Alberto Barrera Tyszka 21 September 2015
@Barreratyszka
Mañana
es la cita. Y el presidente Maduro lo promociona como si fuera un esperado
match de boxeo: Nos veremos “cara a cara”, dice. Después de tanto tiempo y de
tantos ensayos, todavía no le sale, nunca logra una actuación más o menos
creíble. Mira a cámara, tuerce los ojos y puja, pero nada. Nadie puede creer
que mañana en Quito, Maduro se le ponga cerquita a Juan Manuel Santos y lo
enfrente y lo desafíe y le repita lo que tanto ha vociferado en los medios
locales: que el presidente de Colombia es cómplice de un intento de asesinato
en su contra, por ejemplo. Que Santos es un payaso, que es un cobarde, que es
un mentiroso. Que es un saboteador, que está al servicio del imperio y de los
enemigos del pueblo. Luce difícil imaginarse a Maduro en ese plan. Lo suyo es
el combate a larga distancia. De lejitos. Es más probable que en Quito se ponga
más bien en modo melcocha. Que repita que todo lo que hace su gobierno es por
amor. Incluso cuando golpea y reprime: eso también es amor. Quien te hace
llorar es quien te quiere.
Precisamente,
lo que más le cuesta imitar a Maduro es ese salto vertiginoso entre la
agresividad y la ternura que Hugo Chávez realizaba con fabulosa naturalidad.
Chávez pasaba de dragón a Bambi, o de Bambi a dragón, con agilidad y sencillez,
como si nada. Maduro siempre se queda a la mitad. Y produce un injerto raro, un
venadito grande que dice palabrotas y echa vaho por la nariz. Es un coctel
increíble. Ordena que tumben casas y expulsen a ciudadanos colombianos del país
y luego aparece en una tarima hablando de cariño y bailando una cumbia. Ahora
vuelve a afirmar que la reunión de mañana será entre “el presidente Juan Manuel
Santos y este obrero que está aquí”. ¿Hasta cuándo Maduro seguirá repitiendo
que es o que fue un obrero? Casi es como si repitiera que de niño fue un
tirolés que cantaba con falsete cerca de Viena. ¿Un obrero que tocaba bajo en
una banda de rock y viajaba a Cuba? Es una falla de origen. Maduro no logra ni
siquiera reinventar bien su pasado. Ha plagiado tanto y tan mal que ya su
identidad es cada vez más inverosímil.
Pero
no todo es delirio. Esta semana, el presidente al menos nos regaló una
obviedad. A estas alturas, cualquier lugar común resulta un monumento a la
sensatez. “No será una reunión fácil –aseguró–. Será una reunión compleja
porque los problemas son complejos”. Está bien. Por ahí podría comenzar la
reunión. Por la complejidad de un país en crisis que pretende resolver sus
problemas buscando un enemigo externo. Podrían comenzar a debatir las
distorsiones económicas del modelo venezolano y sus consecuencias lógicas en la
región. Podrían hablar del control de cambio, de la inflación, de la
devaluación, de la falta de control que tiene el gobierno sobre el crimen
organizado que funciona a sus anchas dentro del país. Podrían, también, de
paso, conversar un poco sobre la caída profunda de la popularidad de Maduro.
Podrían, entonces, también, discutir sobre el año electoral y sobre el decreto
de estado de excepción en 23 municipios donde, casualmente, la oposición
tradicionalmente ha tenido una alta votación. Es cierto: todo realmente es muy
complejo. La realidad venezolana –por suerte para todos– no puede despacharse
simplemente nombrando a Álvaro Uribe.
Y ya
que van a andar en complejidades, tomando en cuenta que Rafael Correa y Tabaré
Vásquez promueven el diálogo, tampoco entonces estaría de más debatir sobre la
forma como Venezuela ha manejado el conflicto. Hablar sobre el silencio
continental ante la violencia uniformada del gobierno de Maduro. Discutir si
todo esto no nos regresa a asquerosas complicidades, a los viejos tiempos
cuando la represión militar era legítima en América Latina. ¿Quiénes controlan
en verdad la frontera en Venezuela? ¿Quiénes tienen el poder y las armas?
¿Quiénes permiten o incluso participan en los grandes negocios del contrabando?
¿Acaso son los habitantes de la zona, cuya única nacionalidad real es la
pobreza?
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