Por Cesar Miguel Rondón, 25/09/2015
Queridos lectores, permítanme en el día de hoy contarles una pequeña
historia. Corría el año de 1951, Venezuela estaba bajo una férrea y cruel
dictadura militar. En la Penitenciaría Nacional de Venezuela, en San Juan de
Los Morros, estaba preso César Rondón Lovera. Era evidentemente un preso
político. Militante de Acción Democrática era un activista contra la dictadura.
En la ciudad de Caracas, otra joven activista política contra la
dictadura había superado ya el arresto domiciliario. Ella, Roselena Tejeda,
vivía en una pequeña y modesta casa en las veredas de Propatria. Un tercero
logró, gracias a sus buenos oficios, que la dictadura los sacase del país,
expulsados, exiliados. Pero los jóvenes rebeldes estaban enamorados y era
perentorio casarse antes que nada. Así, acompañada por un par de vecinos, la
jovencita Roselena fue hasta San Juan de Los Morros y allí, en la cárcel, se
casó con el preso político César Rondón Lovera. No hubo noche de bodas, no hubo
luna de miel. Ella regresó a Caracas, a Propatria, con sus dos vecinos. Pero
una boda siempre es algo importante, siempre es algo para celebrar así el novio
no esté presente. Los vecinos le prestaron un traje blanco, y, como si fuese
Scarlett O’Hara, Roselena, siempre tan ingeniosa ella, se armó de una cortina,
la pantalla de una lámpara e improvisó un traje de novia. Entonces en su
bicicleta salió a recorrer las veredas de Propatria. De inmediato la
acompañaron todos los vecinos, y el guardia nacional que la vigilaba también se
montó en su bicicleta para seguirla y quizá también para celebrar. Así fue la
boda de Roselena.
Dos semanas después, volvieron a encontrarse los novios recién casados
en el aeropuerto de Maiquetía. Los guardias nacionales le quitaron las esposas
a César Rondón Lovera, y a la parejita la montaron en el primer avión que
saliera sin importar el destino. Luego de unos cuantos días en La Habana,
terminaron llegando a México. En la inmigración le preguntan a César Rondón
Lovera, en su condición de exiliado político, si ya tiene trabajo. Y él dice
sí, yo voy a ser el chofer del poeta Andrés Eloy Blanco. Eso era lo que habían
acordado. El detalle, Andrés Eloy no tenía carro. Para agradecerle tanta
gentileza y solidaridad, los recién casados decidieron que su primogénito sería
ahijado del gran poeta cumanés.
Comenzó así una vida en el exilio dura, llena de penurias. Y un par de
años después nació el primogénito. Ese primogénito es el que en esta dolorosa
mañana les habla.
Fueron años complicados, de persistente escasez económica, de
dificultades de todo tipo. Después de mí vinieron mis dos hermanos menores. Y
como no había familia, porque no teníamos tíos ni tías ni abuelos, la inmensa
comunidad de adecos y comunistas exilados pasó a ser nuestra familia. Así
comenzó la sana costumbre de pedirle la bendición a la periodista Ana Luisa
Llovera, como si fuera nuestra abuela, o a la poeta Lucila Velásquez, como si
fuera nuestra tía.
Así crecí, en mucha modestia. Y me llamaba mucho la atención que la
conversación recurrente en esa casa, llena de exilados políticos, era siempre
Venezuela Venezuela Venezuela Venezuela. Venezuela hasta el cansancio,
Venezuela siempre.
En la casa había un cuarto de huéspedes. Pero en el exilio no hay
huéspedes sino compañeros que son como hermanos. Y en ese cuarto de huéspedes
dormía Justo Camargo, otro exilado venezolano. En la noche del 23 de Enero de
1958, el niño que alguna vez yo fui tuvo miedo. No sé, miedo a la oscuridad,
miedo a tantas cosas. Y como tantos niños asustados decidí ir a dormir con mis
papás. Me acosté en medio de los dos. De repente la puerta del cuarto empieza a
retumbar. Un estruendo de golpes. Sobresaltados se despiertan mi papá y mi mamá
y el niño que yo era también. Y cuando abren la puerta aparece Justo Camargo
despeinado, como alumbrado por dentro y grita: ¡Cayó Pérez Jiménez! En ese
instante pasó una cosa extraordinaria. Esos tres adultos empezaron a brincar en
la cama, agarrados, como si hicieran una rueda infantil. Gritaban felices,
lloraban de alegría. ¡Cayó la dictadura! ¡Cayó Pérez Jiménez! Yo, muy asustado,
los veía desde abajo. Desde ese día entendí que la libertad es una fiesta.
Pronto, en el primer vuelo que salió a Caracas, vinimos mi papá mi mamá
y mis dos hermanos. Al llegar a Maiquetía un sol inmenso me encandiló, y conocí
entonces por fin a mis tíos verdaderos, a mi familia verdadera.
Mi papá fue electo diputado y un día me llevó a conocer el Congreso Nacional.
Era yo muy pequeñito y me mostró los jardines del palacio. Sus palabras jamás
se me olvidaron: “Hijo este es el Congreso, aquí manda el pueblo. Esto es
la democracia y eso tienes que entenderlo y tienes que respetarlo. Y algo muy
importante, más nunca nos vamos de Venezuela”.
Desde ese día entendí que había que querer la democracia, respetarla y
defenderla. Defender el país, defender sus instituciones, defenderlo todo. Como
en mi infancia, siempre la misma palabra: Venezuela Venezuela Venezuela Venezuela.
Lamento mucho tener que contar esta historia. Y lo lamento porque en
estos tiempos absurdos, crueles, oscuros, injustos, terribles y miserables que
vivimos hay que aclarar lo que está claro. Yo soy venezolano por nacimiento. Lo
garantizan la Constitución Bolivariana de Venezuela y mi vida misma.
Como diría César Vallejo, perdonen la tristeza.
Tomado de:
Lea el Comunicado de Conatel contra Cesar Miguel:
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