyecto político, cómo es posible que te vayas a comportar así. Pero como que hay algo en la naturaleza humana que lleva a eso, y de últimas es un problema ético. ¿No es un poco peligroso supeditar el desarrollo de un proyecto político, nacional, humano, nada más a la ética?

—Casualmente, yo le hacia esa pregunta a Moisés Molero, en una entrevista. A Moisés le preguntaba –palabras más, palabras menos– sobre eso: “Bueno, ¿pero el egoísmo no es parte de la naturaleza humana?”. Y él decía: “Así como parte de la naturaleza humana son otras perversiones: el sadismo, el masoquismo, y otras cosas, patologías al fin; pero la diferencia entre los seres humanos y los animales es que el ser humano es educable, puede discernir, formarse, tener valores, principios”. Por eso es que nosotros proclamamos los valores de la solidaridad, de la complementariedad, contra los antivalores del egoísmo, del individualismo, de la competencia que hay entre los seres humanos.



La conciencia de soberanía y seguridad alimentaria te lleva a ti a que, por encima de la fuerza que ciertamente significa la posibilidad de tú vender en una moneda extranjera el producto de tu trabajo, también tengas conciencia de que tus hijos comen, y tus hermanos, tus iguales, tus prójimos. Y no venderás entonces todo tu pescado en dólares, para que te lo compren en Trinidad, sin antes guardar una parte para venderlo aquí a precio accesible para los venezolanos.

—A los pocos días del cierre de la frontera con Colombia dijo Maduro que el país se había ahorrado 500 millones de dólares con esa medida. Pero la lucha contra el contrabando tiene meses, ocho, diez… y de pronto, 500 millones de ahorro. Hay muchas voces que dicen que el problema no es el bachaquerito –el wayuu que pasa la pimpina–, sino cosas más grandes, que ocurren bajo la mirada de agentes del Estado.

—El poder corruptor que tiene esa cultura del bachaquerismo…

—Y la pregunta sería si entonces no necesita esto una respuesta más allá de la lucha ética por los valores; más allá, incluso, de lo represivo, sino medidas de otro tipo, económicas.

—Sí, seguramente. Ahora, como te digo: es una contra-hegemonía la que hay que construir. Porque cuando hay una hegemonía bachaquera –de mentalidad bachaquera– que te inunda todos los ámbitos de la sociedad, entonces, obviamente, la panacea para todos los problemas es que todo el mundo bachaquee. Pero esa, éticamente, no es la sociedad que queremos. Entonces, bien bueno que se hayan cerrado las fronteras y que aquellos factores que se hayan podido corromper, o que se hayan podido acomodar en la frontera o en cualquier parte, comiencen a sufrir el escarmiento y que cobren conciencia. ¿De qué te vale a ti ganarte unos reales si tu familia sufre las consecuencias de que tú te ganas los reales con la desaparición de ciertos productos? Algo te debe hacer reflexionar: a funcionarios del Estado, pimpineros, bachaqueros de toda laya…

—¿No hay algo de presentar o visualizar al bachaquero como el enemigo?

—No, yo no digo que mi enemigo es el bachaquero, sino la cultura bachaquera. Que, incluso, la podemos tener nosotros dentro, o sea, los seres humanos. Por eso digo que hay una hegemonía cultural, que es la misma hegemonía capitalista que resume todo a una mercancía; esa es la hegemonía que hay que derrotar. Más allá de las circunstancias.


Lo que estamos viviendo es el libre mercado

—¿Hay conciencia del impacto que ha tenido toda esta situación económica en el pueblo llano? Porque –y no digamos ya en Caracas: en todo el interior– las colas son gigantescas, brutales…

—A mí me preocupa la cola, obviamente, pero me preocupa todavía más el tema del precio y el acceso al producto. No es sólo la cola. Hay gente a la que sólo le preocupa la cola, porque tiene capacidad… Hay sectores que, en los tiempos de la revolución bolivariana, han logrado mejorar de tal manera su situación económica que están en capacidad de absorber precios elevados; y hay sectores que, mediante su propio bachaqueo, pueden trasladarle a otro el costo de esos precios elevados. Aquel que a su vez bachaquea, puede entonces compensar el aumento de los precios, porque a su vez él está aumentado los precios de otras cosas, está trasladando el sobreprecio a un tercero.

Pero a mí me preocupa más el trabajador, pobre, asalariado, que no tiene a quién bachaquear o que éticamente no lo hace, y entonces no tiene a quién trasladarle el sobreprecio que le ponen al producto que necesita comprar. Más allá de la cola. Con cola o sin cola. Eso es mucho más grave.

Porque, fíjate tú lo que ha sucedido: con Chávez mucha gente comenzó a comer carne. Mucha gente no comía carne, o comía muy poca. Con Chávez la gente comenzó a tener acceso a la carne, y en hogares que antes no lo tenían. De hecho, buena parte de la demanda eléctrica adicional vino porque antes había familias muy pobres que no tenían nevera, y cuando en Mercal pasaron a conseguir carne, necesitaron neveras, y por eso vino Mi Casa Bien Equipada.

Pero antes, esas familias, históricamente, cuando no conseguían carne ni pollo, compensaban el componente proteico con granos. Ahora, un golpe muy duro que está recibiendo la familia venezolana hoy en día, es la caraota a mil bolos el kilo. En aquel entonces, con un kilo de caraotas, le soltabas una chuleta ahumada y eso, con el arroz, ya era un plato de comida. Esa es la preocupación, es algo que tenemos que derrotar muy pronto. Gracias a dios, el ciclo de la caraota es breve, y ya Maduro anunció el plan de siembra de 50.000 hectáreas. Para mí, es vital que nosotros resolvamos pronto eso.



—Ojalá el bachaqueo no agarre ahora la caraota nacional, también, y se la lleve. Pero para las políticas sociales que impulsa el chavismo hay una especie de trampa mortal en todo eso. Si regulas los precios por debajo del nivel internacional, el mercado se traga los productos a través del bachaqueo y el contrabando y vienen la carestía y la escasez. En la otra acera, el neoliberalismo te dice que elimines los controles y se te acaba el problema. 

¿Qué estrategias se plantean ustedes para romper esa trampa y satisfacer las necesidades de la población?

—Yo creo que nosotros no debemos renunciar al control, sino revisar los precios. El control no es congelamiento eterno. O sea, si tú revisas realmente cuál es la estructura de costos de un producto y lo regulas, e incluso apoyas al productor; si tú agarras y apoyas toda la producción y estimas un costo, un precio que sea atractivo para el productor, bueno, puedes convenir una regulación. Lo que está demostrado que es insostenible es una regulación eterna, sin revisión de precios; que entonces, además, después se convierte en desregulación por vía de los hechos. Lo que hoy estamos viendo a precios exorbitantes es resultado del libre mercado. Lo que nosotros vemos en el precio bachaquero, ese es el libre mercado en su peor faceta.

—Bueno, eso es lo paradójico: tanto esfuerzo, tanto discurso, y termina convirtiéndose en libre mercado.

—A los partidarios del libre mercado, miren lo que significa: el precio bachaquero.

Del control al atropello. ¿Y la prensa qué?

—Hemos hablado de desabastecimiento, de precios, de controles, de bachaquerismos. Ahora le pediría dar una mirada a los pertrechos que utiliza el Gobierno nacional en la llamada guerra económica, y también la otra, la de las OLP, por ejemplo. Los medios, Contrapunto mismo, recibimos denuncias continuas de excesos, de atropellos de distintos tipos. Como periodista que es usted, ¿cuál ha de ser el papel de la prensa frente a esos hechos? ¿Las opciones se limitan a “cerremos los ojos, apoyemos al gobierno” y “aprovechemos, esto sirve para tumbar al gobierno”, o queda todavía algún espacio para el periodismo crítico, atento a la verdad-verdadera de los hechos?

