Por María Laura Chang
En Santa Cruz del Este de
Caracas la tarde de este lunes la rutina era la misma de siempre. Ni menos
ni más tensa desde el 19 de agosto, cuando empezó la crisis fronteriza con
Colombia. Los vecinos, esos mismos que llegaron de esas tierras y levantaron
sus casas en ese barrio, estaban cada uno en lo suyo, muy distantes en
kilómetros y pensamientos de la reunión que ya se celebraba en Quito entre los
presidentes Nicolás Maduro y Juan Manuel Santos.
Un oriental, dueño del
abasto ubicado en la entrada del barrio, contaba el dinero de las ventas
mientras algunos hombres bebían cervezas afuera del lugar. En el restaurancito
de la cuadra el camarero, un orgulloso colombiano, servía
apresurado los últimos almuerzos y en la peluquería las señoras se
lavaban el cabello tranquilas. El calor, el humo de los autobuses y el ruido de
los vehículos ambientaban el resto de la escena. Las advertencias sobre los
malandros se repetían en cada local: “Tú sabes cómo está la inseguridad”,
recordaba el dueño de la ferretería.
En esta populosa barriada,
ubicada a más de 850 kilómetros de la frontera entre San Antonio del Táchira y
Cúcuta, poco llega el eco de lo que ocurre allí. En Santa
Cruz algunos son inmigrantes nacionalizados de hace años, otros son hijos
de inmigrantes y también hay quien aún no tiene los papeles, pero en su
mayoría niegan que el cierre fronterizo los afecta. “Por ahí están diciendo que
hay 5 millones de colombianos, pero nada más aquí hay como 4 millones”,
bromeaba Jhon Jairo, quien administra la licorería de la cuadra. Él llegó
con su esposa hace 10 años a Venezuela.
El hombre dice sentirse
agradecido con estas tierras, debido a que aquí consiguió oportunidad para
surgir. “Yo llegué acá flaco, porque en Colombia no tenía ni para comer. Comía
pellejo de pollo que era más económico mientras que aquí puedo hasta botarlo”,
aseguró.
El comerciante ve con buenos
ojos la decisión del presidente Nicolás Maduro de cerrar la frontera, porque, a
su entender, “allí estaban robando lo que es de aquí”. Sin embargo, como
colombiano radicado en Caracas no cree que esa situación lo involucre, ni
siquiera tiene miedo a ser deportado. “Nada de eso, tengo mucho tiempo aquí”,
resume.
Jesús, un chofer del barrio,
sí tiene recelo. “Yo soy venezolano, tengo más de 25 años aquí. Tengo mi cédula
amarilla, pero igual guardo la gaceta en la que aparece por si algún policía se
pone fastidioso”. El conflicto lo ve como una jugada política. “No tengo más
que opinar sobre eso”, dice tajante.
Rafael y Jairo también son
colombianos. Este último nació en Venezuela, pero tanto sus padres como sus
hermanos son del vecino país. No quieren hablar sobre lo ocurrido en la
frontera. Rafael, que ya lleva 35 años aquí y trabaja como taxista, dice que es
peligroso opinar. Refiere que aunque le encantaría volver a su país, está bien
como está. “No me puedo quejar de cómo me ha tratado Venezuela, porque aquí el
que trabaja tiene”, añade.
La ayuda de Santos
En el taller mecánico de la
calle principal de Santa Cruz una bebé de 11 meses jugaba en el suelo a
pesar de la mugre que lo cubría. Su padre, que labora allí y su
madre, se negaron a dar cualquier dato personal, porque ella es
de nacionalidad colombiana y tiene miedo a ser deportada como lo fue su hermano
hace 8 meses. Sin embargo, estaban abiertos a hablar sobre la crisis entre
ambas naciones. “Esas decisiones afectan todo, tanto a los venezolanos como a
los colombianos y aquí, por ejemplo, yo no puedo comprar nada porque no tengo
la nacionalidad”, comentó la muchacha.
La pareja colombo-venezolana
condena las decisiones del presidente Nicolás Maduro, porque ven como una falta
de respeto la manera en la que debieron salir del país tantas
personas. En su opinión, el mandatario nacional se equivocó en la forma de
poner orden.
Hace seis meses, después de
la deportación de su hermano mayor, el resto de la familia de la joven decidió
partir a Colombia. La madre de la chica se inscribió en uno de los
programas creados por el Gobierno de Juan Manuel Santos a raíz del cierre de la
frontera y recibió un techo, un mercado semanal y un subsidio de 250 mil pesos
mensual. “Están bien allá”, dice.
Sin embargo, ella no ha
tomado la decisión de marcharse. No lo ha hecho porque su hija es pequeña y
además espera su segundo hijo, ambos venezolanos al igual que su esposo, que, a
pesar de tener padres colombianos, no ha sacado los papeles de la segunda
nacionalidad.
Foto principal: opf.photoshelter.com
21-09-15
http://www.efectococuyo.com/efecto-cocuyo/la-crisis-fronteriza-pasa-de-largo-por-santa-cruz-del-este
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico