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miércoles, 23 de septiembre de 2015

La crisis fronteriza pasa de largo por Santa Cruz del Este por @marilachang


Por  María Laura Chang


En Santa Cruz del Este de Caracas la tarde de este lunes la rutina era la misma de siempre. Ni menos ni más tensa desde el 19 de agosto, cuando empezó la crisis fronteriza con Colombia. Los vecinos, esos mismos que llegaron de esas tierras y levantaron sus casas en ese barrio, estaban cada uno en lo suyo, muy distantes en kilómetros y pensamientos de la reunión que ya se celebraba en Quito entre los presidentes Nicolás Maduro y Juan Manuel Santos.


Un oriental, dueño del abasto ubicado en la entrada del barrio, contaba el dinero de las ventas mientras algunos hombres bebían cervezas afuera del lugar. En el restaurancito de la cuadra el camarero, un orgulloso colombiano, servía apresurado los últimos almuerzos y en la peluquería las señoras se lavaban el cabello tranquilas. El calor, el humo de los autobuses y el ruido de los vehículos ambientaban el resto de la escena. Las advertencias sobre los malandros se repetían en cada local: “Tú sabes cómo está la inseguridad”, recordaba el dueño de la ferretería.

En esta populosa barriada, ubicada a más de 850 kilómetros de la frontera entre San Antonio del Táchira y Cúcuta, poco llega el eco de lo que ocurre allí. En Santa Cruz algunos son inmigrantes nacionalizados de hace años, otros son hijos de inmigrantes y también  hay quien aún no tiene los papeles, pero en su mayoría niegan que el cierre fronterizo los afecta. “Por ahí están diciendo que hay 5 millones de colombianos, pero nada más aquí hay como 4 millones”, bromeaba Jhon Jairo, quien administra la licorería de la cuadra. Él llegó con su esposa hace 10 años a Venezuela.

El hombre dice sentirse agradecido con estas tierras, debido a que aquí consiguió oportunidad para surgir. “Yo llegué acá flaco, porque en Colombia no tenía ni para comer. Comía pellejo de pollo que era más económico mientras que aquí puedo hasta botarlo”, aseguró.

El comerciante ve con buenos ojos la decisión del presidente Nicolás Maduro de cerrar la frontera, porque, a su entender, “allí estaban robando lo que es de aquí”. Sin embargo, como colombiano radicado en Caracas no cree que esa situación lo involucre, ni siquiera tiene miedo a ser deportado. “Nada de eso, tengo mucho tiempo aquí”, resume.


Jesús, un chofer del barrio, sí tiene recelo. “Yo soy venezolano, tengo más de 25 años aquí. Tengo mi cédula amarilla, pero igual guardo la gaceta en la que aparece por si algún policía se pone fastidioso”. El conflicto lo ve como una jugada política. “No tengo más que opinar sobre eso”, dice tajante.

Rafael y Jairo también son colombianos. Este último nació en Venezuela, pero tanto sus padres como sus hermanos son del vecino país. No quieren hablar sobre lo ocurrido en la frontera. Rafael, que ya lleva 35 años aquí y trabaja como taxista, dice que es peligroso opinar. Refiere que aunque le encantaría volver a su país, está bien como está. “No me puedo quejar de cómo me ha tratado Venezuela, porque aquí el que trabaja tiene”, añade.


La ayuda de Santos

En el taller mecánico de la calle principal de Santa Cruz una bebé de 11 meses jugaba en el suelo a pesar de la mugre que lo cubría. Su padre, que labora allí y su madre,  se negaron a dar cualquier dato personal, porque ella es de nacionalidad colombiana y tiene miedo a ser deportada como lo fue su hermano hace 8 meses. Sin embargo, estaban abiertos a hablar sobre la crisis entre ambas naciones. “Esas decisiones afectan todo, tanto a los venezolanos como a los colombianos y aquí, por ejemplo, yo no puedo comprar nada porque no tengo la nacionalidad”, comentó la muchacha.

La pareja colombo-venezolana condena las decisiones del presidente Nicolás Maduro, porque ven como una falta de respeto la manera en la que debieron salir del país tantas personas. En su opinión, el mandatario nacional se equivocó en la forma de poner orden.

Hace seis meses, después de la deportación de su hermano mayor, el resto de la familia de la joven decidió partir a Colombia. La madre de la chica se inscribió en uno de los programas creados por el Gobierno de Juan Manuel Santos a raíz del cierre de la frontera y recibió un techo, un mercado semanal y un subsidio de 250 mil pesos mensual. “Están bien allá”, dice.

Sin embargo, ella no ha tomado la decisión de marcharse. No lo ha hecho porque su hija es pequeña y además espera su segundo hijo, ambos venezolanos al igual que su esposo, que, a pesar de tener padres colombianos, no ha sacado los papeles de la segunda nacionalidad.

Foto principal: opf.photoshelter.com

21-09-15





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