—Creo que sí lo hay. Y yo todavía estoy a la espera de que ese periodismo se haga presente, por ejemplo, en el tema de la torre Confinanzas. Fíjate tú: si todo estaba, digamos, servido para que allí –en el tema de la torre Confinanzas– se diera un desenlace violento, y no se dio, entonces la actitud del periodismo, de pretender que eso formaba parte del paisaje, es una actitud miope.

Porque más bien nosotros debiéramos felicitarnos y decir: “coño, en Venezuela logramos una movilización inédita, de gran cantidad de familias, sin una sola denuncia de atropello”. Lo logramos en Venezuela. Coye, ¿cómo lo logramos, cómo lo hicimos? ¿Por qué no preguntar, averiguar, cómo fue eso, y buscar los testimonios y ver cuáles son los protagonistas, o incluso reportear a ver si es verdad lo que yo estoy diciendo? ¿Me explico? Pero, no, no. El más absoluto pata’erolismo frente a ese fenómeno.

—Me permito decirle algo que antes escuchaba pero no podía repetir, porque no me constaba directamente, y que ahora vivo en carne propia: la dificultad de acceso a la información oficial es terrible. Llamar a organismos públicos es tarea cotidiana, pero también absurda, inútil: nunca hay respuesta. Cualquier periodista serio daría lo que fuere por conocer, por ejemplo, lo que se ha hecho y efectivamente sucede hoy en nuestro sistema carcelario. Pero no hay manera.
—Bueno, yo te hago el puente. Yo, cuando fui ministro de Comunicación e Información, y después que salí de esa función, me convertí en productor de programas de entrevistas, de enlace, de hacer puentes con todos. Cuando fui ministro, me reuní con directores, jefes de redacción de periódicos, medios privados y públicos, y siempre estoy a la disposición de hacer puentes entre el Gobierno y los periodistas que quieran, de buena fe, indagar, investigar…
Pero en el caso de la torre Confinanzas, no, hermano, yo me cansé, durante todo el período de la desocupación, de hacer llamados. Yo decía: “mira, falta poco para que la desocupemos”, “vamos a aprovechar para hacer los reportajes ahorita que todavía está habitada…”, “¡vengan para acá!”… y eran los caballos detrás de la carreta. Porque debería haber sido el periodismo el que dijera: “Coye, mira lo que está pasando en España, con los desahucios y la gente en la calle, y aquí estamos sacándolos con los Guardias Nacionales, pero que van no a atropellarlos, sino a ayudarlos a cargar sus enseres”.
—Salió más gente, ahí, que de asentamientos como La Invasión, en Táchira...
—Cuatro mil quinientas ochenta y cinco personas. Y ni una denuncia, hermano.
—Bueno, uno se pregunta hoy, frente a los hechos del Táchira, de la frontera, un problema que no es nuevo ni repentino, que tiene años: ¿por qué no fue posible hacer algo así?
—¿Cómo así?
—Como lo que se hizo en la torre Confinanzas.
—Bueno, las situaciones son completamente diferentes. Esta era una torre en el centro de Caracas, ¿no? Aquello es una realidad fronteriza, que es completamente diferente. Entonces, yo no puedo, a la ligera, juzgar cómo se han hecho las cosas allá porque, hermano, yo no he estado allí, no conozco esa realidad.

Te digo, sí, que yo estuve un año –casi, menos de un año– metido en esa torre todas las semanas. Y fuimos construyendo confianza con esas familias, hasta que la logramos desocupar. Pongo a la disposición el método aplicado allí para otros casos complejos.

Ahora, no sé si en el caso de la frontera era posible, con la gente que estaba allí… En los reportes del canal 8 vimos cómo había unos huecos donde mantenían a los secuestrados. O casas de prostitución. Y eso no lo conseguí en la torre Confinanzas.

