Por Mercedes Pulido, 26/09/2015
En este mar de adivinanzas que nos rodea, en donde priva la impaciencia
por resultados inmediatos según el gusto de los diferentes involucrados,
pareciera necesario dar una buena mirada a los cambios y transformaciones que
ocurren. Muchos son los testimonios literarios del inicio del siglo XX que
refieren al engolosinamiento que la incipiente tecnología y el bienestar
producía en las distintas Europas y la ceguera ante la catástrofe que tanto los
nacionalismos, como la prepotencia producirían.
Somos un pueblo que se debate entre la paciencia y la impaciencia.
Tenemos una resignación infinita ante las largas colas para lo básico que cada
día tienen mayores requisitos o trabas y poco compromiso para llevar a término
feliz el embarazo de la convivencia que aspiramos. Y en este debate se diluye
la energía para comprometer pasos necesarios y comprender que hay múltiples
vías a coordinar hacia un objetivo común con múltiples rostros. Europa apuntaba
después de la catástrofe a superar diferencias y construir un tejido de
solidaridad para compensar desigualdades. Hoy está a prueba la revolución de
las expectativas y aspiraciones que su propia historia impulsa. Es el caso del
Primer Ministro francés cuando recuerda ante el problema de los refugiados que
él es hijo del exilio republicano español y ni que decir del compromiso de la
Canciller Merkel ante la deuda alemana con la diáspora del nazismo.
Las encuestas nos dan la fotografía del momento, al verlas en secuencia
hay un factor determinante: más que polarización, hay ansia de cambio. En
cierta forma se ha pasado la página, lo que significa abrirse a la refundación
del rompecabezas con todas sus diferencias.
Recientemente interesados y especialistas en ciencias sociales y de la
conducta de la Casa Blanca, Inglaterra y los países nórdicos produjeron su
apreciación sobre las fallas de sus gobiernos para enfrentar el malestar
creciente y la pérdida de compromisos con sus sociedades. El profesor Cass
Sunstein de Harvard recopila gran parte de las discusiones en Escogiendo,
no escoger. ¿Cuáles son los ingredientes del fracaso en las ofertas o
decisiones de gobierno y por qué no logran los objetivos que se proponen? Los
diseños y objetivos pueden ser fabulosos, tenemos muchos casos en las
estrategias para enfrentar la pobreza. Ahora bien, pocas veces estos objetivos
se construyen tomando en cuenta como las personas piensan y actúan... Y resalta
la tendencia a homogeneizar los procesos, lo cual supone esperar que todos
piensan y actúan igual ante la realidad.
Tanto la experimentación -esto es ensayo y ajuste- como la trasparencia
y rendición de cuentas en los resultados son básicas para modificar trabas,
simplificar procedimientos, transformar conductas cívicas para que lleguen a
quien se pretende llegar. Hay errores sistemáticos, y en esto coinciden los
tres informes: cuando los programas o las decisiones no funcionan siempre se
aduce a la necesidad de mayores recursos o a su eliminación por exceso de
regulaciones, pocas veces hay la reflexión sobre la lógica de las exigencias
y la cotidianidad de cómo toman las decisiones los involucrados.
Algunas preguntas nos parecen pertinentes: ¿qué conductas debemos
potenciar ante las trabas que los estados de excepción imponen para la
movilización ciudadana? ¿Cómo trasformar la desconfianza de un tarjetón
electoral manipulado en la identificación de propuestas? ¿Qué hacemos con los
resultados para profundizar una gobernabilidad que responda a las conductas
necesarias hacia la corresponsabilidad en las decisiones que hacemos? Las fuerzas
vivas del país: universidades, empresas, gremios y el inmenso tejido social
ante la incertidumbre tienen el gran reto de afrontar el descontento con la
lógica del conocimiento. ¿Será por ello que los niños no dejan de preguntar por
qué y los adultos pretendemos imponer la autoridad ante la irracionalidad de
nuestros deseos contrapuestos?
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