Por Marcelino Bisbal
I
Estos diecisiete años en la
vida del país y en la de sus ciudadanos han sido tiempos llenos de
incertidumbre, de desarraigo, de tendencias autoritarias, de conflictos, de
polarización, de barbarie… en definitiva, han sido tiempos inciertos. La
cultura cotidiana de los venezolanos, poco a poco y de manera gradual, ha
sufrido cambios motivados por múltiples procesos y acontecimientos que han
limitado de manera decisiva nuestra forma de ser y de percibirnos como
venezolanos. Si por cultura queremos entender aquellas imágenes, valores,
percepciones, creencias… mundos simbólicos, qué duda cabe que hemos tenido
profundas y determinantes mudanzas. En síntesis, desde el punto de vista
cultural y comunicativo la vida cotidiana se ha visto transformada en estos
años de la denominada revolución bolivariana o socialismo del siglo XXI.
Esto que han llamado
el proceso ha moldeado de manera determinante a nuestra sociedad. El
país se ha vuelto un manojo de imágenes y palabras que nos dividen y polarizan.
Nuestras identidades, con las cuales nos identificamos y nos reconocemos frente
a nosotros y a los otros, se han fragmentado en mil pedazos.
El acceso en 1999 del
gobierno chavista impone una ruptura en la era democrática que venía viviendo
el país. Una etapa con sus imperfecciones y problemas, pero siempre
susceptibles de ser corregidos de una manera civilizada, en donde la política
debía jugar un papel clave. Pero el conflicto político y la amenaza que lo
invadió todo se impusieron como la forma de avanzar y dirimir las diferencias y
las dificultades. Esto fue motivado y aupado de lado y lado. ¿Quién
arrancó?
En el primer tramo del
gobierno de Chávez Frías comenzó una peculiar manera de entender el juego
político. El otro, el que piensa distinto, el diferente, es un enemigo y un
traidor a la patria que hay que liquidar. Surge así una nueva (¿?)
forma de entender la política en donde la ley, las instituciones y el aparato
militar tienen que estar al servicio del experimento socialista. El Estado
se fue convirtiendo de manera gradual en un Estado hegemónico que invadió hasta
los más pequeños resquicios de la vida pública y privada: la fuerza armada, la
economía, las calles, los hogares y familias, la educación, la cultura, la
ciudadanía, las relaciones sociales, la comunicación… El pensador y político
liberal francés Alexis de Tocqueville lo percibió de manera lúcida. Nos
llegó a decir que cuando un país o una nación pasa de ser libre a otra que no
lo es, cambia de manera drástica la vida política y pública que domina en la
sociedad. El desaparecido periodista Jesús Sanoja Hernández, en su
libro Entre golpes y revoluciones(2007), nos lo planteó en estos términos:
“Había llegado el tiempo en
que un jefe golpista, derrotado en la era nona, entrevistado en los sitios d
reclusión –cuartel San Carlos, cárcel de Yare–, pudo, ya libre, recorrer la
nación de punta a punta y visitar países claves y finalmente lanzarse a la
lucha por la Presidencia, y ya alcanzada ésta, imponer un sistema de relaciones
entre militares y civiles cuyos efectos aún –escribía yo entonces– no podían
ser plenamente evaluados, pero que en cualquier caso habían introducido un
vuelco en la institucionalidad del proyecto puntofijista. Si se trataba de una
propuesta histórica de larga duración o si de un plan que resultaría
interrumpido, a su turno, por otro contrario, no lo sabía ni me atrevía a
conjeturar acerca de tal vuelco histórico. Me atenía a una realidad que estaba
a la vista: era el proyecto más audaz, radical y peligroso de nuestro siglo XX,
justo cuando le daba paso al siglo XXI, así como el castro-gomecismo había sido
la culminación del siglo XIX y, con él, la lenta sepultura de los caudillismo
regionales. Coincidencia histórica: 1899 y 1999 marcaron dos grandes rupturas,
pues el castro-gomecismo cerraría el ciclo de los caudillos y las revueltas
triunfantes, y el triunfo de Chávez abriría una etapa antes no conocida: la de
un militar que, fracasado en uno de los tantos intentos golpistas de la centuria,
logró ganar electoralmente la Presidencia para anunciar larevolución
bolivariana, fenómeno sin antecedentes en el país y con objetivos, al parecer,
en América Latina y el Caribe”.
