ANTONIO ROJAS 21
SEPTIEMBRE, 2015
El que fuera jugador del F.C. Barcelona
y de la selección búlgara, Hristo Stoichkov, considerado el mejor futbolista
búlgaro de todos los tiempos, era un hombre de contrastes.
Frente a un temperamento fuerte e
irascible, tenía unas supersticiones infantiles que, los días de los partidos
decisivos, realizaba metódicamente. Lo publicó el diario deportivo MARCA el
20.06.93:
Coloca su osito de peluche de la suerte
en el neceser que se lleva al campo y un minuto antes de salir le da un beso.
Una hora antes del partido lustra sus botas metódicamente. Es el último en
salir al campo, arranca un trozo de hierba, se la frota por el pecho y cuando
el árbitro da el pitido inicial mira al cielo.
Desde el punto de vista de la
psicología, una superstición es una creencia, una idea mágica e irracional,
cuyo contenido consiste en asociar determinados hechos u objetos, con seguridad
y/o beneficios; o lo contrario, con peligro y/o perjuicios. Pueden ser del
tipo: si no llevo o hago tales gestos, las cosas me irán mal; o al contrario si
llevo o hago tales acciones, seguro que las cosas me irán mejor.
Este tipo de pensamiento va muy unido a
una acción ritualista congruente con la idea supersticiosa, por ejemplo: llevar
nuestro “boli de la suerte” cada vez que tengamos algo importante que firmar o
escribir, el realizar las cosas en un orden o modo determinado (ej. al
levantarnos apoyar primero el pie derecho), que la suerte del día dependa de
alguna circunstancia como por ejemplo tocar la espalda de un jorobado; romper
un espejo trae mala suerte porque como la imagen personal se refleja en los
espejos, si estos se rompen se puede enfermar, etc. etc. etc.
Otorgar poder a los objetos es una vieja
costumbre humana que viene de la necesidad de tratar de influir sobre lo
desconocido y dar una explicación a las dudas.
Remedios de viejas, pensamientos
mágicos… La necesidad de buscar soluciones mágicas en lo desconocido es tan
vieja como el mundo, y nuestra sociedad del siglo XXI no se escapa a esta
deformación.
Hay que reconocer que la vida del
creyente es mucho más sencilla que la de algunos famosos o descreídos. Para
“triunfar” basta con trabajar sencilla y constantemente mientras confiamos en
un Dios amoroso que nos conoce por nuestro propio nombre.
Y así, de verdad, para ser felices, no
es necesario besar el osito de peluche.
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