Fernando Mires 28 de septiembre de 2015
El
lugar del populismo, tendencia creciente en la política de los países europeos
caracterizada por la emergencia de partidos que ofrecen soluciones simples para
problemas complejos -como las migraciones, el terrorismo y los permanentes
desajustes económicos- se expresa en España, como ayer se expresó en la ex-
Yugoeslavia, en el auge de alternativas no independentistas, pero sí
secesionistas. Vale la pena hacer la diferencia.
Mientras
el independentismo surge como expresión de un movimiento nacional frente a otra
nación que la oprime y sojuzga, el secesionismo surge como tendencia centrífuga
en el marco de un estado nacional previamente constituido, tendencia destinada
a separar una parte de la nación de su conjunto histórico y geográfico.
Eso
debe estar muy claro: Lo que encabeza el líder de Junts pel Sí, Artur Mas, no
es un movimiento de liberación nacional sino una tendencia secesionista que
puede llegar a ser dominante no solo en Cataluña sino en el resto de una nación
formada por diversas nacionalidades y culturas.
El
triunfo electoral alcanzado por el Junts pel Sí en las jornada electoral del
27-S es imponente, pero así y todo, relativo. La alianza de Mas con el
secesionismo aún más radical del CUP le permitirá alcanzar la mayoría electoral
absoluta de los escaños (47,8%) no así la de los votos. Con mayor razón si se tiene
en cuenta que ninguna elección autónoma puede asumir ni el carácter ni la forma
de un plebiscito.
Artur
Mas ha jugado en las autonómicas con cartas marcadas: ha intentado orientar en
un sentido supuestamente independentista
el descontento social y político que existe no solo en contra de un Estado sino
en contra de un determinado gobierno de ese Estado.
Los
españoles, incluyendo a los catalanes, tienen razones más que suficientes para
mostrar disconformidad con respecto al, si no ineficaz, extremadamente
burocrático gobierno del PP. Lo prueba antes que nada el hecho de que el gran
derrotado en Cataluña ha sido el PP (casi 129.000 votos menos con respecto a
las elecciones anteriores). Por lo tanto, no todos los votos anti-PP pueden ser
computados como votos secesionistas. Ahí reside la trampa de Artur Mas
Como
sea, la alta votación alcanzada por el bloque secesionista ha facilitado su
objetivo estratégico; y este no es otro sino acumular fuerzas para llevar a
Cataluña a una auténtica confrontación plebiscitaria.
Que el
procedimiento plebiscitario no esté de acuerdo con la Constitución, como aducen
los dirigentes del PP y del PSOE, no reviste ninguna importancia. Nunca las
separaciones intra-nacionales han ocurrido siguiendo las pautas de la legalidad
estatuida. Obvio: ninguna constitución del mundo puede consagrar el derecho a
la separación.
Eso
significa que los partidos no secesionistas deberán aceptar, más temprano que
tarde, el reto separatista planteado de modo inequívoco por Mas.
Evidentemente,
el auge secesionista no solo ha mostrado la fuerza de Junt pel Sí sino, además,
la incapacidad del gobierno Rajoy para levantar una política de unidad para
toda España.
No
basta en efecto decir no a la separación. Menos basta mostrar una hoja de
contabilidad con estadísticas ý números que indican cierta recuperación
económica. De lo que se trata –y Rajoy parece no haberlo entendido- es de
asumir de una vez por todas los desafíos planteados a España en el espacio
nacional y europeo. Hasta ahora lo único que ha hecho es marchar a la zaga, y
siempre con mucho retraso, con respecto a políticas que son levantadas en
Berlín y en París. Todavía nadie le ha dicho que en ninguna parte un gobierno
sin protagonismo puede reclamar para sí la unidad nacional.
Los
resultados catalanes han traído consigo, además, tres noticias suplementarias
las que podrían tener mucha importancia política en un futuro próximo.
La
primera, quizás la más impactante, fue que Ciudadanos de Albert Rivera, partido
de origen catalán, pero no separatista, ha desplazado al PP y al PSOE hasta
llegar a convertirse en la segunda fuerza política catalana (25 diputados).
Hecho muy significativo pues a diferencias de Junts pel Sí y la CUP, Ciudadanos
sí goza de creciente aceptación en toda el resto de España. Ciudadanos, si
continúa creciendo, puede llegar algún día a ser el puente político que falta
entre Cataluña y toda España.
La
segunda noticia fue el fracaso electoral de Podemos. El partido de Pablo
Iglesias no pudo insertarse en los principales temas conflictivos que marcan la
política catalana practicando un “sí-no” y un “no-sí” que terminó por exasperar
a sus propios seguidores.
La
tercera fue que el PSOE (PSC) bajo la dirección de Pedro Sánchez continúa
deteniendo lentamente su desangre electoral, algo que en un momento parecía ser
imposible. De tal modo, si bien el PSOE nunca más llegará a ser el de los días
de Felipe González, tampoco desaparecerá del mapa devorado por el cada vez
menos carismático Podemos. Una cierta concertación (es demasiado temprano para
hablar de alianzas) entre Ciudadanos y PSOE ya se divisa en el horizonte. Y,
por cierto, no solo en Cataluña.
Ciudadanos
(más autonomía sí, separatismo no) está demostrando que frente al auge
separatista no basta acudir a expedientes leguleyos. Mucho menos se trata de
desatar una política del terror frente al separatismo de Mas, como intentó
hacerlo Rajoy (amenaza de exclusión de Cataluña de Europa en caso de que Junts
pel Sí hubiera alcanzado una mayoría plebiscitaria).
Hay,
por lo tanto, esperanzas de que España llegue a ser lo que debe ser: la nación
que mejor representa la unidad de las diferencias: un micro-modelo para una
macro-Europa. ¿Mantener las diferencias, entre ellas las nacionales, dentro de
una unidad supra-nacional? Exacto: ¿No es ese el fin y el sentido de toda
democracia?
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