En aquellos días
algunos intelectuales y periodistas catalogaban al proceso que se
iniciaba como una realidad autoritaria, militarista, fascista y altamente
peligrosa para Venezuela. El mismo Sanoja Hernández nos cita la opinión de un
escritor y cronista como Albertro Barrera Tyszka quien definió a Chávez como un
“líder que combinaba cierto espíritu hitleriano con lo mejor del costumbrismo
de Rómulo Gallegos”. Y nos apunta también lo que dijera el historiador Manuel
Caballero cuando afirmó que “Chávez le recordaba cierto programa de raíz
corporativa y fascista”. El tiempo les dio la razón.
II
El orden
democrático se fue deshaciendo aceleradamente. Se iniciaba en el país
un experimento revolucionario que empezó a delinearse después de los
sucesos del 2002 y comienzos del 2003: golpe de Estado y huelga general. Hay
quienes afirman que este proyecto ya estaba concebido en la mente del teniente
coronel. Pero no es hora de discutir si fue o no fue así, el hecho es que
estamos envueltos en este ensayo de barbarie que ha significado esto que han
llamado revolución bolivariana.
Se comenzó a hablar de una
revolución socialista en donde vocablos y frases
como Pueblo; Popular; Revolución
cívico-militar; Socialismo del siglo XXI; Chávez vive, la Patria
sigue; Nuevo mapa estratégico;Motores de la revolución; Repolarización
del país; Hoy tenemos Patria;Democracia revolucionaria; Con Chávez el
pueblo es el Gobierno;Bolívar socialista; Comandante
eterno; Comandante supremo; ¡Patria, socialismo o muerte!...se
hicieron moneda de uso corriente y empezaron a inundar los discursos, las
proclamas, las instituciones gubernamentales, las escuelas públicas e incluso
la exposición de motivos de todas las leyes que se fueron aprobando en la
Asamblea Nacional hasta el 6 de diciembre del 2015. La idea siempre fue, sigue
siendo, desde una perspectiva publicitaria, la construcción de unanarrativa de
marca (brand statement) hasta llegar a una marca-gobierno en
donde los elementos claves son la revolución y, por ende, lo revolucionario, lo
nacional, lo popular, lo cívico-militar y el pueblo.
El colombiano Plinio Apuleyo
Mendoza –escritor y periodista- nos dice, refiriéndose a Juan Domingo Perón,
pero podríamos aplicarlo a nuestra realidad, que “Los caudillos
latinoamericanos parecen todos cortados por las mismas tijeras. Son verbo,
carisma, fuego de artificio, creadores de una realidad que solo vive en
palabras, ardientes vendedores de ilusión”. ¿Chávez Frías fue un dictador? De
lo que sí estamos seguros es que fue un vendedor de ilusiones que
llevó al país a la ruina con la aplicación de políticas populistas y de fuerte
intervención estatal. ¿Resultado? Nos lo sintetiza muy bien Simón Alberto
Consalvi al decirnos que “Habría que hacer una especie de gran informe de lo
que significa este caballo de Atila sobre el mapa del país. Tiene efectos
devastadores. Habría que hacer una especie de carta de naufragio, mejor que una
carta de navegación. El naufragio de Chávez es el naufragio de Venezuela”.
III
En agosto de este año se
cumplirán 40 años de la publicación del libroDel buen salvaje al buen
revolucionario del ensayista Carlos Rangel (1929-1986). Hoy es un buen
momento para volver a leer. Aunque el libro se orienta hacia el análisis y la
interpretación de lo que fue, ha sido y es América Latina y el ser
latinoamericano, en sus páginas vamos a encontrar pistas para entender esta
realidad que estamos viviendo en el país.
