Por Vladimiro Mujica, 25/09/2015
En uno de los más retorcidos e infames ataques contra los profesores
universitarios que se resisten a aceptar con aplausos y sonrisas de
agradecimiento los sueldos miserables a que los condena la combinación letal de
ineptitud y pensamiento jurásico que dirige a la nación, se les acusa de actuar
en contra del derecho a la educación de los estudiantes y se señala, como para
sumar el insulto a la afrenta, que tengan cuidado, que nadie es indispensable.
Se recuerda con ello el discurso del gobierno contra los trabajadores de Pdvsa
que culminó con el despido artero e ilegal de miles de trabajadores de la
industria.
La revolución jurásica chavista se regodea en presentar a un supuesto
“hombre nuevo socialista” emulando con ello a sus maestros cubanos, que es
capaz de aprender todo con la pura voluntad revolucionaria. El resultado de
esta forma primitiva y casi infantil de concebir el conocimiento, y el trabajo
que se requiere para adquirirlo, es un desprecio insondable por el talento y el
saber. Merced a este talante, hablar mal y de forma grosera se transforma en un
mérito y la piratería en el cumplimiento de sus funciones se transforma en una
virtud cuando quienes la practican se identifican con la revolución. Después de
quince años de este despropósito se ha producido en el país una calamitosa
sangría de conocimiento y talento donde quienes saben son arrinconados en su
propio país o se ven compelidos a la búsqueda de mejores destinos en otras
tierras.
Por supuesto que uno podría argumentar que ningún individuo como tal es
completamente indispensable, aunque en el caso de talentos y habilidades
excepcionales o de condiciones éticas, profesionales, científicas, culturales,
religiosas o de liderazgo notables, es difícil entender como se puede
justificar el concepto. Pero convengamos en que desde el punto de vista social
si un individuo se resiste a realizar su trabajo en principio siempre se puede
reemplazar por otro. Suponiendo que el otro exista. Pero aún este concepto un
tanto discutible dista mucho de ser la práctica chavista. La revolución no
defiende la posibilidad de sustituir a un individuo por otro sino la
eliminación de la disidencia y la imposición del pensamiento único. Por eso es
tan perversa la doctrina de que nadie es indispensable, porque no se trata de individuos
sino de colectivos. La revolución no persigue a “un profesional” o a “un
profesor”. Persigue a quienes se le opongan.
El arrinconamiento de las universidades y su mecanismo más perverso, el
acoso y la humillación a los profesores que supone pretender que se mantengan
con salarios de hambre que están en muchos casos por debajo de la canasta
mínima, es un ataque no solamente contra ciudadanos que están excepcionalmente
calificados por su alto nivel de estudios y competencia profesional, sino, en
último grado, contra una de las instituciones esenciales para la formación de
valores en el país. A través de la humillación a los profesores se pretende
destruir a la universidad autónoma y democrática porque la universidad no se ha
rendido al atropello de la revolución del atraso. Eso, y que el chavismo pierde
cuanta elección se produce en las universidades, es lo que se le cobra a una
institución cuya protección fue una de las preocupaciones fundamentales del
Libertador Simón Bolívar. Pero en eso, como en muchas otras cosas, la
oligarquía chavista ha traicionado el nombre y el legado del Padre de la
Patria.
Si alguien duda de los efectos nefastos que traería para el país
terminar de aniquilar a la universidad popular de la libertad del pensamiento y
la creatividad, no tiene sino que meditar unos minutos sobre lo que ocurrió con
la industria estatal petrolera desde que se convirtió en “roja rojita”. En
números redondos el personal se ha triplicado y la producción se ha reducido
por un factor de tres desde los tiempos de la Pdvsa de la meritocracia a la
Pdvsa de la chimbocracia. Esa que es hoy completamente imposible de auditar y
sobre la cual existen gravísimos indicios de amparar ejercicios de corrupción
monumentales que podrían estar, como lo ha señalado Luis Fuenmayor con toda
claridad, detrás de un ejercicio descomunal de bachaqueo que sí tiene el orden
de magnitud adecuado, no el tráfico de pimpinas, para explicar el
desangramiento de combustible barato venezolano hacia Colombia y otros
destinos.
Cuando alguna vez salgamos de todo este desatino, que saldremos, se
podrá ver con claridad la enormidad de la ruina que los 15 años de revolución
han traído a Venezuela. Mientras tanto, solamente queda resistir y oponerse con
todos los medios constitucionales a nuestro alcance.
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