—Ciertamente. Pero no siempre se trata de lo mismo. Hace poco hubo unos desalojos en la carretera Panamericana, por ejemplo, con motivo de la construcción del Parque Chávez. Allí la gente salió con un procedimiento distinto. Se presentaron un día los cuerpos de seguridad y “señores, agarren sus peroles”… y el tractor atrás. Quisiera descontextualizar, salir de este punto o aquel otro. ¿La prensa no está obligada a mirar eso? Es verdad, hay que mirar también lo otro, lo positivo, pero estas cosas, si no las mira la prensa, ¿quién las mira? ¿Cómo hacemos para evitar que se produzcan atropellos que, igual que el bachaqueo, también existen? La sensación es que, desde todos los ángulos –oficialistas, antichavistas–, se cierran los espacios para el periodismo crítico que no busca hacer campaña sino indagar en la realidad.

—Bueno, no sé por qué lo dices... Estamos aquí hablando para un medio que entiendo que lo hace…

—Sí, este medio lo hace. Pero, sin ánimos de dictar lo que en el periodismo está bien y lo que está mal, lo que se ha creado es una contienda de a dos: “yo defiendo el proceso, entonces no pasa nada, todo está perfecto”, contra “yo soy enemigo de este proceso, entonces absolutamente todo es malo”. Y el periodismo se va quedando huérfano de mirada sencillamente crítica, ramplonamente honesta. ¿No le hace eso daño al país, como un todo?

—Es verdad, es verdad. Allí hay un proceso de identificación partidaria de los medios, que, bueno, más bien abre campo, deja el campo más claro para aquellos que, haciendo uso de las mejores prácticas del periodismo, pues pretendan dar muestra de amplitud y rigor. Yo creo que aun en el campo del periodismo partidario se puede ser riguroso. Y que a todo el periodismo le hace falta rigor, independientemente de que tenga una determinada línea editorial: puedes tú compartirla o no compartirla, pero si tiene rigor, es un periodismo respetable. Yo le pondría a todo el periodismo venezolano unas tres goticas de rigor, y también tres goticas de patriotismo, de ese que tenía el Correo del Orinoco que fundó el Libertador: tres goticas más y tendríamos un periodismo mejor, en todos los campos.

—En el 99, hace 16 años, cuando el deslave de Vargas, Vanessa Davies hizo unos reportajes estremecedores…

—Sí, cómo no. Para El Nacional.

—Estremecedores por la denuncia de violaciones de derechos humanos, y también por su honestidad y valentía: una partidaria convencida del chavismo, por entonces desconocida, denunciaba lo que debía ser denunciado. Y fue citada a la Disip, predecesora del Sebin, que en ese tiempo dirigía el comandante Urdaneta Hernández. Hoy día no se ve, desde el campo del chavismo, una cosa así, ¿no?

—Bueno, gracias a Dios no hay denuncias de eso que ocurrió en Vargas.

—Tal vez no esas, pero sí hay otras. Por ejemplo, con las OLP, nosotros estamos recibiendo denuncias. No hemos tenido manera de comprobarlas, pero hay denuncias: “Que no fue un enfrentamiento, sino que lo sacaron de la casa y le pegaron los cuatro tiros”, que al otro lo expulsaron del apartamento y lo dejaron en la calle. Y hay como una criminalización del periodismo –a priori– cuando ve hacia esas denuncias.

—Bueno, yo no he percibido esa criminalización del periodismo. Pero en todo caso, todas las denuncias sobre cualquier abuso, exceso, desviación de poder –si son tratadas con rigor–, tienen que ser respetadas, no deben ser criminalizadas. Lo que pasa es que también sabemos que, desde el campo del periodismo, hay mucho zorro y camaleón coleado –como lo dice la cultura popular– que no está buscando la verdad, sino que ya tiene el prejuicio de que eso que tú estas describiendo fue un atropello, fue una ejecución. Y lo veo, lamentablemente, también de parte de algunos que se proclaman “defensores de los derechos humanos”, que también andan permanentemente detrás de una agenda política. Es lamentable.

De verdad que yo creo en una sociedad –la del socialismo bolivariano del siglo veintiuno, en esa es que creo– en la que se pueda hacer un periodismo que indague en esas denuncias y que haya donde ventilarlas, sin que el medio sea un partido político con una antena. Yo creo que eso lo lograremos.

22-09-15




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