Lo que ha ocurrido en
Venezuela, lo que sigue ocurriendo con la presencia de un marcado autoritarismo
militarista que raya en lo que llamaremos una tiranía posmoderna, ocurrió
antes en muchos países de la región. Fue el sueño revolucionario personificado
en el buen revolucionario heredero del buen salvaje.
En Venezuela se implantó,
hace ya diecisiete años, la alegoría del buen salvaje con el intento de
construir un socialismo convertido en un mito que daría a luz al hombre
nuevo, siguiendo el análisis de Carlos Rangel. La realidad, ya antes vista en
muchos países de América Latina, nos la describe Del Buen salvaje al
buen revolucionario, en Venezuela ha sido el más estrepitoso fracaso que
nuestra historia republicana haya podido ver.
Para los revolucionarios
bolivarianos y sus intelectuales, el reloj de la historia no ha existido. Se
han aferrado a la convicción de que con ellos sí se dará a luz el socialismo,
pero de este nuevo siglo. Aquellos errores que se cometieron en esas
experiencias latinoamericanas, en el intento de construir el socialismo, han
sido los mismos en los que incurrió el anterior Gobierno (el de Chávez Frías) y
en los que está incidiendo el de ahora (el de Nicolás Maduro): expropiaciones
masivas, congelación de precios, aumento considerable del gasto público, fuerte
intervención estatal en todos los ámbitos de la vida pública, asfixia a la
actividad económica privada, populismo desenfrenado… El experimento fracasó,
como fracasaron en toda la región y en el mundo, a pesar del caudal de dólares
que ingresaron: entre 1999 y 2015 los gobiernos de Hugo Chávez antes y el de
Nicolás Maduro ahora han administrado y dilapidado 2 billones de dólares (2 mil
millones de dólares en dieciséis años). El socialismo petrolero no
pudo con la creciente y masiva corrupción de los dineros públicos provenientes
de la renta petrolera.
IV
La situación política y
social venezolana es de incertidumbre. Lo que hoy estamos viviendo es el
resultado de la herencia del pasado reciente, es decir de las políticas
desacertadas de Hugo Chávez Frías y de la barbarie que se fue imponiendo
poco a poco en nuestros imaginarios, en nuestra cultura y en nuestro sistema
comunicativo. El sociólogo chileno José Joaquín Brunner expresa nos plantea
“que existe una conexión profunda entre el sistema político prevaleciente en
una sociedad determinada y el régimen comunicativo que aquél en parte
condiciona y al cual necesita para subsistir”. Desde aquellos días en que se
iniciaba un nuevo gobierno (1999), el orden cultural y comunicativo que nos era
conocido se empieza a hacer trizas y se descompone aceleradamente hasta los
actuales momentos. El mismo Brunner, aunque se refiere al caso chileno durante
la dictadura pinochetista, lo caracteriza de tal forma que puede ayudarnos para
visualizar nuestra realidad presente:
“Es decir, las propias bases
del régimen comunicativo anterior han sido profundamente alteradas
(…) Genera ruidos, cortocircuitos, desorden normativo, inseguridad de
todas las jerarquías consagradas, pérdida de lealtades democráticas, erosión
del espacio público, tendencias agresivas, deslegitimación de las
instituciones. De un año para el siguiente la sociedad ya no puede reconocerse
como un todo, por encima de sus divisiones, exclusiones y desigualdades. Los
tabúes más ampliamente compartidos, como el del apoliticismo de las
fuerzas armadas, se hicieron trizas y dieron lugar a una psicología del todo o
nada”
Ante el des-orden del gesto
autoritario del poder, ante el des-orden que se ha impuesto debido al
anacronismo de muchas de las ideas y pensamientos de quienes gobiernan-hoy, es
necesario –como nos plantea Luis Pérez Oramas– desmarginalizar nuestro propio anacronismo
para empezar a formar una verdadera república y una recomposición de la
política y de lo comunicativo.
¿Será todavía posible?
27-05-16
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico